Cuando el goteo de información de la organización mediática internacional WikiLeaks comenzó a llegar a nuestras vidas a través de documentos filtrados y diversas fuentes anónimas, en muchos casos provenientes del interior de los propios estados que se verían seriamente alterados por la filtración de esos documentos, pocas personas y escasos medios de comunicación dudaron de la legitimidad de arrojar luz contra la opacidad de la política local e internacional, que de una forma u otra, afecta a diario a nuestras vidas. Julian Assange, su creador, emergió entonces a la esfera pública como un moderno Robin Hood encargado de robar información al poder para ponerla a disposición de los pueblos. Pero en tiempos de propaganda, la revolución en el acceso a la información, pronto se encontró con poderosos enemigos a los que hacer frente. Algunos de ellos, emergieron incluso entre los que se suponían elementos aliados.
El lanzamiento de WikiLeaks, en diciembre del año 2006, centró gran parte de sus revelaciones en la política exterior estadounidense, con especial atención a las Guerras de Irak y Afganistán y a los abusos cometidos por sus tropas de ocupación en sendos territorios. Planes para derrocar gobiernos, masivas venta de armas, asesinatos selectivos, revoluciones guiadas por intereses foráneos… Las tramas diplomáticas y los vertederos del espionaje y la realidad política más alejada del escrutinio democrático, pronto consiguieron que la imagen de WikiLeaks y la del propio Julian Assange, se viesen seriamente afectadas por una amplia campaña de propaganda estadounidense, destinada a lograr mediante una presión sutil y en ocasiones no tan sutil, transformar al adalid de la libertad de información en un apestado para los medios occidentales. Medios de comunicación que hasta ese momento no habían dudado en llevar a sus portadas la información suministrada por el propio Julian Assange, pasaron en apenas semanas y sin motivo aparente a criminalizar su figura.
WikiLeaks realizó el trabajo más básico para cualquier periodista: destapar la verdad oculta tras el manto de mentiras institucionales
Críticas a sus métodos periodísticos, acusaciones de filtrar información para favorecer al gobierno ruso y una oportuna acusación por violación menor y acoso sexual, cerrada por la Fiscalía de Suecia una vez el «enemigo público» se encontró finalmente en manos del poder, hicieron que el foco social se desplazase de la vital información suministrada por WikiLeaks, al circo mediático montado alrededor de su fundador y al cerco que el estado Norteamericano había levantado sobre él. A pocos medios les importaban ya las imágenes de soldados estadounidenses disparando con total sangre fría al reportero de la agencia Reuters, Namir Noor-ELDEEN y a nueve personas más, los asesinatos de civiles afganos como resultado de las acciones militares, las continuas violaciones de derechos humanos en Guantánamo y Abu Ghraib, el masivo espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) a mandatarios europeos o las multimillonarias ventas de armamento estadounidense a Arabia Saudita, posteriormente utilizado para en la guerra de Yemen. La campaña de desinformación logró sin apenas esfuerzos solapar en las portadas a un valiente esfuerzo periodístico en busca de la verdad tras la versión oficial.
El bloqueo financiero de Bank of America, Visa, Mastercard, PayPal y Western Union que llegó a cortar el 95% de la financiación de WikiLeaks, el celo de la Fiscalía de Suecia en un caso que finalmente abandonó en falso, las continuas presiones al gobierno ecuatoriano para dilapidar sus valores como estado traicionando la promesa de asilo dada a Julian Assange o la campaña de desprestigio global lanzada contra WikiLeaks en los «más prestigiosos» medios de comunicación de masas, atendieron sin lugar a dudas a una campaña orquestada desde Estados Unidos de cara a lograr desviar la atención de los crímenes de guerra cometidos por ese estado y las continuas violaciones de la legalidad internacional, una y otra vez señaladas desde WikiLeaks.
El juicio contra WikiLeaks es la disyuntiva de Morfeo, la elección entre la píldora roja y la píldora azul
Caracterizado como egocéntrico, obsesivo y paranoico por los creadores de opinión pública global, tras ser expulsado de la Embajada de Ecuador en Inglaterra, en la que permaneció recluido casi ocho años –una condena ya de por sí innecesaria para un periodista sin delito alguno a sus espaldas– en estos momentos, Julián Assange se encuentra en una cárcel de alta seguridad en Belmash, al sudeste de Londres, en donde cumple una indefinida condena por haber violado su libertad condicional a la espera de que se dilucide una posible extradición a los Estados Unidos, territorio en el que puede llegar a ser sentenciado hasta con 100 años de cárcel por relevar diferentes informes secretos que probarían la intervención de Estados Unidos en diferentes actos ilegales, entre ellos numerosos crímenes de guerra. Curiosamente, en toda esta trama de ilegalidades descubiertas por el trabajo de investigación de WikiLeaks, tan solo Julián Assange ha pagado hasta ahora con la privación de libertad por sus actos. El descubrir la maldad, parece gozar en nuestros días de peor prensa que la maldad misma.
