Juan Ignacio Codina Segovia: “La tauromaquia es una costumbre antigua detrás de la cual encontramos a poderes fácticos que la usan como una herramienta de control popular”

La esencia de la tauromaquia es esta: sangre y muerte por diversión. Así ha sido a lo largo de la historia, y sigue siendo hoy en día.

Por Antonio Mautor

Entrevistamos a Juan Ignacio Codina Segovia, licenciado en Ciencias de la Información, en la rama de Periodismo, por la Universidad Complutense de Madrid, y doctor en Historia Contemporánea por la Universitat de les Illes Balears con una tesis titulada El pensamiento antitaurino en España, de la Ilustración del XVIII hasta la actualidad. Como periodista ha trabajado en diferentes medios de comunicación, como Diario de Mallorca, El Mundo y la Agencia Efe. Vinculado desde hace más de diez años a la defensa de los derechos de los animales, ha colaborado con distintas entidades animalistas de proyección nacional y, desde 2012, es portavoz y subdirector del Observatorio Justicia y Defensa Animal, organización de la cual también es cofundador. Asimismo, es profesor del Máster en Derecho Animal y Sociedad que se imparte en la Universitat Autònoma de Barcelona.

Con motivo de la publicación de su libro Pan y Toros quisimos que nos diera su visión del mundo de la tauromaquia en esta entrevista:

Juan Ignacio, nos presentas este libro llamado ‘Pan y Toros. Breve historia  del pensamiento antitaurino español, ¿cómo nació la idea de hacer esta obra?

Este libro no existiría sin la tesis doctoral que le precede. Todo comienza en 2015, cuando empiezo a notar que, en diferentes medios de comunicación, de una forma sospechosamente repetitiva e insistente, se incide una y otra vez en una misma cuestión: el antitaurinismo es una moda. Me resultó muy llamativa tanta obcecación. Por supuesto, este tipo de comentarios provenían del sector de la tauromaquia, de aficionados, toreros, empresarios taurinos… Yo me sentía entre indignado y anonadado. ¿Cómo era posible que nadie les respondiera? En aquel momento yo no sabía mucho sobre el pensamiento antitaurino español, pero sí sabía que no podía menospreciarse hasta el punto de intentar reducirlo a una simple moda. Así que todo empezó así, con esta pregunta: ¿realmente se puede considerar al antitaurinismo español una moda? Y, qué mejor modo de intentar contestar a esta cuestión que hacerlo a través de una investigación académica. Así, en 2015 comencé una tesis doctoral en la que demostraba la importancia histórica y cultural del pensamiento antitaurino español. Tres años después concluí la tesis y, casi a continuación, la editorial Plaza y Valdés se interesó por mi trabajo y así salió este libro que, por cierto, muy pronto verá su segunda edición —esta vez con el prólogo del diputado de Unidas Podemos Juan López de Uralde—. En definitiva, Pan y Toros recoge algunas de las conclusiones más importantes de la tesis, entre ellas que el pensamiento antitaurino español no solo no es una moda, sino que es una corriente muy antigua, con un gran peso cultural e histórico en nuestro país, y que forma parte de nuestra identidad y de nuestra tradición. Para que la gente se haga una idea, diré que los primeros vestigios del antitaurinismo español se remontan al siglo XIII, cuando el rey Alfonso X El Sabio condena a los toreros —a aquellos que lidian reses por dinero—calificándolos de infames.

¿Qué es para ti la tauromaquia?

