La ley en España carece de figuras e instrumentos apropiados para impedir que el autor nominal de un delito oculte a su autor real.
Por Lucio Martínez Pereda | 6/04/2024
En España hay muchas cosas de la Biblia que han pasado a formar parte de la tradición política. Si al pecado le quitamos su componente de Mal religioso y lo aplicamos al mundo de las estrategias judiciales defensivas ante los delitos, comprenderemos que una de ellas es el chivo expiatorio. Cuando alguna de las tribus de Juda se pasaba cometiendo pecados y se temían como respuesta la ira de Yavé, echaban mano de la primera cabra que veían, le colgaban en los cuernos todos los pecados de la tribu y la enviaban a vagar por el desierto, para que una vez descubierta por Yavé este descargara toda la destrucción que acompañaba su ira sobre el pobre y desorientado animal. Es un clásico para evitar que el ordenamiento jurídico se cumpla en España. Le podemos poner muchos y distintos nombres: “testaferro”, “ suplantador” ,“hombre o mujer de paja”, pero su función es siempre la misma. Corina y Juan Carlos, el novio de Ayuso y Ayuso: ¡en España, qué mejor que buscarse una persona de tu entera confianza para que cometa tus delitos con su nombre y a ti no te pueda pasar nada!
La ley en España carece de figuras e instrumentos apropiados para impedir que el autor nominal de un delito oculte a su autor real. Además, en términos de corrupción, existe una clara diferencia entre la democracia española y las democracias de tradición política anglosajona: en las segundas el representante democráticamente elegido tiene una doble responsabilidad: penal y política. En España, si no se puede demostrar la existencia de la primera, la segunda tampoco existe. Pero para ser más exactos con el caso español hay que añadir un matiz: la asunción de la responsabilidad política siempre ha sido mayor en la izquierda, ya que sus votantes son mucho más exigentes con ella.
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