Con una población que apenas roza los seis millones, descubrimos un país al que, si se le deja en paz, podría gobernar con éxito hasta el más inútil. Con Gadafi no había libertad de expresión, ni de asociación ni de pensamiento más allá de su propio delirio, pero había estabilidad. Hoy no queda nada de eso.
Por Angelo Nero
Miles de personas intentan cruzar el Mediterráneo cada año camino a Europa. Esa dramática travesía es solo la etapa final de un éxodo que comienza miles de kilómetros atrás (Sudan, Níger, Eritrea…) y que tiene una de sus etapas más peligrosas a su paso por Libia: un país sumido en el caos de la postguerra, en el que conviven gobiernos enfrentados, tribus y etnias enemigas, mafias y grupos terroristas vinculados al ISIS. El fotoperiodista Ricard García Vilanova y el periodista Karlos Zurutuza han recorrido el país desde 2011 buscando historias, deshaciendo prejuicios y desmontando tópicos. Un relato cargado de matices y detalles que quedan fuera de la cobertura mediática tradicional.
“Cinco años después de la muerte de Gadafi, el progresivo deterioro de la seguridad, unido al colapso económico, contribuía a extender un manto de nostalgia por el pasado, incluso entre gente nada sospechosa de haber apoyado al régimen.” Escribes en uno de los últimos capítulos del libro. ¿Es tan grande el deterioro de las condiciones de vida en Libia, que incluso entre los que lucharon contra Gadafi, hay una cierta nostalgia de la Libia anterior a 2011?
Claro. Libia era una sociedad rentista en la que los sueldos llegaban de los beneficios del petróleo, que es el monocultivo del país. Libia tiene las mayores reservas de petróleo de África, además de agua fósil y enormes recursos minerales. Está muy cerca de Europa, cuenta con un potencial turístico enorme y también con una red de puertos con las que soñarían muchos. Con una población que apenas roza los seis millones, descubrimos un país al que, si se le deja en paz, podría gobernar con éxito hasta el más inútil. Con Gadafi no había libertad de expresión, ni de asociación ni de pensamiento más allá de su propio delirio, pero había estabilidad. Hoy hay muchos «Gadafis» en ese reino de taifas. Es un estado fallido en el caos es la única constante.

En 2011 los medios de comunicación pusieron el foco en Libia, con reportajes a todo color sobre los “luchadores por la libertad”, que buscaban derrocar a Gadafi, pero una vez conseguido este objetivo, Libia ha caído en una zona de sombra informativa, apenas despierta interés en Europa su larga guerra civil, ni la situación de los migrantes detenidos en suelo libio. ¿A qué crees que es debido este apagón informativo?
Libia fue una guerra muy mediática, con un gran despliegue de medios que se lanzaban a contar qué era eso de las “primaveras árabes” tras el primer ensayo de Túnez o, si me apuras, del campamento de Gdeim Izzik, en el Sahara ocupado. Era un relato muy televisivo, con un malo muy identificable ya solo por lo grotesco y una masa de rebeldes que aspiraba a un futuro en libertad en una democracia homologable a cualquiera de un país occidental. Eso es lo que se nos vendió. Luego supimos que el hecho de que el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy liderara todo aquello se debía a que Gadafi había financiado su campaña electoral en 2007. Sarkozy debía mucho dinero a Trípoli. Tras el linchamiento de Gadafi, en octubre 2011, la guerra de Libia se acaba para el resto del mundo, era lo de “muerto el perro, se acabó la rabia”. No hubo una reflexión sobre cómo quedaba el país, y aún menos, sobre su futuro. La inestabilidad llevó a que dos gobiernos se disputen el poder en Libia desde 2014: uno en Trípoli, que cuenta con el respaldo de la ONU, y otro en Tobruk, en el este del país.