Es un espectáculo que convierte en diversión o entretenimiento dos cosas muy terribles: por un lado, el martirio y el sufrimiento de un animal y, por otro, el que un hombre o un grupo de hombres pongan su vida en peligro en vivo y en directo. Quitando toda la parafernalia, lo pintoresco, la música, el colorido, los trajes, las poses y demás artificios, al final, la esencia de la tauromaquia es esta: sangre y muerte por diversión. Así ha sido a lo largo de la historia, y sigue siendo hoy en día. Los aficionados defienden estos sangrientos espectáculos refiriéndose a que les generan una emoción, dicen, indescriptible y difícil de explicar. Pero el trasfondo no resulta ni tan misterioso ni tan difícil de explicar como nos pretenden hacer creer: la emoción esa de la que tanto hablan reside en que la tauromaquia no es una obra de teatro donde se usen espadas de cartón, ni tampoco un espectáculo operístico con sangre de pega. No, la tauromaquia es real, y la emoción reside precisamente en eso, en que lo que sucede en el ruedo, la sangre y la muerte, tanto del hombre como del toro, está teniendo lugar auténticamente ante los ojos del público. Y esto es terrible. A este respecto, el filósofo Ortega y Gasset escribió que la expectativa de sangre y de muerte es la que otorga a la tauromaquia un alto poder hipnótico. Así de claro lo dijo este pensador: la tauromaquia opera en el público como una droga estupefaciente porque la sangre, decía, tiene un gran poder orgiástico, narcótico. Mientras que otro intelectual, el asturiano Ramón Pérez de Ayala, defendió que, precisamente, la emoción del espectáculo, lo que embriaga al aficionado, se fundamenta, como digo, en que se trata de algo real: no es ficción, no es de cartón piedra, sino que, ante los ojos del público, en directo, un hombre se está jugando la vida y un toro lucha por la suya. Esto es lo único que confiere emoción a la corrida. Si se piensa un poco, es algo espantoso, una aberración inhumana. De hecho, el republicano Blasco Ibáñez fue muy crítico con el aficionado taurino. Escribió que, de todos los presentes en la plaza, la única bestia era el público, que paga su entrada para ver como un hombre se juega la vida, y en ello encuentran placer o, como ellos mismos defienden, emoción.

¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI siga habiendo corridas de toros en nuestro país?

Hay autores que sostienen que no existe ley más severa que una costumbre. Y hay costumbres que resultan muy difíciles de erradicar, y mucho más cuando han sido históricamente promovidas, fomentadas y sostenidas por los poderes establecidos. Este es el caso de la tauromaquia, una costumbre antigua detrás de la cual encontramos, apoyándola, a poderes fácticos que, tradicionalmente, la han usado como una herramienta de control popular. Para mí esta es la clave de todo. Existen muchos intereses detrás de la perpetuación de estos sangrientos espectáculos pero, en mi opinión, el principal es el de la cuestión política identitaria, es decir, la creencia de que la tauromaquia nos representa y forma parte de nuestra cultura, que nos aglutina como país. Esto es algo que históricamente se ha utilizado como elemento político de distracción frente a otras cuestiones. El pueblo era ignorante, no sabía ni escribir ni leer ni sumar ni restar, apenas tenía derechos, era pobre, insensible y bruto, pero estaba distraído con la tauromaquia y esto, para los poderes establecidos, era lo más beneficioso. Cuantos menos estorbos tengan los poderes fácticos, tanto mejor para ellos. Este es un fenómeno muy antiguo en España. De hecho, la Generación del 98, con Unamuno, Baroja y Azorín a la cabeza, ya denunciaba que el pueblo español parecía estar adormecido, apático, sin participar de la vida política, sin ser verdaderos ciudadanos y, en gran parte, culparon de ello a la tauromaquia, que se agitaba como una bandera para distraer y mantener al pueblo ajeno a cualquier tipo de pensamiento crítico. Hoy en día, determinados partidos políticos, como el PP o VOX, siguen haciendo lo mismo, hasta el punto de haber incluido a toreros como candidatos al Congreso y al Senado, algo que nunca antes se había visto. Agitando la bandera de la tauromaquia como pretendido elemento identitario, distraen a la población de otros asuntos.

¿Qué crees que se debe hacer para acabar con este “espectáculo”? 

