La infancia (rota) de Imad

A su corta edad ya ha normalizado la violencia, y dos años después de haber pasado por las manos de los yihadistas sigue los patrones que le inculcaron sus captores.

Por Angelo Nero

El director Zahavi Sanjavi, nacido en Basur, en el Kurdistán iraquí, y residente en Suecia, nos descubrió en 2009, con “All My Mothers”, las duras condiciones de vida de las mujeres que sobrevivieron a la represión del régimen de Sadam Hussein, que durante tres décadas destruyó 4.500 pueblos en las regiones de Kirkuk, Soleimanieh, Dahouk y Erbil, con el objetivo de arabizar la zona y erradicar cualquier vestigio del pueblo kurdo, llevándose por delante la vida de 182.000 personas, muchas de ellas enterradas en fosas comunes en el desierto que no fueron descubiertas hasta 24 años después.

En 2016 volvió para mostrarnos los campos de refugiados de los yazidís en “The return”, donde nos mostraba la vida diaria de algunos de los más de 20.000 refugiados que habían sobrevivido al genocidio de su pueblo por parte del ISIS, ante la indiferencia de la comunidad internacional. A través de una joven enfermera kurda, escuchó las historias del paso por el infierno de muchos de estos refugiados, prestando especial atención a las mujeres, sin olvidar que, entonces, casi 3.000 mujeres yazidís seguían secuestradas por el Estado Islámico, convertidas en esclavas sexuales.

En su tercer largometraje, “Imad’s Childhood”, estrenado en 2021, vuelve a entrar en uno de los campos de refugiados yazidís, para poner el foco en el pequeño Imad, un niño de cinco años al que el ISIS mantuvo en cautividad junto a su hermano Idan, y a su madre Ghazala, de quien separaron. Ghazala sufrió el calvario que Nadia Murad narró en su libro: “Yo seré la última: Historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico”, vendida hasta una docena de veces, pero, aunque la cámara de Zahavi Sanjavi recoja su sufrimiento, el principal protagonista del film es Imad, en el que las huellas del secuestro por parte del Estado Islámico son más evidentes.

A su corta edad ya ha normalizado la violencia, y dos años después de haber pasado por las manos de los yihadistas sigue los patrones que le inculcaron sus captores, pegando a su hermano menor, y a los otros niños que encuentra a su paso, ignorando la autoridad de su madre y de su abuela, a las que grita y escupe. Los canales de comunicación no son fáciles de establecer, ya que Imad sólo habla árabe, mientras que en su familia, y en el resto del campo, el idioma dominante es el kurdo.

El intento de su abuela por llevarlo a una escuela infantil tampoco da resultado, cuando la maestra le presenta a sus compañeros, Imad reparte golpes a todos, como si repitiese los patrones con los que los muyahidines tratan a sus prisioneros. Parece que el mal hubiese anidado en su pequeño cuerpo.

Hasta que entra en escena Berivan, una joven sicóloga, que trata a los niños del campo de refugiados, y que con un trabajo paciente y continuado, después de asistir a la decapitación de varias muñecas por Imad, va consiguiendo que este comience a ceder en sus actitudes hostiles, y se establezca un vínculo que cambiará también su relación con su abuela y con su madre.

Imad’s Childhood” es un documental que huye de los sentimentalismos, y nos muestra con toda su crudeza el drama de la infancia robada de los niños yazidís que sobrevivieron al genocidio, siguiendo a Imad cámara en mano, gracias al fantástico trabajo del director de fotografía Heshmatolla Narenji.

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