La intrahistoria de una pionera enciclopedia antitaurina

Mi única aspiración es que esta obra se convierta en un humilde trampolín de conocimiento que, con el tiempo, sirva de pequeño referente a alguien que, tal vez, ni siquiera haya nacido a día de hoy. Solo pienso en eso. El conocimiento es una semilla que, cuando cae en tierra fértil, crece imparable. 

Por Juan Ignacio Codina | 18/07/2024

Como sucede con casi todo, también existe una intrahistoria detrás de la creación de Antitauropedia. Diccionario histórico del pensamiento antitaurino, una pionera, novedosa e innovadora obra de reciente publicación y de la cual, no les voy a engañar, yo soy su (orgulloso) autor. Y como tal, y ya que he estado entre bambalinas, les voy a abrir el telón para que accedan al escenario y así poder confesarles algunas cuestiones que permitan desvelar los entresijos de este trabajo.

Como toda historia, esta también tiene un principio. Acudamos a él. Estamos en noviembre de 2018. Se acaba de publicar Pan y toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español, mi primer libro. Un inciso: sinceramente, no me considero un escritor de verdad. Escribir es algo muy serio, y juntar palabras y construir oraciones no te convierte en ello. Pero bueno, ahí estaba yo con mi primer libro, y muy ilusionado. Pero es curioso, porque al mismo tiempo mi cabeza ya estaba en otra cosa. Acababa de salir Pan y toros y yo ya estaba pensando en lo que tocaba a continuación. Aquel primer libro ya estaba, misión cumplida, era algo que ya pertenecía al pasado. ¿Y ahora qué? Esa pregunta comenzó a rondar por mi mente. Imaginé varios proyectos. En realidad, la materia prima ya la tenía: las más de mil páginas de mi tesis doctoral: El pensamiento antitaurino en España, de la Ilustración del XVIII hasta la actualidad. Y, en este sentido, de entre todas las ideas que me surgieron, la de crear una enciclopedia antitaurina a partir de mi tesis doctoral apareció por sí sola, de una manera muy natural y lógica.

Pero afrontar la simple idea de transformar esas más de mil páginas en un volumen ágil, manejable, funcional y práctico, además de ameno, me suponía un esfuerzo inabarcable en aquel momento. Sin embargo, la idea no se me iba de la cabeza, y la comentaba a menudo con amistades. Pero la cosa no pasaba de ahí. Así que me decía: bueno, más adelante lo haré, sí, cuando sea (todavía) más mayor. Y me imaginaba a mí mismo dentro de diez o quince años, como un ratón de biblioteca, rodeado de papeles, trabajando varias horas al día bajo el foco de una lámpara de mesa, en silencio, solo, ensimismado, sin otra responsabilidad que la de sacar adelante este descomunal trabajo.

Pero, como suele suceder con los planes, por muy metódicamente que se hayan ideado, luego viene la vida y te lo trastoca todo. En mi caso todo cambió con las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2023. ¿Las recuerdan? El gran vuelco político hizo, como es sabido, que PP y VOX gobernaran juntos en numerosos municipios, diputaciones y gobiernos autonómicos. Aquello iba a ser desastroso para los animales en general y para los toros en particular. En este estado de incredulidad, preguntándome cómo un país puede apostar por retroceder en vez de por avanzar, alguien me envió una noticia. No daba crédito. Parecía una broma. Pero era verdad. El presidente de la Generalitat valenciana, del PP, había designado como consejero de Cultura (y como vicepresidente) a un torero de VOX (recientemente ha dimitido, como es bien sabido). Aquello me mató. De la aprensión pasé a la indignación. Me acordé del historiador Modesto Lafuente quien, en su Historia general de España y recordando el nefasto reinado de Fernando VII (que cerró las universidades y a cambio abrió una escuela de tauromaquia), dijo que al Borbón, traidor, inquisidor y déspota, solo le faltó hacer catedráticos a los toreros. Pues de comienzos del siglo XIX pasamos a comienzos del XXI. Una elipsis de doscientos años en la que España hace consejeros de Cultura y vicepresidentes autonómicos a toreros. Ni Modesto Lafuente lo hubiera visto venir.

Y de la indignación pasé a la ira, a la frustración, a la impotencia y a la rabia. Siempre he intentado (con desigual éxito) transformar las emociones negativas en energías positivas. Traté de transmutar aquella rabia por fortaleza, la ira por ilusión, la frustración por responsabilidad, la impotencia por determinación. El verano estaba ya a la vista, y comencé a pergeñarlo todo. No había que esperar más, era el momento. A la mierda el ratón de biblioteca, los diez o quince años, la soledad. Había llegado la hora de afrontar este trabajo. Y el ímpetu me venía, paradójicamente, de emociones muy negativas.

El de 2023 fue un verano muy caluroso (como todos, ya que la emergencia climática ha venido para quedarse). Hubo días insoportables. Cogí mi mesa de trabajo y la coloqué debajo de un ventilador de techo. Cuando digo debajo digo perpendicularmente debajo. Justo debajo. Un día llegó a hacer más de cuarenta y cuatro grados fuera, a la sombra, y más de treintaiuno dentro. El ventilador no daba más de sí. Tuve que poner una toalla en la silla del ordenador y quitarme toda la ropa que pude. Y así día tras día durante todo el estío.

