Por Daniel Seixo
«Debemos prepararnos a cumplir nuestros deberes con los demás pueblos, sin lo cual nuestro concepto de la solidaridad humana quedaría enmarcado en la esfera minúscula de nuestras fronteras nacionales y de nuestros intereses nacionales.«
Fidel Castro
“Esto sirve para tranquilizarnos la conciencia. Pero no ayuda a los pobres. No necesitan caridad, sino justicia.”
Isabel Allende

En medio de una emergencia médica sin precedentes en nuestro país y con todas las cámaras de nuestros informativos ávidas de héroes individuales que nos permitan enfocar esta situación como uno más de esos cuentos de indios y vaqueros, sin contexto real alguno, a los que nos ha acostumbrado el periodismo televisivo, una vez más, hace su oportuna y pronta aparición la supuesta generosidad del empresario textil y multimillonario Amancio Ortega.
La donación de unos cuantos miles de mascarillas, el inicio de la producción de equipos de protección sanitarios o el ofrecimiento al gobierno español de la red logística de Inditex para facilitar las compras que haga el Estado en China, se entremezclan estos días con las denuncias de los empleados en los almacenes de Inditex exigiendo el cese temporal de su actividad o al menos la dotación de las debidas medidas de seguridad, los rumores acerca de un futuro y muy probable ERTE o la rescisión de los contratos temporales que suponen un contingente significativo del total la plantilla.
Puede que a muchos de ustedes les siga apeteciendo profundizar en un estado y una sanidad basadas en el mecenazgo, pero no por ello, pretendan convertirnos al resto en meros súbditos del empresario de turno
Curiosamente, entre aduladores publirreportajes, servilistas portadas y obscenas muestras de tics claramente caciquiles y antidemocráticos, como el llevado a cabo bajo la supervisión del gobierno de la Xunta del señor Alberto Núñez Feijóo, haciendo sonar las sirenas de ocho vehículos sanitarios –pertenecientes a todos los gallegos– frente a la casa del patrón Amancio Ortega, para felicitarle el cumpleaños, apenas encontramos espacios para reflexiones especialmente necesarias en estos momentos de incertidumbre. Poco se habla en nuestros mentideros políticos y periodísticos de la concentración de la riqueza en nuestra sociedad, la necesidad de una democracia fuerte sustentada en una distribución impositiva justa o la obscenidad de una filantropía que no es tal, sino que se trata más bien de una simple extensión de las oportunas campañas de marketing de la multinacional de turno. Poco se habla de esto y poco se comenta también, la insignificancia real del gesto de un personaje que tan solo en este último año ingresará vía dividendos una suma muy superior a los mil millones de euros. Las mascarillas, los equipos sanitarios o cualquier otro socorro del señor Ortega, no suponen más que una ínfima parte de lo que le sobra a este empresario adorado por muchos miserables. No existe por tanto solidaridad en repartir la holgura de uno, sino que esta debe darse a la hora de repartir lo que uno tiene. Gesto que les adelanto, jamás tendrá Don Amancio, por mucho que su patrimonio, no pueda ser consumido en cien vidas.
Dirán algunos que lo suyo es suyo y que no hay nada de malo en disfrutar o incluso en resguardar o malgastar lo que uno tiene y se ha ganado honradamente, pero a todos esos defensores del señor del feudo, yo les recuerdo las falsas promesas con las que Inditex arruinó a cientos de cooperativas –formadas fundamentalmente por mujeres del medio rural gallego– a las que Don Amancio dejó en la estacada, tras imponerles previamente condiciones draconianas de trabajo y la necesidad de grandes inversiones, cuando se esfumó con el proceso de deslocalización desde Galiza a países como Marruecos, Bangladesh o Turquía. Les recordaría también las innumerables denuncias por el trato que reciben sus empleados en esos países, el incendio de la fábrica de Rana Plaza en Dhaka –que causó la muerte de más de mil trabajadores- o las numerosas denuncias sufridas por Inditex por hacer uso de trabajo esclavo en Argentina y Brasil. Les recordaría a todos aquellos que hoy aclaman y celebran el cumpleaños de su venerable dios benefactor del capitalismo, la triste realidad de una sociedad que está siendo rescatada por sus profesionales de la sanidad pública, mientras Inditex se ha dedicado a evadir cientos de millones en impuestos, gracias a la ingeniería fiscal, aprovechando las condiciones ventajosas de utilizar sus filiales en terceros países para desviar ingresos obtenidos en el estado español. Entre otros países beneficiados por esta táctica y por las retribuciones del señor Ortega en nuestro país, se encuentra Holanda, ese estado que hoy nos pide que dejemos morir a nuestros abuelos para no desviarnos demasiado de los objetivos de déficit.
Por todo esto y por muchas cosas más, ya en su momento explicadas en esta misma columna, uno no puede sino sorprenderse de la idiocracia en la que vivimos y en la que nos congratulamos de la limosna otorgada por un señor que ha forjado su fortuna basándose en la explotación de la plusvalía del obrero, allá en donde esta ha sido más fácil de extraer para sus propios bolsillos, por cruel e inhumano que hayan sido los métodos necesarios para lograr tal fin. Por respeto a los esclavos modernos utilizados en sus fábricas en el mundo subdesarrollado, por orgullo propio y por la firme convicción de que un estado fuerte, democrático y soberano, no puede basar su sistema de salud en las donaciones o apetencias de un empresario, por acaudalado que sea este, yo no puedo sino oponerme a la idolatración del capitalismo más desigual y tutelado.
Poco se habla en nuestros mentideros políticos y periodísticos de la concentración de la riqueza en nuestra sociedad, la necesidad de una democracia fuerte sustentada en una distribución impositiva justa o la obscenidad de una filantropía que no es tal
¿Recuerdan ustedes cuando muchos de nosotros apuntábamos –ante las donaciones del señor Ortega a nuestra sanidad– a que la ausencia de equipamiento de alta tecnología no suponía una prioridad y que quizás resultaba necesario frenar los recortes e invertir en personal que garantizase el uso correcto de los equipamientos ya existente? ¿Recuerdan cuando dijimos que las prioridades sanitarias no podían ser marcadas por las puntuales apetencias de un multimillonario del sector textil? ¿Recuerdan cuanto en aquel momento señalábamos la desigualdad del sistema neoliberal y apuntábamos la necesidad de una redistribución de la carga impositiva en nuestro estado? ¿Recuerdan sus aplausos de entonces al señor Amancio Ortega?
Pues bien, una vez más situados en el mismo escenario, pero con los pies más adentrados todavía en el modelo de la sanidad privada o caritativa, puede que a muchos de ustedes les siga apeteciendo profundizar en un estado y una sanidad basadas en el mecenazgo, pero no por ello, pretendan convertirnos al resto en meros súbditos del empresario de turno. Sin duda, nuestra concepción de una sociedad solidaria y democrática, dista mucho de esos postulados.
No es una forma ciertamente normativa, pero en este caso prefiero utilizar un vulgarismo para alejarme del componente religioso que se puede entender en la idolatría. Aún cuando el capitalismo cada día sea más similar a la religión. De todos modos, gracias por tu apunte Patxi.
Creo que es idolatría, y no idolatración