Entrevista a Jorge Moruno: “La gran esperanza del siglo XXI es lograr emanciparnos de la condición de trabajador”

Por Lucia Tolosa

Decía Enrique Múgica que la democracia no es el silencio, sino la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos. Precisamente eso es lo que intenta Jorge Moruno Danzi (Madrid, 1982) en su segundo libro editado por Akal: No tengo tiempo. Geografías de la precariedad. Este lúcido ensayo es como su autor: cercano, dinámico y necesario. A través de las 124 páginas que lo conforman, el joven sociólogo plantea una serie de problemáticas que nos incumben a todos: ¿cómo conciliar la vida y el trabajo? ¿De qué modo erradicaremos la precariedad como condición existencial? ¿Podemos concebir una sociedad en la que no tengamos que ser necesariamente trabajadores? ¿Cómo democratizar el tiempo? ¿Cómo construir otras formas de sociabilidad?

Moruno no solo no tiene soluciones fetiche que respondan a todo esto, sino que asegura no creer en ellas. Lo que realmente viene a plantear son vías de exploración para repensar el actual sistema político, económico y social que rige nuestras vidas. He ahí la principal virtud de No tengo tiempo: su voluntad de conectar la reflexión teórica con nuestra vida cotidiana, para incitarnos a construir nuevos imaginarios que nos permitan “abrir el horizonte de la realidad”. Este artefacto político es crítico pero esperanzador, porque al fin y al cabo, como asegura el autor, no hay nada más optimista que creer que se pueden cambiar las cosas.

Una tesis central de tu libro es la crisis de la sociedad del empleo. ¿Qué es lo que está cambiando, y cómo se ve reflejado en nuestra realidad cotidiana?
Aquí habría que distinguir la sociedad de trabajadores de la sociedad del empleo. La primera, por poner una fecha, se empieza a forjar en el siglo XVIII. Antes no existía algo que pudiera identificar distintas tareas concretas bajo un mismo concepto llamado “trabajo”. La sociedad del empleo, en cambio, es una concepción del siglo XX. El empleo, como modalidad de la riqueza moderna, es una forma que adopta el trabajo remunerado en un período histórico concreto, especialmente en Europa desde la segunda guerra mundial hasta la crisis de los años 70. Representa un modo de regulación y vertebración de la sociedad que se rige por un equilibrio que diferencia tiempo de vida y tiempo de trabajo. Esos equilibrios temporales son los que se están derrumbando, y ahí es donde aparece toda la dimensión de la precariedad como una nueva modalidad social. Lo que se viene abajo es la seguridad y la estabilidad y en general todas las certezas asociadas a tener un empleo. Hoy en día, tenerlo ya no te garantiza una vida digna.

Habría que repensar el trabajo más allá del empleo, pero actualmente el empleo es la única vía de acceso a la condición de ciudadano.
Claro. El problema está en que eso solo ha sido así durante un período histórico bastante corto y en el siglo XX, pero sigue operando en nuestro imaginario colectivo como si hubiera sido así toda la vida y por tanto siempre tuviera que ser de ese modo. La cuestión es que ese sistema sigue manteniéndose pero cada vez funciona menos. Tener un empleo te garantiza cada vez más incertidumbres y menos certezas, y por lo tanto es normal que las sociedades vertebradas alrededor de este modelo entren en crisis. Seguimos manteniendo ese modo de vida porque pensamos que es la única manera de reflotar, y por eso el horizonte del pleno empleo sigue funcionando, pero yo creo que ya nos vamos percatando de la poca viabilidad que tiene. Repensar el trabajo más allá del empleo significa repensar la condición de ciudadanía más allá del trabajo remunerado. Lo que yo planteo es la posibilidad de imaginar una sociedad en la que para vivir no tengamos que ser necesariamente trabajadores.

¿Por qué centrar el análisis en descartar el acceso al trabajo, y no más bien en mejorar las condiciones del empleo actual?
No es incompatible. Hay que mejorar las condiciones laborales dentro de las empresas, pero también hay que ver que estamos ante una cuestión de crisis estructural. Vivimos en una sociedad que puede generar cada vez más riqueza con menos tiempo proletario, pero sigue rigiéndose por una forma de entender la riqueza que principalmente se asocia al trabajo de tiempo humano empleado. Eso evidencia la gran contradicción a la que nos enfrentamos en el siglo XXI.