Prohibirlo. Lo digo así de tajante. Abolición. Si por mí fuera, estos espectáculos sangrientos ya no existirían. Ahora bien, hay que saber que, a lo largo de la historia, ya se han prohibido anteriormente pero, sobre el terreno, la aplicación de esas prohibiciones resultó muy complicada. Por eso, tanto históricamente como en la actualidad, existen tres posibilidades para enfrentarse a la tauromaquia. Una de ellas, como digo, es la prohibición, la abolición, con el coste que eso suponga, y que solo depende de una cosa: valentía y voluntad política. Una segunda consistiría en tratar de limitar sus aspectos más sanguinarios. Esto ya se ha hecho a lo largo de la historia: poner coto a la barbarie taurina limando sus elementos más brutales hasta que estos espectáculos queden tan desdibujados que acaben desvaneciéndose. La tercera vía pasaría por dejar que desaparezcan por sí solas. Esto, a su vez, pasa obligatoriamente por eliminar las cuantiosas subvenciones públicas que la tauromaquia recibe de las distintas administraciones públicas del Estado español, y que son las que evitan su desaparición. Si se lograra acabar con las ayudas públicas, que salen del dinero de nuestros impuestos, la tauromaquia no tardaría en quedar reducida a una pequeña bolsa de crueldad que poco a poco iría mermándose hasta su final extinción. En todo caso, como digo, si de mí dependiera, las prohibiría como ya hicieron algunos de nuestros gobiernos más ilustrados, el de Carlos III en el siglo XVIII y, sobre todo, el de Carlos IV que, en 1805, prohibió fulminantemente las corridas porque resultaban contrarias a la razón y al progreso, porque eran sanguinarias e inhumanas y porque no beneficiaban en nada al país.

En tu libro nos relatas cómo nuestro país abrazó la barbarie antes que la Ilustración, ¿qué elementos crees que fueron cruciales para que se diera esto?

En la Europa pre ilustrada existían numerosos espectáculos y diversiones que se fundamentaban en la crueldad hacia los animales. Antes del siglo XVIII, en Gran Bretaña se celebraban peleas públicas entre perros y osos, o entre toros y perros. En Italia se celebraban tantas corridas como en la propia España. Incluso se han documentado peleas de codornices y un sinfín de bárbaros espectáculos que en la Europa previa a la Ilustración eran muy populares. Hablamos de una época en la que, por toda Europa, triunfaban la barbarie, la superstición, el radicalismo religioso y la ignorancia. Frente a esa oscuridad, surgió la luz de la Razón que trajo consigo la Ilustración. Los cambios sociales no tardaron en ir apareciendo y, con ellos, la erradicación de determinadas costumbres que ya eran vistas como lo que son: espectáculos crueles que ya no resultaban del agrado de unas sociedades cada vez más instruidas, sensibles y cultas. Mientras esto sucedía en gran parte de Europa, lamentablemente en España la Ilustración apenas cuajó y, a pesar de los intentos de los gobiernos de algunos monarcas medio ilustrados, nuestro país perdió el tren del progreso, se aisló y por eso aquí se perpetuaron costumbres que, como la tauromaquia, en otros países sí se erradicaron. ¿Por qué la Ilustración no irrumpió en España con tanta fuerza como en otros países de nuestro entorno? Porque no lo permitieron los sectores más reaccionarios, inmovilistas y conservadores. Poderes fácticos como la Iglesia, la monarquía, los terratenientes y otros poderes económicos y sociales no estaban dispuestos a perder sus privilegios, y por eso evitaron con todas sus fuerzas que la Ilustración penetrara en España. Para ellos, las ideas de renovación, de educación y de progreso suponían una seria amenaza. Les salía más rentable que el pueblo español siguiera sumido en su ignorancia y su incultura para poder seguir engañándolo mejor. Así es como nuestros gobernantes han tratado históricamente al pueblo español y, mientras tanto, eso sí, agitaban la bandera de la tauromaquia para que el pueblo estuviera distraído y embrutecido, y no tuviera ningún interés por cultivar el pensamiento crítico.

Mucha gente cree que ser antitaurino es una moda, algo de creciente creación, están muy equivocados, ¿verdad?

