La boda roja siria

Por Daniel Seijo

«Lo que pasa es que el imperialismo ha llegado a tales extremos de monstruosidad. Y la historia del imperialismo es la historia de una monstruosidad, pero que en los últimos años es terrible, han perdido toda vergüenza, han adquirido un cinismo atroz y se permiten destruir lo que quieran.»

Alfonso Sastre

«La guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido.»

Friedrich Nietzsche 

Más de cinco millones de refugiados y cientos de miles de muertos después, la barbarie de la guerra Siria continua su sin sentido trazando con ello delicadas líneas entre la vida y la muerte, la colaboración militar y la pura intervención imperialista. Desde que en marzo de 2011 cientos de manifestantes sirios salieran a la calle para exigir la liberación de los presos políticos, el fin de la corrupción o el cese de la violación de derechos humanos, demasiados han sido los factores que han transformado una región antaño prospera en un auténtico infierno sobre la tierra. Las protestas –inicialmente pacíficas– contra el gobierno de Bashar al-Ásad, pronto derivaron en una cruenta guerra civil sin sentido alguno para los habitantes del país, una pugna entre vencidos. Hoy, siete años después, la complejidad de un conflicto a escala local –pero también internacional– de forma habitual se intenta simplificar en términos de una sangrienta disputa entre buenos y malos, un mero guión más de Hollywood basado en historias, en vidas reales.

Si uno preguntase por el inicio de la guerra en Siria, la mayor parte del público se retrotraería automáticamente al inicio de las primaveras árabes de 2011. Un momento histórico de especial convulsión y rápidos cambios políticos en todo el mundo árabe, durante el que un descontento social creciente hizo prender la llama de la revuelta en los movimientos sociales y grupos organizados pertenecientes a la oposición en Túnez, Egipto y Libia. Un efecto contagio que pronto llegaría a Siria. Fue suficiente una simple pintada destinada a Bashar al-Ása en las paredes de una escuela,  para hacer saltar por los aires un tenso y delicado pacto social:  “Es tu turno, Doctor”. La brutalidad policial, los primeros manifestantes asesinados en las protestas y la torpeza política inicial del partido dirigido por el presidente Bashar Al Assad, hicieron el resto. Unas protestas con un seguimiento inicial a todas luces escaso, pronto se transformaron en una marea de cientos de miles de ciudadanos sirios pidiendo en la calle la dimisión de Al Assad y el fin del sistema político que él presidía.

La verdad se encontraba entre las primeras víctimas de la incipiente guerra civil en Siria

Llegados a este punto, no deberíamos permitirnos confundir el orden de los factores. Al contrario de lo que muchos de los compañeros de la prensa internacional nos quisieron hacer creer durante aquel primer momento, el inicio de las protestas en Siria no se trataba de un movimiento masivo contra un régimen político deslegitimado por su población y únicamente sustentado en el poder por el peso de las armas. Aceptar aquella versión edulcorada de la realidad, supuso a todas luces mimetizarse con un relato político y mediático en el que no existía ya marchar atrás. Supuso sin duda alguna, tomar partido en una guerra, transformar nuestras palabras en un arma más dispuesta a formar parte de una trinchera en medio del incipiente caos sirio. Pero si lo que pretendemos es localizar la verdad, al menos acercarnos lo máximo posible a la misma, debemos ser pacientes y desmenuzar un poco más nuestro relato.

El inicio de la tragedia

Para lograr situarnos dentro de la serie de sucesos que abocaron finalmente al desastre al sistema político heredado por Bashar Al Assad, debemos comprender previamente lo sucedido tras la toma del poder político en 1970 por Hafez al-Assad. Después de la muerte Nasser y la consiguiente caída en desgracia del incipiente nacionalismo árabe, el golpe de timón del nuevo hombre de hierro en Siria vendría a implantar durante las siguientes décadas una política alejada de las revoluciones sociales, pragmática, totalmente reacia a la influencia de la política social radical y a la confrontación diplomática con  las monarquías del Golfo. La burguesía siria, apoyada por una compleja y bien estructurada red de pactos tribales, servirían como soporte a un régimen político que comenzaba a poner fin al breve sueño de un estado sirio que a finales de los años 60 y principios de los 70 favoreció claramente a los sectores más pobres a costa de las clases comerciantes burguesas y terratenientes, desarrollando una política de reforma agraria y la estatalización de la economía, con la creación de un amplio sector público. Bajo la batuta de Hafez al-Assad y su guardia pretoriana, la estrecha vinculación económica entre intereses públicos y privados servirían de eje vertebrador para un sistema político nepotista, muy alejado de las necesidades del conjunto de la población.

