La moña eterna que los líderes de la nueva izquierda duermen tras la borrachera indignada del 15-M ante desafíos que requerirían una respuesta en defensa de las mayorías sociales.
David Souto Alcalde
Íñigo Errejón ha abierto la caja de Pandora de la paternidad al revelar al pueblo llano en un tweet que Marta Ortega será la próxima presidenta de Inditex, no por méritos propios, sino por ser hija de Amancio Ortega.
Es difícil de entender que si un politólogo como Errejón se indigna por la meritocracia de los padres transferida a los hijos en el ámbito de la empresa privada, no haya hecho lo mismo ante la insólita y cancerígena endogamia que en los últimos años ha impulsado la nueva izquierda española mediante un fenómeno que podríamos denominar como la borbonización de la política.
Imagínense un país en el que tras la llegada formal de la democracia y la implantación del acceso universal a la educación superior se produce una curiosa coincidencia. Los años en los que por primera vez en la historia hay un número ingente de diplomados, licenciados y doctores provenientes de las familias no estudiadas que han protagonizado las luchas obreras de los años ochenta, coinciden con los años en los que la nueva política de izquierdas que dice representar a las mayorías sociales está encabezada por unos muchachos que ocultan su origen disfrazándose de clase media-baja pero que, en realidad, son hijos de aquellos que han detentado el poder y la gloria en los últimos cuarenta años. Imagínense algo aún más extraño. Esta situación se produce en un contexto de precariedad laboral extrema en el que esta masa amorfa de estudiados (y por supuesto de no estudiados, perdonen que escriba desde el prisma ilustrado de la nueva izquierda) tienen que malvivir o emigrar en masa a otros países. Nada de esto hace que sean estas gentes las que se politicen, sino que primero los platós de televisión, y después los escaños del Congreso, empiezan a ser ocupados por jóvenes aguerridos -casi todos madrileños- que intentan camuflar su naturaleza hípster trampeando su vestimenta con algunas prendas del Alcampo. Estos repúblicos zagales elevan el tono, juegan al Play-Doh con la retórica y lanzan incendiarios desafíos en abstracto a aquellos que han diseñado la Transición, sin que casi nadie se dé cuenta de que son sus mismos padres los que han hecho tal cosa, y que si ellos quieren rediseñar nuestro marco político es para que todo quede en casa.
Esta borbonización de la política -una democratización selectiva de los privilegios dinásticos que quiere implantar entre nosotros esa cosa tan americana de las sagas familiares- no es más que una estrategia de defensa romana de ciertas élites ilustradas, asustadas ante la idea de que la democracia pudiera llegar de verdad a nosotros. Es un timo de estado que se basa en considerar que el 15M, ese happening reaccionario y jacobino, fue una revolución de las mayorías sociales desprovistas de voz, y que estas además forman parte de la clase media, ese trampantojo tras el cual los jerifaltes de la nueva izquierda se han amparado para equipararse por arriba a los de abajo –¡todos clase media!- y hacerles una expropiación de capital político. El elemento definitorio de este fenómeno no es que las élites ocupen estratégicamente, como siempre han hecho, las posiciones de poder, sino que al hacerlo y disfrazarse de mayoría social no permiten que haya incorporaciones desde otros estratos, creando un enclaustramiento político aún mayor. Se sitúan, de esta manera, un paso más allá de lo que Michel definió como ley de hierro de la oligarquía; es decir, hacen innecesario el proceso por el cual todos aquellos que intentan cambiar de manera democrática las cosas acabarían siendo absorbidos por el statu quo y obedeciendo a los intereses imperantes.