Dicho esto, creo que la pregunta que debemos plantearnos es: qué hacemos mientras tanto. Ahora tenemos un problema inmediato y objetivo: la incapacidad estructural de absorber al conjunto de la población a través de los mecanismos estables de la sociedad del empleo. Y en este punto, yo no considero que haya que centrarse tanto en salvar esa sociedad del empleo mitificada. Lo que hay que salvar y garantizar son nuevas formas de seguridad, nuevos criterios de ciudadanía y nuevas garantías que no tienen que estar directamente vinculados al hecho de tener un trabajo remunerado, porque eso es un embudo por el cual entra cada vez menos gente.

¿Una buena política social no es crear empleo?
Cuando el PP dice que la mejor política social es crear empleo, de lo que está hablando es de cifras macro. Podrán bajar los datos del paro, pero van a aumentar los datos de la miseria y la realidad estructural seguirá mal. En España, el 40% de los trabajos indefinidos dura un año, los temporales tienen una media de cincuenta y tres días, el 14% de la gente que tiene un trabajo es pobre… Así que es hora de ir repensando otras vías. Hay que pensar un imaginario que garantice la democracia por medios que no sólo sean mediante la absorción del empleo remunerado. Hay que buscar otros mecanismos para medir la riqueza, porque si no estamos abocando a una parte creciente de la población a la sensación de inutilidad, al paro crónico y a la incertidumbre constante. Si no cambiamos la realidad, ser un explotado y vivir en la precariedad será un privilegio, porque lo contrario es quedarse excluido.

Ese sistema ya no da más de sí, y por eso hay que ver cómo estructurar otras relaciones de sentido

Asocias la precariedad a la falta de tiempo, y comparas a los “ciudadanos libres” con los “objetos animados”.
En realidad no es nada nuevo, es algo que ya comentaba Aristóteles: los regímenes políticos se definen por cómo se distribuye el tiempo entre las distintas partes que conforman una sociedad. El filósofo decía que los objetos animados, los esclavos, tenían que hacer las tareas de subsistencia para que los hombres libres pudieran dedicarse a la praxis contemplativa. Así, los “objetos animados” no pueden ser libres y no pueden hacer política porque su tiempo está subordinado a ser dependiente de las necesidades de otro. Ahí demuestra que el modo en que se reparte el tiempo en sociedad es una manera de distribuir la capacidad política y económica de las diferentes partes que la conforman. Hoy en día, el eslabón más débil es el que tiene menos tiempo disponible y por tanto está más sometido. Hay un tiempo que vale menos, como el de las mujeres que limpian. Ellas ven cercenada su libertad y su capacidad de decidir política y económicamente en la sociedad. Su tiempo es comprado por otros que no tienen tiempo para que hagan tareas a un precio más barato, y por eso están en la jerarquía siempre más abajo.

Relacionas la falta de tiempo con la precariedad, pero a la vez hablas de lo bien valorado que está el estar siempre ocupado.
Precisamente por eso funciona: porque es capaz de hacer de la necesidad una virtud. Eso lo vemos mucho con toda la nueva oleada de la ideología del emprendedurismo 2.0 con la figura de los doers. Te dicen que desconfíes de los gurús, que tú simplemente eres un hacedor, que eres tu propia empresa y que no debes parar de hacer cosas. Nos animan a hacer de la condición de servidumbre, una situación excelsa de libertad. Por poner un ejemplo ilustrativo: hay un anuncio de una empresa para doers que te permite, estando de noche en un garito, meterte en un baño a trabajar. De ese tipo de situaciones, de una vida en la que no hay tiempo para nada, uno construye su propia condición subjetiva a través de la cual se abre paso en el mundo y se convierte en una especie de Indiana Jones que va sorteando los problemas que se le presentan, como si viviéramos en una jungla.