Totalmente equivocados. Interesadamente equivocados, diría yo. Como comentaba anteriormente, no solo no es una moda, sino que el antitaurinismo es tan antiguo como la propia tauromaquia. Desde el primer espectáculo taurino que hubo, ya surgieron voces en su contra. Además, insisto, el antitaurinismo forma parte de nuestro patrimonio cultural, social, político e histórico. Desde el siglo XIII, generación tras generación, siglo tras siglo, destacados hombres y mujeres de nuestras letras, de nuestra ciencia, de nuestra política, del pensamiento o del periodismo, se han manifestado en contra de la barbarie taurina usando los mismos argumentos que hoy en día siguen vigentes. Pero también la propia sociedad española, cuando a finales del siglo XIX se produjo una cierta universalización del conocimiento, tomó conciencia del poder y de la responsabilidad social que tenía, y se organizó horizontalmente para combatir la tauromaquia. La primera manifestación ciudadana antitaurina de la que se tiene conocimiento en nuestro país se produjo muy a comienzos del siglo XX, hace más de cien años. Pero aún hay más: no solo el antitaurinismo forma parte de nuestra identidad como país, sino que, desde hace muchos siglos, en España también existe una importante cultura de la defensa y la protección de los animales. Por ejemplo, uno de los argumentos antitaurinos más importantes y más antiguos se fundamenta, precisamente, en que un espectáculo jamás puede consistir en martirizar y torturar a un animal. Así, en 1513, el destacado humanista del Renacimiento español Gabriel Alonso de Herrera ya denuncia la crueldad de la tauromaquia por la tortura a la que se somete al pobre toro. Por lo tanto, el antitaurinismono es una moda, y la defensa y la protección de los animales tampoco. Lo que pasa es que, como denuncio en el libro, los taurinos se han apropiado de la historia, contando solo lo que les interesa y silenciando al antitaurinismo. Hemos sido víctimas de la imposición de lo que yo llamo el pensamiento único taurino, una dictadura que sigue vigente hoy en día.

Destácanos personajes de renombre que hayan sido antitaurinos…

El listado es interminable. Para que la gente se haga una idea, la tesis doctoral, al final, ocupó más de 1200 páginas. Pero, por citarte tan solo a algunos, empezaría por el jesuita Juan de Mariana, del siglo XVI, luego seguiría con Santo Tomás de Villanueva, con Quevedo, con todos los ilustrados españoles —de Jovellanos a Goya, de José Cadalso a Clavijo y Fajardo, de Benito Feijoo a Martín Sarmiento—, con el Conde de Aranda, con Modesto Lafuente, Manuel Godoy, Emilio Castelar, Francesc Pi i Margall… A finales del siglo XIX Giner de los Ríos y Joaquín Costa, padres del Regeneracionismo español; la escritora y académica Emilia Pardo Bazán, Clarín, Blas Infante, Carolina Coronado, Juan Ramón Jiménez, Santiago Ramón y Cajal, toda la generación del 98 —Unamuno, Azorín, Antonio Machado, Pío Baroja—, el poeta sevillano Luis Sepúlveda, el también académico gallego Wenceslao Fernández Flórez, Mariano José de Larra, el general Arsenio Martínez Campos… El listado es enorme. En resumen, ha habido desde presidentes de Gobierno hasta ministros, pasando por ilustres literatos, periodistas e intelectuales… y hasta un Papa y santos de la Iglesia Católica.

¿Y qué piensas cuando te dicen que también ha habido defensores de la tauromaquia?

Esta es una observación muy oportuna, porque me permite introducir un asunto crucial. Verás, esta cuestión ha de ser observada desde dos perspectivas, porque la cosa no va solamente de listas de nombres, sino también de argumentos. Lo digo porque, sobre todo en las redes sociales, los taurinos suelen sacar a algunos célebres personajes que eran aficionados a la tauromaquia y que, por cierto, casi siempre son los mismos —Lorca, Hemingway, Vargas Llosa…—. A donde quiero llegar es a la idea de que no podemos convertir esto en una simple discusión de nombres, como si de un juego de cartas se tratara, o a ver quién tiene la lista más larga. Esto es un absurdo, porque olvidarse de los argumentos es un error. Los nombres son solo eso, nombres, y no se pueden debatir, pero los argumentos que se esgrimen a favor o en contra de la tauromaquia, esos sí se pueden discutir. Evidentemente, una vez tenemos el argumento, es muy importante saber quién lo defendió, puesto que si se trata de una persona de relevancia científica, académica, política, histórica o cultural, ese argumento, en mi opinión, tiene un doble valor, un valor de autoridad. Y, cuando algún taurino me saca a Lorca o a Hemingway para defender la tauromaquia, yo siempre mantengo lo mismo: dígame usted qué argumentos manifestaron estas personas en defensa de la tauromaquia y yo intentaré discutirlos. Y, hasta el momento, nadie ha sabido decirme, más allá de los tópicos más trillados, lo que Lorca o cualquier otro esgrimieron para apoyar estos sangrientos espectáculos. Por el contrario, la historia del antitaurinismo español está llena de argumentos, de razones, de datos y de explicaciones que, además, como digo, fueron expuestas por nuestros más relevantes personajes históricos.

