la OTAN empezó una campaña de bombardeos masivos sobre posiciones serbias en marzo de 1999, la guerra entraba en una fase mucho más cruda. Los bombardeos no se limitaron a Kosovo, sino que afectaron a toda Serbia
Por Tomás Purroy / Descifrando la Guerra
Occidente apadrina la causa albanokosovar
Conforme el conflicto avanzaba, los guerrilleros albanokosovares iban logrando la deseada atención de los medios de comunicación, los halcones de la política exterior y la diplomacia internacional. Crecían por doquier las voces que clamaban por intervenir “para detener el conflicto”, contemplándolo como la continuación de la desastrosa guerra bosnia.
EEUU era el gran valedor de esta intervención, en shock por la caída de un gobierno aliado en Albania e intrigado por la irrupción del ELK. Entre los países de la OTAN crecía el deseo de trocear Serbia, pero era una intención confusa y en absoluto unánime, ya que colisionaban la voluntad de conservar las fronteras europeas y el deseo de evitar una limpieza étnica y/o derrotar al adversario superviviente: Milósevic.
Con este trasfondo, la comunidad internacional se reunió en Londres (marzo de 1998) para negociar la escalada en Kosovo. EEUU y Reino Unido lograron sacar adelante, a pesar de la oposición rusa, la vuelta a las sanciones económicas sobre Serbia. También se realizó un llamamiento al gobierno serbio a negociar la autonomía de Kosovo, más la respuesta fue rotunda: Kosovo era un asunto doméstico del que no había nada que discutir. Además, para refrendar la negativa, se realizó un referéndum con resultado aplastante.
Conforme pasaban los meses, el apoyo norteamericano a los guerrilleros era más evidente y abultado. Dicha conexión no fue sencilla de establecer dada la gran descentralización y escasa organización del ELK. La relación se hizo oficial al salir a la luz una reunión informal, enfureciendo a los serbios y causando estupor en ciertos países occidentales, especialmente Francia. Una vez establecido el puente, los norteamericanos no dudaron en prometer al ELK la independencia en «menos de 5 años». Con este poderoso respaldo, materializado en armas y reconocimiento, el grupo insurgente se reorganizó y rearmó, entrando en una nueva fase en la que buscará occidentalizarse al máximo.
Con este viento de cola, el ELK ascendió rápidamente, su apoyo popular aumentó y no dudó en declarar solemnemente que se disponía a liberar Kosovo. Solo en verano de 1998, el grupo acabó con la vida de 80 policías y 60 civiles serbios (masacre de Klecka), además de controlar cada vez más poblaciones. La escalada era imparable, con las fuerzas serbias respondiendo con grandes operaciones “antiterroristas” y sus consecuentes crímenes de guerra, muchos de ellos reportados y televisados. Decenas de miles de albaneses huían de las fuerzas serbias, refugiándose en los bosques o moviéndose hacia la frontera con Albania.
En EEUU ganaba fuerza la idea de que era urgente una intervención militar, ya que las sanciones no lograban doblegar a los serbios. Sin embargo, actores clave, como el gobierno francés de Chirac, exigían la luz verde del Consejo de Seguridad de la ONU, donde el veto ruso era insalvable para una intervención. Por esta vía se logró un acuerdo que incluía un alto el fuego y el retorno de refugiados, pero no la posibilidad de una intervención militar.
Sin la opción de la fuerza abierta, la OTAN consideraba que todo era un brindis al sol, así que empezó a preparar un intervención por su cuenta, a pesar de las tensiones internas. El papel del secretario general, Javier Solana, fue clave, con su célebre frase para describir la táctica de Milósevic: “A village a day keeps NATO away”. Así salió adelante una resolución que daba al gobierno serbio 96 horas para cumplir con la resolución de la ONU, con la amenaza de la aviación de la OTAN preparándose en el Adriático. Ante este hecho, tras una tensa reunión del Consejo Supremo de Defensa, el gobierno serbio aceptó buena parte de las demandas: retirar diversas tropas de Kosovo, no lanzar ofensivas e implementar el alto el fuego que un grupo de observadores internacionales verificaría.