De la falta de tiempo se nutre bastante la economía colaborativa.
 ¿La precariedad es un yacimiento de negocio?
La precariedad se ha vuelto un nicho de mercado con muchísimas oportunidades de negocio. Por eso aparecen artículos en El Paísrecomendando muebles de cartón para amueblar tu casa, o potitos para alimentarte. Por eso surgen aplicaciones como Mum to mum donde una madre vende su tiempo para cuidar a los hijos de otra, o incluso una aplicación móvil gracias a la cual puedes comprar las sobras de otro que ha comido en un restaurante al 70% más barato. De todo esto se nutre la economía colaborativa: se buscan soluciones ante realidades infames, sin cuestionar nunca lo infame que es la realidad.

Lo interesante de la renta básica es que aumenta la capacidad de decisión y de libertad

Sin embargo, la economía colaborativa presenta una filosofía muy positiva. Transmite un mensaje de libertad personal, de autonomía, de libertad…
Sí, es un sistema que habla de autonomía, de motivación, de comunidad… en sí mismo ese discurso no tiene nada de malo. No hay que despreciar eso, sino observar con arreglo a qué fin se construye. Las cosas nunca tienen sentido por sí mismas, sino por la relación de poder y social que le otorga un sentido. Lo que hay que estudiar es en qué relaciones sociales se inscriben todas estas palabras como autonomía, motivación o flexibilidad.

La transformación del trabajo viene acompañada de cambios en el lenguaje. Ahora no trabajas, sino que colaboras. No te despiden, sino que te desconectan. ¿El lenguaje condiciona nuestra realidad?
Completamente. El lenguaje no solo expresa una realidad externa a él, es también una manera de producir, de significar, y de concebir. Actúa como hilo conductor de la comunidad. Un hecho puede estar sucediendo pero no se concibe de una manera concreta hasta que no se le pone voz. A las mujeres las han pegado desde mucho antes de que se hablara de violencia machista. Pero sólo se concibe como violencia machista cuando se le adjudica un nombre para nombrar un fenómeno que responde a unas causas y unos componentes. Pues esto es lo mismo. Toda esa suerte de lenguaje que mencionas, donde no trabajas sino que “colaboras”, donde no te despiden sino que te “desconectan” reinterpreta la forma en la que nosotros nos vemos en sociedad. La industria del coaching empresarial vive de todo esto. El lenguaje es una forma de apropiarse de la realidad. Por eso el capitalismo quiere patentar y parcelar las ideas.

¿El coaching puede considerarse una forma de control social?
El coaching es un dispositivo de control político sobre la fuerza del trabajo. Vivimos en la era del optimismo forzado, donde nos dicen que la precariedad puede solucionarse si somos optimistas y perseguimos nuestros sueños. Nos explican que nuestra situación es el resultado de nuestra actitud, y que si no alcanzamos el éxito es porque no hemos trabajado suficiente.

Una idea central de este sistema capitalista es la idea de que el éxito o el fracaso depende de uno mismo. Pasamos de estar obligados a ir a la fábrica, a ser nosotros mismos la fábrica. 
¿Hasta qué punto se diluye la frontera que separa lo material y lo humano? 
Esto ya lo decía Marx: con el desarrollo del trabajo especulativo, el trabajador se acaba convirtiendo en su propio medio. Tus propias relaciones de producción se funden con las relaciones de vida, y la cultura y la comunicación son absorbidas por el modo de producción. Si desconectas el teléfono, desconectas tu propia vida. Cada vez quedan menos aspectos de la vida que no hayan sido absorbidos por la relación sometida al intercambio del dinero. Ahora hasta se alquilan amigos. Hay una aplicación que permite comprar el tiempo de otro para que te acompañe a cenar, irte de fiesta… Hay incluso una para darte abrazos. Todo está sometido a una relación donde no hay otra forma de intercambio que no sea el dinero. Esto tiene mucho que ver con la lógica capitalista. El capitalismo no pone la vida en el centro de las necesidades, sino al revés. Ese sistema ya no da más de sí, y por eso hay que ver cómo estructurar otras relaciones de sentido, otro enfoque desde donde pensar aquello que pensamos, y nuestras prioridades.