En tu ensayo analizas la relación que tienen las corridas de toros con el hecho de ejercer un cierto control social a base de esta “fiesta”. ¿Nos puedes ampliar esta cuestión?

Estamos ante la famosa cuestión del Pan y toros que da título al libro. La cosa es muy sencilla. Así como en la época de mayor decadencia del Imperio Romano se utilizaban los sangrientos espectáculos del circo romano para adormecer y distraer a las masas, acuñándose en aquel momento la máxima del Pan y circo, en España se hizo lo mismo pero con la tauromaquia, dando lugar a las políticas del Pan y toros. Es un fenómeno muy antiguo. Se trata de usar estos brutales espectáculos para que el pueblo se evada y no sea consciente de que carece por completo de derechos, libertades y privilegios, de los que, por cierto, sí gozan los poderes establecidos. La ecuación de las políticas del Pan y toros es muy simple, y resulta muy efectiva: un pueblo ignorante, embrutecido e inculto es más fácil de manipular que un pueblo ilustrado, educado y culto. En este sentido, en España, tradicional e históricamente, los poderes fácticos han utilizado la tauromaquia como un elemento de distracción masiva que impidiera cualquier atisbo de pensamiento crítico por parte del pueblo. No hay nada que más incomode a los poderes establecidos que el pensamiento crítico. Por tanto, se trata de anularlo, y qué mejor manera de lograrlo que tener a la gente embobada —estupidizada, como dijo Unamuno, o drogada, como dijo Ortega y Gasset— con la barbarie de la tauromaquia. Por cierto, quien mejor encarnó estas políticas dictatoriales fue el Borbón Fernando VII quien, de una misma tacada, durante su reinado a comienzos del siglo XIX, clausuró los periódicos e instauró una férrea censura, cerró también las universidades y, a cambio, abrió una escuela de tauromaquia en Sevilla. Esta es la esencia de las políticas del Pan y toros: menos libros y más corridas, menos universidades y más plazas de toros, porque, lo digo una vez más, un pueblo inculto es más fácil de dominar, y de engañar, que un pueblo cultivado. A eso se han dedicado los poderosos en nuestro país durante siglos. Y así seguimos hoy en día porque, en la actualidad, estas políticas del Pan y toros siguen teniendo vigencia.

¿Crees que las corridas de toros están conectadas directamente con una determinada ideología política, o hay gente de todos los palos que las defienden?

