La bolsa y la vida

Por Jesús Ausín

Anochece. Las farolas languidecen como si percibieran que el barrio en el que habitan vuelve, cuarenta años después, nuevamente a deprimirse. Ya no hay billares como entonces. Ni tampoco tiendas de pequeño comercio como ha sido habitual toda la vida. Ahora hasta los bares comienzan a desaparecer. Un nuevo negocio prospera dónde antes se vendían camisas, pan, leche, jabón o se servían menús del día a precios razonables. Un nuevo comercio se enriquece a base de exprimir a los pobres.

Albino ha quedado, como todas las tardes, con los colegas. La mayor parte de ellos en paro y sin ninguna perspectiva de futuro. Antes se reunían en el parque. Unas litronas, unas chinas de hachís y cientos de elucubraciones les servían para pasar la tarde. No hacían daño a nadie salvo a ellos mismos. Únicamente en verano molestaban a los vecinos aunque fuera el calor lo que siempre desquicia. En invierno ni siquiera el frío les hacía mella. Solo la lluvia les cambiaba los planes.

Ahora, sin embargo, ya no quedan en la calle. Recorren las casas de apuestas como en Bilbao se recorren los bares tomando chiquitos. A cuarenta céntimos la caña de cerveza nadie en su sano juicio está cuatro horas al relente del frío de enero pudiendo estar calentito mientras te tomas unas birras con los amigos. Y si además mientras te tomas la caña puedes ver gratis un Madrid-Atlético o puedes tener la suerte de ganarte unos talegos apostando a que será Joao el que inaugure el marcador o multiplicar por veinte tus cinco euros si el Atlético remonta cuando pierde uno cero y apuestas que acabará ganando uno a tres, la situación crea una falsa placidez que aumenta la sensación de bienestar.

Con albino y sus amigos, se vuelve a repetir la historia de un barrio cuya vida, en los años ochenta del pasado siglo, se convirtió en una pena de muerte. Miles de chavales de aquella época acabaron enganchados a la heroína, muriendo en vida con sus veinte años recién cumplidos hasta que, a la mayor parte de ellos, les llegaba la muerte de verdad unos años después.

Aquello marcó a la generación de los padres de Albino que vieron como muchos de sus amigos, parientes, vecinos o conocidos acababan tirados en cualquier rincón o alcantarilla con una jeringuilla incrustada en el brazo.

Aquello marcó la vida de un barrio, que como la mayor parte de los de las ciudades industrializadas dónde las huelgas comenzaban a ser un peligro para la estabilidad del estado, permutaron los objetivos para centrarlos en el problema sanitario de los hijos.

Hoy los padres de Albino y de muchos de sus colegas que frecuentan esos antros de drogadicción que pululan cada tres portales, muchos de ellos frente a la misma puerta del instituto del barrio o a dos de cualquiera de los colegios, vuelven a vivir aquello que ya vivieron los padres de sus amigos que murieron a causa de la heroína, sus propios padres en algunos casos. Porque las birras son baratas pero hay que pagarlas. Y las apuestas también. Si entonces los enfermos heroinómanos eran capaces de robar hasta el televisor de casa de sus viejos para pagarse una dosis, hoy estos nuevos drogadictos del juego son capaces de sustraer la tarjeta de crédito de sus ancestros dejando deudas impagables a sus progenitores.

Para Albino y sus colegas, sin embargo, lo que sus padres opinan es una exageración. Ellos no están enganchados. Y controlan. Cuando quieran lo dejan. Y jamás han jugado nada que no puedan pagar. Y las birras son baratas y no hacen mal a nadie por tomarse un par mientras se juegan los veinte eurillos que les han sisado a sus viejas del monedero. Veinte euros que, con la situación familiar de Albino suponen dejar de comprar leche, pan y pescado y tener que volver a comer patatas a lo pobre o arroz blanco. Veinte euros con los que podía haber pagado el abono joven para ir a buscar trabajo aunque fuera a la otra punta de la ciudad. Veinte euros que suponen dejar de poder encender la calefacción cuando hace frío y tener que estar en casa con dos jerséis y una manta cuando están sentados en el sofá frente a la televisión. Veinte euros que suponen el 80 % del coste diario del alquiler.

Esta ha sido una buena tarde. El Atlético ha remontado el uno cero y ha acabado ganando uno a tres. Los diez euros de la apuesta se han convertido en doscientos. Albino está seguro de que hoy es su día de serte. En lugar de recoger los beneficios y dejarlos para poder tomar cervezas otros días, está convencido de que si los apuesta en el partido de la NBA entre los Lakers y los Cavaliers, a favor de estos últimos, será capaz de convertir los doscientos en dos mil. Y con eso ya tendrá para hacerle un regalo a su madre que tanto sufre. Y con eso podrán comer mañana un lechazo al horno con patatas, como cuando era pequeño. Y con eso, podrá pagarse una entrada para ir a ver al Atlético al Metropolitano.

