La hipótesis de partida de “Bosnia, la guerra que nos contaron” es realmente novedosa, y comienza con una batería de cuestiones que introduce nuevos ángulos que quizás no habíamos contemplado.
Por Angelo Nero
Comencemos por el principio, por las mismas preguntas que planteas en tu trabajo: ¿tiene sentido hablar de etnias en Bosnia? ¿Es una construcción interesada?
Yo soy catalán y todo el mundo en España sabe que el principal elemento de la identidad catalana es la lengua, el catalán. No pasa en el caso del vasco y no sé hasta qué punto pasa en Galicia –pero obviamente no voy a entrometerme en esto en la primera pregunta- pero en el caso catalán sí pasa. Entonces, observando la realidad bosnia, en la que todos los habitantes del país -por muy distintos que se quieran ver entre ellos- hablan la misma lengua a mí desde hace años se me hace difícil pensar que hay etnias distintas. Pero admito que esta es una fórmula muy propia de verlo de un catalán. Es que las palabras… las carga el diablo: ¿los catalanes y los castellanos son de etnias distintas? Son de comunidades culturales distintas, pero no me atrevería a hablar de etnias; en esto tendría que echarnos una mano un antropólogo, seguramente.
En el caso bosnio seguro que no hablaría de etnias, porque las diferencias eran solo en el background religioso (entendido como cultural, en el pasado, ahora ya no es solo eso, también hay que admitirlo). Otra cosa es que, efectivamente, a raíz del reparto de poder entre las elites de las supuestas etnias que generan los acuerdos de Dayton, estas elites hayan intentado maximizar las diferenciar y ahora sí crear identidades distintas, con supuestas lenguas diferenciadas. Hay casos que hablan del absurdo de todo esto: Tijana Postić, una médico de Igualada que vino de Sarajevo, explica que supo que su familia era de tradición ortodoxa y por lo tanto que ella era “serbia” cuando empezó la guerra, porque vivía en una zona “musulmana” y los padres de los niños “musulmanes” empezaron a decirle que no jugara con ellos. ¡No sabía que era “serbia”! ¿Qué prueba, esto? Que la supuesta conciencia nacional de cada uno de estos tres pueblos era inexistente o que, como mínimo, estaba muy desvanecida.
El factor religioso es otro de los determinantes, según el relato impuesto, en las guerras de los Balcanes, pero aquí también te preguntas, si deberíamos tomarnos en serio la hipótesis que sitúa las diferencias entre los grupos étnicos en el campo de la religión, cuando esta no estaba demasiado presente en la sociedad yugoeslava. ¿También estas diferencias fueron fomentadas para favorecer a otros intereses que no fueron declarados?
Sí, totalmente. El origen religioso, como decíamos, era el único argumento fuerte al que podían aferrarse aquellos que querían dividir los habitantes de Bosnia en criterios étnicos por sus propios intereses. De modo que fue lo primero que hicieron: si unas personas practican una religión, esto no es algo privado sino que vamos a construir su identidad a partir de esto, precisamente. Esto se fue hinchando hasta que se consiguió dividir los habitantes en musulmanes, croatas católicos y serbios ortodoxos. Y claro, hay otro factor que ayudó enormemente: en una guerra las personas necesitan algo a lo que aferrarse, y muchas que no practicaban “su” religión sino que solo la vivían a nivel de costumbres culturales (como la mayoría de españoles viven las Navidades) pasarán a engrosar las filas de esta comunidad religiosa o la otra, alimentando el discurso de los primeros a quien he mencionado. A partir de aquí, ya no hay marcha atrás.
En la propagación del odio entre comunidades, en alimentar el enfrentamiento, jugaron un papel fundamental los medios de comunicación, sobretodo, lo explicas muy bien en el libro, entre las clases más populares y en los sectores más rurales. ¿Fue determinante este papel de los medios en añadir combustible al fuego que acabaría por arrasar los Balcanes?