Por su parte, como la resolución no le exigía absolutamente nada, el ELK aprovechó para ocupar infinidad de posiciones y reforzarse, siendo suministrados generosamente por EEUU y Reino Unido. Aunque los albaneses seguían siendo incapaces de batir a los serbios, estaban en una posición envidiables para una eterna guerra de guerrillas, con la OTAN dispuesta a socorrerles si se le ofrecía el pretexto adecuado.
Y el pretexto no tardó en llegar. El 15 de enero de 1999, 3 policías serbios fueron asesinados por miembros de una familia de la aldea de Racak, que fue asaltada la noche por tropas serbias. Cuando a la mañana siguiente llegaron los observadores internacionales, 15 varones con ropas de civil yacían muertos, uno de ellos decapitado. Tanto los guerrilleros como los observadores afirmaron categóricamente que eran civiles ejecutados, no milicianos a los que se hubiese vestido de civil tras su muerte, tal y como aseguraban los serbios.
La jefa de diplomacia estadounidense, Madeleine Albright, consideró que era la hora de lanzar un nuevo ultimátum. Pero la decisión volvió a ser retrasada por las dudas de los aliados europeos, pidiendo el gobierno francés tantear la mediación rusa, para lo cual la secretaria de estado viajó a Moscú (25 de marzo).
Antes de lanzar el ataque, tuvieron lugar negociaciones de última ahora, reuniéndose las partes el 6 de febrero en Rambouillet (Francia). Se propuso una autonomía kosovar bajo la protección de la OTAN, algo que el gobierno serbio rechazó de frente, ya que implicaba perder Kosovo y dar absoluta libertad de movimientos a la OTAN en toda Serbia.
Pero más allá del previsible rechazo serbio al “acuerdo”, un problema inesperado fueron las reticencias de la delegación del ELK para firmar lo que era un autonomía tutelada. Ellos peleaban por la independencia y los comandantes no querían aceptar otra cosa. El dilema era claro, si decían que sí podían perder la independencia y, si decían que no, a la comunidad internacional a la que debían todo. La situación se resolvió tras grandes tensiones, aclarando la Secretaria de Estado a los kosovares que, si firmaban y los serbios no, la intervención militar de la OTAN sería un hecho pero, de no hacerlo, las manos de la OTAN quedarían atadas y toda su lucha se iría por el retrete. Finalmente, con reticencias, tras cambiar ciertas palabras refiriéndose al referéndum, firmaron.
Milósevic, que no había acudido con la delegación serbia para darse un margen de maniobra, acusó de farsa y de independencia de facto al proceso. Era una visión que compartían el parlamento serbio y buena parte de la opinión pública. El propio vice primer ministro señaló en un mitin: “Si la OTAN nos bombardea, los serbios sufriremos bajas. Pero ningún albanokosovar quedará en Kosovo.” Esta relativización de los bombardeos, considerando que durarían poco, no serían devastadores e incluso serían una baza propagandística, será un error colosal.
Bombardeos «inteligentes»
La suerte estaba echada, tras una serie de gestiones diplomáticas y un nuevo ultimátum, la OTAN empezó una campaña de bombardeos masivos sobre posiciones serbias en marzo de 1999, la guerra entraba en una fase mucho más cruda. Los bombardeos no se limitaron a Kosovo, sino que afectaron a toda Serbia, donde la duda latente era si el ataque era quirúrgico o, en caso de no serlo, cuál sería su duración e intensidad. La respuesta será que la intervención se fue alargando ya que, a la hora de la verdad, el resultado de los ataques no fue tan brillante como se preveía por varias causas:
- Los bombardeos se habían concentrado en un principio en las bases antiaéreas y militares, mientras que en Kosovo el peso de los combates los llevaban las fuerzas policiales serbias.
