La clase obrera va al paraíso

En un marco de globalización creciente bajo el prisma del neoliberalismo, la respuesta proletaria, la organización obrera, debe comenzar a cimentarse irremediablemente de forma supranacional

Por Dani Seixo

«Vivimos en tiempos peligrosos. Nuestros ejércitos son poderosos, y gastamos miles de millones de dólares al año en nuevas cárceles, sin embargo, nuestras vidas aún están gobernadas por el miedo. Somos como enanos perdidos en un laberinto. No estamos en guerra, estamos teniendo un ataque de nervios.»

Hunter S. Thompson

«Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías constitucionales parlamentarias sino en las repúblicas más democráticas.»

Lenin

Entre las primeras vacaciones una vez pasado «lo peor» de la crisis, el último avance meteorológico de cara al festivo,  el agobio de buscar a alguien para que se quede con el niño mientras trabajamos, la eliminatoria de Champions y la pequeña y creciente ilusión de que ya queda menos para las vacaciones de verano, resulta complicado para el proletario moderno lograr sacar un segundo en su día a día para recapacitar sobre el sentido de pertenencia a su clase social. El españolito medio no se define hoy utilizando para ello su relación con los medios de producción, su posición en el sistema de economía social o lo jodido que se encuentra cada maldito lunes a la hora de encarar su trayecto al trabajo. Hoy un ciudadano como usted o como yo, se identifica ante el resto de la especie por sus nuevas Adidas Yeezy, una camiseta de más de 100 euros, situándose  al volante de un coche de más de diez años o bebiendo una ginebra barata en vaso de tubo, sin adornos ni pretensiones, únicamente con el ansia y la desesperación presente entre aquellos que realmente necesitan escaparse de su realidad diaria,  a ser posible a algún lugar en el que no tengan portero en la entrada, negándole de ese modo al mundo la posibilidad de identificarnos como unos parias para dejarnos una vez más en la puerta. Al fin y al cabo, siempre será esta la salida más sencilla para los hijos de una clase obrera venida ya hace mucho tiempo a menos, los derrotados de la lucha de clase, la generación perdida por el consumo.

En un estado como el nuestro, en donde el 44,6% de las horas extra semanales no son remuneradas, cerca del 14% de los trabajadores no llegan a cubrir sus necesidades con los salarios percibidos y 10,2 millones de ciudadanos cuentan con una renta que los sitúa por debajo del umbral de la pobreza, mientras las 200 personas más ricas del país aumentan su patrimonio en 10.000 millones, el recuerdo de los Mártires de Chicago supone hoy sin embargo una mera anécdota por pocos recordada durante los actos de las movilizaciones obreras por el 1 de Mayo. La ola de huelgas que dio pie para establecer definitivamente la jornada de ocho horas, carece hoy en nuestro imaginario colectivo de la importancia otorgada en 1889 por la Internacional Socialista, al escoger  dicha fecha como un día señalado de reivindicación y unión  para todos los obreros del mundo. Poco o nada queda ya en nuestras plazas y alamedas de aquella movilización obrera como nexo de unión ante las dinámicas de clase, las jornadas indefinidas de huelga como estrategia de negociación colectiva o los adoquines como legítima defensa ante la continua degradación de las condiciones laborales impuestas por el imparable desarrollo del capitalismo. Aquellos tiempos de lucha conjunta se diluyeron definitivamente entre la espartana resistencia de la región de Kent y el imparable avance de la transversalidad entre las arenas de una playa que nunca existió bajo  las calles del Mayo del 68. Hoy la movilización y la resistencia obrera en España es considerada –ante la inexplicable pasividad del conjunto de la sociedad– un acto terrorista. Un desafío intolerable por el poder e impensable en un «ciudadanos de orden«.

«¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís! ¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!.»

Arbeiter Zeitung Fischer

En nuestra sociedad las compañías de policía no abren fuego abiertamente contra los manifestantes, las revueltas se dan únicamente en los estadios de fútbol y la horca no ha vuelto nunca más ha resultar ineludible para la conquista de nuestros derechos. Pero como ayer, los obreros y las obreras siguen muriendo en España, sigue siendo su sangre; la sangre del proletariado, la sabia que ininterrumpidamente alimenta una guerra de clases que estamos muy lejos de ganar, una guerra que diariamente nos oprime y nos condena, pero que década a década desconocemos más profundamente, presos de la ignorancia. Son pocos los ciudadanos que hoy se preguntan como un Iphone puede llegar a valer incluso mil euros, mientras la nómina de aquel amigo suyo que trabajaba para Apple apenas vislumbraba esa cantidad, el sentido de la privatizaciones y los pactos sindicales encaminados a retrasar un inevitable Armagedón laboral o las posibilidades subyacentes a la hora de vislumbrar un proyecto de unión sindical supranacional.

