José Vicente Casabany y José Manuel Iglesias Sánchez, dos corazones que se pararon en la Transición

Al nuevo régimen, heredero del anterior, no le importaba cuantas víctimas hubiera que poner bajo la mesa, esa mismas víctimas que después, la memoria de la Transición pacífica, ocultó bajo la alfombra.

Por Angelo Nero | 5/01/2024

“Yo creo que es más adecuado hablar de violencia institucional en el sentido de que, según mi criterio, si bien, especialmente en la época de Fraga, y en menor medida, en la de Martín Villa, hubo una apuesta clara, por parte de los gobiernos de la Transición, a la hora de utilizar la violencia, a la hora de reprimir la disidencia, las protestas, etc., era porque ellos tenían una cosa clara, y este es un axioma que a veces nos olvidamos, y es fundamental para entender la Transición, que consiste en la idea de que el proceso iba a ser dirigido por los herederos del régimen, como garantía inequívoca de que no se descarrilara, en función de los límites que, en un momento u otro, ellos estuvieran dispuestos a ceder.”

Así contestaba el historiador David Ballester, autor “Las otras víctimas. La violencia policial durante la Transición (1975-1982)”, en una entrevista reciente para NR, sobre si en esa etapa posterior a la dictadura hubo un estrategia por parte de sus gobiernos para reprimir a las expresiones de disidencia política y social que llenaban las calles de todo un país que comenzaba a perderle el miedo a la policía.

Pero para que ese proceso no desbordara los límites, como bien señala David Ballester, al nuevo régimen, heredero del anterior, no le importaba cuantas víctimas hubiera que poner bajo la mesa, esa mismas víctimas que después, la memoria de la Transición pacífica, ocultó bajo la alfombra, y que gente como Ballester, se empeñan en volver a nombrar. Nosotros, desde nuestra humilde trinchera de la información, tampoco dejaremos de recordar a aquellos que lo perdieron todo, incluso la vida, para que en los medios de comunicación, la prensa rosa, la amarilla y casi sin ninguna excepción la de todos los colores, glosaran las figuras de Adolfo Suárez, Felipe González y Juan Carlos I, cómplices necesarios de ese gran engaño al que le llamaron Transición.

José Vicente Casabany fue una de esas víctimas, que tenemos la obligación moral de nombrar, y recordar. Casabany era un joven obrero del municipio de Xirivella, un bastión del socialismo valenciano, situado en el llamado cinturón rojo. Tenía 31 años y militaba en las emergentes Comisiones Obreras, que recogían en la mayor parte del estado los anhelos de un proletariado que demandaba mejoras en sus condiciones laborales, un anhelo que sería muy pronto frustrado en gran medida por los Pactos de la Moncloa, firmados por los grandes sindicatos de clase, excepto la CNT, en octubre de 1977.

José Vicente había sido despedido de Aisina, la empresa donde trabajaba como técnico industrial, y el 7 de enero de 1977 participaba en una manifestación en el marco de una huelga general del sector naval y de la construcción de Valencia, su despido era uno más de los que se habían producido en esta comunidad y se palpaba la tensión en el ambiente. No tardaron en producirse las primeras cargas policiales, algo habitual cuando los obreros salían a la calle entonces, y, ahora, como se ha podido constatar en la huelga de metal de Cádiz, en 2021. La versión oficial fue que murió a consecuencia de un infarto cardíaco, cuando huía de la violencia policial.

El País publicó una escueta nota, dos días después, cuando Casabany fue enterrado, titulada: “Más de dos mil personas en el entierro de un trabajador”. La noticia publicada en el medio llamado a convertirse en el diario oficial de la Transición decía: “Una gran manifestación constituyó ayer tarde, en Chirivella (Valencia), el sepelio de José Vicente Casabany, de 31 años de edad, trabajador de la empresa Aisina, que falleció el día 7 a consecuencia de un ataque cardíaco, cuando, en compañía de un grupo de trabajadores, se dirigía por la calle para participar en una manifestación. Asistieron al entierro unas 2.500 personas, en su mayoría trabajadores y jóvenes. El féretro fue escoltado por 32 coronas de flores con textos alusivos a Comisiones Obreras y libertades democráticas. Tras las coronas figuraban dos pancartas y una bandera comunista. El cortejo fúnebre fue del domicilio al templo parroquial, donde se ofició la ceremonia religiosa.”

