Por Marta Herrera
El ayuntamiento de Madrid lanzó el pasado 2 de octubre el “carné Jobo”. Un acceso gratuito a los jóvenes madrileños menores de 26 años a múltiples espectáculos en 6 de los espacios más relevantes Madrid. Sin embargo, su éxito está siendo relativo. A falta aún de meses por delante para poder extraer conclusiones cuantitativas relevantes, los primeros indicios resultan bastante descorazonadores.
Lo primero que se percibe es que muchos jóvenes siguen sin ni siquiera conocer la existencia de este carné pese a la gran campaña en publicidad llevaba a cabo e, incluso en el caso de conocerlo, no lo solicitan. Se trata de una simple gestión online que requiere el certificado de empadronamiento, que se obtiene online igualmente. Para una generación de nativos digitales estos requerimientos no deberían suponer una barrera. Pero la pereza parece hacer ya acto de presencia.
Lo segundo que se ve de una forma clara es que en el teatro hay pocos menores de 26 años en esa sala, pese a la gran cantidad de asientos que el Ayuntamiento ha reservado en cada espectáculo. Aun teniendo el carné, no se lo usa. La pereza en acción, acto segundo.
Y lo último que redondea este fracaso es que en todas estas representaciones gratis hay asientos vacíos cerca de dónde hay un grupo de gente joven. Y siempre ocurre. Ante la pregunta a la gente del porqué de ese asiento libre la respuesta no ha fallado jamás: “un amigo cogió la entrada por si acaso podía…”.
¿Por si acaso? ¿Se puede despreciar con más superficialidad entradas que en muchos casos superan los 20 euros? ¿Se puede ser más desagradecido? Parece que los jóvenes no tuvieran aprecio por lo público.
El museo Sorolla, de acceso gratuito, sin necesidad de reservar, sin guía, simplemente cualquier día, cualquier hora, siempre gratis por ser joven. Pues sigue siendo un gran desconocido entre esta generación.
Otro desprecio fácilmente apreciable es que el carné joven permite visitas guiadas gratuitas al Museo Thyssen de nuevo a jóvenes, esta vez con acompañantes de cualquier edad. La sorpresa es que las guías de estas exposiciones conocen de memoria a quienes acuden a esta oferta, siempre son los mismos, siempre las mismas caras que acuden sistemáticamente a estas exposiciones. Además se trata de un éxito relativo de la convocatoria, pues sólo estudiantes de arte, arquitectura o, en general, estudios relacionados, parecen acudir a este tipo de actividades. O al museo Sorolla, de acceso gratuito, sin necesidad de reservar, sin guía, simplemente cualquier día, cualquier hora, siempre gratis por ser joven. Pues sigue siendo un gran desconocido entre esta generación.
Sin ánimo de exculpación, pudiera ocurrir que quizás haber nacido y vivido bajo noticias diarias de corrupción de todos y cada uno de los gobiernos de este país a todas las instancias haya tenido mucho que ver. Coger entradas y no ir no deja de ser otra ilustración de esa cultura tan española de llevarse el boli de la oficina a casa. Lazarillo de Tormes no ha pasado de moda. Cojo entradas que son gratis “por si acaso puedo”, pero ni siquiera me programo para ir realmente. ¿Y cómo no coger entonces fondos públicos?
Los millenials, la generación de los 90 e incluso parte de los últimos de los 80, han ganado tanto como perdido. Ganan teatro de calidad gratis y lo desprecian por series basura en el sofá.
Junto a esa crítica al desprecio por lo público debe añadirse el daño de las plataformas de contenidos, ¿para qué van a desplazarse al centro de lunes a viernes a eso de las 8 de la tarde si tiene todas las series del mundo por 4 euros en Netflix o incluso gratis en múltiples plataformas ilegales? Los millenials, la generación de los 90 e incluso parte de los últimos de los 80, han ganado tanto como perdido. Ganan teatro de calidad gratis y lo desprecian por series basura en el sofá. Ganan en comodidad, no son esa generación de hoy abuelos que vivían con economías de subsistencia, pero han perdido criterio, garra, fuerza y pasión por las cosas. Parecen únicamente usar su fuerza para hacer click y ver capítulos en bucle. Y mientras Netflix sigue aumentando su cuota de mercado, su facturación, su posicionamiento.
Pero generalizar es un error, pues bien es cierto que hay una parte de esa generación muy culta, muy preparada y que, como dice el eslogan, “sacan brillo al carné Jobo”, pese a seguir en minoría. El público de estas salas lo comprende generalmente gente entre los 40 y los 70. Se aprecia poco interés por este arte, y caras de extrañeza entre los jóvenes cuando se comentan las obras. No hay entendimiento del arte si no está en Netflix, hace reír, es fácilmente comprensible y accesible. Se trata de una generación con idolatría a la ociosidad y desprecio por el ocio de verdadera calidad que requiere pensar, discrepar, generar otros pensamientos.
Son la generación más preparada de la historia, pero también la más banal. Y si ellos desprecian el arte que su gobierno les da gratis, ¿cómo no nos van a despreciar sus dirigentes a este ocioso pueblo?
Olé y me quito el sombrero