Videojuegos | Kingdom Hearts y las fases del amor

Por Manuel Evangelista

Según el psicoterapeuta Jed Diamond, autor de varios libros sobre la materia, el amor consta de cinco fases por las que pasa cada relación romántica. Dado que apenas puedo presentar pruebas concluyentes que defiendan mi vida sentimental y que, para mi fortuna, esta sección trata de videojuegos, he decidido poner a prueba mi relación más apasionada y ferviente con una obra: Kingdom Hearts. La publicación hace apenas unos días de un nuevo tráiler de la que será la tercera entrega de la saga (sin contar los tropecientos spin off) durante la D23 Expo Japan ha vuelto a avivar la llama en mi interior, como cuando te topas sin querer con una foto de un antiguo amor y recuerdas los buenos momentos que pasasteis juntos. También da la casualidad de que esta semana ha sido San Valentín y, como Halloween me pilló un poco lejos, quería hacer algo más temático.

1ª fase: El enamoramiento. 

Durante la navidad de 2005, como buen crío de 11 años, pasaba los días mirando catálogos de juguetes y eligiendo (más bien todo lo contrario, ya que los apuntaba todos)  los que iba a pedir en mi carta para los Reyes Magos. Una mañana viendo los dibujos animados mientras desayunaba apareció un anuncio en el que se veía a un chico con una espada con forma de llave atacando a unos bichitos negros con unos ojos saltones muy monos. Junto a él, se encontraban luchando el pato Donald y Goofy. En un primer momento pensaba que se trataba de una nueva película de Disney, pero al ver el logotipo de Play Station 2 supe que era de un videojuego para dicha consola, que casualmente me habían comprado unos meses antes por mi cumpleaños. Lo cierto es que ese no era ni el primer título de la saga, sino su segunda entrega, ya que su predecesor había llegado a España tres años antes. Recuerdo quedarme absorto mirando la televisión durante el tiempo que duró, como si nada a mi alrededor importara, sólo estábamos el anuncio y yo. Cual síndrome de Stendhal, recuerdo que el corazón me palpitaba a toda prisa y que me sentía confuso por lo que acababa de ver. Pasé lo que restaba de navidades enganchado a la televisión deseando que volviera a aparecer, y nunca más en mi vida he conseguido encontrarlo.

Como la mayoría de niños, crecí con las películas de Disney. Así que lo que primero me atrajo del juego fue la presencia de su universo, pero no fue lo único. Las escenas de imágenes hechas por ordenador, lo conoce como CGI, que ha usado Square Enix en sus juegos, como por ejemplo la saga Final Fantasy, siempre me ha recordado en cierta manera por su estilo artístico a Cristal Oscuro, película que durante mi infancia me daba auténtico pavor. En este sentido, la imagen de Riku en esas escenas se me asemeja al personaje de Kira del largometraje de Jin Henson. Así que esa mezcla de fascinación visual con cierto temor es lo que despertó mi deseo por la obra de Tetsuya Nomura.

2ª fase: Unión como pareja. 

Con el juego ya en mi poder, se inició nuestra unión como binomio fan-obra. De hecho no sólo con ese título, sino también con su primera entrega, la posterior para Nintendo DS (Kingdom Hearts: 358/2 days) y todas las demás (KH: Chain of memories, KH: Birth by Sleep, KH:Re:coded y KH: Dream Drop Distance), aunque al no tener ni Nintendo 3DS ni Play Station Portable (PSP) ni encontrar un cartucho de Chain of memories para mi Game Boy no pude jugar a ellos hasta Play Station 3, donde aparecieron dentro de las remasterizaciones que se hicieron tanto de Kingdom Hearts como de Kingdom Hearts II.

Dediqué la mayor parte de mi adolescencia a Kingdom Hearts. Nada más llegar del instituto, después de comer claro, hacía los deberes deprisa y corriendo para poder ponerme a jugar a él lo que restaba de tarde; llenaba libretas con dibujos de Sora, Riku, la organización XIII, etc; me imaginaba los posibles nuevos mundos que aparecerían en Kingdom Hearts III, con sus personajes aliados, su final boss y el posterior llavero de la llave espada que nos entregarían tras sellar la cerradura; me pasaba horas mirando imágenes del juego en Google y gran parte de ellas las compartía a través de mi perfil en redes sociales (en concreto messenger y Tuenti, que eran las que existían y usaba por aquella época).

Me sentía orgulloso de que la obra tuviese ese papel tan relevante en mi vida y estaba dispuesto a defenderla a capa y espada contra aquel que no le gustase o la considerase infantil, como era el caso de mis amigos o compañeros de clase.

3ª fase: Desilusión.

Diamond afirma que este es el período en que las pequeñas cosas nos empiezan a molestar. Creemos que estamos recibiendo menos amor y cuidados. Incluso a veces nos sentimos presos, momento en el que comenzamos a cuestionarnos nuestros sentimientos y surge el debilitamiento de la relación. Según Diamond, esta fase suele suponer el punto de inflexión en el que una pareja afianza su relación o termina con ella.