Un segundo inciso. Aconsejo hacer el esfuerzo de transformar las emociones negativas, su energía dañina, en proposiciones y actuaciones positivas. Eso nos salva de caer en un hoyo oscuro que se retroalimenta a sí mismo. De ahí, como digo, surge también la Antitauropedia. A veces nos preguntamos cómo fuimos capaces de hacer cosas en el pasado que en el momento actual nos resultaría impensable acometer. La transformación de aquella perniciosa energía en determinación fue mi motor.

Otro inciso. Y ya van tres. Esto no se hace por dinero. De hecho, he renunciado a los derechos de autor que pueda generar el libro. Reconozco, en cambio, que en este tipo de asuntos hay una parte de ego, una necesidad de reconocimiento que tal vez pretenda suplir otros momentos de tu vida, sobre todo en la infancia, en los que se careció de apoyo. Pero, pueden creerlo o no, por encima de todo, muy por encima de todo, detrás de mi trabajo hay un deseo de hacer Justicia con los animales en general y con los toros en particular. Y qué mejor manera que hacerla encaramado a los hombros de gigantes como Alonso de Herrera, Quevedo, Juan de Mariana, Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Antonio Machado, Larra, Unamuno, Cadalso, Benito Feijoo, Regina de Lamo, Baroja, Azorín, Carolina Coronado, Clarín, y tantos y tantas otras.

Cuarto (y último) inciso. Quién sabe si, además, detrás de todo esto subyace un profundo sentimiento de culpabilidad. Uno de los mejores profesores universitarios que tuve fue Jorge Verstrynge (el otro fue Víctor García-Hoz, en la Facultad de Psicología de la Complutense a finales de los años 80, pero esa es otra historia). Para mediados de los 90, Verstrynge había dejado muy atrás su pasado en Alianza Popular, y era evidente su postura progresista. Andaba pergeñando una opción política a la izquierda del PSOE, y hablaba de ello a menudo. Sus clases eran un torbellino de conocimiento expuesto a raudales. A mí me maravillaba escucharle. Recuerdo cómo hablaba del sentimiento de culpa como una herencia de la tradición judeocristiana, y que en otras culturas religiosas ese sentimiento no existía tan marcadamente. Yo estaba de acuerdo con él. ¿Qué mierda se puede esperar de una religión que se fundamenta en la ignominiosa idea de que venimos al mundo siendo ya culpables, con un “pecado original”? ¿Un recién nacido ya es un pecador? Bufff, voy a dejar el tema aquí por no calentarme. Pero lo que sí es cierto es que inculcar la culpa en alguien es el método más eficaz de manipulación y de control.

De hecho, parece que la cosa funciona. Llevan muchos siglos viviendo de hacernos sentir culpables. En fin, sea solo por eso o por otro cúmulo de circunstancias, en ocasiones me siento culpable, sin serlo, de cómo nuestra sociedad maltrata a los animales. Y siento dolor. Una vez más, esa energía negativa puede transformarse en algo propositivo. Ahí también está la Antitauropedia: un proyecto que también surge de una ruina emocional, de un padecimiento, de la sensación de impotencia que genera la más impune de las injusticias.

El verano pasó. El calor fue yendo a menos. El trabajo iba saliendo adelante. Yo estaba contento. A mi lado mi eterno compañero Fosc, siempre a mi lado, y yo siempre al suyo. Nos mirábamos a los ojos y nos lo decíamos todo. Esta obra, pensaba, también es por ti Fosc, semper fidelis. Y a ti, Fosc, te la dedico, in memorian.

Llegó el mes de septiembre y ya tenía finalizado el primer borrador de la enciclopedia. En el proceso había tenido que dejar mucha información fuera. Afortunadamente soy periodista, y mi experiencia de más de veinte años me había proveído de un sentido muy desarrollado para resumir, recortar y editar textos. De los casi doscientos personajes que aparecían en la tesis, tuve que prescindir de muchos de ellos. Primero pensé que en la Antitauropedia debían aparecer, en números exactos, cien personajes. Pero me dolía tanto dejar a unos y a otras fuera que, al final, elevé el número a ciento quince. Como digo en la introducción del libro, no están todos los que son, pero sí son todos los que están.

Muchos meses de trabajo después, entre reescrituras, borradores, búsqueda de grabados e ilustraciones, revisiones de pruebas y, finalmente, las galeradas, la Antitauropedia por fin se ha hecho realidad. Mi única aspiración es que esta obra se convierta en un humilde trampolín de conocimiento que, con el tiempo, sirva de pequeño referente a alguien que, tal vez, ni siquiera haya nacido a día de hoy. Solo pienso en eso. El conocimiento es una semilla que, cuando cae en tierra fértil, crece imparable. Por eso tenemos el deber de sembrar conocimiento. Ojalá el que presenta la Antitauropedia se desarrolle, ramifique y conforme un bosque impenetrable para los inmovilistas, los reaccionarios y los de los bulos. Ojalá algún día ese bosque proyecte una luminosa sombra que nos alcance a todos y a todas. Porque el conocimiento es el único cobijo frente a la barbarie, frente a la superstición y frente a crueles tradiciones como la tauromaquia. Ojalá la Antitauropedia crezca en vuestras manos, y vosotros y vosotras crezcáis con ella, dándole sentido. Ojalá.


Juan Ignacio Codina Segovia es periodista y doctor en Historia Contemporánea.

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