Totalmente. Nos quejamos mucho, en el momento que vivimos, de las fake news, de la infoxicación, de las dificultades de orientarse informativamente hablando y hacemos bien en hacerlo, pero es todo “por exceso”. En aquel momento, lo que había era un déficit total de información: en ámbito audiovisual solo medios públicos absolutamente moldeados por el poder y nada de internet ni páginas web ni tampoco comunicación por móvil. Hay casos heroicos como el del periódico Oslobodenje, que editaban desde Sarajevo un valiente grupo de periodistas de “todas las comunidades”, y que se atrevían a criticar el gobierno promusulmán de Sarajevo. Pero eran la excepción. Todo eso, en un medio rural, aún es más fuerte, aún había una penetración más bestia del mensaje. Pensemos que en el ámbito rural el nivel de educación era mucho más bajo y por lo tanto la gente mucho más manipulable… Más cosas, sobre la ausencia de móviles, hoy omnipresentes: de la tragedia de Srebrenica no se habló hasta semanas después, a finales de agosto. Esto, ahora, sería imposible: seguro que habría alguien en Srebrenica que nos contaría en tiempo real lo que estuviera pasando. Y quizás conseguiría alarmar la comunidad internacional y que no se produjera lo que pasó. Si la guerra hubiera tenido lugar diez años después, las cosas no habrían ido igual, sin duda.
Hace poco entrevistamos a la actriz gallega de origen croata, Déborah Vukušić, que escribió un poemario y una obra de teatro, “Guerra de identidad”, donde el conflicto que se llevó por delante a Yugoslavia está muy presente, y nos decía: “Las heridas siguen abiertas. No hace tanto que pasó. 30 años. ¿Cuánto tiempo es necesario para olvidar algo tan terrible? ¿Es que se puede olvidar en algún momento?”. En tu opinión ¿siguen abiertas las heridas en las sociedades de Croacia, Serbia y Bosnia?
Cuando estuvimos grabando con Albert Solé el documental La última cinta desde Bosnia, recuerdo que la candidata del único partido multiétnico de Mostar, Irma Baralija, nos contó como ahora mismo en la ciudad vas a un centro comercial de última generación y te encuentras en la cola a alguien que sabes que mató a alguien de tu familia. Y aparentemente no pasa nada, pero es evidente que así es muy difícil superar el conflicto, porque de hecho no se ha superado, se ha congelado. Mostar es una metáfora perfecto de esto: la ciudad sigue absolutamente dividida por lo que era la antigua línea de frente: hay una zona “de nadie” donde no pasa nada pero donde se nota la tensión, la división.
El conflicto está congelado, en muchos casos tal y como se dejó el día final de la guerra. No hay ningún proceso de reconciliación a la surafricana o la norirlandesa, ni mucho menos: como siguen mandando esencialmente los mismos que ganaron la guerra, no hay ningún incentivo para entrar en una dinámica de superación del conflicto. Si lo hicieran y los partidos multiétnicos consiguieran el poder, se les acabaría el modus vivendi a los grandes partidos nacionalistas: en gran parte esto es lo que bloquea que la sociedad bosnia entable un dialogo consigo mismo, las preventas económicas, de trabajo, de poder. Creo que en Bosnia hace falta que pase como mínimo una generación más, aunque también es verdad que cuanto más tiempo pasa el relato de la diferenciación étnica se va consolidando, con lo cual el paso del tiempo, per se, tampoco arreglará nada.
Desde 1943 hasta 1991, durante casi cincuenta años, existió un pueblo yugoslavo, y muchos de sus ciudadanos no se identificaban con una etnia, hablaban el mismo idioma, y también había muchos matrimonios mixtos. ¿Había un sentimiento generalizado de pertenencia a la comunidad yugoslava? ¿Y qué ocurrió para que, sobre todo a partir de la muerte de Tito, en 1980, las diferencias comenzaran a aflorar, y se desataran los conflictos que llevaron a la disgregación de la república federativa?
Esta última es la pregunta del millón. ¿Qué ocurrió para que la sociedad bosnia entrara en esta especie de futuro alternativo en el que vive? ¿Por qué en las primeras elecciones mutipartidistas, en 1990, en vez de ganar la formación sucesora de la Liga de los Comunistas Yugoslavos –como pasó en todos los países del campo socialistas- lo hicieran las formaciones nacionalistas, aunque inicialmente gobernaron juntas, en coalición? No hay una respuesta claro, solo podemos hipotizar: en tiempo de tribulación –crisis económica en toda Yugoslavia, caída del mundo socialista al cual más o menos pertenecía- los ciudadanos bosnios se dejaron llevar más por el instinto que por la razón.
