Justipolítica

Por Jesús Ausín

Suena el despertador. No hay muchas ganas de levantarse. Apenas ha dormitado toda la noche. Desde la tarde anterior, está en un sinvivir pensando cómo escapar a Francia.

Es un lunes cualquiera. Longinos estudia, como algún que otro día (pocos, porque el frío es intenso),  en lo que su patrona llama el mirador. Un balcón cerrado con carpintería de aluminio y cristales sin cámara, convertida en aula forzosa. Hoy no tiene ganas de bajar a la sala de estudio de la Caja Municipal. Está demasiado lejos y el domingo hubo excesos. Así que, vestido con dos camisetas, dos jerséis y una parka, atenazado por el frío, se dispone a resolver un par de integrales que por la mañana puso el profesor al que todos llaman el Führer. Y no por su parecido a Adolf, sino por su talante. Es de los que se mete con las chicas por llevar una falda por encima de las rodillas o de los que las echa de clase si llevan un escote demasiado pronunciado. Y no solo con las chicas. No puede ver una camiseta del Che en clase o un pelo largo. Y como descubra una bandera republicana en tu carpeta, mejor te pasas al bachiller de letras, porque no apruebas matemáticas en la vida.

Apenas ha empezado con la primera integral cuando aparece en el balcón su compañero de habitación. Muy excitado y asustado le dice que los militares han dado un golpe de estado. Ponen la radio. Solo se oye música militar. Desde donde están se ve la entrada a los cines de Gamonal donde echan en sesión continua películas X y de serie B. Siempre está lleno de reclutas del Cuartel de Artillería que está unos metros más abajo. Miran con atención por si salieran en tropel de los cines. Pero no hay movimiento. Tampoco se ven tanques o camiones del ejército circulando por la Calle Vitoria, la misma en la que están ubicados los cines.

En la radio, por fin, se escucha algo que no sean marchas militares. Es la Cadena Ser. José María García está al pie del Congreso transmitiendo las noticias que van llegando como si fuera un partido del Madrid. La cosa se está poniendo peliaguda. Una compañía completa de Policía Militar llega a las inmediaciones del Congreso. Longinos, con la cena encima de la mesa, le dice a su patrona que no tiene hambre y se va a su habitación. Se acuesta encima de la cama vestido y mira el techo. Su cabeza bulle. Dentro de unas horas no se podrá salir de Burgos. Todos los accesos estarán controlados por los militares. El será uno de los detenidos. No le cabe duda. Ya le han advertido tres de sus compañeros de Instituto en más de una ocasión: “Cuando ganen los  nuestros, tú serás de los primeros en caer en cualquier cuneta”. Sabe que no bromeaban. Son hijos de militares. Son miembros de la Falange. Se dedican a dar palizas a los pobres que encuentran en la calle solos, con el pelo largo o una camiseta reivindicativa. No preguntan. Primero pegan y después salen corriendo. Intenta buscar una solución para irse a Francia. Quizá por los depósitos y el camino de Celada, se pueda huir.

Cuando se levanta de la cama, dispuesto a irse, entra su compañero y le dice que sale el rey por la tele. Parece que el golpe está controlado. Esperará a la mañana siguiente.

Es martes por la mañana. Nada ha ocurrido durante la noche. Todo sigue igual que todos los días, salvo que apenas ha dormido. Sin ganas, se levanta, se toma el café sin nada porque el estómago sigue cerrado y se va al instituto.

Nada más entrar en clase, Galindo, uno de los falangistas, le hace el símbolo de la pistola con la mano y  le dispara. Longinos, se va a por él. Se escabulle pero lo agarra en la puerta del aula. Lo ase del suéter por la pechera y en ese momento entra el Führer.

-¿Qué pasa aquí?

– Aquí el rojo – dice Galindo – que no ha dormido bien esta noche. Aún huele a cagao.

– ¡Siéntense inmediatamente!

A Longinos le espera un largo peregrinar para aprobar matemáticas. Galindo, un zote para casi todas las materias, salvo la religión, tendrá un sobresaliente en Junio. Longinos, sin embargo deberá esperar a septiembre y solicitar por escrito que el examen lo corrija el catedrático del departamento.

