Los estados de Europa del Este ocupados por los soviéticos después de la 2ª Guerra Mundial adoptaron sistemas políticos autocráticos basados en regímenes comunistas, en línea con el modelo de gobierno de la URSS. No obstante, con la caída del muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética y las revoluciones prodemocráticas originadas en algunos países del este, se inició un cambio político que llevó a esos países a abrazar la democracia liberal, en mayor o menor grado y con diferentes tiempos.
Hungría se erige como un caso un tanto excepcional en el conjunto de países del Este bajo dominio soviético, en tanto este país se mostró reticente a la instauración de un gobierno comunista, al que nunca reconoció como legítimo. Las primeras elecciones parlamentarias celebradas en 1945 dieron el 57% de los votos al Partido Independiente de los Pequeños Propietarios (FKgP) y, aun así, los soviéticos lograron imponer su régimen promoviendo la formación de gobiernos de coalición comunistas y socialistas con el fin de llegar al poder. Posteriormente, en 1956, la población se manifestó en contra de la dura imposición soviética y se inició la Revolución, tras la cual el Partido de los Trabajadores Socialistas de Hungría (MSZP), con Kádár a la cabeza, se reorganizó, empezando una liberalización estructural y económica que introdujo el socialismo de mercado y fomentó el consumismo.
En 1989, con el inminente derrumbe de la URSS y la renuncia al monopolio del poder por parte de los dirigentes comunistas, se estableció un cambio de régimen y nació la República de Hungría de la mano del Foro de los Demócratas de Hungría (MDF), partido del centro que proponía una transición gradual al capitalismo. Con un gobierno de coalición que reunía a otros dos partidos, el MDF se posicionó con solidez en la difícil etapa de transición del país, en la que pasa de las imposiciones comunistas del sistema autocrático imperante hasta ese momento a una economía de mercado, propia de un sistema democrático liberal. Así pues, Hungría, ya como una democracia parlamentaria, intensifica las relaciones con Europa occidental, uniéndose a la OTAN en 1999 y a la UE en 2004. De todo lo expuesto, podemos determinar la excepcionalidad del caso de Hungría, en tanto fue el país que mejor afrontó la caída del comunismo en Europa oriental debido a su acercamiento previo y paulatino a los sistemas democráticos y al capitalismo reinantes en Europa occidental, llevando a cabo el cambio de su sistema político sin confrontaciones ni sublevaciones sociales.
En la actualidad, Hungría se muestra bastante alejada de las políticas occidentales democráticas que abrazó en su día, debido a la llegada al poder de Viktor Orbán, un nacionalista xenófobo y antidemocrático, que, en su afán por someter a la sociedad, se aleja de los dictámenes liberales para acercarse al autoritarismo. En 1998, Orbán ejerció el cargo de Primer Ministro, por primera vez, en un gobierno de coalición que reunía a su partido, Fidesz-MPP, al MDF y al FKgP. No obstante, su retórica nacionalista no gustó y en el 2002 el MSZP, con el socialista Medgyessy como líder defensor del capitalismo, ganó las elecciones. Dos años más tarde, tras su dimisión, lo sustituye Gyurcsány, que es acusado de mentir sobre la economía del país y gobierna con una débil minoría. Ya en 2010, Fidesz-MPP retoma el poder y Orbán vuelve a ser Primer Ministro, cargo que mantiene hoy en día.
La cuestión es un tanto paradójica, en tanto Orbán, que se erigía como el líder progresista en contra de la dictadura comunista y la gran promesa de la democracia liberal en la Europa del Este, se muestra ahora como un líder ultraconservador, populista y contrario a los valores y las políticas de la UE, institución que le dota de fondos económicos, pero a la que no deja de vituperar. De hecho, muchas voces críticas se han alzado a raíz de los movimientos autoritarios de Orbán. Sus políticas en contra de los refugiados y su negativa a admitirlos en el país, contraviniendo con ello el mandato de la UE; los impuestos a la financiación de ONGs que apoyan la inmigración; sus campañas homófobas; su creencia sobre la influencia negativa que ejerce la UE y los EUA en la sociedad húngara; los cambios decretados en la constitución para perpetuarse en el poder; su tolerancia a la corrupción; las medidas llevadas a cabo contra los medios de comunicación independientes y diversos grupos de la sociedad civil; y su acercamiento a Rusia, visibilizan una clara degradación de la democracia húngara, que no solo evidencia que está en crisis, sino que pone de manifiesto la transición, lenta pero inexorable, hacia un sistema político autocrático basado en el autoritarismo.
En este punto y con el objetivo de concienciar de la gravedad que reviste la situación en Hungría, se hace necesario resaltar las diferencias entre democracia y autocracia, aludiendo a sus definiciones. El líder de un sistema democrático tiene responsabilidad ante el pueblo y debe actuar de acuerdo con las leyes explicitadas en la constitución. Asimismo, un estado democrático debe garantizar los derechos fundamentales, reconocer el sufragio universal y mantener la independencia del poder judicial. Por su parte, los sistemas autocráticos son aquellos que no cumplen con los criterios anteriores, teniendo en cuenta la divergencia en las gradaciones de autocracia que pueden darse, en relación con el contexto histórico-político de los diferentes estados.
Hungría se define políticamente como una democracia liberal parlamentaria, en la que el jefe de Estado es el presidente de la república János Áder, elegido por el parlamento y con funciones simbólicas, y el jefe de Gobierno es Viktor Orbán, que ostenta el cargo de Primer Ministro y es elegido por la asamblea legislativa unicameral mediante sufragio universal cada cuatro años. No obstante, el sistema político del país queda enmarcado en una constitución adoptada en 1949 que ha sufrido diversas modificaciones. La que permanece vigente desde 2012 ha suscitado polémica, en tanto ha suprimido, en parte, la división de poderes y ha recortado el poder del Tribunal Constitucional. Y aunque ambas enmiendas atentan contra los principios de la democracia, el gobierno de Orbán las legitima alegando su aprobación por parte del parlamento con la mayoría de los escaños en manos del Fidesz.
A pesar de los signos de autoritarismo patentes en Hungría, algunos expertos consideran que lo más preocupante del asunto es la tolerancia y la pasividad de la UE ante la vulneración de los derechos humanos y las continuas faltas de respeto hacia los valores promulgados por la UE por parte de Hungría, que requeriría la aplicación de sanciones, la suspensión de su derecho de voto y, en última instancia, su expulsión de la UE. Sin embargo, todo esto podría ser poco viable, en tanto Orbán tiene el apoyo de los partidos europeos de centroderecha afines y su partido, el Fidesz, es miembro del Partido Popular Europeo.
En conclusión, podemos afirmar que Hungría, al lo largo de su historia, ha pasado por diferentes sistemas políticos que van desde el régimen totalitario comunista –basado en la ideología marxista-leninista, un único partido, una economía centralizada y planificada, la ausencia de la separación de poderes y una libertad de expresión limitada– al que no reconocía como legítimo, tanto por su imposición forzosa como por la propia política húngara, más alineada con el liberalismo, hasta la posterior democracia parlamentaria, con gobiernos afines a las políticas capitalistas occidentales.
No obstante, el giro a la derecha radical impuesto por Orbán, líder anticomunista por excelencia que parece haber olvidado sus principios y su bagaje cultural occidental deviniendo en una figura autoritaria y populista, supone una involución que hace tambalear los pilares de la democracia húngara, irremisiblemente en crisis y en camino de convertirse en una autocracia, configurada mediante el autoritarismo populista de Orbán, quien insiste en disfrazarla bajo el mordaz epígrafe de “democracia no liberal”.
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