En mi caso, esta llegó hace un par de años. Tras haber aparcado la saga harto de esperar una tercera entrega que nunca llegaba, también por la irrupción de nuevos juegos en mi vida, volví a ella gracias a que vi que las dos remasterizaciones de PS3 estaban rebajadas. Con la excusa de jugar a Birth By Sleep y Chain of memories , que como ya he dicho antes no había tenido la oportunidad de jugar en su tiempo, compré los dos juegos de nuevo.

Birth By Sleep me pareció una versión inferior de Kingdom Hearts: II. Ni la historia me gustó, por muy melancólica ni dramática que pretendía ser, ni las nuevas adicciones como los tiros certeros o los estilos de comando me parecían mejor que las formas de fusión o los límites. En general me pareció una obra menor, un producto hecho para cumplir, pero no sólo era canónico, sino que la mayoría de títulos posteriores de la saga construirían su historia partiendo de él.

Lo mismo me pasó con Dream Drop Distance: cómo un título presentado como un capítulo aparte en la historia, Yen Sid organiza un examen en un mundo onírico para que Sora y Riku se conviertan en maestros de la llave espada, puede derivar en el núcleo argumental de la tercera entrega, con el esperpento que supone los trece recipientes de la oscuridad, la llave espada X y el resucitar a todos los protagonistas caídos de anteriores entregas dándole nula importancia a su sacrificio en pos de un bien mayor.

Entendía, y justificaba, que títulos como Chain of memories, 358/2 days o Re:coded fuesen ramplones, ya que se habían concebido con la idea de llevar la franquicia al mayor número de plataformas posibles para que todo el mundo pudiera disfrutar de Kingdom Hearts, independientemente de la consola que tuviera (o para no poner todos los huevos en la misma cesta, diversificando las ventas de la saga).  Así, Square Enix podía jugar introduciendo nuevas mecánicas o historias más experimentales sin comprometer el canon que formula los títulos numerados. De ahí que no tuviese sentido que obras como Birth By Sleep o Dream Drop Distance, destinadas a un menor número de personas por salir exclusivamente para consolas portátiles, marcasen el nuevo rumbo. Union X también se puede añadir a este saco, aunque al ser para móviles todo el mundo puedo acceder a él.

La resurrección de Axel (o Lea) y su posterior conversión en portador de la llave espada; la idea de resucitar a Roxas y los demás incorpóreos, que carece de lógica y se había resuelto bien en Kingdom Hearts II;  la progresiva bobalización de Sora, convirtiéndolo en otro protagonista genérico de un manga-anime Shonen. Directamente repudiaba todo título de la saga salido después del dos… hasta que lo volví a jugar.

Como un moribundo que en su lecho de muerte ve con claridad sus errores y se arrepiente de ellos, vislumbré cómo todo lo que mi cabeza recordaba como espectacular o sublime no lo era. Desde la propia estructura del título, que sigue un patrón muy definido: cinemática-sección de acción-cinemática-minijuego-cinemática-boss final-cinemática; ni las mecánicas de combate, pensadas para ser más vistosas que variadas; ni la historia, simple pero recubierta de un barniz esotérico que disimula su carácter infantil; ni los minijuegos, en el que la mayoría se superan machacando triángulo.

Ahora no sólo repudiaba todos los spin off sino también el que era mi videojuego favorito de la saga y de la historia. Sólo la entrega original, pensada más como un metroidvania con toques de rol, aguantaba el paso de la nostalgia.

4ª fase: Creación de un amor real y verdadero.

Después de esta catarsis, quise romper todo lo que me había unido con Kingdom Hearts. Ya no me gustaba lo que me ofrecía, ya no me sentía orgulloso de llamarme fan de la saga. Intenté deshacerme de todo lo que me ataba a él, pero no pude. El simple hecho de escuchar las primeras notas de la cabecera del  título (Dearly Beloved) me erizaba la piel como ninguna otra cosa en este mundo y me retrotraía a todas aquellas emociones que había sentido mientras lo jugaba.

Entonces comprendí que el amor no consiste en moldear al otro a tu imagen y semejanza, sino que es comprensión, piedad y empatía. No podía cambiar a Kingdom Hearts, pero tampoco hacía falta, tan sólo bastaba con aceptarlo tal y como es, con sus defectos y sus virtudes. Puede que ya no me atrajese como lo hacía antes, pero tampoco tenía que dejar de quererlo, porque al escribir estas palabras aún sigo queriéndolo, aunque de distinta manera de la que lo hacía antes. El amor pasional ha dado paso a uno más fraternal, de compañeros de viaje que nos ha llevado de mi adolescencia hasta mi madurez.

5ª fase: Capacidad de cambiar el mundo en pareja.

No sé cómo será Kingdom Hearts III ni cuándo saldrá. No sé si quiera si me compraré el juego el día de su lanzamiento. No sé si vendrá con un pase de temporada, micropagos o demás sacacuartos. Lo único que sé es que estaré ahí y más tarde o más temprano acabaré por jugarlo.

En mi interior todavía espero que Nomura y Square Enix también hayan madurado durante estos 13 años y que se refleje en su obra, aunque a tenor de lo visto en los tráileres no parece. Es quizás mi único pensamiento egoísta en lo que se refiere a Kingdom Hearts III.

Al final, que me guste el juego o me decepcione no va a empañar el hecho de que los dos juntos hemos cambiado el mundo. Al menos el mío. Eso es algo que nadie podrá negar.

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