Desde el 19 de noviembre, el Estado turco bombardea de forma masiva varias ciudades de la región kurda de Siria. El resultado: casi treinta muertos, decenas de heridos y la destrucción de infraestructura vital para los pobladores.
Por Leandro Albani / Tiempo Argentino
El presidente turco Recep Tayyip Erodgan no pierde el tiempo. Luego del atentado ocurrido el domingo 13 de noviembre, en el que seis personas murieron, el mandatario y sus ministros se apresuraron en culpar por esta acción al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) y a las Unidades de Protección del Pueblo (YPG), estas últimas que operan como autodefensas en Rojava (Kurdistán sirio) e integran las Fuerzas Democráticas Siria (FDS).
Desde ambas organizaciones negaron la autoría del atentado. Las unidades urbanas del PKK, con una presencia escasa en territorio turco, realizan acciones contra objetivos militares, los cuales reivindican. Las YPG nunca atacaron territorio turco, aunque desde el gobierno de Erdogan se empecinen en decir lo contrario. Los muertos generados por los bombardeos turcos en Rojava se pueden contabilizar por cientos. Del otro lado de la frontera, el Estado turco apenas difunde algunas cifras dudosas por los supuestos ataques de las YPG y las FDS.
Aunque las fuerzas de seguridad turcas llevaron a cabo operativos relámpagos tras el atentado en Estambul, arrestando a docenas de personas, la autoría del hecho todavía se encuentra en la nebulosa. Para el Ejecutivo turco, quién ordenó el ataque es casi intrascendente, porque el objetivo real está cumplido: tener una excusa más para lanzar una invasión militar contra Rojava.
El 19 de noviembre por la noche, el gobierno turco lanzó la operación “Garra y Espada” contra varias ciudades de Rojava, en especial Kobane, una localidad emblemática para los y las kurdas, porque en ese lugar derrotaron, por primera vez, al Estado Islámico (ISIS) en 2015, luego de tres meses de combates cuerpo a cuerpo.
Más de 30 personas murieron por las bombas turcas, 13 de ellas civiles y 15 soldados del ejército sirio. Además, el Estado turco atacó una base militar conjunta de tropas estadounidenses y de las Fuerzas Anti Terroristas (YAT, por sus siglas originales), que integran las FDS. En ese bombardeo, dos integrantes de las YAT fueron ultimados.
Los ataques turcos, que se recrudecieron con el correr de los días, también destruyeron un hospital, un complejo de silos para acopiar granos, dos escuelas, pozos petroleros y una central eléctrica.
Los bombardeos, aunque se centraron en Kobane, también alcanzaron los alrededores de las ciudades de Derik, Tirbespiye, Qamishlo (capital de Rojava), Til Temir y Amude, entre otras. Las incursiones turcas también alcanzaron el norte de la provincia de Alepo, donde se encuentran asentados miles de refugiadas y refugiados kurdos de la región de Afrin, ocupada ilegalmente por Turquía desde 2018, y la provincia de Deir Ezzor, bajo control de la AANES luego de que las FDS, junto a la Coalición Internacional, la liberaran de ISIS.
El espacio aéreo de Rojava está controlado por Rusia y Estados Unidos. Los ataques aéreos permanentes de Turquía tienen el visto bueno de ambas potencias o, al menos, los avalan con un silencio estremecedor. Debido a los últimos bombardeos, Moscú y Washington le pidieron “moderación” a Erdogan. Una solicitud que, en medio de una lluvia de bombas, tiene sabor a nada.