Evidentemente hubo una serie de líderes –primero Milosevic en Serbia, después Tudjman en Croacia, después Izetbegovic en Sarajevo y después los croatas y los serbios locales- que crearon un ambiente de “adversarios” o “enemigos”, una pulsión de “hay que ir en cuidado con estos” porque hace cincuenta años ya nos mataron y podrían volver a hacerlo. Claro, es cierto que entre el final de la Segunda Guerra Mundial y 1980 –como mínimo- el régimen de Tito consigue crear un demos yugoslavo (que en Bosnia tenía una adscripción de un diez por ciento) y que había unas tazas de matrimonios mixtos increíbles y que la práctica religiosa era muy bajo sobre todo entre los musulmanes… pero también lo es que entre los abuelos aún había el recuerdo de como los “croatas” habían matado a los “serbios” con la ayuda de los “musulmanes” durante la Segunda Guerra Mundial, en el Estado Independiente de Croacia, mayormente. Este recuerdo, muy desvanecido, se puso de nuevo encima de la mesa de forma oportunista y por motivos que nos cuesta entender la sociedad bosnia se dejó llevar en su amplia mayoría por una pendiente de la que aún no ha salido.
El relato sobre las guerras en los Balcanes, en general, y en Bosnia, en particular, siguen manteniendo el relato que simplifica el análisis señalando a serbios como genocidas, con Milosevic a la cabeza, y a los bosnios como víctimas inocentes. También en estas páginas, el profesor Carlos Taibo señalaba, a propósito de la guerra actual en Europa: “Parece como si existiese un ejército asesino ruso, y un grupo de monjas que resisten del lado ucraniano. Obviamente la realidad es más compleja.” ¿Es interesada esta visión simplista que nos dan los grandes medios, en la que nos señalan dos bandos, el de los buenos, y el de los malos? ¿No debería la prensa esforzarse un poco más en contarnos las causas y las consecuencias de un conflicto?
Sí, obviamente mi libro en parte nace de la denuncia de esta simplificación que llevaban a cabo los medios: la guerra entre “croatas”, “musulmanes” y “serbios”, cuando resulta que el bando serbio era básicamente el ejército Yugoslavo transmutado y que en el mando “musulmán” combatían un 30% de no musulmanes, con lo cual no era un ejército étnico. Pero los conflictos son difíciles de contar y al final los periodistas necesitamos simplificar las narrativas para contar unos hechos en un reportaje de 120 segundos en la tele. También es verdad que durante la guerra los contendientes evolucionaron y sí terminaron enfrontándose los tres grupos étnicos, ahora ya claramente identificados como tal. Además, sobre el maniqueísmo, también es verdad que acabamos viviendo los conflictos internacionales de modo futboleizado: el espectador casi necesita que se le señale quienes son los buenos, los más próximos a nosotros, y quienes son los malos, los más lejanos. Muchas veces pienso que el espectador medio no está preparado para digerir la información internacional de un informativo de televisión. Acaban siendo decenas de flashes que cuesta mucho de interpretar y situar.
En la guerra de Bosnia no hubo solo dos bandos, porque incluso dentro de los bosnios hubo alianzas cambiantes entre croatas y musulmanes, incluso hubo serbios que defendieron Sarajevo, y también musulmanes que lucharon contra la república de Bosnia y Herzegovina. Pero, además de esto, cada bando tuvo apoyos externos, no solo los que llegaron desde Serbia y Croacia, sino de distintos gobiernos de Europa ¿Cómo podemos comprender esta complicadas alianzas y los papeles que tuvieron países europeos que estuvieron muy lejos de tener una política exterior común?
Las guerras de Yugoslavia le pillan a Europa en un estado de construcción muy bajo de la política exterior común; le pillan “en bragas”. A algunos les parece que ahora tampoco hay política exterior común, pero solo hay que retrotraerse a 1991 para ver cómo hemos avanzado un montón. Y en 1991, cuando según los historiadores “se cerró” el siglo XX, aún estábamos en la lógica de bandos… de la Primera Guerra Mundial! Los franceses con los serbios y por lo tanto con los rusos por oposición a los alemanes, que apoyaban a los eslovenos y a los croatas, con la ayuda de Vaticano, que quería sumar a dos nuevos estados católicos. También Turquía y los países árabes empezaron a ver el interés de tener un país de mayoría musulmana muy cerca de la Unión Europea, como si tuvieran una avanzadilla allí… Pero esto ya era más moderno. Lo otro simplemente era la continuación de las alianzas que habían funcionado durante todo el siglo XX, sin más.
