La hora de los valientes

Daniel Seijo

Tan solo un gobierno ignorante o abiertamente fascista puede enorgullecerse ante su población tras dejar en blanco la dotación presupuestaria destinada a la reparación de la memoria histórica y a la localización y posterior exhumación de las numerosas fosas comunes surgidas tras los fusilamientos extrajudiciales, y la posterior represión fruto de la Guerra Civil y su cruel posguerra. La insensibilidad institucional con las víctimas de la República Española, supone un homenaje a la barbarie erigido a mayor gloria del régimen franquista, un gesto de eterna humillación a los vencidos apoyado por convicción u omisión en las decisiones políticas de una derecha parlamentaria, a la que todavía parece pesarle en sus cálculos electorales la soslayada herencia del franquismo.

Tras ochenta y dos años del inicio de la desatada barbarie reaccionaria contra el gobierno de la II República española, resultan hoy en nuestro país abundantes y particularmente crueles los actos de injuria y humillación contra quienes dieron su vida en la defensa de un gobierno legítimo. Un estado democrático, fiel y digno representante de aquellos españoles que pese a ejercer su voluntad en las urnas, sufrieron en sus carnes la desmedida sin razón, fruto del odio de la España más profunda. Aquella que ya en 1936 prefirió un estado teñido por la sangre de sus conciudadanos a la posibilidad de ver triunfar en el interior de sus fronteras la concepción política de los considerados «impuros», aquellos que poseían en sus corazones una idea muy diferente de España, una concepción alejada del autoritarismo de las armas y la economía o el sin sentido represivo y dogmático de los representantes de la fe católica. La ‘cruzada’ o ‘guerra de liberación’ que todavía hoy legitiman sectores de la derecha, no fue tal, no existe –por mucho que se empeñen los pseudointelectuales herederos de la ignominia–algo similar en la historia a una justificación teórica capaz de minimizar la magnitud de los crímenes franquistas. El 18 de julio de 1936,  en España dio comienzo una traición a la democracia; que ante la pasividad y la complicidad de Europa alargaría sus consecuencias hasta nuestros días. Los vencedores de la Guerra Civil impondrán sobre la sociedad española durante décadas el temor a la libertad y el signo de la obediencia ciega, logrando de ese modo encadenar una serie de pasos estratégicos que todavía en la actualidad hacen de nuestro país un estado directamente heredero de un régimen fascista, una joven y temerosa democracia con un viejo corazón totalitario.

La insensibilidad institucional con las víctimas de la República Española supone un homenaje a la barbarie erigido a mayor gloria del régimen franquista

No podemos, ni debemos olvidar, actos inhumanos como la masacre de la plaza de toros de Badajoz –en la que el ejército fascista asesinó a sangre fría entre 1800 y 4000 partidarios del gobierno republicano– la Navidad de 1937 en Cáceres, el bombardeo de Guernica, la Desbandá, pero tampoco los miles de fusilados durante la guerra y la posterior represión de un régimen franquista obsesionado con erradicar del seno de la población cualquier sentimiento de desafección con el nacionalcatolicismo imperante en la nueva España. La batalla de la memoria y la guerra contra el olvido, suponen a día de hoy la más ardua de las batallas frente a quienes continúan enarbolando la legitimidad de la victoria fascista, pretendiendo con ello imponer una idea pétrea de Estado, surgida de las entrañas políticas de los herederos de la dictadura. No en vano, una monarquía juramentada ante Dios y sobre los santos evangelios, para cumplir y hacer cumplir las leyes fundamentales del reino, guardando siempre,  lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional, continúa ejemplificando de manera obscena una transición de elefantes blancos y ruido de sables, un camino a la democracia custodiado y censurado por las mismas cabezas visibles que durante décadas se habían ocupado de mantener vivo el último estado fascista de Europa.

La gran victoria de la derecha española reside precisamente en el rotundo éxito a la hora de ocultar ante la lupa social su evidente ligazón política y empresarial con las élites surgidas durante la dictadura franquista, a la muerte del dictador le siguió en nuestro país un cambio de chaqueta orquestado durante largo tiempo por quienes tras la carnicería fascista disfrutaron durante décadas el despiece de las riquezas del estado. Los miles de nombres herederos de la dictadura presentes en nuestras calles, los homenajes al enaltecimiento del viejo régimen, la impunidad por los crímenes fascistas o la complacencia con una única parte de nuestra historia por quienes dicen representar a todos los españoles desde las instituciones, suponen hoy un bofetón a los principios de gran parte de la población española.

Tan solo un gobierno ignorante o francamente fascista puede enorgullecerse ante su población tras dejar en blanco la dotación presupuestaria destinada a la reparación de la memoria histórica

La memoria de la República resulta vital, pero resulta a su vez necesaria la acción directa para su consecución. No basta ya con recordar a quienes lucharon dando su vida para combatir al fascismo, sino que en un entorno ampliamente regresivo en materia de derechos sociales y políticos, los principios republicanos deben volver a servir para estructurar una idea de estado en frontal disputa con una herencia demasiado pesada para seguir soportándola ni un segundo más sobre nuestros hombros. Es hora de perder los miedos, tiempo para portar con orgullo y decisión una alternativa política que se muestre capaz de depurar un estado que hoy continúa exhalando pura naftalina fascista. Hoy se manifiesta vital poder estructurar un modelo político capaz de combatir una ofensiva liberal, destinada a someter cualquier disidencia intelectual u obrera contra su modelo de precarización y explotación laboral. Una vez más, como en el 36, son muchos los pequeños matices que separan a la izquierda estatal en su camino para lograr construir una alternativa efectiva de Estado, pero resultaría ciertamente imperdonable tropezar de nuevo con la misma piedra. En medio de una crisis de legitimidad innegable de la monarquía parlamentaria y entre amplios debates territoriales enquistados en el tejido político de nuestro país, el sueño de la III República debe comenzar a estructurarse como una alternativa real e inmediata. Un proyecto que aúne en su interior una concepción de estado social, una firme herramienta con la que comenzar a construir un marco de todxs y para todxs.

¡Salud y República!

En ElSaltoDiario: https://www.elsaltodiario.com/nueva-revolucion/la-hora-de-los-valientes

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