Como sucede normalmente, los líderes occidentales proponen acciones simples e irrealizables que poco harán para dañar las capacidades del ISIS (como intentar limitar su acceso a las redes sociales). De esta manera, evitan la adopción de medidas que potencialmente serían más eficaces para erradicarlo pero que podrían ser más difíciles de realizar y contrarias a sus intereses nacionales.
La mejor manera de debilitar al ISIS para impedir que pueda organizar y llevar a cabo matanzas masivas, como las del pasado mes de abril en Sri Lanka, es poner fin a las guerras en Oriente Medio y el norte de África que durante los últimos cuarenta años han dado lugar a Al-Qaeda y sus clones, entre los que destaca, por su fama y peligrosidad, el ISIS.
Los gobiernos rechazan cualquier responsabilidad en relación a la aparición de ISIS y destacan su apoyo a las ofensivas que terminaron con el último reducto del Estado Islámico el pasado 23 de marzo. En tanto que entidad territorial, el ISIS ha sido eliminado, pero eso no significa que no puedan continuar llevando a cabo acciones de guerrilla y ataques terroristas, como lleva sucediendo en Irak y Siria en los últimos meses. Poca información se difunde sobre estos ataques porque se dan en zonas desérticas de la frontera entre Siria e Irak o porque se dirigen contra regímenes contrarios, como el gobierno sirio en Damasco.
El ISIS nació de la guerra. En 2001, tras los ataques del 11 de septiembre, al-Qaeda (del cual emergió el ISIS) consistía en una red de fanáticos y unas pocas centenas de soldados localizados en Afganistán. Eran tan pocos que tenían que contratar a miembros de tribus locales para llenar las imágenes de sus vídeos propagandísticos.
Fue la invasión y ocupación de 2003 la que hizo de al-Qaeda, liderada en Irak por Abu Musab al-Zarqawi, un movimiento militar poderoso. La presencia reforzada del ejército norteamericano y la oposición de la comunidad suní a partir de 2007 debilitó a la organización y la forzó a replegarse y esconderse esperando tiempos mejores.
Tales tiempos no tardaron en llegar. La guerra de Siria de 2011 se convirtió en una gran oportunidad para este movimiento, que ya contaba con mayores recursos y tropas. Recuerdo líderes en Irak que en 2012/2013 me decían que, a no ser que tuviese un fin rápido, la guerra de Siria haría rebrotar la insurgencia en Irak.
Estos presagios no tardaron en realizarse. El ISIS asombró al mundo saliendo de su fortaleza para capturar Mosul en 2014 y expandiéndose hacia el oeste de Irak y el este de Siria. Los poderes occidentales querían derrotar al ISIS, pero no querían hacer nada que permitiese a sus rivales (Rusia, Irán y Bashar al-Assad) conseguir una clara victoria en la guerra de Siria. Exigieron la ida de Assad mucho después de que se hiciese evidente que iba a ganar gracias al apoyo militar ruso en 2015.
Alimentar el conflicto en Siria para frustrar los esfuerzos de Rusia, Irán y Assad se acomodaban a los intereses del ISIS, que pudo favorecerse de la fragmentación de sus enemigos. El ISIS encuentra sus mayores oportunidades para implantarse allí donde la autoridad del gobierno es débil o inexistente. Cuando la derrota se asomó en el este de Siria este año, los asesinatos y ataques suicidas volvieron a estallar. Las fuerzas kurdas sufrían emboscadas de manera frecuente. El pasado abril, en los territorios controlados por el gobierno sirio cerca de Palmira, una serie de ataques del ISIS mataron a 36 personas y terminaron con la captura de diez soldados partidarios de Assad.
Las células del ISIS presentes en Irak se están reactivando en las zonas sunís que rodean Baghad, las cuales, no hace mucho tiempo, eran objetivo reiterado de largas y devastadoras campañas de ataques bomba. Tal vez sea solo cuestión de tiempo que el ISIS consiga organizar en la capital iraquí un ataque múltiple similar al de Sri Lanka. El último gran ataque bomba en Baghdad sucedió el 3 de julio de 2016, cuando un camión frigorífico cargado de explosivos saltó por los aires asesinando a 340 civiles e hiriendo a centenas más. Este debería ser el momento en que EE. UU. hiciese todo lo que pueda para evitar más masacres. En lugar de ello, Washington está priorizando el ejercicio de presión sobre el gobierno iraquí para aplique sus sanciones contra Irán, dividiendo con certeza a la sociedad y fortaleciendo al ISIS.
Se observa un patrón similar a través de todo Oriente Medio y el norte de África, donde, en mayor o menor medida, hay guerra en Afganistán, Irak, Siria, Yemen, Libia, Somalia y el noreste de Nigeria. Estos conflictos se inflaman o apagan por ocasiones, pero nunca encuentran un término definitivo.
El motivo de estas guerras, que son el verdadero sustento del ISIS y sus semejantes, es que las potencias extranjeras se han involucrado en conflictos civiles y quieren ver a sus representantes en ellas ganar o, en el peor de los casos, evitar la derrota. Libia es un gran ejemplo de esto: Jalifa Hafter, el militar llamado a gobernar Libia, cuenta con la ayuda de Arabia Saudí, EAU, Egipto, Francia y Rusia contra el gobierno de Trípoli, apoyado por Catar, Turquía, Italia, Túnez y Argelia.
Estas divisiones y rivalidades se repiten en todos los conflictos e implican que el ISIS siempre encontrará la oportunidad para implantarse en algún lugar del caos. Al mismo tiempo, es necesario mantener un sentido del equilibrio al considerar las capacidades del ISIS: las atrocidades acometidas en Colombo, Baghdad, París, Manchester, Westminster y otros tienen todas las posibilidades de acaparar la agenda mediática, provocar miedo y proyectar fortaleza.
Pero no esas no son formas de ganar una guerra y la reciente derrota del califato es real e irreversible. Esto no quiere decir que el ISIS no intentará resurgir como un movimiento de guerrillas, confiando en ataques terroristas contra objetivos civiles. Se trata en el fondo de una máquina de guerra liderada por militares experimentados que saben adaptar sus estrategias y tácticas a las circunstancias. Hablar, como se hace desde Occidente, de cortar la propaganda del ISIS en las redes sociales como si fuese un golpe mortal para la organización significa no enterarse realmente de lo que pasa.
Las redes sociales pueden ser una poderosa herramienta, pero el ISIS sobreviviría sin ellas. Los movimientos sectarios y salvajes como este, los nazis de Alemania o los jemeres rojos de Camboya existían antes que la internet y sin ella conseguían propagar su mensaje tóxico.
La única manera de terminar con el ISIS es poner fin a las guerras que lo producen. Una gran parte de Oriente Medio y el norte de África han sido escenario de conflictos donde las rivalidades internacionales y regionales se dirimen mediante apoderados locales. Mientras esto no cambie, ISIS continuará existiendo.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2019/04/30/isis-feeds-off-the-chaos-of-war/
Traducción: José Manuel Sío Docampo
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