Mientras la precariedad laboral termina de consolidarse como única estrategia de la patronal para alcanzar la tan ansiada recuperación económica y el estado se encarga de silenciar el ininterrumpido reguero de víctimas entre leyes mordazas y raquíticas zanahorias presupuestarias, la clase obrera española, liderada por una izquierda desmemoriada y poco ambiciosa, continua hoy inmersa en un proceso de búsqueda de identidad entre el temor a la pobreza absoluta y las insospechables consecuencias de un proceso de alienación en el que la privacidad, la salud o el conocimiento del ser humano, han venido a substituir a la fuerza de trabajo como mercancía de intercambio ante el capitalista. Víctimas de un shock económico, sino directamente planificado en su inicio, sí muy bien ejecutado en su argumento, sin apenas resistencia, los asalariados del mundo comenzamos a dilapidar décadas de resistencia obrera por temor a perder nuestra capacidad de consumo. Apenas una década después, el miedo se ha transformado en paranoia y la amenaza de que sonase el despertador es hoy una realidad  dibujada entre nuevas formas de esclavitud moderna y un ejercito industrial de reserva alistado en el bando de todas esas multinacionales.

«Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando.»

Warren Buffett

Hoy varios miles de ciudadanos hacen cola para trabajar como conserjes, porteros, pinches de cocina o personal para limpieza de pisos en un hotel de cinco estrellas. McCormic es la norma, la figura del esquirol ha desaparecido entre la desesperación por obtener un salario con el que conseguir sacar adelante a una familia y el simple y socialmente fomentado deseo de consumo, las palabras de la izquierda hoy quedan huérfanas de oyentes ante su incapacidad para lograr adaptar su estrategia al campo natural del Homo consumus. El discurso del 1 de Mayo debe hablarnos como trabajadores, pero también como consumidores, una dualidad a la que estamos sometidos durante nuestra dinámica en sociedad y a la que la izquierda no ha prestado apenas atención como método de lucha social.

En un marco de globalización creciente bajo el prisma del neoliberalismo, la respuesta proletaria, la organización obrera, debe comenzar a cimentarse irremediablemente de forma supranacional. De nada sirve la resistencia de un pueblo o una región determinada cuando las tácticas, la experiencia y la guerra no pueden ser llevadas más allá de los límites propios de una nación. Si bien se pudiesen obtenerse, fruto de la tenacidad popular, brillantes y heroicas victorias en pequeñas batallas locales, la guerra y la explotación capitalista será siempre trasladada a un estado más débil y corruptible en el que de la mano de las grandes multinacionales continuar ganando la guerra. Lo que actualmente sucede en una remota aldea siria o en una indómita región de la selva de Colombia, afecta directamente al desarrollo vital y económico de la sociedad española, sus batallas son nuestras batallas, sus enemigos son nuestros enemigos y eso tarde o temprano debiera convertirnos en aliados. El boicot económico al gran empresariado, las movilizaciones obreras contra determinadas cadenas de producción deslocalizadas o la lucha por garantizar unas condiciones de vida dignas y un pacto social verdaderamente representativo en Europa, suponen importantes desafíos para una izquierda europea prácticamente noqueada por la ofensiva liberal. Hoy como en 1877, tan sólo una clase trabajadora unida puede volver a plantar cara a un presente oscuro, con la sólida esperanza de construir un futuro mejor para el conjunto social. Después de todo, llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones; y ese mundo está creciendo en este instante.

Artículo original publicado en NR el 8/5/2018

1 Comment

  1. Ahora mas que nunca la clase obrera necesita estar unidad, para defenderse del neo liberalismo salvaje que recorre el mundo y su puestos de trabajo, la esclavitud es otra, el robo de los salario a través de la especulación con los precios de los alimentos, unidos podemos vencer al capitalismo burgués brazo ejecutor del imperio de la producción bienes y servicio quienes cada día quieren pagar meno por la mano de obra o sea la fuerza de los trabajadores, por los mártires de Chicago y los que ha diario mueren por accidentes laborar y otros motivos causado por el explotador patrono, unidos podemos vencerlos somos mayoría. Viva la clase obre la que mueve al mundo.

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