Bashar Al Assad, «heredaría» el poder de un país en el que el germen del descontento social que daría inicio a las protestas de 2011, se encontraba ya en una fase incipiente. El empeoramiento de la economía inmersa en el contexto de una crisis global, las revueltas árabes y una seria de medidas encaminadas a la liberación de la economía: el fin de los subsidios, la privatización de sectores estatales –energía eléctrica, cemento y farmacéuticas– el establecimiento de los primeros bancos privados con capitales sirios y provenientes de las monarquías del Golfo, el constante deterioro de los servicios públicos o la privatización de las tierras arables, supusieron el pistoletazo de salida perfecto para las primeras protestas multitudinarias en décadas en un estado policial en donde la actividad política se encontraba prohibida y los sindicatos habían sido completamente reprimidos y desmantelados en la década de 1980, tras varias huelgas que dieron lugar al encarcelamiento de diversos líderes sindicales y a su substitución por miembros del partido Baaz, cercanos al régimen de Assad. La inexistencia de espacios políticos en Siria durante varias décadas y la continuada traición a la clase media –el campesinado y los grupos socialmente marginados que habían supuesto en un principio la base del partido Baaz– provocaron que las revueltas careciesen de una estructura ideológica consolidada. Un contexto, que unido a la falta de estrategia política del gobierno sirio, provocaría la rápida radicalización de las protestas.

Crónica de una guerra dentro y fuera de sus pantallas

Las paredes de una escuela de Daraa no dibujaron un epicentro aleatorio e inocente para las protestas, como tampoco el descontento y la supuesta revuelta social pudo sorprender especialmente a Bashar Al Assad tras el profundo descontento producido por las medidas económicas que su gobierno acababa de adoptar. Pero lejos de suponer un desafío fácilmente controlable, la profundidad y las implicaciones de lo que se avecinaba sobre el país iban a resultar difícilmente imaginables dentro del marco sirio. Cercana a la frontera con Jordania y con una considerable presencia del radicalismo suní, la gobernación de Daraa había sufrido hasta ese momento de forma particular el duro castigo fruto de las medidas liberalizadoras de la economía siria y la represión por las incipientes protestas de la población más joven de la región. Cabe recordar, que el descontento contra las políticas gubernamentales se encontraban en ese momento concentrado especialmente en las zonas fronterizas con mayor presencia suní.

En medio de una lenta revuelta popular, en oposición al considerado por parte de la ciudadanía como un régimen totalitario, el 15 de marzo, las manifestaciones de Daraa terminarían con varias bajas por parte de las fuerzas de seguridad sirias y numerosas fallecidos tras abrir fuego los efectivos policiales contra manifestantes armados. Las posteriores marchas fúnebres enseguida derivaron en la quema de varias estaciones de policía, la sede el Partido Baaz y el Palacio de Justicia. Aquellos actos, supusieron un salto cualitativo en el nivel de violencia de las protestas que nunca recuperarían su supuesto cariz pacifico, basado en la resistencia social. Pronto, la débil oposición laica, popular y nacional, dio lugar a la sectarización del conflicto y al inicio de una violenta escalada de enfrentamientos armados que pronto llegarían a nuestras pantallas bajo el relato de una policía represiva a las ordenes de un «régimen» político autoritario que ordenaba cruelmente abrir fuego contra inofensivos manifestantes desarmados.

Desde un principio, la verdad se encontraba entre las primeras víctimas de la incipiente Guerra Civil en Siria. Ningún medio internacional se hizo eco en su momento de la decisiva importancia de las políticas neoliberales en el descontento de la población civil en Siria, las cifras y la extensión de las protestas fueron totalmente manipuladas y sin saber aún las terribles consecuencias de lo que vendría a suponer un error de magnitudes históricas, el foco de los mass media se desvió intencionalmente de las caravanas de camiones conducidos por muyahidines que procedentes de Irak se internaban en el país repletos de armas, fusiles, granadas y explosivos cuyo destino era transformar la incipiente revuelta en un yihad internacional. Comenzaba a instalarse con la complacencia de las agencias informativas de medio mundo, la lucha por un “Califato mundial”.

No parece que los llamados “rebeldes moderados” llegasen a tener en ningún momento el control total del curso de las protestas, y costaría mucho todavía hoy llegar a discernir si fueron estos grupos extremistas los que surgieron como una consecuencia de la “inestabilidad” en Siria, o si por el contrario fueron la causa misma de esa “inestabilidad” en el país. Difícilmente podremos llegar a demostrar algún día si la barbarie fue una consecuencia más de la guerra, o la guerra vino de la mano de la barbarie del radicalismo islámico. Los supuestos activistas por la democracia y los Derechos Humanos y esos integristas islámicos que supuestamente «secuestraron» el sentido original de las protestas contra el gobierno, estuvieron en todo momento entrelazados. Bien por desconocimiento, bien por convivencia para alcanzar un objetivo mayor: la caída del regimen de Bashar Al Assad, desde el instante inicial resultó imposible discernir claramente, pese al empeño de Occidente, entre buenos y malos en toda esta historia. Como en la mayoría de las guerras, la línea entre el bien y el mal se difuminaba rápidamente tras el trazo de cada bala disparada.