El problema de esta borbonización de los progres es que en su sustitución de lo que debiera ser una república por una politeia o gobierno de las castas, nos condena a una muerte social sin precedentes en la que toda cosmovisión de izquierdas queda fuera del margen de lo pensable. La moña eterna que los líderes de la nueva izquierda duermen tras la borrachera indignada del 15-M ante desafíos que requerirían una respuesta en defensa de las mayorías sociales como la crisis del covid-19 o la digitalización autoritaria y anti-republicana actual, no es, de hecho, resultado de tener que afrontar la cruda realidad del poder y la responsabilidad del gobierno. Su conservadurismo ye-ye se deriva de la insólita configuración endogámica de sus huestes. Si esta política de la pureza de sangre no encuentra justificación alguna en un país de 47 millones de habitantes en el que ha habido una exitosa democratización formal de la educación superior, es aún más escandalosa al provenir de aquellos que, luchando a priori contra la casta, prometieron un antes y un después en el quehacer político. Hagámonos, por eso, un Errejón, y comencemos a desvelar parentelas de estos Borbones menores que, como la de Marta Ortega con Amancio Ortega, son de fácil rastreo en la web, pero que a diferencia de esta no están reconocidas como tal a viva voz. Si el hasta hace poco diputado Pablo Bustinduy es hijo de Ángeles Amador, ministra de Sanidad con Felipe González, y de Jorge Bustinduy, ex-director de Cercanías Renfe, el diputado Eduardo Maura es sobrino del diputado de Ciudadanos Fernando Maura, con quien compartió legislatura en el Congreso, mientras que ambos son respectivamente bisnieto y tataranieto de Don Antonio Maura, presidente del Gobierno bajo el reinado de Alfonso XIII y familiares de un sinfín de políticos más entre los que se encuentra el admirado escritor Jorge Semprún. Si Ramón Espinar Merino, antaño diputado por la Asamblea de Madrid es hijo de Ramón Espinar Gallego, ex-alcalde de Leganés y ex-presidente de la Asamblea de Madrid condenado por el fraude de las tarjetas black, Iñigo Errejón es hijo de José Antonio Errejón Villacieros, un alto cargo del gobierno que ocupó distintas posiciones en los gabinetes de González, Zapatero y Rajoy. La lista podría extenderse ad infinitum, incluyendo a Lilith Verstrynge, hija de Jorge Verstrynge y secretaria de organización de Unidos Podemos, al ex-diputado Eduardo Fernández Rubiño, hijo del filósofo Carlos Fernández Liria, o a varios miembros de los distintos estamentos del poder español, incluyendo como representante de la monarquía sindical –que no de los sindicatos, mucho menos de los obreros- a la ministra de trabajo Yolanda Díaz, hija de Suso Díaz, secretario general de CCOO Galicia durante varios años, y sobrina de Xosé Diaz, antiguo diputado del BNG en el Parlamento de Galicia.
Sin embargo, nada refleja mejor las contradicciones de esta inexplicable endogamia de élite progresista que los casos de las hermanas Clara e Isa Serra por una parte, e Isabel y Ana Pardo de Vera por otra. Si las primeras, hijas acomodadas del intelectual de derechas Fernando Serra, se disputaron como número uno de Unidas Podemos y número dos de Más País la hegemonía de la nueva izquierda en la Asamblea de Madrid (¿no había más candidatas en todo Madrid?), las segundas, provenientes de una familia de origen aristócrata, relacionada, según algunos medios, con el rey Sancho III de Navarra, estuvieron a punto de dar el pleno al quince y ser nombradas en la misma semana por Pedro Sánchez directora de ADIF la una (que sí lo fue) y directora de RTVE la otra (que, pese a la insistencia de Podemos, no lo fue, pero que es desde hace algún tiempo directora del diario Público y presencia constante en los gallineros mediáticos). No se trata de establecer cotas de poder –mis respetos, por ejemplo, al trabajo de Clara Serra- sino de entender que la condición esencial para desarrollar una política republicana que busque la justicia social radica en la democratización real del acceso al poder político. En este sentido, la derecha se equivoca a sabiendas al acusar a Unidas Podemos y derivados de latinoamericanizar la política española. Puestos a meter el dedo en la llaga, podríamos acusarlos de retro-latinoamericanizarla para convertirla en una política explícita de las oligarquías. ¿Han consumido peyote Pablo Iglesias, Íñigo Errejón o Mónica García para creer que ellos tienen una ascendencia social equivalente en España a la que tienen Evo Morales, Hugo Chávez o incluso Rafael Correa en sus respectivos países? Si algo representa a nivel simbólico la figura de estos políticos hípster es la contrarevolución que impide que en el estado español alguien de una extracción social equivalente a la de Morales o Chávez pueda llegar a influir en alguna de las nuevas esferas del poder.