La tecnología también aparece como algo que diluye la frontera entre lo humano y lo material.
En sí misma la tecnología ahorra tiempo de trabajo. Pero al ser utilizada con arreglo al fin en la economía capitalista, lo que provoca es una intensificación del trabajo humano.

En tu libro abordas el uso de redes sociales. ¿Por qué necesitamos estar continuamente conectados, y mostrar a los demás lo que vivimos? ¿Por qué lo virtual adquiere tal importancia?
La política se define por hacer algo a ojos y oídos de otros, donde no importa tanto aquello que seas, sino aquello que aparentas. Podemos decir que esta lógica política se está trasladando al conjunto de las relaciones sociales a través de las redes. La vida Instagram, de algún modo, demuestra que las fotos tienen valor en relación con otras fotos donde no importan tanto las fotos de los demás, como el hecho de que nuestras fotos gusten. Es como una mercancía, y la mercancía sólo tiene valor en la expresión de otra mercancía, pero por sí misma no tiene valor. Yo creo que aquí también hay un componente, sobre todo generacional, de pérdida de seguridad: hay una necesidad de suplir la incertidumbre y la inestabilidad con un exceso de agarrarte a algo que permite una sobredimensión narcisista. Es como una coraza que te pones para hacer frente a una situación de inseguridad.

¿No es esa una crítica demasiado moralista?
No pretendo que se perciba como una crítica moralista. En realidad es como cuando analizo el uso de Deliveroo y Ryanair: tiene una relación material y racional, dentro de lo irracional que es. Si un precario quiere viajar, tendrá que hacer uso de Ryanair. Genera precariedad, sí, pero ofrece soluciones para precarios. Es un ciclo. ¿Cómo salir de ese ciclo? Hay que generar otra relación, pero no pretendo caer en críticas morales. Muchas veces la izquierda adopta una posición de superioridad moral y se dedica a ocupar un papel de censor sentenciando lo que es puro o impuro.

En realidad, todo esto son luchas políticas. La empatía es una batalla política. Del mismo modo que la cotidianidad, o la manera en la que establecemos lo que es posible o imposible, lo que está bien o mal. Esa pugna por establecer los límites, los umbrales de lo aceptable y lo no aceptable, es también una batalla política.

Cuando el PP dice que la mejor política social es crear empleo, de lo que está hablando es de cifras macro

Analizas todo bajo un prisma político. Sin embargo, muchos de los ámbitos que condicionan nuestra realidad están despolitizados. Por ejemplo, el discurso del coaching y la economía colaborativa.
Claro, es un sentido de época. Precisamente la política se hace en aquellos aspectos que no se perciben como políticos. Por eso la hegemonía es esa capacidad de incorporar desde un prisma particular, elementos que no se viven políticamente. La mejor política es aquella que no necesita reivindicarse como tal. Una posición radical no se define por lo radical que tú te definas a ti mismo. Tener la necesidad de reivindicar ‘esta es mi ideología’ o ‘estas son mis ideas’ demuestra su debilidad.

Siguiendo esa lógica, la izquierda es realmente débil.
Por supuesto, la izquierda es débil. Pero la cuestión sigue siendo central: cómo trasladar todas estas problemáticas a la cuestión política. Si fuera tan fácil como nombrar una verdad y desvelarla, y sólo insistir en ella….¿Por qué nunca ganamos?

¿Cómo politizar algo que está completamente despolitizado? ¿La política no resulta una herramienta decepcionante, viendo el actual panorama?
A veces vivimos la política como una suerte de Trending Topic: nos emocionamos rápidamente con algo, y cuando vemos que no sucede tan rápido como esperábamos, lo rechazamos y renegamos de ello. Aquí hay un elemento fundamental que incorpora Gramsci que considero muy interesante: la idea del frente político y el frente ideológico. En el frente político hay que atacar al adversario ahí donde es más débil, y no donde más desearías poder atacarle. Por ejemplo, a Cifuentes hay que atacarla con el máster. Luego está el frente ideológico, que tiene que batirse en aquellos aspectos donde el adversario es más fuerte.

