La carrera por el Ártico: el incremento de la conflictividad en el High North

Soldados suecos participan en los ejercicios conjuntos “Cold Response” el pasado marzo en Noruega. Son los mayores ejercicios en la región desde la Guerra Fría. Fuente: Global Times.

Por Cristian Martín Lanzas / Descifrando la Guerra

El retirado almirante y comandante aliado supremo de la OTAN James Stavridis describió en 2017 el Océano Ártico como un lugar de promesas y peligros, todos ellos aún en estado latente bajo los hielos de una de las regiones más aisladas e inhóspitas del mundo. Ese mismo año, el primer carguero en navegar el ártico sin escolta de un rompehielos finalizaba un recorrido histórico, algo había cambiado en el norte. En cálculos aún inexactos por el USGS, el Ártico puede contener un 25% de las reservas probadas de hidrocarburos y probablemente un trillón de dólares en metales preciosos y tierras raras. Contiene también una fecunda reserva de pescado por la que países como Islandia, Noruega o las Islas Feroe disintieron de las políticas pesqueras de la Unión Europea, negaron su adhesión, o incluso la enfrentaron. Es también una promesa en infraestructura y comunicación. El ártico sufre las consecuencias del cambio climático cuatro veces más rápido que en otros lugares del mundo. La reducción sustancial del hielo permanente ha dado esperanza a inversores privados y nacionales de operar con mayor facilidad en sus espacios, lo que presentará futuros puntos de confrontación.

Pero lo primero es lo primero: ¿dónde está el ártico? Rodeando el polo norte, la región ártica tiene distintas delimitaciones y suele referírsele en subregiones, pero entre sus integrantes están las naciones de Rusia, EE.UU., Canadá, Dinamarca (por su extensión Groenlandesa), Islandia, Noruega, Suecia y Finlandia. Los avances tecnológicos y el nuevo modo de mantener el status quo durante la Guerra Fría convirtió el ártico en la línea recta más rápida entre las dos superpotencias, creando una carrera de contención y disuasión, silos nucleares y estaciones de radar de alta potencia.

Aunque la extensísima costa norte rusa permitió evitar que el ártico se convirtiese en un lago de la alianza atlántica, a lo largo de Alaska y el norte canadiense se extendía la línea de radares DEW (Distant Early Warning) que conectaba con la aún operativa base estadounidense de Thule en Groenlandia, e Islandia encontró su mayor activo político internacional con su posición central en el “GIUK gap”. Estas y otras líneas de defensa servían para mantener un seguimiento constante de la psicosis colectiva en Occidente alrededor de los submarinos nucleares rusos mientras Suecia y Finlandia jugaban sus cartas de neutralidad dudosa en la frontera soviética. Moscú, por su parte, también se preocupaba de su limitación comunicativa naval. Entre la base de Murmansk y Vladivostok existen casi 6000 km de distancia a lo que se sumaba la difícil conexión de los silos y bases terrestres en las regiones e islas más norteñas.

Las nuevas dinámicas de los 90 hasta la actualidad

El vacío de poder de la Unión Soviética no se llenó con la velocidad de otras regiones como Europa del este o Asia central. Washington por fin podía desviar recursos a territorios más importantes durante el mayor proceso de desmantelación armamentística de la historia. Cientos de bases y enclaves árticos simplemente quedaron abandonados o sin los recursos necesarios para ejercer ningún interés estratégico. Los años 90 parecían ser una edad dorada para la cooperación internacional en desarrollo regional e investigación del cambio climático.

El discurso de Gorvachev en Murmansk en 1987 proveyó la creación de foros y organizaciones como el Consejo de Estados del Mar Báltico (CBSS) –1992– o el Euro-Atlántico de Barents (BEAC) –1993–. La importancia ambiental de la región llevó al siguiente paso, ¿cómo gobernar el ártico? En la práctica, es un océano rodeado de un puñado de países que han sido cuestionados sobre si deberían ser las únicas voces para cuidar de sus recursos y ecosistemas. La Declaración de Ottawa (1996) ratificó la que puede ser la mayor “autoridad” en materia de cooperación: El Consejo del Ártico. Aunque este ha conseguido legalizar acuerdos en materia de rescate y búsqueda, cooperación científica o polución, la fuerza del Consejo se basa en el buen hacer y el deseo de los miembros para cooperar, con una limitada capacidad para crear leyes vinculantes o programas con un presupuesto consensuado que en ningún caso incluye objetivos militares.