A las pocas horas de iniciada la escalada militar turca, el comandante general de las FDS, Mazloum Abdi, denunció que Ankara no “hizo distinción entre nuestros civiles y nuestros puntos militares”, como tampoco se respetó al ejército sirio, que responde al gobierno de Damasco. Abdi, la máxima autoridad militar del norte y el este de Siria, confirmó que los ataques turcos “continuarán por un tiempo” y rechazó nuevamente que su fuerza estuviera involucrada en el atentado de Estambul. Es más, el jefe militar kurdo aseguró que el ataque en la principal ciudad de ese país “tiene todas las marcas de la inteligencia turca”. A su vez, advirtió que los ataques contra Rojava forman parte “del juego de Erdogan” con vistas a las elecciones presidenciales de mediados de 2023.
Abdi remarcó que los bombardeos ordenados por Ankara “nunca podrán quebrantar nuestra voluntad” y las FDS están listas para repelerlos. El comandante general aclaró que si Turquía guerrerista de Turquía continúa, “todos sufrirán”, y agregó que desde las FDS “no queremos que estalle una gran guerra”, aunque “estamos listos para una gran resistencia”.
Tanto desde las YPG como de las Unidades de Defensa de las Mujeres (YPJ) coincidieron en calificar los ataques turcos como criminales y destacaron que ambas fuerzas están preparadas para responder. En un comunicado, desde las YPJ llamaron a las mujeres y a los jóvenes en Rojava y el noreste de Siria a “ocupar sus lugares para defender sus territorios”. Al mismo tiempo, aseguraron que “con nuestra cultura victoriosa de resistencia, lucharemos en todas partes y derrotaremos esta mentalidad genocida del régimen terrorista” de Turquía.
En Turquía, el establishment política, ya sea parte del gobierno o se posicione como oposición, respaldan de forma plena las decisiones guerreristas de Erdogan. La mayoría de los partidos políticos tiene una visión similar a la del Ejecutivo con respecto a los kurdos y otras minorías étnicas. La única organización que se diferenció fue el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por sus siglas originales). El partido prokurdo, y que nuclea a fuerzas progresistas y de la izquierda turca, se pronunció en contra de los bombardeos contra Rojava. Desde el HDP –la tercera fuerza parlamentaria en el país-, manifestaron que “la comunidad internacional no debe permanecer en silencio ante estos ataques mortales que constituyen una clara violación del derecho internacional y humanitario”.
Feleknas Uca y Hişyar Özsoy, los responsables de Asuntos Exteriores del partido, expresaron en un comunicado, que “el presidente Erdogan está tratando de reunir el apoyo internacional para una nueva gran incursión en el nordeste de Siria antes de las elecciones del próximo año. En medio de la profundización de los problemas económicos, lleva a cabo su campaña electoral sobre la base de la guerra y el belicismo”.
En el partido prokurdo recordaron que el Estado turco “tiene un historial de bombas en el período previo a las elecciones. En 2015, después de que el AKP (partido gobernante) perdiera la mayoría en el Parlamento en las elecciones de junio y convocara unas elecciones anticipadas para noviembre, la violencia se intensificó en todo el país; la gente fue objeto de varios ataques, incluidos atentados con bomba. En el atentado contra el mitin ‘Trabajo, Paz y Democracia’, en Ankara, murieron más de 100 personas, muchas de ellas simpatizantes del HDP, y más de 500 resultaron heridas. Entonces, el gobierno también culpó al PKK y demonizó al HDP como un discurso clave en su campaña electoral. Más tarde, se descubrió que el ISIS estaba detrás del ataque”.
La política del odio es una característica principal del gobierno turco. Sus funcionarios la gritan a los cuatro vientos. Y, por supuesto, el propio presidente Erdogan la repite como un mantra en donde los kurdos son terroristas, perversos y hasta animales a los que hay que exterminar.
Hulusi Akar, ministro de Defensa turco, fue el encargado de anunciar, con bombos y platillos, que la masacre de los kurdos en Rojava estaba en marcha. El mismo 19 de noviembre, declaró desde su cuenta Twitter: “Ha llegado la hora de ajustar cuentas. Los bastardos deberán rendir cuentas por sus ataques pérfidos”. El ministro hablaba, por supuesto, de los “bastardos” kurdos y de sus “ataques pérfidos”, en referencia al atentado en Estambul, del cual todavía no se conoce a su autor o autores reales. Pero, otra vez, nada importa para el Ejecutivo turco. Las bombas de sus aviones y drones ya surcaban el aire de Rojava.
