Algunas viejas glorias de la profesión culpan, de forma tajante, a la gente por cuestionar todo lo que ve, alentados por las redes sociales, con algoritmos aritméticos que encapsulan el pensamiento de una persona en cuestión de ideologías. Estos aluden a la inocuidad del periodista y el medio, quien al parecer es una entidad estéril, que cuenta la realidad de forma aséptica.
Todos, o la mayoría, sin embargo, sabemos que las líneas editoriales, por lo menos en este país, se encuentran regidas por las cuentas de los negocios informativos, que se han vuelto, cada vez más, empresas en búsqueda de rentabilidad, dirigidas por grandes empresarios que desconocen la profesión, pactos, acuerdos, subvenciones y publicidad de grandes empresas.
En otros países el paso del papel al digital se digirió de forma distinta, queriendo mantener cierta independencia respecto a la entidad pública y al parque comercial, pero aquí llegamos a otro punto complejo, el de la objetividad y quiero explicarlo con un ejemplo reciente.
Tras la quinta jornada de movilizaciones en Barcelona, surgidas a raíz del encarcelamiento de Pablo Hasel, elDiario.es publicaba una crónica en la que se relataba que «la manifestación se ha desarrollado de forma pacífica hasta que sobre las 20:15 han comenzado los primeros disturbios con lanzamientos de piedras y saqueo de tiendas».
En el trasfondo la historia o relato es totalmente cierto, la manifestación fue pacífica y sobre las 20:15 hubo lanzamientos de piedras y saqueos de tiendas. Sin embargo, quiero destacar un hecho y es que en tal reporte existe un lapso de tiempo de 10 minutos en el que lo que ocurrió o no se cuenta o se oculta. La movilización fue pacífica hasta que bajando por Vía Laietana la policía comenzó a cargar y a disparar con pelotas de FOAM.
Ese tiempo, esos diez minutos que no se cuentan, pese a la presunta inocuidad de la crónica, resultan un mundo y cambian la lectura. ¿Ese sesgo es desafortunado o es el rasgo característico de esa supuesta inocuidad del periodista?
Podríamos preguntarle también a los enviados de La Sexta, quienes en esa misma movilización estaban adaptando el escaparate roto de Tommy Hilfiger, colocándose bajo los neones y recolocando los destrozos, para así exponer una escena más llamativa y de impacto para el «consumidor».
En estas y con tales fines y praxis el periodismo tradicional está cavando su propia tumba. El tiempo promedio de lectura de los periódicos generalistas cae de forma anual desde la anterior crisis, quizá fue en ese momento cuando empezaron a verse algunas costuras. La irrupción de lo digital influye, obviamente, pero los parámetros de credibilidad también van en detrimento.
El descredito además es un fenómeno generacional, que se agudiza en el seno de la juventud, que ya nacimos sin futuro.
Para hablar de la actualidad y lo que ocurre de forma totalmente desde el exterior deberíamos haber nacido en marte y no saber absolutamente nada sobre la sociedad, algo que se contrapone con las tareas de un periodista terrícola.
Yo no pretendo vender ninguna moto, todos tenemos sesgos o creencias, la diferencia reside en el punto de enfoque sobre el que proyectamos o dejamos de proyectar, que esta es otra, con la precariedad del sector comunicacional la prensa se ha rellenado con opinólogos profesionales, algo que nos hace más simple identificar el calado y el pie del que calza cada uno.
La importancia y sobre lo que quiero hacer hincapié es sobre la recuperación del periodismo de calle, aquel que pretende ser cercano, que no se presupone por encima de la realidad inmanente, pero que tiene como propósito reflejar los bosquejos de una sociedad quebrada.
Sobre esto, siempre alejado de los grandes grupos informativos, con mayores recursos, es complicado marcar una agenda informativa puesto que el sensacionalismo y los hechos llamativos, entre tanta sobreinformación, es lo que acoge y alberga el receptor con mayor fecundidad.
A veces se nos recriminará no estar en tal o cual lugar, que es lo que marca la actualidad, otras por estar en el mismo sitio que el resto, pero siempre serán distintas las formas de contar una misma cosa.
Yo no pretendo engañar a nadie, Kapucinski decía que esta profesión no es para cínicos, y en parte tiene razón, pero por otra no, ya que todo lo que contamos tiene una finalidad. Esto no significa que debamos ser partidistas, en el sentido de ser acérrimos seguidores de un partido constitutivo de la democracia liberal o anti esta, siempre, excepto en el día a día de uno mismo, ya que seguimos siendo personas, lo que debe buscarse y perseguirse es un periodismo que crea en el cambio social, que relate las miserias del mundo, pero también las victorias.
Y repito, es complicado. En estos días puede ser de las primeras veces que he sentido un apoyo cercano, algo que viene exacerbado por ese descredito o rechazo, que decía antes, que sufren los medios. Esto es algo que no ocurre en otros países. Siempre pongo el ejemplo de Bolivia, desde donde sigo recibiendo llamadas y mensajes de gente que confió en el trabajo que allí hicimos.
Con la pandemia y el coronavirus todos tuvimos que readaptarnos y en ese sentido muchos tuvimos que contar lo que tenemos más cerca. Esa readaptación ha sido dura, puesto que se han perdido ingresos, trabajos y aún el margen de maniobra es más limitado, pero además nos sentimos dando palos de ciego ante una realidad que nos ignoraba, aunque nos sobrepasaba todo aquello que contar.
Hay muchos tipos de periodismo que frente al ocaso de lo que algún día fue, están encontrando vías de escape. Un ejemplo son las crónicas de larga distancia, siempre llamativas, que con un buen tratamiento son una deriva excepcional para un público especializado. A pesar de ello, existe un espacio vacío que, curiosamente, es el más cercano.
Quizá ante una vida dura lo que queremos es alejarnos del prisma presente, quizá nos alivie de forma momentánea, pero no es más que un paliativo si luego somos incapaces de poner la mirada en lo que nos rodea, sea como sea. Es por ello que para conjugar un pretérito distinto considero fundamental este retomar lo que es nuestro, nuestras historias, nuestras luchas, nuestras victorias, nuestras derrotas, que a veces pueden ser dolorosas y crueles.
Por ello y por todo mismo considero fundamental recuperar el periodismo de calle, nuestro periodismo, que en definitiva es por y para nosotros, por y para vosotros, aunque truene y llueva, aunque nos desprecien desde el lado generalista. No somos activistas, y al menos no lo somos tanto más que ellos, lo que cambia es la dirección y la cartera de cada uno de los bandos.
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