Aub y Ayala: memoria y olvido | Especial Segunda República

Por María Sánchez Arias

La memoria y el olvido, probablemente, sean dos de los grandes temas de los exiliados, ya que se han de enfrentar a una España ‘desmemoriada’, que ha olvidado al bando de los vencidos. Aunque, ciertamente, no todos los escritores exiliados escriben sobre esta problemática pero sí es cierto que es un problema que está presente en la sociedad y en las élites intelectuales del exilio. Estos autores lo afrontan desde visiones diferentes: la visión de un vencedor y su ‘náusea’ y la visión del vencido que se da cuenta de que no existe, al menos, para la España franquista. Aun así ambos escritores intentan explicar lo que supone el olvido y su relación directa con la memoria, puesto que a los vencidos solo les queda la memoria y la ausencia de su recuerdo supone el Remate. Asimismo, Ayala culpabiliza de forma consciente o inconsciente a los herederos de los vencedores, puesto que en ellos está rescatar la historia de los vencidos y de no hacerlo deberán vivir con la culpa y el remordimiento. Además, cabe destacar que el relato de Ayala, por su parte, y el de Max Aub, por otra, es un alegato a la restauración de la memoria de los exiliados y a que los herederos de los vencedores (de ahora y de antes) se enfrenten a los hechos históricos siendo conscientes de lo ocurrido. Asimismo, la ‘reparación’ de la memoria histórica depende de los herederos de los vencedores y del testimonio de los exiliados pero ambos deben ser partícipes de ello.

Un joven Francisco Ayala

Ciertamente, «La cabeza de Cordero» muestra una mayor complejidad que «El Remate»; no hay que olvidar que Ayala era sociólogo, lo que implicará un mayor análisis del conflicto de una manera más distanciada que Aub. De la misma manera que Ayala compondrá un relato sumamente intelectual y complejo, que difícilmente se podrá encajar dentro de uno de los dos bandos o ideologías que predominaron durante la Guerra Civil[1]. Por tanto, se procederá a un análisis diferenciado de ambos relatos, ya que aunque compartan una temática común, la memoria y el olvido, y su condición de escritor sea similar, exiliados, ambos autores plantean la problemática de diferente forma.

En primer lugar, Remigio, como ya se dijo, mostrará la visión del exiliado, que junto al narrador se enfrentarán al olvido y a un país que ya no les recuerda. De hecho, el propio Remigio afirma, con respecto a su hijo: «me desconoció, mirándome como un extraño». España, franquista, ya no les reconoce, ya no existen y sus hijos ni siquiera son suyos, ya que se han olvidado de ellos y ya no recuerdan el pasado. De hecho, ya ni son españoles, puesto que no forman parte del nuevo Estado. De la misma manera que su proyecto de estado, la República, ha sido una ilusión, la cual ya se ha acabado y nadie ha continuado su trabajo, por lo que por todo lo que han luchado ha sido en vano y ya no les queda nada más que la memoria. Pero, ciertamente, como se ve en el relato la memoria se ha convertido en el olvido y ya ni siquiera les queda eso:

« -Ahora resulta que trabajaba por algo inexistente.

-¿Cómo inexistente?

-Sí, algo que tiene ya en cuenta. Creía cuidar, curar a alguien vivo y velaba un cadáver.  Muerto yo, sin saberlo. Sin saberlo ellos mismos».

Es sorprendente que el narrador sienta la necesidad de escribir, aunque sea para leerlo dentro de cien años, sobre lo que verdaderamente ocurrió

