La contaminación tecnológica

Por Manuel López Arrabal

El exceso de aparatos electrónicos inservibles está generando un impacto ambiental del que poco se habla. Para empezar, no existe ningún plan integral, al menos en España, que contemple el reciclaje completo de la chatarra electrónica, llena de plásticos, metales pesados y otras sustancias altamente contaminantes. En teoría, debería dejarse en los puntos verdes habilitados para que sea tratada adecuadamente, pero desgraciadamente suele abandonarse en papeleras, contenedores de basura o, simplemente, en la calle. Pero, incluso los aparatos que se dejan en los puntos verdes o tiendas de electrónica suelen terminar a miles de kilómetros, en enormes vertederos donde niños descalzos, sin guantes ni mascarillas, buscan piezas aprovechables para ganar el equivalente a un euro al día. La India puede ser una de las mayores depositarias de este tipo de basura tecnológica, concentrándose la llegada de chatarra electrónica procedente de muchos países del mundo en cuatro supervertederos muy próximos a ciudades como Mumbai, Dehli, Bangalore y Calcuta.

Sin embargo, la India no es el único país “pobre” que acoge los supervertederos de nuestro planeta. En Asia, África y Sudamérica también los hay. En África, los mayores supervertederos están en Ghana, donde continuamente llegan por mar gigantescos buques de carga repletos de contenedores con material electrónico “de segunda mano”. La normativa internacional prohíbe a los países “ricos” deshacerse de su chatarra y basura enviándola a otros países, sin embargo se hace la vista gorda cuando esta basura tecnológica inservible se camufla como “material de segunda mano”. En un magnífico documental emitido por TVE2 queda perfectamente documentado esto último. Recomiendo su visionado, por la calidad y cantidad de información que contiene donde, además, podemos encontrar datos históricos muy relevantes que nos muestran cómo desde principios del siglo XX, las más influyentes corporaciones privadas a nivel internacional acuerdan, en prácticamente todos los sectores de la industria, fabricar con una fecha de obsolescencia en la vida útil de los diferentes productos. La mayoría de diseñadores e ingenieros del siglo XX y principios del XXI han trabajado y trabajan para la industria del consumo, buscan que el producto sea bonito, barato y bueno, pero esto último sólo por un tiempo muy concreto y perfectamente estudiado.

Desgraciadamente para nosotros, pero sobre todo para los excelentes profesionales que desaprovechan sus facultades creativas poniéndolas al servicio de quienes les pagan, se dedica mucho trabajo y esfuerzo en conseguir materiales y productos aparentemente robustos, pero realmente frágiles e inservibles al cabo de un tiempo. Por si no veis el documental, hoy día siguen funcionando perfectamente bombillas fabricadas hace más de cien años, electrodomésticos fabricados en los países del este mucho antes de la caída del muro de Berlín o medias de nylon a las que no le salen “carreras” ni aunque se usen para remolcar un vehículo. No obstante, el documental también nos da pistas y posibles soluciones para ir contra la corriente de la obsolescencia programada.

Una vez hecho este inciso en relación al magnífico documental de TV2, vuelvo al asunto de los supervertederos. Metales pesados como el plomo, cobalto, cadmio, níquel, cromo, mercurio, cobre, además de arsénico se desprenden y deslizan desde los vertederos a las corrientes de agua. Cuando se queman junto a los plásticos que los acompañan, además de ensuciar el agua, también contaminan el aire con compuestos cancerígenos y neurotóxicos. El volumen del impacto se puede evaluar a través de datos como el siguiente: del desguace de 500 ordenadores se obtienen unos 500 kilos de plomo, 2 kilos de cadmio y 300 gramos de mercurio. Las pruebas efectuadas en el suelo y el agua, afectados por un vertedero electrónico junto a la ciudad de Guiyu (China), revelaron que los niveles de plomo son 2.400 veces más altos que los permitidos por las directrices de la Organización Mundial de la Salud. Todo ello, debido al almacenamiento de esta chatarra para luego recuperar, principalmente, imanes, cobre y algo de oro.

En cuanto a España, el 60% de la basura electrónica que se produce en nuestro país acaba en paradero desconocido. Esto nos sitúa entre los países europeos con más chatarra electrónica fuera de control, sólo superado por Chipre y Rumanía.

Otro aspecto ambientalmente negativo del consumismo electrónico es el derroche energético, tanto en la producción de estos bienes como por su uso cotidiano. Según diversos estudios llevados a cabo en Francia, se prevé que para el año 2030 las nuevas tecnologías de la comunicación gastarán tanta electricidad como en el resto de necesidades (iluminación, electrodomésticos, industria, …). Un móvil no gasta solo lo que es capaz de acumular en sus baterías, pues esto último representa una cuarta parte del total del gasto energético. Según investigaciones de la Universidad Politécnica Federal de Zurich (Suiza), se necesitan las otras tres cuartas partes para que dos teléfonos en conversación mantengan la comunicación. Y con los ordenadores conectados a internet sucede exactamente lo mismo. El PC sólo gasta del cinco al treinta por ciento de la electricidad; el resto se necesita, principalmente, para mantener encendidos durante las veinticuatro horas al día los grandes servidores que nos proporcionan los datos. Todos los servidores existentes en el planeta han consumido durante el año 2010 el dos por ciento, aproximadamente, de total de la electricidad mundial. Desde ese año dicha cifra se está duplicando anualmente, con lo que a este ritmo hacia el año 2030 las emisiones de CO2 asociadas a los móviles y ordenadores podrían ser equivalentes a las del tráfico aéreo mundial actual.