En septiembre, en el claustro de profesores, se oye una fuerte discusión. El profesor de filosofía, le está echando en cara a Ridruejo, alias el Führer, que suspende por ideología y que eso no se puede permitir. El Führer lo niega. El 9,5 del examen de Longinos siembra la duda en el claustro.

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Justipolítica

Pero desde luego yo niego categóricamente que haya una justicia politizada en España. Creo que hemos dado prueba de ello en las numerosas resoluciones que se han dictado en estos 40 años. La situación de reconocimiento de nuestros derechos que hay, deriva fundamentalmente del Tribunal Constitucional en primer lugar, y después de la aplicación práctica de la justicia por parte de todos y cada uno de los jueces y creo que son injustas las conclusiones de politización que registran

Pablo Llarena – juez del Tribunal Supremo.

El magistrado del Supremo Pablo Llarena. (EFE)

Si la ministra de Trabajo dijera que en España no hay explotación laboral porque los Tribunales de Justicia han dictado en numerosas ocasiones sentencias contra los explotadores, pensaríamos que o es estúpida, o se ríe de todos nosotros.

Es difícil que un tipo que ha llegado a juez del Supremo sea estúpido. Y esas declaraciones suyas más bien denotan (sobre todo escuchándolas) cierto nerviosismo y sobre todo un intento de argumentar sus injustificables actuaciones en el caso del 1O y de las que afectan al encarcelamiento por delitos de sedición de una serie de políticos catalanes que no quisieron irse de España, a pesar de las advertencias, y sobre todo, en consonancia con los que sí se fueron y a los que los tribunales europeos, privados de esa pátina de prejuicios que sí tiene Llarena, han protegido desestimando que en Catalunya, hubiera un delito de sedición.

Cuando hablamos de politización de la justicia, no estamos diciendo que el o la ministra de turno cojan el teléfono y le digan a este o aquel juez que tiene que declarar inocente a fulanito o que tiene que meter a menganito quince años para que sirva de escarmiento a los que son como él. No. Cuando hablamos de politización de la justicia, lo que estamos diciendo es que el señor juez o la señora jueza de turno, no dejan sus prejuicios, sus ideales políticos y sus pajas mentales colgados en su despacho y se disponen a impartir justicia conforme a la ley, de forma aséptica, y con equidad y mismo trato en todos los casos, sino que, justamente utilizan sus ofuscaciones, sus ideales políticos y sus mierdas para interpretar la ley y acabar impartiendo justicia de forma déspota, con parcialidad y justificando situaciones que en unos casos sirven para atenuar las penas y en otros para justificar sentencias severas.

La ley no tiene nada que ver con la justicia. Y puede ser legal que cinco asquerosos anden sueltos a pesar de haber abusado sexualmente de una chica indefensa. También puede ser legal que unos chavales, puede que alguno con cierto tipo de repulsión hacia la Guardia Civil, (pero eso ni es delito, ni puede justificar más severidad en las penas) estén en la cárcel, a pesar de que un video muestra que los supuestos agredidos mienten, y que tampoco hay sentencia firme. Ambas cosas, que los energúmenos abusadores anden sueltos y unos chavales de Altsasu encerrados, pueden ser legales, pero ni siguen el mismo criterio ni son justas. Y en ambos casos lo que nos queda, lo que olemos, lo que distinguimos, es claramente una intromisión política por ideales en la administración de la justicia. No puede ser casualidad que en ambos casos haya miembros de los cuerpos de seguridad por medio y que cuando son los guardia civiles y militares los que comenten el delito se les trate de una forma considerablemente más beneficiosa que cuando son supuestamente objeto de una agresión. También puede ser legal que a un maltratador que abusa sexualmente de su hija y somete a sus otros seis a una situación “generalizada de violencia” le caigan ocho años. Pero si  a Juana Rivas le sentencian con cinco años por librar a sus hijos de un maltratador, cuando la justicia española ha obviado tramitar a Italia otra denuncia por maltrato durante un año, lo que cambiaría sustancialmente las cosas, si además el juez que emite la sentencia tiene antecedentes de “misoginia”, de nuevo con lo que nos quedamos, el poso de estas dos situaciones habla de que de nuevo la ideología, las mierdas mentales de los jueces, influyen negativamente en la equidad y la igualdad ante la ley. Y ya que ahora tanto les gusta a algunos mentar la Constitución, esas actuaciones van directamente contra el artículo 14 de la Constitución.