Como vemos, el olvido está presente y no hay que olvidar que el desencadenante que le obligará, moralmente, a escribir para testimoniar lo verdaderamente ocurrido en Sevilla durante la guerra civil será la lectura de un artículo, donde se elogia la figura de Queipo de Llano y su heroicidad en la toma de dicha ciudad. Por tanto, Max Aub nos intenta mostrar cómo la historia ha sido reescrita por los vencedores y cómo los familiares que se quedaron en España o los niños que se criaron durante la Dictadura y que no tuvieron casi contacto con la República y la sucesiva guerra, han olvidado, voluntariamente o no, el pasado. De la misma manera que los exiliados se han de enfrentar a dicha realidad y al darse cuenta de que ante la falta de memoria de la sociedad española, solo les quedan dos opciones: Remigio se sumirá en el olvido siendo incapaz de afrontar la realidad mientras que el narrador abandonará el letargo en el que vivía, puesto que había olvidado el pasado, retomar la escritura para testimoniar lo ocurrido. También, Remigio siente desesperación con respecto a su obra literaria, pues todo lo que escribió o no ha sido publicado o los que tenían que leer lo escrito, los no-exiliados, los hijos de ellos, no lo hicieron, ya sea por desconocimiento o por desinterés. No hay que olvidar que Max Aub sintió la necesidad de preguntarse ¿para quién escribimos nosotros? Y ciertamente escribía para ser leído en un futuro, puesto que era consciente, por la censura o por otros motivos, de que no sería leído en España. Sin embargo, en este relato breve, el saberse conocedor de que no será leído por motivos de censura se le une el sentimiento de que han sido olvidados por aquellos que siguieron en España o fueron hijos del sistema que se impuso después de la Guerra Civil, por el sistema que decidió borrar de la memoria colectiva los hitos republicanos y lo que todo ello supuso a posteriori. De hecho, es sorprendente que el narrador sienta la necesidad de escribir, aunque sea para leerlo dentro de cien años, sobre lo que verdaderamente ocurrió demostrando así que la memoria depende de los testimonios y que si los exiliados y los vencidos dejan de hacerlo será la victoria final de los vencedores, los verdaderamente ganadores. De la misma manera que al permitir que el franquismo desmemorie a la sociedad y que los exiliados, por lo tanto, queden relegados al olvidos, supondrá el Remate de los exiliados. No obstante, esta es la visión de un exiliado desde el punto de vista de dos exiliados, el narrador y Remigio, mientras que Ayala hablará de una forma más trascendental, en cierta manera, objetiva, más distanciada y desde la visión de un vencedor, que no se da cuenta de que lo es o que no quiere darse cuenta de ello.

Ayala, sin embargo, se valdrá del personaje de Juan Torres, empresario y de viaje de negocio en Marruecos para mostrar la complejidad de la memoria, el olvido y en definitiva la historia de la violencia. Juan Torres, un vencedor, o, quizá, más bien, un ser con una racionalidad práctica, que justifica sus acciones, su moral, según la situación histórico-social y su incapacidad, como ser individual, para conseguir un cambio real sobre los hechos históricos. De tal forma que cuando se encuentre con sus familiares africanos, a pesar de las similitudes físicas, geográficas y de apellido, difícilmente asumirá que son sus familiares y que, por lo tanto, les debe una mínima explicación, puesto que sería apartarse de su camino. De la misma manera que este encuentro provocará que su memoria se deba enfrentar a los recuerdos de la Guerra Civil y los diversos fallecimientos en su familia, ya sea por pertenecer al bando republicano o al bando franquista. Y, tampoco, se ha de olvidar, que Juan Torres se salva, no por ser fiel a sus ideales, sean los que sean o por suerte, sino porque, pese a su afiliación política, se valdrá de su capacidad discursiva y de las situaciones políticas de sus familiares para justificarse ante las diferentes situaciones y de esta forma salvarse. Por tanto, esto creará en el joven protagonista un sentimiento de culpa, acallado durante tiempo pero que tras una nausea podrá seguir su camino, que casualmente le llevará de Fez a Marrakech evadiendo así, otra vez, la culpa.

En primer lugar, vemos que el autor no se posiciona ideológicamente, puesto que los muertos en su familia pertenecen a ambos bandos, por lo que el conflicto se presenta de una manera totalmente diferente que en Ayala que culpa de manera directa al bando ganador. Ello se debe a que lo que intenta mostrarnos Ayala es la dialéctica (violenta) entre vencidos y vencedores. La violencia de esta dialéctica lo muestra la cabeza de cordero, que los parientes africanos ofrecen al pariente español de manera puramente hospitalaria. Esta cabeza, que preside la mesa, y cuya descripción resulta ciertamente nauseabunda es el desencadenante de la náusea ‘moral’ de José Torres y que metafóricamente se corresponderá con la cabeza de su tío Juan, de todos aquellos familiares que murieron en la Guerra Civil, de sus recuerdos, que conllevan rescatar la memoria de la que intenta huir. Por tanto, vemos como a pesar de la moral utilitarista, que supo aprovechar las oportunidades que le deparó la Guerra Civil, el protagonista siente una tremenda culpabilidad que no le permite tener un descanso aunque, al final, simplemente sea una mala noche, un mal momento, puesto que tras ella recuperará la calma y volverá a sus justificaciones:

