El movimiento #MeeToo ha puesto de manifiesto la condición subordinada y sexuada de la mujer en la industria del entretenimiento y del espectáculo. Una condición que, por lo denunciado y lo sabido, ha implicado en muchas ocasiones el uso, abuso y violación del cuerpo de la mujer por hombres que dominan esta industria. Lo importante del movimiento era tanto la denuncia explícita de situaciones o intolerables o directamente denunciables en términos penales, como la constatación de la condición de las mujeres como objetos sexuales, o secundarias en una industria con un impacto en la construcción de imaginarios colectivos que no puede eludirse.
Frente a esta evidencia el tramposo manifiesto firmado por 100 mujeres del mundo de la cultura ha puesto de relieve hasta qué punto las relaciones entre los hombres y las mujeres siguen siendo dibujadas por la firme mano del patriarcado dominante.
No obstante, una parte importante de los debates públicos, al menos, siguen centrados en un eje discursivo que tiene al cuerpo de la mujer, individualmente considerado, como nudo central y casi único. A menudo olvidamos la condición social de la construcción del género y la interacción, muy poderosa, de nuestra subordinación como mujeres con otros aspectos sociales. En particular quiero destacar el componente decididamente patriarcal de las políticas de austeridad y su impacto en lo que hace al papel de la mujer en el mundo laboral.
En los países tanto de altos ingresos como de bajos ingresos, las mujeres siguen trabajando menos horas en un empleo remunerado, mientras que asumen la gran mayoría de las labores de cuidado y las tareas domésticas no remuneradas
Como atinadamente ha denunciado en repetidas ocasiones la economía feminista: el incremento del PIB no necesariamente redunda en una mejora de la condición social de la mujer, pero lo que sí es seguro es que las crisis económicas empeoran esta situación. En un estudio realizado en 181 países1 a propósito del impacto de las políticas de austeridad en la situación de las mujeres se constata que el amplio paquete de reformas antisociales que las políticas neoliberales han puesto en marcha tiene un repercusión brutal sobre el conjunto de la sociedad, incrementando la desigualdad, la pobreza y la exclusión. Pero que, en particular, incrementa la situación precaria, subordinada y desigual de las mujeres y, muy importante, refuerza el relato patriarcal que condena a las mujeres al espacio familiar privado y a la economía de los cuidados.
El conjunto de medidas austericidas puestas en marcha en prácticamente todo el mundo se han caracterizado, entre otras cosas: por la reducción o eliminación de subsidios; recortes en salarios y prestaciones sociales; cambios impositivos que favorecen a las rentas más altas y castigan a las clases medias y a los sectores populares. Los recortes, a menudo espectaculares, en prestaciones asistenciales y pensiones; el cambio en la naturaleza de los regímenes de seguridad social: de universales a privados; las reformas laborales tendentes a incrementar la flexibilidad, disminuir el poder contractual de los y las trabajadoras y responsabilizar a estas por las contingencias e imprevistos que les puedan acaecer en su vida laboral.
No es difícil seguir el rastro del impacto, intensa y particularmente negativo en las mujeres en cada una de las medidas señaladas. A nivel global, tal y como señalan reiteradamente los informes de la OCDE, por ejemplo, el impacto de este paquete de medidas en lo que se refiere al incremento de la desigualdad y la exclusión, no ofrece dudas.
En el curso de los últimos 30 años, las desigualdades de renta se han profundizado en la mayor parte de los países de la OCDE hasta alcanzar niveles históricos. El coeficiente de Gini -una medida habitual para medir las desigualdades de renta que varía entre 0, cuando se da una igualdad completa y 1, cuando la renta total disponible está en manos de una sola persona- se eleva hoy a una media de 0,315 en los países de la OCDE; sobrepasa los 0,4 en Estados Unidos y Turquía y roza los 0,5 en Chile y México. La OCDE alerta de dos cosas relevantes: el deterioro de la situación vital en los hogares con rentas más débiles, que alcanza a algo más del 40% de la población; y el incremento del poder de los más ricos y los riesgos crecientes de interferencia de éstos en el proceso político y económico y en la dirección de las políticas públicas.
Si observamos el alcance de esta situación en lo que hace a la participación de las mujeres en los mercados laborales, las cifras deberían ayudar a producir un tsunami político inmediato. Según datos de la OIT2 entre 1995 y 2015, la tasa mundial de participación de las mujeres en la fuerza de trabajo cayó del 52,4 al 49,6%. Las cifras correspondientes a los hombres fueron del 79,9 y del 76,1%, respectivamente. A escala mundial, la probabilidad de que las mujeres participen en el mercado laboral sigue siendo casi 27 puntos porcentuales menor que la de los hombres.