Con claros síntomas de degradación física y psicológica tras la continua e implacable persecución llevada a cabo por las autoridades norteamericanas, el juicio de extradición contra Assange comenzará finalmente este lunes 24 de febrero. En juego, la entrega a los fiscales estadounidenses y una posible condena al periodista y ciberactivista de 48 años de edad de 170 años de cárcel, debido a los 17 cargos que se le imputan, entre los cuales se incluyen desde conspiración para cometer espionaje, hasta piratería informática.
Actualmente Washington solicita la extradición de Assange por la filtración de 250 mil mensajes diplomáticos y cerca de 500 mil documentos confidenciales acerca de las actividades del ejército estadounidense en Irak y Afganistán. Una acción que según el ejecutivo norteamericano habría comprometido su seguridad nacional y puesto en peligro la vida de numerosos soldados, agentes y colaboradores, curiosamente, no hace mención alguna la justicia o el propio gobierno estadounidense a las claras violaciones a la legalidad internacional y a los derechos humanos fundamentales destapados gracias a esas mismas filtraciones. Tampoco parece existir reflexión alguna en la sociedad estadounidense acerca de la responsabilidad final de su propio estado a la hora de contravenir la legalidad más básica y poner en serio peligro la vida de su personal, ¿acaso podemos acusar a un periodista de poner en riesgo la vida del personal militar cuando es su propio gobierno el que los sitúa en una potencial situación de riesgo al saltarse cualquier normativa internacional y violar de ese modo la legalidad de estados soberanos y los derechos más básicos del ser humano? La respuesta a todas luces debería ser negativa, WikiLeaks realizó el trabajo más básico para cualquier periodista: destapar la verdad oculta tras el manto de mentiras institucionales. Pero hoy, hemos consentido que un inocente se siente en el banquillo por esto.
El lanzamiento de WikiLeaks centró gran parte de sus revelaciones en la política exterior estadounidense, con especial atención a las Guerras de Irak y Afganistán y a los abusos cometidos por sus tropas de ocupación en sendos territorios
El juicio a Julian Assange es un juicio a la justicia en sí misma, a la libertad de expresión, a la libertad de prensa, al periodismo, a la política y a la sociedad global en su conjunto. El juicio contra WikiLeaks es la disyuntiva de Morfeo, la elección entre la píldora roja y la píldora azul. Existe un riesgo real de socavar definitivamente la libertad de expresión si Assange es finalmente enterrado en vida en una cárcel estadounidense, o si lo que es más probable, finalmente no logra superar la continua tortura sicológica a la que se está viendo sometido, tal y como ya ha señalado el relator especial de Naciones Unidas para la Tortura, Nils Melzer.
Assange y WikiLeaks han abierto una nueva ventana al mundo y al periodismo internacional, una ventana de realidad cruda y sin edulcorantes. Pero lo que se han encontrado tras ella, tras ese titánico esfuerzo contra el sistema, ha sido un mundo en el que la verdad importa menos que las tiradas de los periódicos, los pagos de favores políticos o la sutil y pacífica convivencia entre poderes. Incluido en este oscuro engranaje el periodismo, dominado en la actualidad por grandes grupos mediáticos, ya indiferenciables del mercadeo de poder al que se supone deberían vigilar. El servilismo británico al Imperio, las corruptelas de Lenín Moreno, la inapelable decadencia del Times, la CNN o El país, la indiferencia de los viejos valores europeos o las dinámicas de la diplomacia internacional… Todo ha funcionado lentamente, casi de forma automatizada e inconsciente, para que una vez más, el exceso de luz no derrumbe nuestra ficción global.
Julian Assange se enfrenta hoy a una caza de brujas moderna, al indocumentado martirio de la verdad, inserto en plena época de la comunicación global. Ninguno de nosotros podremos decir en un futuro que nadie sabía lo que estaba pasando. Simplemente, preferimos sacrificar y sepultar la verdad, a tener que despertar a ella.
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