La eterna humillación de la escuela pública en Estados Unidos

Lo que realmente puede desestabilizar a un Estado que se basa en férreas jerarquías y corporativismo es atacar su estructura y cuestionar sus bases.

Tania Lezcano

El pasado 11 de diciembre en la ciudad estadounidense de Sioux Falls (Dakota del Sur) se celebró un partido de hockey del equipo local, Sioux Falls Stampede, que generó una merecida polémica. Durante el intermedio, el banco hipotecario CU Mortgage Direct Bank organizó un concurso llamado Dash for Cash en el que diez docentes tenían que arrodillarse sobre un tapete y hacerse con el mayor número de billetes de dólar de un total de 5.000.

El presidente de la Federación de Maestros de EE.UU., Randi Weingarten, no tardó en publicar un tuit calificando el evento como «degradante» y añadiendo que «los maestros no deberían tener que apresurarse por buscar dólares para el material escolar». Ante la polémica, los organizadores, tanto el equipo de hockey como el banco, se vieron obligados a disculparse: «Aunque nuestra intención era brindar una experiencia positiva y divertida para los profesores, podemos ver lo degradante e insultante que fue para ellos y la profesión de los docentes. Lo lamentamos profundamente y pedimos disculpas a todos los maestros por cualquier vergüenza que esto pueda haberles causado».

A pesar de que existiera esa supuesta buena intención, precisamente esta refleja perfectamente el estatus social de esa profesión en Estados Unidos y también la precariedad laboral y falta de fondos para poder hacer bien su trabajo. Convertir esto en espectáculo, no obstante, no resulta sorprendente en una meca del capitalismo que desprecia de forma sistemática la educación pública. Y es que esta polémica es solo la punta del iceberg de un sistema hacia el que Europa parece caminar y que solo beneficia, como de costumbre, a las escuelas privadas y a quienes más tienen.

Menos dinero a quien más lo necesita

El propio funcionamiento de la educación pública en Estados Unidos difiere mucho de nuestro país. La financiación de las escuelas públicas procede en buena parte de los impuestos a la propiedad, por lo que las zonas con rentas bajas tienen menos dinero que las de rentas altas, siendo así la financiación inversamente proporcional a la necesidad.

De hecho, según expone la periodista Helena Villar en su libro Esclavos Unidos: La otra cara del American Dream, se calcula que los distritos pobres reciben una financiación anual de mil dólares menos por alumno. Incluso dentro de un mismo estado puede haber enormes diferencias. En Illinois, la financiación de las escuelas puede variar hasta un 22% según en qué barrio se encuentren, penalizando siempre la pobreza. Ante la falta de fondos llegan los recortes y hay autoridades locales que incluso deciden reducir los días de clase con el fin de ahorrar.

Pluriempleo y vocación

Por supuesto, esto va unido a la precariedad laboral en la docencia, algo también impensable en España —por ahora—.  Es habitual que trabajen además como conductores de empresas como Uber, como camareros o vendedores en grandes superficies, o que den clases particulares diariamente.

A pesar de llegar a fin de mes a duras penas, según el Centro Nacional de Estadísticas Educativas, nada más y nada menos que el 94% utiliza su propio dinero para comprar material escolar. Por este motivo, los «juegos» como el del intermedio del partido de hockey resultan especialmente sangrantes y humillantes. Es tal la ausencia de fondos y la vocación e implicación del profesorado en la lucha por mejorar las condiciones de su alumnado que existen múltiples páginas web de donaciones, como Gofundme, plagadas de peticiones suyas. De hecho, hay una plataforma especializada en escuelas, DonorsChoose. Allí piden herramientas básicas como calculadoras, librerías o mobiliario escolar.

La caridad como solución

Lo más terrible de todo esto, tanto de esa buena intención en el partido de hockey como en las webs de donaciones, es que se presenta la caridad como la única solución a un problema sistémico que debe solucionar el propio Estado. Como suele ocurrir, a las autoridades no les resulta incómoda la caridad porque se ejerce verticalmente. Como decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano, a diferencia de la solidaridad, que es horizontal, la caridad «humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder».

Lo que realmente puede desestabilizar a un Estado que se basa en férreas jerarquías y corporativismo es atacar su estructura y cuestionar sus bases. El sacerdote brasileño y defensor de los derechos humanos y la teología de la liberación Hélder Câmara tenía clara esta dicotomía falaz: «Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista».

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