Por Laura Hurtado
Pocas veces había sido tan consciente de la importancia de poner nombre a las cosas que nos pasan hasta que me hablaron del mansplaining (recomiendo ver el vídeo de las fabulosas (e)stereotipas). De repente, mi cerebro hizo clic y me acordé de todas las veces que hombres (desconocidos y conocidos) me habían contado con paternalismo algo que conocía de sobras. Y la verdad es que me sentí reconfortada. Esa sensación mía tenía una palabra asignada y por lo tanto existía. Y, lo mejor: no era la única que la había experimentado. No estaba sola.
A lo largo de los últimos años, a través de libros, pero sobre todo de las redes sociales, he aprendido muchas palabras que me han reconfortado de la misma forma. Por ejemplo, micromachismos, tan bien recogidos en el blog de eldiario.es. De nuevo, al oírla, vinieron a mi mente un montón de situaciones incómodas que dejaron de ser incomprensibles o surrealistas para tener una explicación: machismo cotidiano, ese que vivimos cada día, aunque nos pese. Desde la decisión de una jefa de quitarme responsabilidad por pedir reducción de jornada hasta los comentarios de un ginecólogo que parecía no haber visto nunca unas piernas sin depilar. Pasando por las burlas por ser habladora, cuando es sabido que justamente lo malo es quedarse callado, o por ser mandona, cuando estamos rodeadas de hombres que deciden sobre nuestras vidas sin que nadie se queje.
Tuve otra “revelación” cuando leí el concepto “carga mental” en el cómic de Emma Clit. Por fin alguien ponía nombre a una realidad del día a día de muchas mujeres que, comparten con sus parejas las tareas del hogar, pero suelen asumir la coordinación logística: llenar la nevera, llamar al médico cuando los hijos se ponen enfermos, resolver trámites con bancos y otros…, con todo el desgaste que eso supone.
Detectar y comprender algunas de las violencias machistas que sufrimos las mujeres es, sin duda, una buena manera de luchar contra ellas.
Lo mismo me pasó cuando me hablaron del test de Bechdel y entendí por qué siempre me habían gustado las películas protagonizadas por mujeres y me aburrían soberanamente aquellas donde solo había hombres. No era una casualidad. Era feminismo. Otra palabra reveladora.
Igual que la palabra sororidad que me ayudó a comprender por qué siempre he buscado aliarme con otras mujeres mientras he rechazado esa idea, por cierto, tan enraizada, de que las mujeres no podemos estar juntas porque nos hacemos la puñeta.
Todas estas palabras, todas las que no menciono, y todas las que están aún por nacer, son esenciales. Porque lo que se nombra, existe. Y solo si existe se puede desmontar, vencer, eliminar. Detectar y comprender algunas de las violencias machistas que sufrimos las mujeres es, sin duda, una buena manera de luchar contra ellas. Ojalá sigamos aprendiendo muchas más palabras feministas este 2018. Las mujeres, y los hombres.
Se el primero en comentar