Las mujeres tienen más probabilidades de estar desempleadas que los hombres, aun cuando la crisis económica ha reducido esta disparidad debido a la pérdida de empleos producida en sectores típicamente masculinos. La segregación sectorial y ocupacional es manifiesta a escala global: en 2015, algo más de la mitad de la población activa mundial trabajaba en el sector servicios (50,1%). Si bien el 42,6% de todos los hombres trabajaban en este último sector, bastante más de la mitad de las mujeres del mundo están empleadas en el mismo: desde 1995, el empleo de las mujeres en el sector ha aumentado del 41,1% al 61,5%. Como el propio informe señala: “la segregación sectorial y ocupacional contribuye en gran medida a la desigualdad de género tanto en términos del número de empleos como de su calidad. Las mujeres que trabajan están excesivamente representadas en una serie limitada de sectores y ocupaciones”. Por ejemplo, en los países de altos ingresos, la tercera parte de todas las mujeres en el mercado laboral (30,6%) tienen como fuente principal de empleo los sectores de salud y educación.
El neoliberalismo y las políticas de austeridad llevan el sello y la firma del patriarcado y de una visión de la sociedad desigual social y económicamente
En los países tanto de altos ingresos como de bajos ingresos, las mujeres siguen trabajando menos horas en un empleo remunerado, mientras que asumen la gran mayoría de las labores de cuidado y las tareas domésticas no remuneradas y peor: no reconocidas como trabajo. En promedio, en los países en los que existen datos disponibles, las mujeres se encargan al menos dos veces y media más de estas labores que los hombres.
Podríamos seguir hablando de más cosas, pero por finalizar con este breve excurso por el panorama laboral global desde una perspectiva de género, podemos mencionar la presencia singular de mujeres en la economía informal en relación con los hombres. El empleo autónomo abarca a empleadores, trabajadores por cuenta propia y trabajadores familiares auxiliares. En 2015, se inscribían 586 millones de mujeres en estas dos últimas categorías. Aunque hay diferencias sensibles por regiones y por países se trata de una situación global.
En Europa, según Eurostat, los datos ponen de relieve el deterioro producido en términos generales y el impacto singular para las mujeres. Respecto a la desigualdad, exclusión y pobreza, sabemos que en 2016, en el conjunto de la UE, el 20% de los hogares más ricos han recibido una parte de la renta 5,1 veces superior a aquella del 20% más pobre. Entre las situaciones críticas de desigualdad se encuentran países como Bulgaria, Lituania, Grecia o España. La parte de la población expuesta a riesgo de pobreza o exclusión social era notablemente superior a la media europea en Italia, Letonia, Lituania, España, Croacia y Chipre.
Si hablamos de mujeres, la tasa de empleo en la UE es más elevada para los hombres (72%) que para las mujeres (61%). Y es una diferencia que se hace más intensa si incorporamos niños en el núcleo familiar. Con tres niños o más la tasa de empleo baja al 55% para las mujeres y sube al 84% para los hombres. Las medidas de precarización del mercado laboral han cumplido su objetivo de género en Europa: en el conjunto de la UE el 32% de las mujeres trabajan a tiempo parcial frente al 9% de los hombres. La tasa de paro es ligeramente más alta para las mujeres que para los hombres (8,7% frente al 8,4% respectivamente). Y se mantiene una brecha salarial del 16,3% a favor de los hombres.
A escala mundial, la probabilidad de que las mujeres participen en el mercado laboral sigue siendo casi 27 puntos porcentuales menor que la de los hombres.
El neoliberalismo y las políticas de austeridad llevan el sello y la firma del patriarcado y de una visión de la sociedad desigual social y económicamente, asimétrica en términos de acceso y uso del poder político y profundamente fragmentada en términos de género. El papel que el neoliberalismo otorga a la mujer está referenciado en los datos que antes hemos enumerado y en otros tantos disponibles. Ese papel nos condena a la desigualdad permanente, a la subordinación y al enclaustramiento en el espacio privado.
Las luchas por la igualdad de las mujeres siempre se han llevado a cabo en diferentes espacios y deberemos hacer un esfuerzo de coordinación entre los mismos, porque no son luchas parciales, ya que deben formar parte de una firme convicción de acabar con el sistema patriarcal inherente al capitalismo. Alcanzar la igualdad en el plano de las relaciones económicas y laborales tiene un impacto directo en nuestros derechos como mujeres y es la condición para una sociedad más democrática e inclusiva.
1Ortiz, I.; Cummins, M. (2013) “The age of Austerity; A Review of Public Expenditures and Adjustment Measures in 181 Countries”, Initiative for Policy Dialogue and the South Centre WP March 2013.
2OIT (2016), Las mujeres en el trabajo, tendencias de 2016. Ginebra, OIT, 2016.
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