El creciente interés científico destapó nuevos intereses comerciales y de prestigio que se interponían en la creciente colaboración. Nuevas rutas entraban en juego: La Ruta del Norte, que se desliza por la costa norte rusa hacia los países nórdicos y el famoso Paso del Noroeste, que serpentea entre las islas del norte de Canadá. La Declaración de Ilulissat de 2008 buscó la cooperación pacífica de las naciones costeras del ártico (A5) para el justo y sostenible desarrollo de las rutas. La región volvió a la agenda de los estadistas y con ella el interés por el que posiblemente sea el mayor campo de batalla legal en la región: La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS según sus siglas en inglés) determina un nuevo marco legal internacional que discute las libertades de paso, explotación y comercio costeras y de alta mar. Ratificada en 1994, la Convención dispone una Zona Económica Exclusiva (EEZ) de 200 mn mar adentro y permite la explotación exclusiva del mismo.

Militarización rusa en el ártico. Fuente: Stiftung Wissenschaft und politik (WSP)

Asimismo, incluye el reconocimiento de la Plataforma Continental (CS) con un máximo de 350 mn si se demuestra una legitimidad científica sobre la extensión natural del país en relación a esta estipulada denominación. Esta pugna es ante todo de carácter científico, no solo debe mapearse la región con la suficiente capacidad para determinar la extensión del CS, sino que además debe entregarse una muestra física, algo más sencillo de decir que de hacer. Los avances tecnológicos y el deshielo han despertado la animosidad para las recientes propuestas de ampliación de su CS, siendo Rusia la primera en 2001. Los planes del Kremlin en la zona son ambiciosos y podrían extender su influencia por tres cuartas partes de la Ruta del Norte, con los problemas que ello sumaría a Europa, atada a una dependencia energética rusa.

Aunque el embotellamiento de los debates en el marco del UNCLOS parezca prometedor, aún existen ciertos problemas: un puñado de importantes potencias aún no han ratificado dicha convención por ser injusta o no beneficiar a los intereses de la nación, entre las que se incluyen Washington o Ankara, lo que supone un vacío para el desentendimiento en alta mar. Sumado a la dificultad por demostrar las reclamaciones de las signatarias, era inevitable la superposición de propuestas, que lleva a conflictos que suelen salirse de lo científico. Nuevos debates despiertan antiguos problemas, y con los deseos de Rusia de resurgir como potencia, la militarización de la zona se vuelve casi inevitable, un asunto en el que Moscú ya ha tomado cartas.

Rusia y la nueva “Cortina de Hielo”

Comercialmente Moscú se ha proclamado procurador de la Ruta del Norte empezando, en 2019, con el plan de desarrollo de la misma. Los puertos de aguas cálidas siempre han estado en los asuntos de seguridad nacional y el paso del noreste reduciría el viaje del comercio marítimo sustancialmente, de 48 a 19 días, minimizando costes y peligrosidad de un viaje alternativo Shanghai-Rotterdam que ya cuenta con numerosas regiones piratescas. Rusia además ya cuenta con la flota de rompehielos más avanzada y extensa del mundo, con los nuevos rompehielos nucleares clase Arktika que son la joya de la corona.

Sin embargo, el hielo no es el único problema que el plan debe afrontar: las compañías transportistas reclaman altas primas de seguros para el peligroso viaje, importantes restricciones en los tamaños de buques, una falta de instalaciones de respuesta rápida en emergencias y sistemas de navegación anticuados. Pero este proyecto implica también toda una infraestructura terrestre, aeroportuaria o de cableado marítimo que se espera que prolifere por toda la siberia profunda. La empresa petrolera nacional Rosneft, por ejemplo, tendrá que desarrollar toda una región sólo para llegar y conectar la península de Taimyr, donde se esperan encontrar pozos que generen beneficios. La ruta tampoco ha pasado desapercibida a Pekín, el mayor investor externo en enclaves como Murmansk, Arkhangelsk, Sabetta o Tiksi y miembro observante del Consejo del Ártico que en 2018 reveló un “libro blanco” con su apuesta por la Ruta Polar de la Seda, aumentando su cooperación con las naciones del ártico y proclamando su estatus de nación “cercana al ártico”. Pero el asunto no es sólo asiático, Reykjavik ha apostado por el desarrollo de puertos en regiones en decadencia para acoger cargueros de la futura ruta, quizá aún no tan inquieto como sus vecinos sobre las intenciones de las potencias del este. El CSIS ya bautiza la estrategia militar rusa como la “cortina de hielo”.

