En la isla de Irlanda la salida del Reino Unido de la UE se veía como un peligro de reavivar el problema Norirlandés. La frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte era uno de los condicionantes más delicados de las negociaciones del Brexit. No se quería reavivar un enfrentamiento apenas apaciguado hace un par de décadas.
Durante la semana pasada se fueron sucediendo los altercados en localidades como Belfast, Derry y Antrim. Los proyectiles volaron por encima de los llamados muros de la paz. Ese oxímoron a modo de remedio que separa las comunidades católica y protestante de Belfast. También, pudimos ver como un grupo de chavales unionistas arrojaban un cóctel molotov a un autobús en marcha, reduciéndolo a chatarra humeante. Los disturbios por parte de los unionistas (Pro Reino Unido), que fueron respondidos por los republicanos (a favor de la unidad de “las dos irlandas”), tienen su origen en muchos factores arrastrados durante las últimas décadas.
El detonante de los actuales disturbios radica en la supuesta impunidad de los miembros del Sin Feinn que acudieron al entierro de un ex miembro del IRA, saltándose las restricciones por la pandemia.
Otro de los motivos del descontento entre los unionistas tiene que ver con el “Northern Ireland Protocol”. El NI Protocol o protocolo de Irlanda del Norte es la solución acordada por la UE y el Reino Unido tras el Brexit.
El protocolo, que entró en vigor a comienzos del 2021, mantiene la zona aduanera en el mar de Irlanda. Esto supone la permanencia de Irlanda del Norte en el mercado común europeo y el consiguiente cumplimiento de los estándares de la UE sobre productos alimenticios, los lácteos, el pescado o los huevos.
Con esta fórmula la UE evita el problema que supondría establecer puestos fronterizos entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Algo que podría ser materia de conflicto, puesto que se trata, actualmente de una frontera difusa por la que circulan libremente unos 100 millones de personas al año, según estimaciones del gobierno Norirlandés.
Para los unionistas el protocolo es una afrenta a la soberanía de Irlanda del norte y reclaman ser tratados como Inglaterra, Gales o Escocia. Desde los acuerdos del Viernes Santo (1998), que supusieron el fin del conflicto, Irlanda del Norte tiene un gobierno “devuelto” para unionistas y nacionalistas con poderes ejecutivo y legislativo. Mientras tanto, Westminster se reserva las competencias en asuntos exteriores, inmigración, impuestos y renta.
Algunos líderes unionistas vaticinan de manera insistente los peligros que corre la relación constitucional entre Irlanda del Norte y Reino Unido. Al fin y al cabo, según ellos, Irlanda del Norte quedaría, de facto, a merced de las decisiones tomadas en Bruselas. Como remedio proponen retomar una frontera terrestre como la que existía antiguamente, antes del establecimiento de un área común de movimientos en 1952. Lo cierto es que esta solución podría perjudicar a trabajadores de ambos lados, que no son pocos.
A pesar de lo que pueda parecer, en Irlanda del Norte ganó la opción “remain”, quedarse en la UE, por un ajustado 55% aunque en algunas zonas costeras como el condado de Antrim se alcanzó el 62% de respaldo al Brexit. Antrim es el feudo del DUP, Partido Unionista Democrático, que apoyó a los conservadores de Teresa May en su campaña por el Brexit y que en el pasado mostró su oposición a los derechos civiles y adhesión a grupos neonazis. El motivo de su enfado es la traición pertrechada por Reino Unido con este acuerdo disruptivo para el tráfico de mercancías y de personas.
Sin embargo, no todo se puede reducir al Brexit y sus derivados. Lo cierto es que los rompecabezas fronterizos ahondan en los problemas existentes en la sociedad posconflicto de Irlanda del Norte. Con los acuerdos del Viernes Santo se cerraba el periodo conocido como The Troubles (Los problemas), pero la segregación y la violencia paramilitar no llegaron a desaparecer por completo.
Miembros de aquella generación que vivió The Troubles se encuentran afectados por diversos trastornos como el PTSD (Síndrome de Estrés Postraumático). La pobreza y la falta de acceso a tratamientos de salud mental empujan a muchos ciudadanos norirlandeses al suicidio, haciendo que Irlanda del Norte tenga una de las tasas de suicidio más altas del Reino Unido, la cual, además aumentó tras el alto el fuego de 1998.
Por su parte, la generación que no vivió el conflicto, los ceasefire, nacidos entre finales de los 80 y finales de los 90 se enfrentan a una fuga de cerebros. Los recortes en educación superior han empujado a un gran número de estudiantes fuera de la isla de Irlanda. Las cifras hablan de unos 17,500 estudiantes matriculados en Inglaterra, Gales y Escocia, siendo este último el principal destino al tener unos costes universitarios más baratos. La mayoría no tienen previsto volver.
Todo esto sin olvidar la irrupción de la pandemia, que agudiza los efectos de la pobreza absoluta en la que se encuentran más de 300.000 personas, el 16% de la población según datos publicados en 2020.
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