La batalla del viento: la transición energética cuestionada

“La batalla del viento” da voz a naturalistas, sociólogos y ecologistas, pero también a vecinos que resisten, ganaderos y agricultores, propietarios de pequeños negocios vinculados al turismo rural, o incluso a trabajadores de los parques eólicos.

Por Angelo Nero

La dictadura franquista inició un proceso de vaciado del rural con una doble intención, por una parte concentrar a la población en grandes entornos urbanos hacía más fácil su control que si esta se encontrase diseminada en miles de núcleos rurales, donde se posibilitó, por ejemplo, que la guerrilla antifranquista existiera hasta entrados los años cincuenta. Por otra parte, al vaciar grandes extensiones rurales, sobretodo en el interior del país, se lograba un gran terreno de negocio, donde las empresas hidroeléctricas, mineras y madereras pudieran explotar los recursos naturales sin tener en cuenta a la población.

Este sistema ha perdurado hasta hoy, y por mucho que nos sigan hablando de los desertores del arado y de la España vaciada, lo cierto es que al sistema económico en el que está sustentado este estado, le sigue interesando, como durante el régimen franquista, que el medio rural siga despoblándose para que muchas de las empresas del IBEX 35 sigan engordando sus beneficios a costa del expolio de nuestros recursos, en una suerte de colonialismo interior, en la que los indígenas siguen sin tener derecho sobre la tierra que pisan.

Franco inauguraba pantanos que sepultaban valles enteros, y vaciaba pueblos para anegarlos en aras del progreso, un progreso que no era igual para todos, pues mientras los vecinos recibían unas indemnizaciones de miseria, en el mejor de los casos, y tenían que rehacer sus vidas en los barrios humildes de la ciudad, las compañías energéticas multiplicaban sus beneficios. Ahora, al amparo de la energía verde y las renovables, esas mismas compañías, con otros nombres, abren parques eólicos, que han modificado no solo nuestro paisaje, sino que amenazan con expulsar a los últimos mohicanos de nuestros pueblos.

El director cántabro Richard Zublezu ha querido poner el foco en este nuevo expolio energético, en su documental “La batalla del viento”, donde da voz a naturalistas, sociólogos y ecologistas, pero también a vecinos que resisten, ganaderos y agricultores, propietarios de pequeños negocios vinculados al turismo rural, o incluso a trabajadores de los parques eólicos. “He intentado que sea lo más objetivo posible, con testimonios variados, aunque ni las empresas ni el gobierno cántabro han querido participar y exponer sus argumentos,” señaló el director en una entrevista.

El fenómeno de los parques eólicos atraviesa toda la geografía española, y los patrones se repiten, a pesar de muchos informes desfavorables que hablan del impacto medioambiental negativo, las compañías batallan en los juzgados y en las administraciones, presentando recursos o comprando voluntades, haciendo campañas mediáticas sobre los beneficios para comarcas deprimidas y en riesgo de despoblación, vendiendo puestos de trabajo que luego no se materializan. Todo en aras de la voracidad energética de las ciudades, que no quieren oír a los científicos que vienen décadas dando la alarma sobre un sistema que no puede seguir ignorando el cambio climático y fomentando un consumo totalmente irresponsable. Richard Zublezu es claro en esto: “Nadie quiere cambiar su estilo de vida para frenarlo; la mayoría reside en las ciudades y no le importa lo que pasa en las zonas rurales. Hice una simulación llenando la bahía de Santander de eólicos en el mar y los santanderinos se me echaron encima; pues bien, es lo que pasa en las montañas del interior y lo que he tratado de documentar”.

Este documental nos ofrece un amplio abanico de testimonios sobre el impacto en el paisaje y en la población donde se está librando esta desigual batalla del viento, como la del naturalista Luis Miguel Domínguez: “Parece que alguien ha dicho: tráeme un mapa de la España virgen, de la España inédita, de las montañas más bonitas. Alguien ha traído ese mapa, y sobre ese mapa se han proyectado todos esos molinos eólicos, Quizá convenga hacerlo al revés. Tráeme el mapa de la España destrozada, de la España que está desvirtuada, de la España con los paisajes deteriorados, y sobre ese mapa vamos a poner los molinos. Porque además se está dando una situación terrible, se están proyectando estos molinos eólicos sobre territorios que no los desean. Pero alguien dice: si, pónganmelo aquí, pónganmelo en mi territorio. En el fondo se trata de comprar voluntades, de una España vaciada que hace mucho tiempo que está mal acostumbrada, que considera que el campo solo es interesante si se hace negocio en él, sino no tiene ningún valor. Y por desgracia hacen negocio, un negocio fugaz, un negocio rápido, un mal negocio.”

Tal vez Richard Zublezu no quiera ser un Don Quijote, luchando contra estos molinos de viento, sino que su objetivo sea el de despertar conciencias adormecidas, las de ese urbanita que se extraña cuando se va de turismo rural y se encuentra con letreros con lemas como “Eólicos, así no”, que interpelan directamente a aquellos que, sin oponerse a la transición energética, creen que el modelo actual, en el que prevalece el interés de las empresas, debe ser cuestionado.

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