El reto está en encontrar una suerte de equilibrio para moverse entre el frente político y el frente ideológico. Esto es muy complicado porque pasas de elementos concretos a elementos abstractos, por eso Lenin decía que la política es caminar entre precipicios. Ojalá fuera tan fácil como vomitar una ideología, pero eso se parece mucho a recitar versículos de la biblia y no tiene nada que ver con la política. Hacer política es saber moverte entre los humores que se están generando.

Una batalla política que abordas es la implementación de la renta básica.
Esa medida aparece como una solución central.
Las medidas por sí solas no solucionan nada. La renta básica en sí misma no nos dice nada. Su sentido es una batalla política, el modo y la orientación en la que se implementaría es una batalla política. Yo entiendo la renta básica como conclusión, y no como premisa, porque lo que planteo en mi libro es una vía para caminar hacia una sociedad de tiempo garantizado. A partir de ahí, hay que pensar qué mecanismos pueden garantizar ese tiempo. Eso puede darlo la renta básica, o cualquier otra medida que reduzca la necesidad de trabajar para vivir. En realidad, de lo que hablo es de una suerte de núcleo económico de una nueva hegemonía democrática, donde la renta básica no sería una medida fetiche, sino parte de una columna vertebral más amplia.

Una crítica muy recurrente a la Renta Básica es su financiación.
 ¿Cómo se podría llevar a cabo?
Hay gente que lleva mucho tiempo estudiando eso, como Daniel Raventós y los compañeros de Sin Permiso. Para mí, la batalla principal consiste en entender que recibir un ingreso y vivir al margen del trabajo remunerado es algo justo, necesario y deseable. La pregunta de cómo se financia está condicionada por la ideología, no está bien enfocada. Habría que darle la vuelta, y preguntar más bien cómo hacemos viable una sociedad que deja a la mitad de la población fuera. ¿Por qué es viable una sociedad donde el 20% de los jóvenes que trabajan son pobres, donde se va el 28% de la población joven, y donde hay un 35% de paro?

Hay economistas de izquierda que critican que la renta básica sigue dejando al individuo marginado socialmente, y que puede servir como una subvención para las empresas.
Es verdad que puede concebirse únicamente como una suerte de acabar con la pobreza, pero no creo que esa sea su principal potencialidad. Lo interesante de la renta básica es que aumenta la capacidad de decisión y de libertad. La solución no es una medida fetiche, sino un pack más completo. Por ejemplo, no puede venir desligado de un cambio de modelo productivo. Al final, de lo que se trata es de incluir nuevas formas para aumentar la capacidad de decisión.

La renta básica abre el horizonte hacia una sociedad donde la forma de ingreso no venga determinada únicamente por el trabajo que se tiene, sino por la actividad que se hace. Defiende que el reconocimiento social no venga dado únicamente por la vía de un trabajo remunerado. Abre la posibilidad de no ser en función del tener, sino de ser en función de existir. Y esto no es algo novedoso, ya lo planteó Robespierre con la primera ley social, que es el derecho a la existencia.

En ese sentido, creo que en el siglo XXI estamos obligados a reivindicar nuestro derecho a la existencia. Ahora mismo vivimos una situación comparable a los juegos del hambre: en tanto que trabajadores en una sociedad de trabajadores sin trabajo, estamos espantados si no logramos empleo. Lo que yo pregunto es: ¿podemos emanciparnos de nuestra condición de trabajador?

¿Es realista creer que podemos hacerlo, en el tipo de sociedad que vivimos?
Bueno, yo creo que el gran reto del siglo XXI es esa posibilidad: lograr emanciparnos de nuestra condición de trabajador. Podemos concebir la posibilidad de vivir de otro modo, de concebir la riqueza de otro modo. Y ahí está el fragmento de las máquinas de Marx: esa contradicción donde el tiempo humano de trabajo deja de ser la medida de la riqueza, y puede empezar a ser el tiempo disponible. Ahí es donde hay una posibilidad de emancipación y de democratizar el tiempo. Tenemos la posibilidad de redistribuir un tiempo que cada vez se necesita menos para producir cada vez más riqueza. Y también de cambiar los contornos y los criterios de la riqueza. O hacemos eso, o bien lo que nos queda es someternos a un modelo que deja cada vez más gente fuera. El modelo actual un embudo que se cierra cada vez más donde todos nos peleamos por poder entrar en él, porque al no existir otra posibilidad, preferimos ser explotados antes que marginados.