- Las “bombas inteligentes” resultaron no serlo tanto. Las bajas serbias no fueron decisivas, ya que las armas y hombres se dispersaron y alejaron de sus bases. El resultado fue una falta de objetivos claros, que se traducirá en atacar una y otra vez las mismas bases, aparte de que muchos de los blancos resultaron ser baratas maquetas de cartón o madera con pilas de mocroondas o elementos metálicos preparados por los serbios.
- Desde el punto de vista propagandístico, si bien era sencillo criminalizar a las fuerzas serbias frente a la insurgencia albanesa, no lo era tanto en medio de una campaña de bombardeos de la fuerza aérea más potente del mundo, cuyos éxitos además estaban resultado ser pobres, a la par que los daños colaterales aumentaban.
- Enlazando con lo anterior, uno de los lugares donde la opinión pública estaba más enardecida era Rusia, donde las manifestaciones contra la intervención norteamericana dañaban al gobierno pro-occidental del momento. El propio Yelstin estaba enfurecido por no haber sido consultado, lo cual supuso el fin de una etapa de idílica cordialidad con Occidente. Solamente Francia mantenía su capacidad mediadora gracias a su moderada posición y mano izquierda.
Por todo ello, si la intervención buscaba prevenir una campaña contra los albanokosovares, el resultado inmediato fue precisamente el opuesto. Las fuerzas serbias atacaron con dureza, sucediéndose los crímenes de guerra (masacre de Lubeniq) y llegando números inéditos de refugiados albanokosovares a Albania.
La OTAN, una vez involucrada, no podía tolerar ser incapaz de vencer a la pequeña Serbia, ni mucho menos aceptar la mediación rusa. Por ello se planteó ampliar los blancos de los bombardeos a lo que denominaron «elementos de valor simbólico o psicológico para Milósevic”, un eufemismo para referirse a la infraestructura civil: puentes, autovías, zonas industriales… Ahora bien, para ello se necesitaba el consenso, y de nuevo Francia se oponía, considerándolo un castigo colectivo y contraproducente. Tras varias negociaciones, acordaron ampliar los objetivos con el fin de degradar la capacidad de mando del presidente Milósevic.
Traducido sobre el terreno, comenzaron los bombardeos sobre bases gubernamentales y policiales en Belgrado, llenando la capital de sirenas, explosiones y civiles que buscaban refugio. Además, el mando de la OTAN ignoró el veto francés, atacando varios puentes sobre el Danubio. El resultado era lo que se temía Chirac, Milósevic movilizó a sus partidarios y miles de civiles protegían cada noche los puentes restantes. Ahora, cada vez que les acusaban de provocar una limpieza étnica en Kosovo, los serbios respondían con los ataques indiscriminados de la OTAN.
Mientras tanto, el gobierno serbio lidiaba con tres frentes simultáneos desde el complejo presidencial: las operaciones contra los albanokosovares, los bombardeos de la OTAN y la situación interior del país. En este último sentido, varios opositores huyeron a Montenegro, república tradicionalmente pro-serbia, pero que estaba gobernada por la facción contraria a Milósevic, encabezada por Milo Djukanovic. Su intención era mantenerse alejado del conflicto, a pesar de tener en su territorio bases del ejército federal. De nuevo, la Francia de Chirac era contraria a bombardear Montenegro para no dañar a su gobierno y el mando de la OTAN se saltó esta oposición. Sin embargo, en este caso tuvieron que detener los ataques ante la protesta francesa.
No solo sobre el terreno la situación se agravaba, con una 1/3 de los kosovares refugiados, también los llamados “daños colaterales” se acumulaban y dañaban la imagen de la OTAN. Empezaron a ser comunes los ataques contra trenes y vehículos civiles, donde la OTAN se excusaba por qué, por ejemplo, “iban a mucha velocidad”. Mientras, las autoridades serbias llevaban a los periodistas internacionales a estos eventos, para probar que las bombas inteligentes y precisas no lo eran tanto.