Cuando Rusia asumió la presidencia rotatoria del Consejo Ártico en 2021, Estados Unidos reunió a otros miembros para oponerse a los planes de Moscú de establecer reglas marítimas en el norte y su deseo de reanudar las conversaciones militares de alto nivel. Estas se suspendieron en 2014 por las acciones de Rusia en Ucrania y escalaron con la declaración conjunta contra la guerra en Ucrania que pone en alto la cooperación en el Consejo. Sin embargo, el peso de Rusia es demasiado grande en esta parte del mundo y los expertos han alertado de la virtual incapacidad administrativa sin el gigante ruso. Aunque todas las naciones del A7 han tomado sanciones contra Moscú, existe un pragmatismo “posible y necesario” que ha llevado a una ambigüedad en la región amparada por la tradición y naturaleza pacífica del Consejo.

Europa y Norteamérica: entre la OTAN y la UE

Con la esperanza de una integración militar atlantista de Helsinki y Estocolmo, el ártico europeo se convierte en un importante rompecabezas para Moscú que pensaba solucionado desde el final de la guerra. Gran parte de la península de Kola aloja un gran número de silos nucleares y bases militares, un apéndice que el Kremlin sólo puede conectar por tierra hacia el corazón del país por carretera. El corredor de Murmansk se extiende a lo largo de 700 km de carretera y raíles que son puestos en jaque ante la aparición de un flanco finlandés de dimensiones proporcionales. La extensión de la frontera finlandesa proporciona un gran alivio para la OTAN que se veía comprometida a desplazar efectivos al “flanco norte” a través de la accidentada autopista E6 noruega. Los países nórdicos, que también comparten cooperación militar en otras asociaciones como la NORDEFCO, ratificaron su compromiso para la movilización de efectivos y auxilio en la reunión de la OTAN el pasado julio en Madrid.

En esta situación, la Unión Europea se ve superada por el desafío ártico y su estrategia aún se mantiene ambigua y tímida. En 2008 Rusia hincó simbólicamente su bandera en el círculo, lo que supuso un toque de atención para la Unión que ha apoyado sus intentos por convertirse en un miembro observante del Consejo del Ártico con la importante presencia que ya proyecta. Es un alto contribuidor al I+D polar así como al desarrollo sostenible, económico y social, incluyendo numerosas comunidades indígenas de las regiones árticas y subárticas. Además, Bruselas ostenta infraestructura y dependencia energética en la región, siendo Noruega uno de los principales proveedores de gas y petróleo. Como en otros campos, la UE deberá pensar con visión estratégica y considerar una región de importancia creciente más allá del comercio e investigación, campos en los que la Unión ya puede dar pasos seguros. Cuanto más se involucre, mayor legitimidad tendrá a la hora de reclamar su hueco en los debates que determinarán el “flanco norte”.

Su aliado al otro lado del charco presenta varios problemas para postularse en la carrera por el ártico. El Pentágono necesita rompehielos, contando su guardia costera un total de dos, lo que le impide tanto tener presencia como reclamar protagonismo en misiones de investigación o militares. Washington escasea conciencia ártica y se ha visto complaciente en sus buenas relaciones con su vecino del norte. Teniendo en cuenta que Ottawa tiene la flota de rompehielos más extensa después de Rusia, Canadá se convertiría en activo clave en la lucha por el polo norte que podría dejar de seguir a la cola de los deseos de la Casa Blanca. Su rechazo del UNCLOS no ha vuelto a Washington reacio a criticar la implicación de otros actores en la zona como Rusia o China así como su monitoreo de la zona, siendo conscientes de la importancia que supone la región para la seguridad nacional.

 

 

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