El proceso de borbonización de la política progresista española es tan obvio que para entender el rol que las élites patrias de la izquierda tienen en las dimensiones más perversas y reaccionarias del estado y la esfera pública no hace falta haber leído a Gramsci, Poulantzas, Bourdieu o Jessop. Es, por eso, también desconcertante, que el politólogo Errejón que se escandaliza ante Marta Ortega no haya encendido todas las alarmas de la endogamia ante la recurrencia de ciertas líneas genealógicas en sectores estratégicos de la esfera pública española que debieran estar libres de cualquier influencia dinástica (no olvidemos que Unidas Podemos quería controlar el origen y naturaleza de las diferentes fuentes de información en aras de una hipotética imparcialidad). ¿No se merece un tweet agitador de conciencias, por ejemplo, el hecho de que el director de Eldiario.es, periódico que dice situarse a la izquierda de El pais, sea Ignacio Escolar, hijo de Arsenio Escolar, antaño subdirector de El País (no olviden, por cierto, que la directora de Público, el otro diario masivamente alternativo, es la ya referida aristócrata Ana Pardo de Vera)? ¿Por más inteligente, bienintencionado y agudo que pueda ser Escolar, no hereda para bien y para mal -en un sentido similar al de Yolanda Díaz con su padre- todas las inercias, relaciones personales, intereses e ideas acerca de lo que debe ser la profesión que haya ido trazando a lo largo de las décadas su genético hacedor? Pero para los que crean que esto simplemente es la excepción que confirma la regla que debiera mostrar que nuestro ascensor social funciona, reparemos, por tomar dos ejemplos al azar, en los casos de las familias Savater y Gabilondo.
Si a inicios de los noventa, en plena neoliberalización progresista del estado español, Fernando Savater publicaba su Ética para Amador, incluyendo en el título de este catecismo para plebeyos necesitados de divulgación el nombre real de su hijo cual infante-filósofo, con el pasar de los años y tras la mística irrupción del 15M, nos encontramos con que aquel niño, ya crecido, y con el nombre de Amador Fernández-Savater, sí nos representa y da ética, hablando de la fuerza de los débiles tras haberse ganado por inescrutables razones un puesto en la esfera pública patria. El caso de los Gabilondo muestra a las claras que estamos ante un fenómeno estructural. Si el periodista Iñaki Gabilondo fue el mayor productor de ideología durante las décadas en las que los informativos eran el medio de masas, su sobrino Aitor Gabilondo, es, hoy que las series son la nueva ideología, nuestro creador más influyente de ficciones audiovisuales. Hermano del primero y tío del último, Ángel Gabilondo es defensor del pueblo, ex-candidato del PSOE a la presidencia de la Comunidad de Madrid, ex-ministro de Educación y ex-rector de la Autónoma. Sin embargo, si buscamos en la web por el productor y guionista de títulos como Patria o El Príncipe nos encontramos con que es el hijo de unos carniceros y que, mal que bien, se ha ido abriendo camino en la España democrática de las mil posibilidades y los mil caminos. Hay que escarbar bastante en el estiercol y el purín para percatarse del parentesco. La moraleja es que los hermanos Gabilondo sí que provienen de una familia de carniceros sin conexión aparente con el poder, y que los años de la Transición les permitieron subir en el ascensor social y dinamizar desde sus posiciones de origen la esfera pública de entonces. Si algo define a la borbonización de la política aquí referida es que, mediante la técnica del atraco express, sin que nos percatemos, intenta naturalizar el cierre del acceso al poder público que sí hubo en cierta medida y de modo muy controlado en la Transición.