La OTAN estaba siendo incapaz de ganar la guerra sobre el terreno y perdía el frente propagandísticos, prendiendo las protestas contra la intervención militar por toda Europa. Los EEUU de Clinton y la Gran Bretaña de Blair empezaron a barajar el envío de tropas terrestres, opción a la que se negaban en redondo muchos miembros de la Alianza (Italia, Alemania, Francia…), temerosos de la contestación ciudadana. De nuevo se optó por un mensaje ambiguo, asegurando que harían lo necesario para vencer, sin comprometerse a nada. De esta forma se salvaguardaba la unidad de la Alianza Atlántica, evitando las temidas peleas internas que esperaban tanto rusos como serbios.
Rusia entra en el tablero
El gobierno ruso, viendo el callejón sin salida en el que estaba entrando la OTAN, trató de volver al tablero ofreciéndose como mediador. Pero antes de que este escenario diplomático pudiese explorarse, la OTAN protagonizó dos graves incidentes. El primero (7 de mayo) fue el bombardeo mediante bombas racimo de Nis, la tercera ciudad serbia, donde murieron más de una docena de civiles. El segundo fue el bombardeo de la embajada china en Belgrado, con la muerte de 3 diplomáticos. En el primer caso, los atacantes dijeron que fue un error del proyectil, destinado a una base militar cercana. En el segundo, arguyeron que confundieron la embajada con una empresa armamentística por culpa de un «mapa anticuado».
Aparte del lógico enfado chino, estos incidentes supusieron el endurecimiento definitivo de la postura rusa, siempre con el objetivo en mente de forzar un acuerdo y volver al tablero geopolítico. De nuevo fue el presidente francés el encargado de mediar entre el Kremlin y Occidente en horas difíciles. Se instaba a Yelstin a que presionase a los serbios hacia un acuerdo, tras el cual Rusia y la OTAN enviaría cascos azules a Kosovo. Era precisamente lo que deseaba Yelstin, empezando las negociaciones de forma oficial, dirigidas por el presidente finlandés (Martti Ahtisaari). La premisa era no dirigirse al gobierno serbio hasta no tener una decisión unánime sobre el acuerdo.
Desde la OTAN la impaciencia iba en aumento, ser incapaz de forzar a Serbia a renunciar a una pequeña provincia tras tres largos meses de bombardeos era una conmoción para la organización militar al frente de un mundo unipolar. Y no solo eso, la unidad de la OTAN había estado en peligro y las tensiones domésticas por la intervención eran graves en numerosos países. En Alemania, el canciller Schoroeder veía como su coalición entre socialdemócratas y verdes hacía aguas, su partido implosionaba e, incluso, su ministro de asuntos exteriores era golpeado con pintura. Grecia también estaba inmersa en agitaciones, incluso en el propio EEUU había tensiones, encabezadas tanto por sectores antimilitares como por ciertos segmentos aislacionistas del partido republicano (Ron Pau, Ted Poe…).
En medio de esta situación, incluso se intentó matar a Milósevic bombardeando directamente su casa/búnker personal, pero el mandatario serbio no estaba allí en ese momento. También, ante la cercanía del amenazante invierno, aumentaban las voces a favor de un despliegue terrestre, acudiendo sigilosamente distintas unidades de la OTAN hacia Albania, Macedonia y el Mediterráneo.
Finalmente, la intervención no fue necesaria, ya que las negociaciones entre EEUU y Rusia dieron sus frutos. En este acuerdo hubo dos puntos controvertidos: el primero era la retirada serbia de Kosovo, donde el gobierno ruso cedió con la oposición frontal de sus fuerzas armadas; el segundo fue el deseo ruso de tener un área de Kosovo bajo su control donde pudiesen refugiarse los serbios locales, punto que se dejó en suspenso. Con el acuerdo firmado, lo llevaron al gobierno serbio, a la vez que las fuerzas de la OTAN seguían desplegándose amenazadoramente en los países vecinos.