Tras la fractura de 2014 las tribus antes leales a Gadafi se pusieron bajo el paraguas del gobierno del este, que respaldaban, entre otros, Francia, Rusia, Arabia Saudí, Egipto y Emiratos Árabes Unidos y que lideraba el autoproclamado mariscal Jalifa Haftar. Antiguo miembro de la cúpula que aupó al poder a Gadafi, Haftar fue reclutado por la CIA para convertirse en su principal opositor desde su exilio en Virginia (tiene la ciudadanía estadounidense). Hoy es el caudillo del este y de una suerte de milicias que mantienen tienen fuertes vínculos con la hidra salafista del jeque saudí Rabi al Madjali.
Por su parte, Trípoli cuenta con Turquía y Qatar como aliados más sólidos. Tras un lustro en el que la balanza no se inclinaba hacia ninguno de los dos Ejecutivos (el califato libio del EI también se intercala durante ese periodo de tiempo), Haftar lanzó una brutal ofensiva sobre Trípoli en abril de 2019 con la cobertura aérea y logística de Emiratos Árabes Unidos que se pudo contener principalmente con el apoyo de la tecnología turca. Desde entonces se mantienen los dos polos de poder con algún cambio de cara en Trípoli, pero nadie que haya sido refrendado por las urnas.
Un estado fallido con dos gobiernos, con multitud de milicias enfrentadas entre sí y además una de las puertas de salida hacia Europa, que esta quiere tener bien cerrada, la amenaza yihadista y el riesgo de que el país se rompa en tres, ¿cómo se consigue explicar este complicado puzle en solo 140 páginas?
Pues con mucho cuidado, desde el terreno y armado de un interés genuino por saber lo que pasa para poder contarlo.

Bereberes, Tuaregs, Tubus, Árabes… ¿El factor étnico, y el tribal, que también creo que tiene su importancia, es determinante en la crisis política y social instaurada en Libia, y cuál era su encaje en tiempos de la Yamahiriya?
También llamados «bereberes», un término que ellos consideran despectivo, los amazigh se extienden desde la costa de Marruecos hasta la orilla occidental del Nilo, en Egipto. En Libia son unos 600.000, el 10 por ciento de la población. La llegada de los árabes a la región en el siglo VII inició un inexorable proceso de arabización que se aceleró durante el mandato de Gadafi. Su llamada «revolución cultural» de 1973 pasó por la prohibición de libros cuyos principios no sintonizaran con los de su «libro verde». Entre otros muchos, se destruyeron volúmenes sobre la lengua y cultura amazigh y se desmanteló la primera asociación de esta comunidad en Libia. «Amazigh» significa, literalmente, «hombre libre», pero para Gadafi no eran sino «hijos de Satanás», además de «un engendro del colonialismo para dividir Libia». Así, presos políticos eran ejecutados o encerrados de por vida tras ser acusados de «sedición y separatismo», o de «espiar para Israel». Mientras tanto, se construían asentamientos para colonos árabes, como ese anillo alrededor del enclave amazigh costero de Zuwara, o se llevaban “prefectos” árabes de tribus leales al régimen para gobernar en territorio tubu o tuareg en la región de Fezzan. En realidad, Gadafi no hizo nada que no hicieran otros déspotas panarabistas contemporáneos hacia la población no árabe de sus respectivos países. No llegó a bombardearlos con armas químicas como hizo Saddam Hussein con los kurdos de Irak, pero la retórica panarabista era la misma.
Trípoli cayó en manos de los insurrectos en agosto de 2011 y, a los pocos días, miembros del Consejo Nacional de Transición Libio (el Gobierno paralelo formado por líderes opositores a Gadafi) aterrizaba en la capital. Fue entonces cuando conocí a Fathi Ben Khalifa, único miembro amazigh de aquel consejo. Decía que acababa de cortar relaciones con el CNT porque no solo no veía una actitud favorable a su reconocimiento constitucional, sino que incluso notaban hostilidad por parte de algunos de sus miembros. El problema, decía, era que nadie tenía una idea clara sobre el modelo de Estado que se buscaba. El 27 de noviembre de 2011, los amazigh salieron a la calle de forma masiva para denunciar que el nuevo Ejecutivo de Trípoli los había excluido tanto a ellos como a sus reivindicaciones. Desde entonces, han optado por crear su propio consejo amazigh, formado por miembros electos de todas sus localidades en Libia. Es paradójicamente esa inestabilidad endémica la que les permite gestionar su consejo y su proyecto educativo propio. “Mientras los árabes sigan matándose entre ellos no tendrán tiempo de preocuparse por nosotros”, me han dicho más de una vez. En cuanto a tubus y tuaregs, han sufrido la misma represión y el mismo abandono, pero no están tan organizados como los amazigh. Estos últimos, eso sí, se han convertido en un referente para ambos pueblos.