Tres días después, el presidente Erdogan anunció que su país se preparaba para una operación terrestre contra el norte de Siria. En un discurso televisado, señaló: “Llevamos unos días encima de los terroristas con nuestros aviones, cañones y drones”. Y agregó: “Si Dios quiere, pronto los erradicaremos a todos con nuestros tanques, artillería y soldados”. Erdogan también dijo: “El camino ha llegado a su fin para aquellos que piensan que pueden hacer esperar a Turquía jugando con las letras y cambiando el nombre de la organización terrorista”. El mandatario se refería de esta manera al PKK y al amplio Movimiento de Liberación de Kurdistán. Aunque, para ser justos con la verdad, con esas palabras el presidente turco se podría haber referido a los propios grupos yihadistas y mercenarios que Ankara financia y apoya en el norte de Siria, muchos de los cuales están integrados por ex miembros de ISIS. Pero a Erdogan no le importa explicar esto, porque sabe muy bien que ningún “presidente serio” de este mundo lo va a criticar por respaldar y armar a los terroristas.
En los últimos días, en todo Kurdistán y en las principales ciudades de Europa se multiplicar las movilizaciones y las protestas para denunciar al Estado turco. Algo que, muchos y muchas de nosotras, no vamos a ver en los principales medios de comunicación. Pero las marchas, actos y muestras de solidaridad se están dispersando por todos los continentes. En estos hechos, los kurdos y los demás pueblos que habitan Rojava tiene su apoyo más real y concreto. Pero a diferencia de otras veces, ahora las críticas a Turquía también aparecen en la boca de europarlamentarios, partidos políticos y sindicatos del bloque europeo, como también de instituciones internacionales de derechos humanos.
Como sucede de forma habitual en Rojava, las despedidas de las personas que murieron por los bombardeos turcos se convirtieron en movilizaciones masivas de dolor y rabia. Llantos, gritos, y el recuerdo de muertos y más muertos que en Rojava llevan la marca de fuego de las bombas de Erdogan. Hay que recordar que en la lucha contra ISIS, las fuerzas de autodefensa del norte y el este de Siria perdieron a 11.000 de sus hombres y mujeres, una cifra que parece no conmover al resto del mundo.
Una de las instituciones que se pronunció fue el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), ya que en los ataques fue asesinado el periodista Essam Abdullah, de la agencia de noticias ANHA, y resultó herido Mohammed Jarada, reportero de Sterk TV. Desde el CPJ demandaron a las autoridades turcas “una investigación completa y transparente” sobre la muerte de Abdullah. Sherif Mansour, coordinador del programa de Oriente Medio y Norte de África del CPJ, manifestó que “los periodistas son civiles y deben ser protegidos mientras hacen su trabajo”.
Los días por venir en Rojava son inciertos. En los últimos reportes brindados por las FDS el viernes, indicaron que desde que comenzó el ataque masivo turco un total de 965 disparos de morteros y obuses, y proyectiles de tanques impactaron en el territorio kurdo de Siria. Las FDS también comunicaron que en sus operaciones de defensa, al menos 12 soldados turcos y 14 mercenarios que responden a Ankara fueron abatidos.
Esta vez, el presidente Erdogan parece decidido en causar grandes daños entre la población de la región. Los kurdos junto a los otros pueblos que habitan la zona dejaron en claro que resistirán hasta el último aliento. La larga historia de Kurdistán está sostenida en una resistencia sin dobleces. Contra esto, las bombas turcas, pese a las muertes que causan, se diluyen entre montañas, estepas y campos fértiles en donde siembre florece la vida.
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