Con toda la razón del mundo muchos de ustedes podrán pensar ante estas inventivas errejonianas que la envidia es muy mala y que hoy en día es muy sencillo politizarse en eso que Manuel Castells definió (con un diagnóstico apologético y cientifista más errado que el tiro de una escopeta de feria) como la sociedad de la información. Cualquier ciudadano puede afiliarse a un partido, crear uno nuevo, hacer activismo, impulsar plataformas políticas en los medios sociales o salir simplemente a la Puerta del Sol -ahora que el AVE ha llegado también a Galicia- con una careta de Dalí o de V de Vendetta para manifestarse. Es también muy sencillo escribir artículos en prensa, libros o producir series. Basta con tener aptitudes, ponerse manos a la obra, y la meritocracia de la competencia -que no de los padres- hará que con un mínimo margen de error se haga justicia y la sangre de la república se regenere con leucocitos provenientes de miembros de todos sus estratos. El argumento es impecable, retóricamente tan eficaz -aunque menos cierto- que el que dice que cualquiera puede ser Amancio Ortega y que si uno se queja de que no es posible prosperar económicamente en la sociedad neoliberal en la que salen adelante el hijo-fondo-buitre de Aznar o el vástago de no sé qué ex-ministro socialista es porque uno no se ha esforzado demasiado, no tiene las aptitudes o las dos cosas.
No se equivoquen. No estamos acusando a ninguno de los nombres y apellidos incluidos aquí de haber llegado a su posición política, intelectual o laboral por los oscuros pasadizos de la endogamia. Tampoco lo estamos insinuando. Solo proponemos, animados por el tweet justiciero de Errejón, un acercamiento sociológico que nos permita entender a qué obedece la críptica recurrencia de ciertas sagas familiares en los espacios políticos y mediáticos de la izquierda. Nuestro diagnóstico va acompañado de dos prácticas soluciones. O se asume con carácter de urgencia que la necrótica endogamia de la nueva izquierda es un fenómeno estructural que va en contra de las mayorías sociales y debe ser corregido, o, por el contrario, se niega que estemos ante casos de endogamia y se reafirma que es pura meritocracia de los hijos y no de los padres. En tal caso, asumiendo que estos meritocráticos hijos fueron engendrados y concebidos por sus meritocráticos padres, no queda más que aceptar su superioridad genética y pedir por el bien de nuestra república monárquica constitucional (un parlamentarismo democrático, que no una democracia parlamentaria) que creen con fondos públicos un banco de donación de sus óvulos y esperma de libre -u obligatorio- acceso, en base al que podamos regenerar la especie. Por lo de pronto, el que esto escribe se ofrece como primer voluntario a dejar de reproducirse -algo tarde, ya es cierto, a punto de tener una tercera hija- para permitir que nos adentremos con determinación en la eugenesia política de estos Borbones menores.
David Souto Alcalde, doctor en Estudios Hispánicos por la New York University, es escritor y profesor de cultura temprano-moderna en Trinity College (EEUU). Ha publicado artículos académicos que exploran el pasado del republicanismo y la relación entre política y literatura. Es autor de los libros de poesía A árbore seca (Espiral Maior, 2008) y Vertixe da choiva (Toxosoutos, 2009). Actualmente está terminando una novela que explora las relaciones entre la infructuosa llegada de la democracia a España y las prácticas de deseo posteriores a la Transición, así como un ensayo titulado Republicanismo barroco. El surgimiento de la imaginación republicana moderna en la literatura del Siglo de Oro español.
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