Parece ser que Libia ya era un destino de los flujos migratorios en los tiempos de Gadafi, aunque entonces parecía no resultar un problema para Europa que recibía con alfombra roja al coronel Gadafí, montaba su haima en París y Madrid, poco antes de animar la insurrección que acabó con él, ahora financia a milicias salafistas y guardias costeras para detener a los migrantes. ¿Al final las declaraciones en favor de los derechos humanos de la Unión Europea, son solo una pantalla para ocultar sus intereses en materia energética y geopolítica?
Antes de responderte a la pregunta quiero hacer una aclaración. El salafismo no es, ni de lejos, un fenómeno más de la Libia de posguerra. En la década de los 90 del siglo pasado fue Gadafi quien invitó al jeque Madjali, un salafista saudí, para que le ayudara a contrarrestar tanto a los yihadistas como a los Hermanos Musulmanes. A Gadafi le gustaba Madjali porque una de las características de su corriente del salafismo es que no discute la autoridad política del país. Tanto es así que el propio jeque emitió una fetua (ley islámica) en febrero de 2011 condenando el levantamiento contra el líder libio. Incluso el propio Saadi Gadafi, su tercer hijo, se presentaba a sí mismo como un jeque salafista tras su discreta carrera de futbolista. Todos los libios recuerdan sus sermones en televisión.
Volviendo al tráfico de personas, con Gadafi era todo mucho más ordenado, además de una enorme fuente de dinero para este último. Bastaba con dejar salir a unos cuantos para que Roma firmara cheques millonarios para su vecino del sur. Recuerda al chantaje de Marruecos hacia España. En cuanto a esas declaraciones de derechos de las que hablas, me viene a la cabeza la ofensiva de Haftar en 2019. El avance hacia Trípoli fue muy rápido y los bombardeos sobre la población civil demasiado indiscriminados, tanto que Londres y Berlín alzaron la voz en un principio apuntando a “una agresión por parte de alguien que no había sido atacado”. Europa iba a pedir a Haftar que reculara, pero Francia lo impidió haciendo un tour por las capitales europeas haciendo uso de todas las herramientas diplomáticas. Fue fácil, principalmente porque las elecciones parlamentarias de la UE en mayo de 2019 llenaron Bruselas de políticos que comparten la visión de Emmanuel Macron sobre Libia, entre ellos Josep Borrell, el Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores. Por su parte, Trump llamó directamente a Francia y Rusia y les dijo que no quería ni a Egipto ni a EAU de enemigos. Washington también apoyaría a Haftar. Este antiguo gadafista reciclado por la CIA es el plan B de todos aquellos que buscan a alguien fuerte para gobernar el país y con el que poder sentarse a negociar y comerciar, aunque, recordemos, una vez más, es el de Trípoli el Gobierno que reconoce la ONU. En cualquier caso, las injerencias sobre Libia son totalmente poliédricas: está Europa, pero también Rusia y, por supuesto, los países atrapados en esa “guerra fría” particular entre los ejes “Qatar-Turquía” y “Arabia Saudí-Emiratos Árabes Unidos”.

Antes de llegar a embarcar en una patera en las costas libias, los migrantes recorren un largo camino, tierra adentro, muchos se quedan por el camino y, cuando llegan a Libia tampoco lo tienen fácil. ¿Cómo es ese camino y que se encuentran cuando llegan a Libia?