Histórica y tradicionalmente han sido los poderes fácticos establecidos, los más reaccionarios y los más conservadores, los que más han promovido la tauromaquia. Existe un claro patrón de conducta, tal y como ya he señalado anteriormente. Los partidos más reaccionarios y conservadores, los más inmovilistas, aquellos que veían en el progreso una amenaza frente a sus privilegios y a sus beneficios, eran los más interesados en fomentar la tauromaquia, para tener al pueblo distraído con el vino, la corrida, la sangre y la fiesta. Esto suponía un gran alivio para sus intereses y, mientras tanto, España seguía siendo un país de caciques, corruptos y señoritos. Unamuno, que fue un grandísimo antitaurino, lo tenía muy claro. En uno de sus múltiples artículos antitaurinos, el rector de la Universidad de Salamanca llega a escribir que «Las corridas de toros, estoy de ello convencido, son uno de los más fuertes auxiliares del reaccionarismo». Y nos remite a la cuestión del Pan y toros asegurando que los estamentos conservadores son los más interesados en mantener al pueblo en la ignorancia y, para tal fin, dice, se sirven de las corridas porque «distraen y desvían una buena parte de la energía mental y espiritual del pueblo […]». Y hoy en día, sin ninguna duda, son los partidos políticos más conservadores los que han hecho bandera de la defensa de la tauromaquia, hasta el punto de que, como ya he dicho, han incluido a toreros en sus listas al Congreso o al Senado. Esto no quiere decir que no haya gente de izquierdas que sea aficionada, pero lo cierto es que, si hablamos en términos generales, y de una tendencia histórica, las cosas son así: lo más casposo, conservador, reaccionario e inmovilista ha apoyado la tauromaquia, no tanto por la tauromaquia en sí misma, sino porque suponía una valiosa herramienta que les permitía mantener sus privilegios frente a un pueblo que, cuanto más drogado estuviera con la sanguinaria tauromaquia, como decía Ortega y Gasset, menos le iba a incomodar.

No podemos negar que hay un sector económico que vive de los toros, este es uno de los mayores argumentos para evitar que desparezcan, ¿qué propones como alternativa a este sector?

Efectivamente, uno de los argumentos que desde el sector taurino más se esgrime para tratar de perpetuar este espectáculo sangriento es la cuestión puramente mercantilista. Vienen a decir que la tauromaquia genera riqueza y que da de comer a muchas personas, y que ya por eso no puede desaparecer. En realidad, con este argumento no se va a ningún sitio, puesto que, según esta perspectiva, y siguiendo la misma regla de tres, toda aquella práctica que, por bárbara o brutal que fuera, generara ingresos o creara puestos de trabajo, debería ser protegida. Así, este mismo argumento crematístico o monetario se podría aplicar, por ejemplo, al proxenetismo sexual, que lamentablemente es legal en muchos países, o a la compra y venta de armas, que mueve ingentes cantidades de dinero y que da de comer a muchas personas. No le voy a poner más ejemplos porque parece claro que cualquier actividad, por inhumana que sea, se podría justificar o defender porque “da de comer a muchas personas”. En todo caso, llegado el momento de la desaparición de la tauromaquia, yo no me niego a que se cree una comisión al más alto nivel que estudie qué salidas dignas puede haber para estas personas, o incluso que otorgue compensaciones económicas a los agraviados. Y, además, se pueden plantear numerosas alternativas nada sangrientas para ganar dinero como, por ejemplo, ofertar visitas sostenibles a las dehesas en las que pastan los toros. Yo mismo estaría encantado de pagar por ver a estos nobles animales tranquilamente pastando en las dehesas, como gustaba mucho de hacer, por cierto, Unamuno. Por otra parte, en nuestro país, en los últimos decenios, muchas industrias se han visto obligadas a reconvertirse. No veo por qué la industria de la barbarie taurina ha de ser tratada de un modo especial.

Hay fiestas en nuestro país muy populares y que están asociadas al toro. ¿Serías partidario de seguir con los encierros de San Fermín y que después no hubiera corridas?

No, rotundamente no. Considero que, en pleno siglo XXI, no es necesario divertirse utilizando a ningún animal, estresándole, persiguiéndole, acorralándole, hostigándole o acosándole. Hoy en día las opciones de ocio de las que disponemos son múltiples. Creo que no es necesario divertirse a costa de los animales y, personalmente, eliminaría cualquier tipo de festividad, de festejo o de tradición en la que se usen animales, obligándoles a prácticas antinaturales. Obligar a un animal a comportarse de una manera antinatural, impropia a la condición de su especie, ya es en sí una forma de maltrato, y deja lesiones a nivel mental en forma de traumas, miedos o estrés. Los animales no están en el mundo para servirnos. En mi sociedad ideal no habría festejos con animales, de ningún tipo.

Desde la educación, ¿cómo podemos alejar a los menores de estos cruentos espectáculos?  