Quienes hoy se niegan a entregar Duma y marcharse, no merecen un calificativo distinto al utilizado tras los atentados de Barcelona, Londres o Paris

Sería estúpido en cierto modo, negar la legitimidad de las protestas contra el gobierno sirio. Del mismo modo que resultaría sumamente inocente negar los claros intereses por parte del gobierno estadounidense para derrocar al gobierno sirio del Baaz. Desde un primer momento la clara intencionalidad tras la revuelta armada contra el gobierno sirio de Bashar Al Assad parecía obvia, tan solo la ceguera intencionada de la prensa occidental y los intereses económicos tras cada nueva escalada de violencia podían dar sentido a los numerosos editoriales llamando a la guerra abierta contra un gobierno legitimo, tras el escándalo producido en Iraq. A todas luces, Washington prefirió optar por la vía militar contra Siria pese a la liberación de su economía y a la apertura de sus fronteras a las multinacionales. En un momento de creciente tensión en el tablero geopolítico internacional y ante la amenaza del reciente acercamiento político y económico entre Rusia y China, la disputa por los recursos estratégicos y la posibilidad de ejercer un daño difícilmente reparable a las nuevas rutas trazadas para el suministro de gas y petróleo a Europa, la balanza estadounidense terminó una vez más por decantarse a favor de  una intervención militar contra el gobierno de Bashar Al Assad. El creciente fundamentalismo islámico y la complicidad mediática, simplemente sirvieron a Estados Unidos como una salvaguarda lista para enmascarar como una simple intervención humanitaria, lo que en realidad suponía una nueva intervención militar directa en el territorio de un país soberano.

De nada parecieron servir las medidas del gobierno sirio tras las protestas sucedidas en Daraa y la rápida radicalización de las protestas, pese al intento de Bashar Al Assad por calmar la inestabilidad social en gran parte de la población con medidas gubernamentales como la subida del sueldo a los funcionarios, un nuevo seguro de salud, políticas contra el desempleo entre los jóvenes, leyes anticorrupción, una nueva ley de partidos y de prensa e incluso una reforma constitucional votaba en referéndum el 26 de febrero de 2012 –ya bajo una guerra abierta– destinada a debilitar el control político de su partido, todos los esfuerzos resultaron inútiles para lograr alcanzar una vía pacifica de cara a la reforma política en Siria. Desde un principio, la intención de los sectores más fuertes entre los llamados «rebeldes» no era la de obtener una mayor representación política o mayores derechos sociales, sino simplemente alcanzar la sumisión del gobierno sirio, como un primer paso para establecer un nuevo régimen islámico en el país.

Más de cinco millones de refugiados y cientos de miles de muertos después, la barbarie de la guerra Siria continua su sin sentido trazando con ello delicadas líneas entre la vida y la muerte, la colaboración militar y la pura intervención imperialista

Tras un breve Cul-de-sac en el devenir de los acontecimientos, el Ejército Libre Sirio y las demás facciones armadas que conformaban la principal oposición a Bashar Al Assad, se apresuraron a plantear abiertamente una guerra en todo el territorio, que terminaría con la vida de miles de ciudadanos y la práctica destrucción de las instalaciones e infraestructuras del país.  Casi al unísono,  emergería el terror del Daesh estableciendo un «califato» destinado a condicionar crucialmente el transcurso de la guerra. Con el objetivo prioritario de derrotar la inexplicable velocidad en la expansión del califato, las potencias occidentales se vieron legitimadas a intervenir de forma directa y unilateral en territorio sirio. Una clara violación de la soberanía nacional siria, que llevó en septiembre de 2015 a que el presidente Bashar Al Assad permitiese el despliegue de las fuerzas rusas en el país. Un movimiento estratégico que sin duda sorprendió a la comunidad internacional y terminaría por inclinar definitivamente la balanza de la guerra en favor del gobierno sirio. El resto de la historia podría resumirse de forma breve –puede que haya ya abusado demasiado de vuestra paciencia– en un continuo y lento juego de desgaste entre potencias, rodeado siempre de la habitual desconfianza política y la nueva batalla mediática en la que rusos y estadounidenses se acusaron mutuamente y con asiduidad de poseer dobles intenciones en sus acciones militares en territorio sirio. Moscú imputando a Washington la responsabilidad por boicotear el avance de las tropas sirias con la tibieza de sus acciones frente a EI y el Frente al Nusra, y Washington señalando a Moscú como la responsable directa de operaciones destinadas a diezmar a grupos moderados en la oposición, con el único objetivo de facilitar el camino a Bashar Al Assad tras la futura resolución del conflicto.