El empleo, como modalidad de la riqueza moderna, es una forma que adopta el trabajo remunerado en un período histórico concreto

¿Eso ya está pasando? ¿La exclusión social es una realidad patente?
Un estudio ha sacado hace un mes que el 30% de la población española en edad de trabajar se encuentra en riesgo de exclusión social. A eso hay que sumarle más cosas: según la comisión europea, entre el año 2000 y el año 2017, España ha perdido casi el 28 % de la gente de entre 20 y 30 años. Es decir, hay gente que sobra. Y sobra porque funcionamos con un mecanismo que necesita regirse para dar valor a aquello que produce por el tiempo humano de trabajo pero paradójicamente necesita cada vez menos tiempo humano para producir más riqueza.

Para cambiar el sistema actual, destacas la importancia del feminismo y el ecologismo.
Creo que pueden ser soportes, porque abren una nueva perspectiva de transformación que permite una posibilidad de crítica al modelo actual de riqueza. El ecologismo plantea la crítica al crecimiento infinito, que es la esencia del capitalismo. Este último necesita expandirse continuamente, buscar escalas y formas de vida donde incorporar su forma de operar.

El feminismo pone encima de la mesa la importancia del tiempo de las mujeres, que es un tiempo que se rige por unos criterios que no están sometidos a la velocidad y a las normas de la producción de mercancías. Hoy en día sólo se le da valor al trabajo por el que alguien te paga. Siguiendo esa lógica, el trabajo de cuidados no tiene valor. Ahí es donde la sociedad de las mujeres puede reivindicar otro concepto de riqueza.

Tu libro dibuja un panorama actual muy negativo. Una sociedad individualista, competitiva, cínica, precaria, inestable… ¿Consideras que presentas una visión pesimista?
A veces mi lectura puede parecer pesimista, pero no creo que lo sea. Esto lo explico muy bien en el capítulo de coach de masas. En realidad, aquellos denominados optimistas son unos conformistas, que es muy distinto. Yo soy optimista porque no me resigno a que las cosas tengan que ser así y no puedan cambiar, confío en que pueden ser de otra manera.

No hay mayor optimismo que el de creer que uno puede transformar la vida. Se puede ser optimista sin ser ingenuo. Es como lo que dice Italo Calvino: “El infierno no es algo que será, es algo que vivimos”. Creo que esa frase es muy ilustrativa. La crisis que vivimos es real, pero debemos seguir pensando que aún es posible cambiar las cosas y encaminarnos hacia una sociedad de bienestar. Eso implica construir nuevos imaginarios, pasar de una actitud defensiva a una ofensiva. Dejar de decir “¿por qué os estáis cargando el contrato social? ¿Por qué nos hacéis esto?” y pasar a decir: “Nos lo debéis todo”.

¿Ves posible y cercana esa transformación hacia una sociedad de bienestar?
Todos los avances históricos se han producido porque hubo quienes creyeron y lucharon porque las cosas fueran de otra manera. Es irrelevante cómo vea yo de cerca o de lejos el cambio. Creo que la cuestión central y verdaderamente importante es que no nos va a quedar otra que plantear qué hacemos en esta situación de crisis laboral y social. Una modalidad es una sociedad de pirañas tipo doers compitiendo ferozmente, que es una posibilidad de populismo neoliberal. La otra posibilidad está por construir. Lo que está claro es que no nos queda otra opción que construirla, y esto lo explica muy bien Antonio Negri: “Nosotros no somos unos ilusos, ojalá haya luz al final del túnel…no lo sabemos, pero lo que nos queda es luchar en el túnel”. 
Esa lucha dentro del túnel es la clave.

 

Nueva Revolución en El Salto Diario: https://www.elsaltodiario.com/nueva-revolucion/la-gran-esperanza-del-s-xxi-es-lograr-emanciparnos-de-la-condicion-de-trabajador

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