También puede ser legal lo ocurrido con la hija del juez Marchena que cuenta Elisa Beni en este artículo de Eldiario.es “La hija de Marchena” que continua en este otro “Marchenagate”, pero leyendo ambos artículos a mí lo que me queda es el chanchullo, el pago de servicios prestados, el corporativismo y lo peor de un estado dictatorial en el que algunos siempre están por encima de la ley y se salvaguardan de ella a través de los lazos de amistad y el pago de favores.

Pero además del poso de sesgo que nos queda en estas (y otras) actuaciones judiciales en las que “casualmente” los ricos y poderosos siempre salen mejor parados que los pobres y sobre todo que los que se posicionan contra el sistema, tenemos razones fundadas para pensar en la politización de la justicia. El artículo 122 de la Constitución establece que el CGPJ lo forman veinte miembros. Doce elegidos entre jueces y magistrados y ocho elegidos por el Congreso y el Senado. (Cuatro y Cuatro). En la Web del CGPJ se establece que todos sus miembros se eligen entre el Congreso de los diputados y el Senado (diez y diez). Todos sabemos quiénes mandan en el senado y en el Congreso. Y también las “guerras” habidas hace unos años cuando el PP paralizó la renovación del mismo hasta que no pudiera “meter” a los suyos. Si los que deben velar por la imparcialidad y la aplicación aséptica de la justicia son elegidos por los partidos, la mayor parte por el Partido Popular que tiene mayoría más que absoluta en el Senado, y por el PSOE, es evidente que no van a elegir a aquellos jueces que pudieran ser contrarios a sus intereses o ideologías. Y cuando estos deben impartir justicia, es también evidente que el sesgo ideológico tiene mucho que decir en sus autos y en sus sentencias.

 Cuando hablamos de politización de la justicia, lo que estamos diciendo es que el señor juez o la señora jueza de turno no dejan sus prejuicios, sus ideales políticos y sus pajas mentales colgados en su despacho.

El sistema judicial está creado para los robaperas, y entre ellos. Ningún sistema judicial en el que los órganos de gobierno de los jueces y los miembros de los altos tribunales son elegidos por los políticos puede impartir justicia y que esta cumpla principios democráticos. Y menos en un país como España, dónde el franquismo no solo no murió con el eunuco genocida, sino que ha perdurado disfrazado de marca blanca, hasta nuestros días.

Todo el mundo se puede equivocar. Un servidor más que ninguno. Pero cuando uno está viendo que toda Europa le está advirtiendo de su patético y afinado procedimiento y persiste en su criterio, ya no es equivocación sino prevaricación. Y eso, ninguna justicia democrática que se precie puede permitírselo. Y mucho menos el corporativismo y cerrarse en banda.

Lamentablemente España sigue demostrando que es una democracia de tres al cuarto.

Salud, república y más escuelas.

2 Comments

  1. Las leyes regularían actos, pero no pensamientos. El Estado, como diría John Milton, es mi gobernante, mas no mi crítico. Según Spinoza, los ciudadanos debemos obediencia a las leyes y, al mismo tiempo, y sin que esto afecte a lo anterior, podemos disentir de ellas y criticarlas públicamente, haciendo lo que posteriormente Kant denominará un “uso público de la razón.
    La ética prevalece sobre la moral en tanto en cuanto la primera apela a un principio de honestidad intelectual, de respeto del conocimiento y la naturaleza de las cosas. No caben atajos en este sentido: si salimos a la calle a protestar contra una sentencia judicial sin haber leído previamente dicha sentencia es que estamos demasiado moralizados, es decir, emocionalizados, y carecemos de un cortafuegos ético que nos haga reparar en la deshonestidad intelectual de nuestra reacción ”.

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