Ataques directos de Estados Unidos a las tropas sirias, acusaciones de convivencia con los terroristas, posibles usos de armas químicas cuya autoría nunca se ha podido esclarecer bajo un consenso de todas las partes implicadas, decapitaciones, crucifixiones, destrucción premeditada del patrimonio cultural sirio, tráfico ilegal de recursos naturales, bombardeo de mercados y población civil, descaradas manipulaciones informativas e injerencias externas… Si algo nos han dejado claro siete años de guerra en Siria, es que la barbarie del ser humano rara vez encuentra límites.

Ghuta, capítulos finales y la condensación de la tragedia

La que un día fue denominada revolución siria vive sin duda alguna sus últimos días en Ghuta, concretamente en Duma, la única ciudad de la región que todavía escapa al control de las tropas de Damasco y sus aliados rusos. En sus calles, el que desde 2013 fue uno de los bastiones de las milicias rebeldes, vive hoy todo el peso de una guerra que suceda ya lo que suceda, ha partido por la mitad el tejido social de un país cuyas esperanzas en el futuro han sido dinamitadas a la espera de poder señalar un único culpable.

Cuando esto acabe, los partidarios de Bashar al-Assad pronto ignoraran el castigo colectivo que ha sufrido la población civil de las regiones «rebeldes» tras atreverse a denunciar la injusticia a la que se veían sometidos bajo la autoridad gubernamental, omitirán también el hambre y la desigualdad de los menos desfavorecidos en Siria y con toda probabilidad pasaran por alto la barbarie de un  gobierno que en su ofensiva militar ha hecho de cada palmo de terreno su objetivo último, ignorando en más ocasiones de las necesarias las vidas civiles, los Derechos Humanos y una futura convivencia que hoy se antoja complicada. Por su parte, quienes decidan comprar sin peros el discurso imperante en Occidente, obviarán sin temor alguno los continuos ataques que desde Ghuta se continuan lanzando sobre Damasco, las atrocidades surgidas de aquellas protestas de 2011 y el radicalismo imperante en unos rebeldes que en realidad –en su mayor parte– son terroristas que en nada sirven al pueblo sirio. Quienes hoy se niegan a entregar Duma y marcharse, no merecen un calificativo distinto al utilizado tras los atentados de Barcelona, Londres o Paris. No existen héroes y villanos en todo esto, quienes han liberado ciudades deberán convivir el resto de sus días con las atrocidades cometidas, y muchos de quienes presumen de casco blanco ante las cámaras, no podrán seguir ocultando durante mucho más tiempo el poso negro de sus corazones, la sangre del fanatismo en su mirada.

Han sido cuantiosos los intereses ocultos –y no tan ocultos– confabulados para evitar una solución política en Siria, demasiados los pasos para eternizar un conflicto que a cada segundo se cobraba las vidas de cientos de ciudadanos inocentes. Siria hoy es un país roto, una amalgama de líneas de combate controladas por diferentes facciones dispuestas a imponer su idea por el peso de las armas. Los experimentos demográficos y políticos, las nuevas realidades territoriales o la semilla de las guerras del futuro en la región –y puede que no solo en sus límites– pueden verse hoy con claridad a poco que uno logre abstraerse del dolor y la barbarie que todavía atenaza al país. La humanidad ha perdido una vez más gran parte de su inocencia en una nueva guerra. No existe ya espacio en las fronteras sirias para los vencedores o los vencidos, tras los avatares de la guerra y el desgarrador peso de la muerte y el exilio tan solo cabe esperar que Siria pueda una vez más levantarse sobre los sueños de aquel país al que nunca le dejaron ser. Sus ciudadanos y el mundo, se merecen al fin ese descanso.

 

Nueva Revolución ElSaltoDiario: https://www.elsaltodiario.com/nueva-revolucion/la-boda-roja-siria

3 Comments

  1. Menudo trabajo has hecho!! No hace mucho tiempo, que he despertado a la triste realidad, para darme cuenta de la mentira que son las guerras, la frase de – tenemos que invadirles y llevarles a la democracia,- Cuando solo quieren enriquecerse, con arrmas, con petroleo, lo que me duele más es que esa pobre gente, no les importan nada, a estos Sres de la guerra.
    Y seamos del pais que seamos, si les estorbamos para conseguir sus objetivos, acabaran con nosotros como estan haciendolo en Siria.

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