La gran estafa española

Totalmente ajena a la cruel realidad diaria de la clase trabajadora del estado, la mal llamada izquierda española se ha enfrascado en el mero marketing político, pretendiendo diferenciar sus argumentos y programas de los de la derecha únicamente en el espacio identitario

Por Dani Seixo

«No es lo mismo hablar de revolución democrática que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno conservador; el segundo es liberador»

Hugo Chávez

«Quien renuncia a la lucha por el socialismo, renuncia también a la movilización obrera y a la democracia.»

Rosa Luxemburgo

Apenas unas horas después de las elecciones municipales y autonómicas, que supusieron un duro varapalo para el tradicionalmente considerado espacio progresista español, nos encontramos de nuevo inmersos en la ensimismante enajenación electoral a la que los regímenes burgueses occidentales nos han acostumbrado, aislándonos cada vez más de cualquier proceso de cambio real o deliberación democrática revolucionaria.

En un escenario postelectoral en el que los socialistas pierden gran parte de su control territorial y mientras la marea conservadora avanza imparable en gran parte del país, la decisión del presidente del gobierno español de poner fin a la legislatura y adelantar las elecciones generales al 23 de julio de 2023, supone un arriesgado movimiento de doble filo. En este contexto, Sánchez no solo apuesta una vez más todo su capital electoral a la enésima alerta antifascista que pretende poner freno al Partido Popular y sus futuribles pactos con Vox, sino que, a su vez, se aventura a propiciar la estocada final a sus actuales socios parlamentarios y a los restos políticos de la breve y fácilmente encauzada indignación española hija del 15M.

Inmersos en inextinguibles luchas fratricidas y guiados únicamente por liderazgos basados en el tamaño del ego de sus cabezas visibles, poco ha tardado las formaciones de la llamada izquierda española a la hora de servir en bandeja de plata al PSOE la excusa perfecta para lograr sacrificar en el altar de la gobernabilidad y el sentido de estado a todas las voces mínimamente discordantes con su proyecto nacional. Un proyecto depredador plenamente comprometido con la salvaguarda de los restos del régimen del 78 y el proyecto imperialista comandado por Washington, mediante su brazo armado de la OTAN.

No nos engañemos: las tediosas disputas entre los restos del progresismo centralista, no son la enfermedad, sino tan solo un síntoma de la misma. Cautiva y desarmada desde la derrota militar frente al franquismo y la traición política del carrillismo y los hijos del quintacolumnismo alemán, la izquierda española queda hoy en manos de una burguesía con sede en Madrid que parece haber alcanzado finalmente sus últimos objetivos.

Independientemente de que nos refiramos al partido comandado en la sombra por Pablo Iglesias o al nuevo experimento posmoderno encarnado por quien el propio Pablo había elegido personalmente para sustituirlo en la torre de marfil del parlamentarismo español, lo cierto es que décadas de cesiones, malmenorismos, traiciones y profundo arribismo, han terminado convirtiendo a la supuesta izquierda española en un ente intensamente alienado, cínico, individualista y especialmente inane.

Seamos precisos, durante esta legislatura, el voluntarismo progresista de Unidas Podemos no ha podido ocultar los cerca de 39.000 desahucios durante el pasado año, los más de 13 millones de personas en riesgo de pobreza, el 45% de los «españoles» que llegan con dificultad a fin de mes, el hecho de que uno de cada ocho trabajadores subsiste con rentas inferiores a los 10.000 euros brutos anuales o el récord histórico de disoluciones mercantiles, sobrepasando los 26.000 y agudizando de este modo una desindustrialización que parece imparable.

Totalmente ajena a la cruel realidad diaria de la clase trabajadora del estado, la mal llamada izquierda española se ha enfrascado en el mero marketing político, pretendiendo diferenciar sus argumentos y programas de los de la derecha únicamente en el espacio identitario. Todo ello, después de haber aceptado plenamente la senda capitalista, llevando a que se haya abandonado cualquier expectativa de cambio o ruptura con las estructuras de poder heredadas del franquismo y con la industria de la muerte de la que el estado español forma parte por su integración en la OTAN.

La ausencia de autocrítica, los frenéticos ritmos políticos que impiden la reflexión, los continuos chantajes a sus votantes o el voraz discurso infantilista con el que se pretende movilizar a una población contemplada como mero ganado electoral, demuestran la urgencia de una formación ideológica y una deliberación colectiva totalmente ajena a los marcos impuestos por el sainete de las llamadas democracias burguesas.

A pesar de las esperanzas depositadas en el cambio democrático propiciado por estas estructuras de dominación de clase, la apabullante abstención, el resurgir del viejo fantasma del fascismo y las cíclicas crisis capitalistas que amenazan con arrasar hasta el último refugio de lo público y común, nos apremian a admitir y reconocer que la realidad no puede ser transformada desde las atalayas universitarias o mediáticas, totalmente desconectadas de la realidad material y política de los barrios obreros, las fábricas y el conflicto de clase sumamente candente en nuestras calles.

La incapacidad de la izquierda española para asumir sus propias derrotas, traiciones y falsedades parece abocarla a un ciclo sin fin de transformaciones aparentes en las que todo cambia para que todo siga igual. Llámese Sumar, Unidas Podemos, Izquierda Unida o Partido Socialista Obrero Español, los cambios de siglas, liderazgos y desechables programas políticos preelectorales no vienen sino a esconder la incapacidad del reformismo capitalista para encauzar los cambios políticos necesarios para revertir décadas de privatización de los servicios públicos y depauperación de la clase trabajadora del estado. No existe posibilidad alguna de reforma del marco español ni futuro para los pueblos del estado bajo la bota genocida del imperialismo estadounidense.

Y es ahí, en la senda del rupturismo con el régimen del 78 y el marco capitalista, en el que cualquier alternativa realmente a la izquierda debe buscar el contacto y el apoyo de las masas trabajadoras del estado. Alejarse de la izquierda progresista, moderada o de centro, supone un imperativo ineludible para comenzar a ejercer la rebelión práctica y la verdadera democracia revolucionaria que nos conecte con las resistencias de otros pueblos en el mundo y nos permita, de este modo, dejar atrás el voluntarismo inane del progresismo español. El objetivo inmediato es avanzar en la firme defensa de nuestro estado de bienestar, nuestra soberanía y la pacífica convivencia de los pueblos trabajadores del estado.

La alternativa y la disputa real se dibuja en estas coordenadas, por mucho que hoy el guirigay mediático pretenda entretenernos con sainetes vodevilescos acerca del futuro de las formaciones y personalidades políticas de los nuevos oportunistas del parlamentarismo español, se enmarquen estos en Sumar o Podemos.

Socialismo, autoorganización o barbarie.

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