Los que sobreviven a la travesía del desierto se encuentran con una ginkana a través del infierno que es Libia para ellos. Todos sufrirán arresto y tortura a manos de las mafias del tráfico de personas y, en el caso de que sobrevivan, volverán a empezar de cero hasta reunir la cantidad para saltar a una patera. Y cuando piensas que no puede ser peor es cuando te equivocas. Cubriendo el cerco de Sirte, capital del EI en Libia, llegamos a ver muchos cadáveres de subsaharianos. Luego supimos que muchos habían sido obligados a luchar junto a los yihadistas si querían sobrevivir. En cuanto a las mujeres, les tocó pasar por lo mismo que habían pasado las yezidíes en Irak.
¿Libia es otra muestra del fracaso de la Primavera Árabe, que recorrió África de norte a sur entre 2010 y 2012?, o por lo contrario, como apuntan algunos analistas ¿las primaveras árabes fueron gestadas e instrumentalizadas para destruir los gobiernos más incómodos para Occidente?
Cualquiera que haya viajado por alguno de esos países desde Marruecos hasta Irán ha podido comprobar que la gente tiene motivos para quejarse, que la ausencia de libertades es tan palmaria como la arbitrariedad a la que se les somete, y que los jóvenes viven angustiados ante la ausencia de perspectivas de futuro en un mundo que es global y que se pavonea ante ellos desde sus teléfonos móviles. En países como Túnez, “subirse al barco”, que es como se refieren a echarse al mar para intentar llegar a Europa. Es un proyecto de futuro normalizado, casi institucionalizado, como lo puede ser ir a la universidad para un joven de aquí. El desencanto es total, es un estado de depresión colectiva que hunde sus raíces en esa ausencia de oportunidades, cuando no en una guerra en curso. Son países gobernados por sátrapas como el rey de Marruecos o la dictadura hereditaria de los Assad en Siria, por poner dos ejemplos. ¿Tiene la gente razones para quejarse? Por supuesto. Lo que no me vale es ese discurso de una parte de la izquierda que defiende a Gadafi o a Assad argumentando que esas son las mejores opciones para libios y sirios. Resulta que lo que nunca querrías para ti es bueno para otros. No se me ocurre una posición más racista y colonial que esa. Otra actitud en esa línea es la de pensar que a millones de personas se las puede dirigir como a robots en una única dirección apretando un botón, lo de “orquestar” una revolución. Otra cosa es instrumentalizar, capitalizar en beneficio propio un movimiento que ya cuenta con una inercia. En Libia funcionó a corto plazo porque se acabó con Gadafi. En Siria también se intentó, pero los rusos consiguieron apuntalar a Assad en el poder. La alternativa era el caos a manos de las milicias islamistas y el Estado Islámico respaldados por Turquía. Los kurdos lo vieron desde el día 1 y se mantuvieron al margen. Volviendo a lo de “instrumentalizar”, vuelvo a recordar que son Washington y Bruselas, sí, pero el de hoy es un mundo multipolar y también intervienen Ankara, Doha, Riad, Teherán… Cuando vuelves a poner el foco en el caso de Libia, resulta realmente sorprendente cómo un país tan minúsculo como Emiratos Árabes Unidos puede pesar tanto.

El drama migratorio tiene uno de sus focos en Libia, donde la política europea se muestra de forma más deplorable. ¿Por qué las sociedades europeas siguen mirando hacia otro lado, mientras millones de euros de los fondos europeos siguen fluyendo hacia regímenes tan poco democráticos como Marruecos o Turquía, o hacia estados fallidos como Libia, para que actúen como freno a la migración?
Si entendemos que la sociedad somos todos, no creo que la gente sea indiferente hacia este drama. Sin ir más lejos, me viene a la cabeza la solidaridad que existe hacia el pueblo saharaui. Quien más quien menos tiene un crío de los campamentos pasando el verano en su casa, o manda dinero, comida, o se moviliza por sus derechos. La gente, en general, no te compra eso de que el Frente Polisario sea una organización terrorista. El problema es que esa solidaridad, esa voluntad popular no acaba de articularse en un gesto político porque España sufre el chantaje constante de Marruecos. ¿Qué puedes hacer para cambiar eso? Está claro que el sistema democrático del que presumimos no nos da esas herramientas. Puedes pasar a la acción directa, desahogarte con cócteles molotov en embajadas y ministerios, pero todos sabemos que eso no sería más que una pataleta que no ayudaría a cambiar nada.
