La economía popular y solidaria

«El reformismo es una manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros, que seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras aisladas, mientras subsista el dominio del capital.»

V. I. Lenin

Por Christian Orozco

De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, nos advertía un antiguo refrán castellano. Democracia interna, precios justos, desarrollo integral de las personas, control de la economía y la conformación de un mercado a favor de las personas… En fin, la Economía Popular y Solidaria (EPS) en principio, parte de una serie de fundamentos −no muy bien definidos realmente− que hipotéticamente plantearían una alternativa viable al régimen económico dominante. Pero… ¿Cuánto de verdad hay en esta afirmación? A lo largo de estas líneas se intentará argumentar que la EPS no es una alternativa al capitalismo, sino más bien una vuelta de tuerca más al recurrente y acomodaticio reformismo pequeño-burgués.

A principios del siglo XIX, Charles Fourier, uno de los principales representantes del socialismo utópico y el cooperativismo, realizó una de sus principales contribuciones sociales, materializándose en la teorización y aplicación empírica de los falansterios, entendidos como comunidades de producción, consumo y convivencia en base a un sistema social igualitarista. Pues bien, como es bien conocido, este tipo de experiencias históricas −comunidades hippies y kibutz−, o bien han fracasado estrepitosamente o bien solo representan experiencias pintorescas dentro de un mundo capitalista. En este sentido, abrumadoramente las propuestas de la EPS ni siquiera llegan a la radicalidad de los planteamientos del utópico socialista francés … Socialismo utópico, sin socialismo, en definitiva.

La clase burguesa no teme para nada simpáticos experimentos “populares y solidarios”

Así pues, no cabe ninguna extrañeza al comprobar que desde esta perspectiva las clases sociales desaparecen de escena y el proceso de acumulación capitalista a escala internacional se ningunea casi por completo. Si la lucha de clases se ignora, si la propiedad de los medios de producción es secundaria, si las condiciones de apropiación de la plusvalía no importan… ¿Qué es lo nos queda? Lo que nos queda, como no podía ser de otra manera, son elementos secundarios como el poder cultural y político de las corporaciones transnacionales y los patrones de consumo opulento de masas. Éstos son la clave de bóveda de la EPS. En definitiva, a partir de estos planteamientos es sencillo llegar a inferir que el problema capital es el comportamiento (auto)destructivo del ser humano −en abstracto−, y no el sistema capitalista en el que se desarrolla, socializa e interactúa.

Desde esta visión, y siguiendo un recorrido lógico, las propuestas de la EPS pasan por el consumo responsable, la búsqueda de precios justos, la implementación de circuitos cortos, el sistema de doble calidad productor-cooperativista y consumidor-asociado… Ninguna de ellas supone ningún tipo de ruptura mínima con el (des)orden social actual. Más aun, las iniciativas de la EPS, así, pueden llegar a ser un excelente maquillaje campechano del capitalismo; las cuales sosieguen en el terreno ideológico el espíritu reivindicativo y lucha de las clases oprimidas y vean con buenos ojos las dádivas cortoplacistas y desarticuladas que ofrece el sistema −con el beneplácito de una izquierda que hace tiempo se olvidó de los principios más básicos del marxismo y el materialismo histórico−. La metamorfosis de trabajadores explotados por la burguesía a ciudadanos-consumidores estafados por las grandes empresas tiene éxito. El pensamiento liberal ya nos señalaba que el mercado es una democracia en la que cada centavo da derecho a voto1 , los partidarios de la EPS defienden este postulado también.

Desaparecida la clase obrera, o mejor dicho, obligada a desaparecer, uno se pregunta: ¿Quién es el sujeto transformador? Pues bien, la respuesta es simple, no hay sujeto transformador. El voluntarismo; la resistencia personal; y el individualismo pequeño-burgués −mayoritariamente cosmopolita−; las acciones pluralistas, diversas y locales son las señas de identidad de este tipo de planteamientos. Indudablemente, los hábitos individuales pueden constituir significativas herramientas de presión en el mercado que envíe señales a las compañías y les “obliguen” a modificar ciertos comportamiento menos responsables o más escandalosos ante sus potenciales clientes, no obstante, el ámbito mercantil solamente es una parte del sistema, y, por tanto, las acciones y demandas de los consumidores como sujeto social activo, pero individualizado, muy poco afectan al resto de dimensiones del capitalismo, es decir, la producción y distribución de mercancías. Resultaría quimérico pensar que, sin una estrategia socialista auténtica, el consumo responsable −como propuesta estrella de la EPS− desembocaría inevitablemente en una producción responsable, una distribución responsable y una financiación responsable.

De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno

En resumen, la clase burguesa no teme para nada simpáticos experimentos “populares y solidarios” llevados a cabo mayoritariamente por activistas empoderados e hiperconcienciados −de hecho, muchos son espacios en los que la burguesía puede ampliar sus negocios2 −, esto siempre y cuando no se cuestione la propiedad de los medios de producción y la apropiación privada de la plusvalía. Hace un par de siglos el barbudo de Tréveris ya nos advertía que la lucha de clases es el motor de la historia. Buscar atajos bienintencionados para sortear el conflicto, la confrontación y la radicalidad son solo árboles que no nos dejan ver el bosque de la auténtica emancipación.

 

1Ludwig Von Mises.

2Silva, Diana. (2008). “El empoderamiento: entre la participación en el desarrollo y la economía social”, FLACSO ECUADOR, Quito. 

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