El diario dirigido por Juan Luís Cebrián omitió que también en el entierro de José Vicente Casabany la policía cargó contra los que se habían congregado a rendirle homenaje, así se las gastaban las fuerzas del orden público a las ordenes del Rodolfo Martín Villa.

Solo dos días después de la muerte de Casabany, en una manifestación pro-amnistía realizada en la población vizcaína de Sestao, otro joven murió escapando de una carga policial, tal como narraba el periodista Luís Cebeiro, en El País: “Un joven de quince años, Juan Manuel Iglesias Sánchez, resultó muerto el domingo en la población vizcaína de Sestao a causa de una insuficiencia cardiovascular, producida mientras saltaba por unos patios interiores tratando de huir de las violentas cargas que practicaba la fuerza pública -Guardia Civil y Policía Armada- después de disolver una manifestación pro amnistía total.”

El artículo, titulado “Malestar en Vizcaya por la muerte de un joven en Sestao”, fechado el 11 de enero de 1977, continuaba relatando la brutal actuación de la policía, a la que, curiosamente, absolvió de todos sus actos la Ley de Amnistía: “Como resultado directo de la acción policial, otro joven de diecisiete años hubo de ingresar en la Residencia Sanitaria de Cruces con fuertes contusiones en antebrazo y hemotórax derechos. Al menos otras tres personas más hubieron de ser atendidas también en el Ambulatorio de Sestao, por fractura de costillas, lesiones en la cabeza y golpes en el estómago causados por culatazos. Según la autopsia, practicada a media tarde de ayer en el Hospital Civil de Bilbao por cuatro facultativos, en presencia del juez decano de primera instancia, la muerte del joven Iglesias Sánchez se produjo por causas naturales y como consecuencia de una insuficiencia cardiovascular, sin que se le hayan apreciado lesiones de origen traumático.”

José Manuel Iglesias Sánchez era estudiante de maestría industrial, y había nacido en Cortegana (Huelva), había salido a las calles de Sestao, en compañía de un amigo de 12 años, cuando se encontraron con una manifestación de unas diez mil personas, reclamando la amnistía total, la legalización de todos los partidos políticos, y la disolución de los cuerpos represivos, cuando estos, policía armada y guardia civil, comenzó a reprimir con dureza a los manifestantes, entre ellos podría estar su padre, afiliado a Comisiones Obreras. El caso de José Manuel está ampliamente documentado en la obra citada de David Ballester.

En el artículo de El País también se registraban los incidentes producidos cuando se conoció la muerte del joven en Sestao: “En la tarde de ayer, a partir de las siete y media, en Sestao, Portugalete y Santurce se produjeron violentos enfrentamientos entre manifestantes que trataban de protestar por la muerte de Juan Manuel Iglesias, y la fuerza pública, que había ocupado la primera de estas poblaciones. A consecuencia de tales enfrentamientos, al menos dos manifestantes tuvieron que ser atendidos en la Residencia Sanitaria de Cruces. A las diez de la noche de ayer uno de estos policías era intervenido quirúrgicamente. Los hechos que han originado, aunque sea de manera indirecta, esta nueva muerte se iniciaron hacia la 1.30 de la tarde del domingo. Unas 3.000 personas participaron en una manifestación a favor de la amnistía total que se inició en la iglesia de Nuestra Señora de Begoña, coincidiendo con la salida de las 110 personas que habían permanecido encerradas desde el sábado por la noche.

En el momento en que se iba a leer un comunicado en euskera, la concentración se disolvió precipitadamente ante la presencia de numerosos contingentes de la Guardia Civil y la Policía Armada. Hasta pasadas las tres de la tarde, la fuerza pública se empleó con una inusitada dureza para disolver cualquier pequeño grupo. Bares y portales fueron repetidamente desalojados, de forma que al menos 10.000 personas, muchas de las cuales se limitaban a tomar el aperitivo en los bares de las cercanías, quedaron incluidos en la «zona de operaciones». Muchos testigos coincidían ayer en señalar que era la actuación más dura que habían presenciado en Sestao, escenario, por otra parte, habitual de manifestaciones y enfrentamientos con las fuerzas del orden.”

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