Pues, para empezar, evitando que los niños y niñas puedan entrar a los cosos taurinos. Yo mismo he sido testigo de cómo, aun estando prohibido, niños y niñas de tres o cuatro años de edad accedían a las plazas de toros de la mano de algún familiar como si nada. Esto es una cuestión de voluntad política, y no se entiende cómo España desoye una y otra vez las recomendaciones de algunas organizaciones internacionales de salvaguardar a la infancia española frente a estas aberraciones. En 1929 se prohibió en nuestro país la entrada de menores de 14 años a las plazas de toros, precisamente porque se sabía que la violencia taurina suponía una amenaza para el correcto desarrollo mental de estas inocentes criaturas. Pues, años después, en 1992, el ministro socialista —y gran aficionado taurino— José Luis Corcuera derogó esta ley, permitiendo que los menores pudieran entrar de nuevo a las plazas de toros. En nuestro país vamos para atrás en muchas cosas. Pero lo peor es que las propias consejerías de Educación de algunas comunidades, o muchos ayuntamientos, organizan tientas, becerradas u otros espectáculos taurinos a los que llevan a niños y niñas de muy corta edad. Y los colegios, en muchas ocasiones, participan de ello. En esto estamos peor que con Fernando VII. A los críos les enseñan que es como un juego, que no pasa nada, y los niños acaban normalizando la violencia. Este es un fenómeno muy antiguo en España. Yo lo he denominado taurinización de la infancia. En el fondo se trata de un adoctrinamiento brutal. Históricamente, grandes nombres de nuestra cultura, como el ilustrado José Cadalso, ya denunciaron en su momento este adoctrinamiento taurino de la infancia española. Y hablamos del siglo XVIII… Y, a comienzos del XX, el republicano valenciano Vicente Blasco Ibáñez seguía denunciando lo mismo. El autor de La Barraca escribió que, en nuestro país, se lleva a los niños a los toros incluso antes de que hayan aprendido a hablar. Y luego, decía, pasa lo que pasa, que, cuando estas criaturas adquieren un cierto grado de madurez, la tauromaquia está tan normalizada y arraigada en sus mentes que no hay en ellos ningún atisbo de crítica hacia ella. Hay que dejar de adoctrinar a los niños y niñas en la barbarie pero claro, la industria taurina no lo va a permitir porque entonces la fiesta, su fiesta, no le va a durar mucho.

¿Cómo crees que nos ven internacionalmente con respecto a este tema?

Esta es una cuestión interesante porque, históricamente, uno de los grandes argumentos que se ha planteado en contra de la tauromaquia, aparte de la cuestión de la crueldad hacia los animales, se fundamenta en que estos sangrientos espectáculos transmiten al exterior la imagen de España como un país bárbaro, salvaje y atrasado. Se trata de una mala fama que a muchos españoles nos duele, porque sabemos que muchos de nosotros y de nosotras estamos en contra de esta barbarie, y cada vez somos más. Lamentablemente, quitando el exotismo y lo pintoresco, no me cabe ninguna duda de que desde el extranjero, desde el mundo más civilizado, nos siguen viendo como un país atrasado por estas costumbres. Mi libro también trata de arrojar cierta luz sobre esta cuestión, ya que deja claro que, tanto a través de la historia como en la actualidad, los primeros que nos oponemos a esta barbarie somos los españoles y que, algunos de nuestros más grandes patriotas, como el general Martínez Campos, Jovellanos, Pardo Bazán, Francisco Silvela o el Conde de Aranda fueron los primeros en denunciar la tauromaquia, y lo hicieron desde su patriotismo.

¿Crees que algún día se conseguirá que no haya más corridas de toros en nuestro país?