Max Aub

«¡Buenos eran aquellos momentos para salir en defensa de nadie! No, nada podía hacer por ellos; ni siquiera —pues hubiese resultado imprudente— decirles la media palabrita que se me quería salir de los labios para advertir a los muy pazguatos que corrieran  esconderse… Esto sí, esto me amargó las horas del triunfo. Esto, y luego la brutalidad de mis primos, empeñados en cargar sobre mis espaldas la responsabilidad por la desgracia ocurrida a su padre: como si yo tuviera culpa de las intemperandas suicidas del viejo, y de que ellos mismos, ansiosos de hacer carrera, se hubiesen pasado a la otra zona, dejándolo abandonado a su humor en medio del fregado. ¿Cómo iba yo a prever que los acontecimientos se precipitarían, sin darme tiempo siquiera a pensar el modo de echarle una mano? Le había recomendado calma y silencio; era lo mejor que podía recomendarle. Sólo que ese silencio… se hizo definitivo. Que me digan a mí qué hubiera podido intentar para impedirlo. ¿Qué se hallaba de vituperable en mi conducta? ¿Qué otra cosa podían haber hecho, dada mi situación, en circunstancias tan difíciles, tan peculiares? Quien lo analice fríamente y no sea un perfecto animal comprenderá y justificará mi manera de proceder. A mí, la conciencia nada tiene que reprocharme a la luz de la razón.

Lo malo es que, por la noche, cuando uno ha tenido la mala pata de desvelarse, la razón se oscurece, se turba el juicio, y todo se confunde, se corrompe, se tuerce y malea. Entonces, aun las cuestiones más simples adquieren otro aspecto, un aspecto falso; vienen deformadas por el aura de la pesadilla, y no hay quien soporte…»

En este párrafo se condesa todo el pensamiento de Juan Torres, donde se ve su moral práctica, y su actitud ante el olvido y la memoria asumiendo que no pudo hacer otra cosa, puesto que las condiciones se dieron así y tenía medios para cambiarlo. Asimismo, no puede contener su sentimiento de culpa, ya que aunque intente justificarse siente ese remordimiento que le martillea «de tarde en tarde» pero que consigue ir superando o, más bien, lo consigue acallar. Pero, ciertamente, Ayala insinúa que el vivir con la culpa es consustancial a la moral de dicho personaje. De la misma manera, que vemos que este personaje pertenece de una clase social que se gestó después de la Guerra Civil y sus consecuencias devastadoras, unos jóvenes que aprovechándose de la situación escalan social y económicamente sin complicaciones, puesto que tras dicha guerra España, ciertamente, es un campo lleno de oportunidades. No obstante, estos jóvenes deberán lidiar con la memoria y el intento de olvido, puesto que aunque se justifiquen la culpa y el remordimiento siempre estará. Este sentimiento se agravará cuando por circunstancias se deban encontrar con los vencidos, los exiliados y deban enfrentarse obligatoriamente, aunque intenten huir de ello, a la memoria y a su responsabilidad al haber decidido voluntariamente o no, olvidar lo que ocurrió. Y no solo eso, sino asumir que, a pesar de que quizá pudieron cambiar la historia de una manera u otra, han decido obviar lo ocurrido y aprovechar la situación para medrar, una moral, por lo tanto, también, individualista.

La dialéctica entre vencido y vencedor es compleja y de difícil arreglo, ya que son posturas casi irreconciliables, puesto que a pesar de las esperanzas de los exiliados, esta nueva clase social burguesa y franquista no recuerda

En definitiva, en ambos cuentos o relatos breves, vemos, con mayor o menor complejidad, como la ausencia de memoria conlleva que los exiliados y los vencidos se vean obligados renunciar a su fin vital y a su lucha diaria durante años, como ocurre con Remigio. De la misma manera que los ganadores o los herederos, que decidieron de forma consciente o no aprovechar las oportunidades pero a cambio de olvidar y renunciar a la historia. Por ello deberán enfrentarse al martilleo incesante de los recuerdos y de lo que han olvidado o le han hecho olvidar. Esta dialéctica entre vencido y vencedor es compleja y de difícil arreglo, ya que son posturas casi irreconciliables, puesto que a pesar de las esperanzas de los exiliados, esta nueva clase social burguesa y franquista no recuerda. Por tanto, todo el pasado, todo lo luchado ha sido borrado del imaginario colectivo, pero no por parte de aquellos que decidieron testimoniar y recordar lo ocurrido, ya que, al fin y al cabo, es lo único que les queda, los exiliados.

[1] Es obvio que la izquierda o el bando republicano estuvo muy fragmentado durante la Guerra Civil pero ambos compartían la lucha contra el fascismo independientemente de las posibles discrepancias ideológicas.

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