En “Tierra adentro” también hablas del papel de las ONG’s que, como Open Arms o Médicos Sin Fronteras, se han dedicado al rescate humanitario que deberían haber asumido los estados ribereños, aunque señalas cierta desorganización entre ellas, y desde alguno de eses estados sean señaladas por el “efecto llamada”. ¿Cuál es la situación actual del rescate marítimo en el Mediterráneo, y en Libia, en concreto?
Desde que la flota de rescate humanitario se echó al mar en 2015, se ha encontrado un adversario feroz en todos y cada uno de los sucesivos gobiernos italianos. Puertos cerrados, barcos requisados, procesos judiciales… Hoy se hace uso de recursos sin base legal como el del desembarco selectivo, obligarles a ir a hasta puertos del norte de Italia o de Francia para triplicar las distancias y reducir drásticamente el tiempo que pasan en la zona de rescate. También se les criminaliza, se les acusa de connivencia con las mafias del tráfico, e incluso de provocar un “efecto llamada”, cuando, según un estudio del Instituto Italiano para Estudios Políticos Internacionales, la flota en su conjunto (unos nueve barcos) solo es responsable del 14% de los desembarcos en Italia. Ese 86% restante nos dice que, haya o no haya barcos, la gente seguirá echándose al mar. Pero esto lo sabemos todos desde antes de que existiera la flota humanitaria de rescate. En 2013, cuando la envergadura de la crisis migratoria en Libia empezaba a preocupar a sus vecinos del norte, Italia desplegó un operativo de patrullas fronterizas y misiones de búsqueda y rescate bajo el paraguas de un programa nacional al que se llamó Operación Mare Nostrum. El elevado coste político (la oposición acusaba al Gobierno de contribuir a la inmigración irregular) unido a las dificultades de Roma para financiar en solitario una operación con un coste de nueve millones de euros mensuales llevaron a la suspensión de la misma, en octubre de 2014. Ni la desaparición de los buques de salvamento de la costa libia, ni las condiciones del mar durante el invierno redujeron entonces el flujo de refugiados y migrantes rumbo a Europa. Lo corroboraban los datos de organizaciones como Amnistía Internacional, que situaba en unos 70.000 el número de refugiados y migrantes que llegaron a Italia durante los primeros seis meses de 2015, aproximadamente 10.000 más que durante el mismo periodo en 2014, cuando Mare Nostrum seguía aún activo. Un mes después de la desactivación de Mare Nostrum, FRONTEX, asumió la responsabilidad de la seguridad fronteriza a través de la Operación Tritón, replegándose a aguas jurisdiccionales italianas. Según la IOM, el número de muertos en el mar se multiplicó por 30. Dicho de otra forma, que no haya barcos de rescate no implica más pateras, sino más gente muerta en el mar. Lo corrobora la propia estadística.
Para terminar, me gustaría destacar la increíble fotografía de portada de “Tierra adentro”, del fotoperiodista Ricardo García Vilanova, cuyo trabajo sobre el conflicto libio (http://www.ricardogarciavilanova.com/three-wars-of-libya) es digno de resaltar. ¿Trabajaste con Ricardo en Libia?
Conocí a Ricardo en Trípoli, en 2011 y, desde entonces, hemos hecho docenas de coberturas juntos no solo en Libia, sino también en Irak, en Siria, en Nagorno Karabaj, Abjasia, en misiones de rescate en el Mediterráneo Central… Más allá de ser un gran fotógrafo, Ricardo es un buen amigo con el que me encanta trabajar, una de esas personas con las que te irías al fin del mundo, literalmente.
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