No me cabe ninguna duda de que así será. De hecho, si nos fijamos un poco en la historia de la humanidad, podemos encontrar una clara tendencia que, aunque de una forma lenta y nada homogénea, conduce hacia cierto refinamiento de las costumbres, hacia una cierta perfección moral. Así, la humanidad ha ido dejando atrás prácticas como la quema de herejes, los autos de fe, los ajusticiamientos públicos, la esclavitud, la explotación infantil y otras crueldades. En ese mismo camino, tarde o temprano, la sociedad en su conjunto deberá afrontar el modo en que tratamos a los animales en nuestra época y, en ese momento, la tauromaquia, entre otras barbaridades, caerá. ¿Cuándo?, no lo sé, pero es solo cuestión de tiempo. Evidentemente todos los grandes logros a los que me refiero se alcanzaron con mucha dificultad, puesto que existen poderes fácticos inmovilistas y reaccionarios que, por miedo a perder sus privilegios, se han opuesto a los cambios, al progreso. Pero la sociedad civil debe entender que el camino del progreso es el que nos conduce a una forma de convivencia más pacífica, solidaria y empática. Y eso, entre otras muchas cosas, pasará por la erradicación de la violencia hacia los animales en general y de la tauromaquia en particular.

Un deseo…

Que palabras como empatía, antiespecismo o veganismo sustituyan a conceptos desfasados como el del antropocentrismo. Tal y como hubo un momento en el que la ciencia desterró la idea de que la Tierra era el centro del Universo, ha llegado el momento de dejar de creer en que el animal humano sea el centro de todo. Y hacerlo desde el pensamiento racional, desde la Ciencia, que es el primer paso hacia el progreso, y el progreso jamás existirá si se deja de lado a los seres más indefensos, entre ellos a los animales.

Para los seguidores de Nueva Revolución, ¿por qué deberían leer “Pan y Toros”?

Por encima de todo, Pan y Toros es un libro que analiza algunas de las situaciones que han sido claves en la historia de España. Al desmenuzar el desarrollo del pensamiento antitaurino, el mapa que esta obra nos presenta nos va a permitir entender situaciones actuales, nos va a aportar claves suficientes como para comprender cómo hemos llegado hasta aquí. Si desconocemos nuestra propia historia, estaremos condenados a que nos engañen una y otra vez. No podemos obviar que, en nuestro país, y desde hace siglos, los poderes establecidos, los más reaccionarios, inmovilistas y conservadores —los señalo otra vez: la Iglesia, la monarquía, los terratenientes, los poderes económicos…— han intentado que el pueblo español no saliera de su ignorancia, y esto está muy ligado, como vengo exponiendo, a la tauromaquia. Por eso, cada vez que en nuestro país ha surgido una corriente cultural, social, política o artística que pretendía denunciar —y corregir— la pobreza intelectual del pueblo español, su apatía política o su falta de conciencia ciudadana, la tauromaquia fue señalada como una de las causas de este retraso. Esto se pudo ver durante el Renacimiento, en el Humanismo cristiano, en la Ilustración, en movimientos literarios del XIX como el costumbrismo, en el Regeneracionismo, en la Generación del 98… En cada momento se denunció lo mismo. El pueblo español debía salir de su retraso cultural y educativo porque, aquel pueblo que no sabe leer ni sumar ni restar ni escribir, será presa fácil para los caciques, los corruptos o los poderosos. Y, como digo, la tauromaquia, históricamente, ha sido señalada como una de las causas de este atraso cultural, que ha hecho del nuestro un país que hace años que perdió el tren de la modernidad, de la ciencia y del progreso. Los acontecimientos históricos no suceden de una forma casual, sino que se van cociendo a fuego lento. Y la explicación a muchas de las cosas que suceden hoy en día en nuestro país no la vamos a encontrar ahora, sino hace siglos. En definitiva, insisto, si desconocemos nuestra propia historia, estaremos condenados a ser engañados una y otra vez, porque la historia es cíclica, y se repite. Por tanto, Pan y Toros también es la historia de España, es la historia de la opresión del pueblo español, sistemáticamente maltratado por gobernantes que únicamente buscaban su propio beneficio. Siglo tras siglo, el pueblo español ha sido condenado a la ignorancia, y eso es algo que, todavía hoy en día, seguimos pagando. Si leer Pan y Toros ayuda a remover conciencias, a expandir este conocimiento, a crear debate y a generar un pensamiento más crítico, yo, humildemente, no podría sentirme más satisfecho.


Entrevista publicada en NR el 18 de Enero de 2021.

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