Tras el referéndum del 1 de marzo de 1992, y de la declaración de independencia de Bosnia, el ejército yugoslavo ocupa gran parte del territorio de esta república. Todavía no estaba constituida la Armija, el ejército bosniaco, entonces ¿con que fuerzas contaban los bosnios para oponerse a un ejército que ya se había desplegado en gran parte del nuevo estado?
Contaban con una fuerza militar muy escasa, porque además para dejar claro que no habría una guerra… el gobierno de Sarajevo había desarmado la antigua Defensa Territorial, el esquema de defensa complementario al del ejército yugoslavo por el cual cada República de la Federación tenía unas guarniciones militares. Lo que tenían eran las armas que tenía la policía y cuando vieron que o se defendían o los mataban empezaron a armar un ejército (también con las armas que la gente tenía en casa, al estilo suizo, por si había una invasión de la URSS o de Estados Unidos). Con eso salieron los civiles a defenderse, como ahora hemos visto en Kiev. Y sí, les costó mucho crear este ejército porque, paradoxalmente respecto lo que está haciendo la UE con Ucrania ahora mismo, había un embargo de armas a la República de Bosnia y Hercegovina, reconocida por la ONU. Poco a poco, gracias al pacto con Croacia y al contrabando, pudieron ir constituyendo un ejército que finalmente llegó a ocupar el 55% del país.
Durante años Europa se horrorizó con las imágenes de una guerra que no estaba muy lejos de Roma o de París, con la limpieza etnica, las violaciones masiva, el sitio de Sarajevo y la matanza de Srebrenica, sin embargo dieron por bueno los Acuerdos de Dayton, en el que se reconocía las conquistas territoriales de los contendientes, y la creación de dos entidades unidas, pero realmente separadas: la Republika Srpska y la Federación de Bosnia-Herzegovina. 25 años después de Dayton, ¿no fue este un acuerdo que ahondó en las diferencias entre las diferentes comunidades que conviven en Bosnia, y que impide que pueda desarrollarse, si fuera posible, una ciudadanía bosniaca?
Sí, ese acuerdo sancionó la realidad generada por la guerra, la segregación del país en zonas étnicamente puras (aunque había un sistema para que los refugiados pudieran volver a sus casas, por ejemplo, y a pesar de que preveía la captura de los acusados de crímenes de guerra, como así se hizo). Pero congeló el conflicto, hizo que enmudecieran las armas, paró la guerra, que es lo que las opiniones públicas occidentales reclamaban desde hacía tiempo. No había ningún otro acuerdo posible que preservase la integridad territorial del país pero que a su vez concediera a los serbios una minirepública, la República Srpska, para que pudiera vender el acuerdo a sus habitantes. Era un acuerdo muy norteamericano, muy pragmático, con lecturas opuestas. Pero el problema no era el acuerdo en sí ni su implementación sino que no quedaba claro si en diez, quince o veinte años se podría actualizar. Y se ha visto que no, porque las elites que ganaron la guerra y siguen mandando el país –repartiéndose el pastel, literalmente- no quieren dejar de hacerlo.
Cómo resultado de que, en la práctica, exista un segregación étnica, y que las comunidades serbia, croata y musulmana vivan realidades diferentes, una al margen de otra, ¿no hay riesgo de que, en cualquier momento, una chispa vuelva a incendiar Bosnia, y los otros estados de los Balcanes, tomen otra vez partido por los suyos? ¿Qué bases habría que poner para evitarlo, quizás una educación que no se basara en la identidad, y si en los valores e historia comunes?
Sí, hay esta posibilidad, aunque dudo mucho que vuelva a haber hostilidades bélicas, porque todo el mundo lo pasó muy mal y ahora están mejor que durante la guerra, aunque estén segregados. Pero no hay ningún incentivo para generar un diálogo interno entre las tres comunidades ahora ya sí claramente diferenciados, aunque objetivamente tengan muy pocas diferencias: la gente prefiere vivir en su zona, con los suyos, y no ser molestado, y por esto el retorno de refugiados a sus casas originales ha sido muy pequeño. Ahora estamos en un momento muy delicado porque de facto el miembro serbio de la presidencia tripartita del país, Milorad Dodik, está llevando a cabo pasos para conseguir estadios más cercanos a la independencia que al mantenimiento del país, en temas fiscales, de propiedad del territorio, de justicia… y hasta plantea resucitar un ejército propio de los serbios, abolido por Dayton. Todo esto espoleado por Putin, el gran malo del momento, que ve en Bosnia la posibilidad de generar problemas a la UE, que es a lo que juega permanentemente.