Las bases de datos de un banco como BNP Paribas (2º en la zona euro y 7º del mundo) con oficinas en 73 países y casi 200.000 empleados, consumen tanta electricidad al cabo de un año como todo el país de Afganistán. Así y todo, esa cantidad nada tiene que ver con el tremendo consumo de la empresa Google, que posee más de 900.000 servidores instalados en 13 “centros de datos” distribuidos por el mundo y que está incrementando su actividad en más de un 20% anual. Aunque la compañía asegura que recurre a las fuentes de energía renovable, la solución pasa por instalar sus centros de datos en territorios fríos para que el consumo de electricidad sea mucho menor. En este sentido, el gobierno islandés ha ofrecido su territorio para que las multinacionales de internet instalen sus servidores dentro de su país.

Como información relevante y totalmente comprobada, el consumo de tecnología informática sale a la luz con el siguiente dato: cada vez que realizamos una búsqueda en Google o en cualquier otro motor de búsqueda se produce un gasto de cuatro a diez vatios de energía, o lo que es lo mismo, se generan 7 gramos de dióxido de carbono (hervir una tetera genera unos 15 gramos).

Por otro lado, existe la idea muy equivocada de que la llamada sociedad de la información es más limpia que la industrial. Un estudio de la Universidad de Naciones Unidas en Tokio lo ha traducido en cifras. La fabricación de un ordenador requiere diez veces su peso en materias primas principalmente derivadas del petróleo. Porcentualmente, es de un impacto mayor que el producido en la fabricación de coches, con el agravante de que en el año 2017 se han fabricado 262,5 millones de ordenadores, pero que quedarán obsoletos en el plazo de tres a cuatro años. Por otra parte, la lucha por controlar las minas de minerales imprescindibles para la industria de las telecomunicaciones está provocando conflictos armados y geopolíticos de los que nada se dice en los medios de comunicación convencionales. Desgraciadamente, en Congo, Ruanda y Uganda se lucha y se mata (aparte de las muertes por accidente de los trabajadores en las minas) para la obtención de la casiterita y el coltán, unas mezclas de minerales de los que se obtienen el tantalio y otros elementos, gracias a los cuales funcionan teléfonos móviles, GPS, satélites artificiales, armas teledirigidas, videoconsolas, ordenadores, reproductores mp3 y mp4, dispositivos electrónicos y de conectividad para vehículos de tierra, mar y aire, etc.

Y ante todo esto, ¿qué podemos hacer? ¿qué soluciones tenemos a nuestro alcance para no tener que renunciar a las enormes ventajas de los electrodomésticos y las telecomunicaciones? Mi propuesta es que tengamos en cuenta lo siguiente:

  1. Comprar solo los aparatos eléctricos y electrónicos que realmente necesitemos para facilitar nuestra vida diaria y crecimiento personal. Intentaremos, en primer lugar, buscarlos  en el mercado de segunda mano e incluso gratuitos como los que se obtienen en algunos puntos verdes o a través de grupos que se dedican al trueque y al reciclaje.
  2. Elegir modelos eficientes como los electrodomésticos de línea blanca. Estos muestran en su etiqueta de eficiencia energética la letra “A” como indicativo de la mayor eficiencia en relación al menor gasto de energía. Entre ellos, los que llevan la etiqueta ecológica europea (una flor) tienen ventajas ambientales. En cuanto a ordenadores y aparatos electrónicos de oficina, son preferibles los que exhiben la etiqueta Energy Star.
  3. No sobrepasarse con el tamaño o prestaciones de los equipos multimedia. En la gran mayoría de los casos, no necesitamos adquirir, por ejemplo, el mejor ordenador o televisor de última generación. Es suficiente con que satisfagan realmente las propias necesidades. El tamaño de las pantallas debe ser el apropiado, siendo las de 22 o menos pulgadas para ordenador las más eficientes energéticamente, y las de televisión deberían ser del menor tamaño posible en relación a la distancia desde donde la vamos a ver.
  4. Apagar, tanto en casa como en la oficina, todos los aparatos eléctricos y electrónicos cuando no se usen. Por la noche, por ejemplo, podemos cortar el suministro de electricidad de toda la vivienda excepto el del frigorífico o de cualquier otro aparato de imprescindible funcionamiento continuo. También es posible instalar desconectores automáticos en el cuadro eléctrico de la casa, que detectan cuando no se está usando un determinado aparato, apagándolo después de un determinado tiempo.
  5. Hacer un buen uso y mantener correctamente todos los aparatos eléctricos y electrónicos para su mejor conservación y rendimiento durante más tiempo. Mantenerlos libre de polvo y lejos de fuentes de calor es una de las mejores medidas a nuestro alcance para ello.
  6. Adquirir teléfonos móviles de comercio justo. Hasta ahora solo he encontrado en internet un solo fabricante de este tipo de teléfonos (FAIRPHONE) donde, además de asegurarse unas condiciones dignas de trabajo y salario a quienes les proveen de los materiales necesarios, también certifican que todos los minerales y metales que utilizan provienen de minas libres de conflictos. Y el tema medioambiental, además de la durabilidad de sus smartphones, están muy presentes en la política de la empresa según se puede deducir a través su web.

En definitiva, tratemos de seguir consumiendo de manera responsable y consciente, también en este creciente e imparable sector de las nuevas tecnologías. Tal y como explico en anteriores artículos, practicar la huelga tranquila, una vida más sostenible (la Vida Sencilla) y el comercio justo son grandes herramientas a nuestro alcance para minimizar el impacto tecnológico que perjudica a la biodiversidad de la Tierra, incluidos nosotros.

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