En Serbia, el apoyo al gobierno y a la guerra se resquebrajaba por momentos en medio de graves penurias. Tras meses de sanciones y nueve semanas de bombardeos, la moral y la economía estaban en situación de colapso. Tras 78 días de ataques, unos 2000 civiles serbios habían muerto y 10000 habían resultado heridos, aparte del daño en decenas de miles de casas y edificios civiles, los “daños colaterales”. Las infraestructuras estaban destruidas, los medios de comunicación afectados, los complejos industriales arrasados, el paro subiendo, la moneda en caída libre, la pobreza desatada, aparecía un vigoroso mercado negro, las pensiones no llegaban, el goteo de soldados muertos y heridos desde el frente no cesaba… Cada vez más gente se inclinaba a pensar que era necesario un cambio de gobierno, incluso derribar el sistema estatal yugoslavo de raíz comunista.
Milósevic comprendió que todo el apoyo nacionalista serbio sobre el que se había basado su ascenso y estancia en el poder se derrumbaba, a la vez que la invasión terrestre de la OTAN era inminente y Rusia le presionaba para hacerle ceder. No tenía opción, así que aceptó el acuerdo que se le ofrecía y lo presentó al parlamento, que lo sacó adelante. El 9 de junio de 1999 se firmaban los Acuerdo de Kumanovo (Macedonia), la guerra había terminado.
Siendo el acuerdo una claudicación, lo cierto es que había cierto beneficio mutuo: la OTAN se ahorraba un combate, con sus siempre dolorosas bajas, y Milósevic se mantenía en el poder salvando parcialmente su imagen. En este último punto, para hacerlo más digerible a los serbios, se acordó utilizar la enseña y supervisión de la ONU, no de la OTAN, a la vez que se consideraba a Kosovo una región autónoma dentro de “Yugoslavia”.
Ahora bien, Rusia y Serbia seguían trabajando para conseguir una porción de Kosovo, en base a la ambigüedad del acuerdo con la OTAN. Con este fin, las fuerzas serbias retrasaron su retirada a la espera de que llegasen tropas rusas y se asegurasen un sector. Las militares de la OTAN observaron estupefactos como los rusos se les adelantaban y llegaban a Pristina entre vítores de los serbios. El choque directo entre la OTAN y Rusia estuvo a punto de materializarse en el aeropuerto de Pristina, pero los británicos (el futuro cantante James Blunt tuvo un papel destacado) se negaron a bloquear con helicópteros la llegada de refuerzos rusos para evitar este escenario nefasto.
Sin embargo esta victoria ruso/serbia fue efímera, para traer refuerzos los rusos debían sobrevolar Hungría, Bulgaria o Rumania, y al acabar de entrar la primera en la OTAN y desearlos las otras dos, no se obtuvo el permiso. Sin posibilidad de refuerzos, la presencia rusa estaba condenada. Finalmente las tropas de la OTAN irrumpieron en Kosovo, que quedó en manos de una fuerza internacional y sin un sector ruso para los serbios.
Tras la guerra, la independencia unilateral
Con este conflicto se cerraba el ciclo de creciente intervención occidental en la antigua Yugoslavia, inaugurado en Eslovenia años atrás. La gran diferencia de Kosovo con el resto era que, a diferencia de Eslovenia, Croacia y Bosnia, siquiera había sido una república dentro de la federal Yugoslavia. A lo sumo podían argüir haber sido una provincia con amplias competencias hasta su abolición en 1989, pero a todas luces no fue lo mismo para la comunidad internacional, que aun debate sobre su reconocimiento a día de hoy.