Los Lakers ganan en la prórroga a los Cavaliers por 118 a 112. Albino sale a la calle y se lía a patadas con los retrovisores de los coches aparcados en la acera. Una patrulla de los municipales le ha dado el alto, pero Albino ha echado a correr. En la esquina de Monte Olivetti, un Audi que rodaba a gran velocidad se ha encontrado de lleno con Albino.

*****

La bolsa y la vida

Hay un libro titulado “A los pies del caballo: narcotráfico, heroína y contrainsurgencia en Euskal Herriá”, de Justo Ariola que establece la teoría de la introducción de la heroína en Euskadi como forma de lucha contra ETA.

En el programa de investigación de la Euskal Telebista “360º” titulado “Narcos y Guerra sucia” también se puso sobre la mesa una presunta implicación de las fuerzas policiales en el narcotráfico durante los años ochenta del pasado siglo.

Hay también un informe que lleva el nombre del fiscal que investigó el asunto, “Informe Navajas” en el que se detallan supuestos vínculos entre el narcotráfico y guardias civiles del cuartel de “Intxaurrondo”.

Sea como fuere lo que si resulta llamativo es el mapa de la drogadicción en la España de los años ochenta. Mientras que el cinturón rojo de Madrid, o ciudades industriales como Bilbao, San Sebastián, Barcelona o Algeciras, llenaban sus barrios de heroinómanos, en ciudades como Burgos, Segovia, Teruel o Cuenca, de tradición digamos más acorde con la España de bien, apenas se conocía este veneno.

Y es llamativo porque en la España de los ochenta, con una tasa de paro inasumible, y una juventud cada vez más contestataria y rebelde, con un engaño masivo como fue la reconversión industrial que dejó a media España en el paro, y lo que es peor, con un futuro de pobreza permanente trabajando en el sector del turismo, de pronto, el paro deja de ser el centro de la preocupación nacional, sobre todo en esas zonas de marcado conflicto político, y el foco se centra en un problema sanitario de primer orden: la drogadicción. También es llamativo que, los que vivimos el Madrid de aquella época supiéramos dónde estaban los centros de expendeduría de heroína en el barrio en el que vivíamos y que las fuerzas del orden no hicieran nada al respecto. Esto es algo que se comentaba entonces al pie de calle sin que nadie supiera dar razón.

Hoy, cuarenta años después, la situación se repite. España vuelve a pasar por momentos convulsos en los que hay una parte de la sociedad que reclama constantemente un cambio de modelo. Una parte de la sociedad que puso en jaque al estado con el Movimiento 15M y que, una vez que los poderes han desarticulado el peligro, se ha vuelto contestataria con el voto haciendo que el panorama político habitual cambie hasta el punto de que es posible que ya nada vuelva a la normalidad de lo que algunos siguen empeñados en llamar la España de bien.

En esa España, prolifera una nueva droga en forma de juego que está poniendo en peligro, de nuevo a las familias. Ninguno de los países de nuestro alrededor tiene este problema por el sencillo hecho de que en Francia, por ejemplo, las casas de apuestas no están permitidas y solo se permiten los casinos en aquellos lugares que son centros de turismo o en ciudades que tengan una ópera con un determinado número de funciones al año. Aquí, en la España en las que los practicantes del hijoputismo confunden, por interés, libertad con anarquía legal, bajo la premisa precisamente de la libertad llenaron el país de salas de Bingo y ahora de casas de apuestas. Negocios de los que entenderíamos el porqué de la nula regulación si conociésemos el nombre de los accionistas de los mismos.

Se hace necesario y urgente regular este tipo de execrables negocios que viven de los pobres. Porque curiosamente no hay casas de apuestas en el Barrio de Salamanca, ni en Pedralbes, ni en Neguri.

España, un país que gasta 9.000 millones al año en juegos de azar, es un caldo de cultivo rico en nutrientes (pobres) ideal para la proliferación de estos lugares de lacra y enfermedad. Si tradicionalmente, como decía la canción de Perales, era una de catorce la que iba a sacar de su miseria a cada español pobre, hoy a los ciegos, el Gordo, La Primitiva, la Bonoloto, se suman estos antros que prometen multiplicar por veinte las apuestas, que regalan los primeros veinte euros, ponen la cerveza a cuarenta céntimos y los bocadillos de tortilla o jamón a un euro y, lo que es peor, que ni siquiera tienes que visitar y puedes estar continuamente jugando y apostando sin moverte de la silla.

El nuevo ministro Garzón ha prometido su regularización. Esperemos que así sea. Aunque visto lo que estamos viendo con los alquileres, Venezuela o el Sáhara, yo espero poco de la coalición. Más que nada porque nadie cambia de la noche a la mañana y este PSOE no es distinto del de abril.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.