“Jusqu’ici, tout va” es realmente una recreación de la caída, en la que los personajes interpretados por Francesc Cuéllar y Lola Marceli se van despojando de sus máscaras, rompiendo la confianza mutua ante un inevitable aterrizaje.
“C’est l’histoire d’un homme qui tombe d’un immeuble de 50 étages. Le mec, au fur et à mesure de sa chute, il se répète sans cesse pour se rassurer: » Jusqu’ici tout va bien… Jusqu’ici tout va bien… Jusqu’ici tout va bien. » Mais l’important, c’est pas la chute. C’est l’atterrissage.”
(Es la historia de un hombre que cae de un edificio de 50 pisos. El tipo, mientras cae, repite constantemente para tranquilizarse: «Hasta ahora todo bien… Hasta ahora todo bien… Hasta ahora todo bien». Pero lo importante, no es la caída. Es el aterrizaje).
Esta cita, extraída de la icónica “La haine”, que Mathieu Kassovitz estrenó en 1995, convertida en una auténtica película de culto, es utilizada como piedra angular y da título a uno de los duelos interpretativos más intensos del cine catalán, teniendo en sus papeles antagonistas al joven actor Francesc Cuéllar (que dirige aquí su primer film), y a la veterana Lola Marceli, entre los que fluye realmente una química que te mantiene pegado al asiento.
Cuéllar interpreta a un joven director, que en medio de un tenso rodaje, con problemas de tiempo y producción, tiene una reunión con la actriz protagonista, a la que da vida (y con que intensidad) Lola Marceli, que viene a soltarle una bomba: no va a hacer la escena de desnudo que habían pactado. Esto da lugar a una intensa conversación en la que realmente son ellos los que se desnudan, sacando lo mejor y lo peor de ellos mismos, y de la relación que existe entre ellos, hablando de ética y de estética, de honestidad y miedos, cruzando líneas con difícil retorno.
“Jusqu’ici, tout va” es realmente una recreación de la caída, en la que los personajes interpretados por Francesc Cuéllar y Lola Marceli se van despojando de sus máscaras, rompiendo la confianza mutua ante un inevitable aterrizaje, sabiendo que, en contra de lo que dice el hombre de Kassovitz, todo va mal, y va a ir todavía peor.
El debate moral abierto entre ambos, que destapó las vergüenzas de la industria cinematográfica con el movimiento #MeToo, es en definitiva una denuncia de ese capitalismo voraz en el que vale todo, y al que, al menos una vez en la vida, hay que decirle que no, como la actriz de esta película que se niega a desnudarse delante de una pantalla. Y esa negativa es la que genera todo el conflicto, cuando, como también se plantea en la historia, el negarse debería ser siempre una opción, diga lo que diga el contrato.
Pero “Jusqu’ici, tout va” es más que una actriz que se resiste a la mercantilización de su cuerpo, que pone sus límites y se planta, es también una suerte de terapia para un director atrapado por la sombra de su padre, por su ambición y por la contención de sus emociones. Es, en definitiva, una película que también te plantea donde están tus líneas rojas, porque, al final, lo importante es el aterrizaje, pero también saber que estás cayendo.
Se el primero en comentar