La izquierda juvenil: el jacobino y la izquierda Playz

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Por Manuel Pérez

¿Por qué la jovencita debe fingir siempre cierta actividad?
Para mantenerse inexpugnable en su pasividad.

Tiqqun

Hoy, una amiga, decía “las profundidades del twitter fascista… es TODO ODIO Y MÁS ODIO”. Viendo mi TL me siento navegando en ese twitter extraño que ella señalaba. Lo cierto es que hemos aceptado la idea de que la red social del pajarito azul solo sirve para el “odio”.

Hace tiempo esta misma red social permitió la creación de nuevas vías de comunicación entre los manifestantes de la primavera árabe. Es decir, no sirve con aceptar la dinámica propia de la red social y descubrir su inoperancia en ella, sin señalar el devenir político de una realidad en constante decadencia. Playz, en este sentido, no es la última expresión de dispersión de la fibra óptica, sino un nuevo vehículo sin posibilidad de ser conducido.

En la obsesión occidental por la juventud, tanto para criminalizarla como para elogiarla, se esconde la explotación hasta el final de sus consecuencias de un mercado insaciable. Ser joven, nos dice Badiou, lleva a la dicotomía de “quemar o construir”. La juventud es la primera de las mercancías. La juventud lleva la arrogancia del protagonismo, de la inmediatez. La juventud es rápida, insaciable, queriente de éxito. Y eso que, innatamente, serían meras condiciones de evolución, se convierten en las cadenas que no vemos. Nuestro primer enemigo, nos advierte nuevamente el filósofo francés, es la obsesión por lo inmediato.

La izquierda Playz o el jacobino son la misma expresión, tan necesitada de la otra como irreconciliable. Fruto de una obsesión juvenil y su fantasma del conflicto necesario. Constructores de personajes, parecen aletear las plumas azules del teclado sin ninguna intención más allá que ser escuchados. La máscara del personaje puede variar de fondos de pantalla granates al maquillaje de una necesidad de identificación.

La jovencita es el lugar en el que la mercancía y lo humano coexisten de forma aparentemente no contradictoria”

Tiqqun

Para ser reconocidos primero nos hemos paquetizado, escogido. Significantes y significados parecen vagar de una dirección a otra sin llegar posarse en ningún lugar. Hay que sospechar de las firmezas y sospechar más de las firmezas que vienen bajo la razón. Según se complejizan los algoritmos cotidianos mayor es el autismo de los ciudadanos. No hay ninguna diferencia entre “la gestión de las emociones” que defendía una amnésica Samantha Hudson” de “la razón es lo único que tenemos” que nos traían los jacobinos. Ambos demasiado ensimismados para mirar. A veces, viendo mi TL sospecho del tamaño de ciertos ombligos.

Y es que la verdad, también la verdad revolucionaria, tiene que conocer la duda. Defenderla. Dudar, temblar y sentir. Nada trascendente es elegido. Ser joven también es saberse equivocado, saberse en construcción. Sin ningún a priori de la situación. El mal de occidente es su obsesión por la historia, la historia en acto. “Nada es más importante que estar atento a los signos” (Badiou).

Quien defienda al proletariado no tiene que rivalizar el protagonismo discursivo a quienes defienden la atomización de los individuos. Quien se excuse en el causa obrera pero persiga estos discursos no ven en dicha causa más que un medio de autopromoción. Si el capital gana es por la dispersión de la existencia, “la servidumbre voluntaria” a la que la jovencita, revolucionaria o no, se ha subyugado.

En última instancia, mientras sigamos entregando la capacidad de construir al capital seguiremos perdiendo. Nos advierte Han: “La felicidad pasa a ser un asunto prviado. También el sufrimiento se interpreta como resultado del propio fracaso. Por eso, en lugar de revolución lo que hay es depresión”. Nadie quiere escuchar, porque un joven también es el primero.

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