En teoría el acuerdo garantizaba un Kosovo dentro de “Yugoslavia”. La realidad fue que el Ejército de Liberación no se desmovilizó y, dueño del territorio tras la retirada de las fuerzas serbias, desató una limpieza étnica contra los serbios, aparte de otras minorías mucho más exiguas. Este crimen de guerra fue considerado necesario por los albaneses, y tolerado por la OTAN, con el fin de lograr una región cohesionada étnicamente que no reprodujera el inestable esquema yugoslavo ni la solución bosnia. En una ciudad como Peja, donde antaño hubo unos 30000 serbios, ya no queda ninguno, ya sea por negarse a vivir en un estado albanés o por la presión directa de muchos de sus vecinos, que los consideran verdugos, colaboradores necesarios o simples elementos a expulsar. Solo quedó un precario enclave serbio al Norte que proseguirá siendo foco de conflictos.
Las nuevas autoridades albanokosovares, apadrinadas por EEUU y buena parte de Europa, se lanzaron a una política de hechos consumados. Proclamaron unilateralmente la independencia el 17 de febrero de 2008, acudiendo el gobierno serbio a la Corte Internacional de Justicia y estallando manifestaciones y disturbios en Serbia (asalto a embajadas), Montenegro, la República Sprska y Kosovo. En las sesiones de la Corte de Justicia, los países participantes mostraron su opinión, siendo la española una de las más duras contra la declaración unilateral. El veredicto final fue que la declaración de independencia no violaba la ley internacional, aunque ponía el acento en el reconocimiento. La euforia se desató entre los albanokosovares, y el resto de naciones/pueblos sin estado.
Desde el punto de vista internacional, quienes estaban a favor de un Kosovo independiente urgieron al reconocimiento del nuevo estado y al diálogo entre Kosovo y Serbia. Por su parte, los actores opuestos relativizaron el veredicto. 112 países han reconocido a Kosovo como estado independiente desde entonces, entre ellos prácticamente toda la Unión Europea con algunas notables excepciones, como Grecia o España. Los motivos españoles son evidentes, dada la problemática interna que afronta el país, de hecho, en 2018 el gobierno de Mariano Rajoy se negó en redondo a acudir a cualquier cumbre con Kosovo representado.
Más todo no ha sido diplomacia, una muy mermada minoría serbia continuó viviendo en Kosovo, especialmente en el Norte, rodeada por una amplia mayoría albanokosovar que los observaba con ansias de venganza por la guerra y un obstáculo para su país. En 2004, mientras los veteranos del ELK estaban movilizados por ser juzgados varios de sus líderes, la muerte de dos niños albaneses ahogados hizo saltar todo por los aires. Turbas albanesas asaltaron enclaves serbios y edificios religiosos antiquísimos, desbordando a la policía de la misión internacional, que tuvo que responder con fuego real. En estos graves disturbios 20 personas murieron, 1000 resultaron heridas y 5000 serbios fueron desplazados de sus hogares, la fragilidad de la paz en Kosovo era palpable. En 2008 serán los serbios los que salgan a las calles y protagonicen disturbios, en protesta por la declaración unilateral de independencia.
Desde el punto de vista político y formal, la minoría serbia inicialmente apostó por una organización municipal con poder legislativo, una especie de República Sprska a la kosovar que despertaba de nuevo el temido fantasma de la partición. Este fantasma se disipó en 2013 con el Acuerdo de Bruselas, renunciando los serbokosovares a levantar un poder legislativo propio y aceptando el gobierno kosovar que tengan su propia policía y justicia. Estos acuerdos han sido rechazados por los albanokosovares más radicales, contrarios a cualquier tipo de presencia serbia en Kosovo.
No querría terminar este amplio repaso al conflicto kosovar sin recalcar que, nada más terminar la guerra, la OTAN estableció una colosal base militar: Camp Bondsteel. En junio de 1999 empezó a levantarse esta monumental obra, con capacidad para 7000 soldados. La OTAN y EEUU se garantizan así un pie firme en los siempre volátiles Balcanes, entre Europa y Oriente Medio, bajo un potencial aliado ruso (Serbia). A cambio, Kosovo obtiene la protección perpetua de su independencia.
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