Sobre la educación: en algunos lugares hay dinámicas por las cuales los propios padres acaban pidiendo la abolición del sistema de segregación escolar –física, en aulas distintas- pero en otros sitios se mantiene como el día después de la Guerra. En mi opinión, la única posibilidad es que un juego bien hecho del palo y la zanahoria por parte de la Unión Europea vaya obligando a los políticos bosnios a ir moviéndose hacia unas fórmulas políticas más europeas y evolucionadas. Dentro de mi optimismo tenaz, que la UE alargue la mano a Ucrania hará que también tenga que hacerlo más pronto que tarde con los países que quedan entre Croacia –miembro de la UE desde 2013- y Grecia –que lo es desde 1986-: tener en medio de estos países un montón de estados que no son UE tendrá que ser corregido, sin duda.
Sobre los conflictos de los Balcanes hay un montón de referencias, pero nos gustaría que nos recomendaras algún libro, película o incluso música que nos acercara a Bosnia y Herzegovina. A mí me vienen a la cabeza, el film “Grbavica”, de Jasmila Žbanić, “Sarajevo: diarios de la guerra de Bosnia”, de mi paisano Alfonso Armada, o las “Historias de Bosnia”, del dibujante Joe Sacco…
Todos estos títulos son buenos, claro que sí. Apunto “Quo vadis, Aida?”, sobre la masacre de Srebrenica, que fue seleccionada en los Oscar 2021 a la mejor película extranjera –y que impresiona más que no ver los sitios reales del genocidio-, y el magnífico libro de mi paisano Marc Casals titulado La Piedra permanece: él ha vivido por diez años en Sarajevo y creo que es quien más sabe de Bosnia, de Cataluña y España.
Eres uno de los promotores de la productora audiovisual Clack, y en uno de sus documentales, “La última cinta desde Bosnia”, participaste también en el guión, junto a Ariadna Vázquez y a Albert Solé, que asumió también la tarea de dirección. En ella se refleja la solidaridad del pueblo catalán con el pueblo bosnio. Hablanos, para terminar, de este documental, y de lo que supuso ese movimiento de solidaridad con Bosnia.
Este documental es una idea que nos surge a Ariadna Vázquez y a mí cuando, acercándose el veinte aniversario del fin de la guerra, nos damos cuenta de los mecanismos que hay instalados en la sociedad bosnia para perseverar en la diferenciación étnica: educación, medios de comunicación, religión y futbol. Apuntamos estos cuatro aspectos. Es decir, más que hablar de la guerra nos poníamos la mano en la cabeza diciendo: es aún más escalofriante ver como a través de estos mecanismos se está consolidando la división étnica. Y decidimos plasmarlo en un documental (ya habíamos hecho otro en 2006-2008 que se llamaban Els Ponts de Mostar). Decidimos ir a buscar a Albert Solé, que es un documentalista relevante en Cataluña y que estuvo de cooperante en Mostar justo al terminar el conflicto bélico, para que lo dirigiera. Él aceptó el reto y entonces, pensando más en un documental vivencial que en un trabajo de investigación (esto lo dejé para mi libro), empezamos a buscar entre las personas que vinieron de Bosnia ahora hace casi ya treinta años a Cataluña y se quedaron a vivir aquí. Después de muchas entrevistas, conocimos a Sifa Suljic, natural de un pueblo al lado de Srebrenica, que personificaba esta imposibilidad de superar el conflicto hasta que no se hayan cerrado las heridas: en su caso lleva 25 años y aunque sí pudo enterrar al hermano menor y a su padre, asesinados durante la masacre, aún no ha encontrado el cuerpo de su hermano menor, Nezir. El testimonio era sobrecogedor y decidimos ir a Bosnia con ella a ver como podíamos avanzar en la búsqueda del cuerpo. El documental es la plasmación de este viaje, tanto real como interior. Ha ganado dos premios y seis nominaciones más en festivales europeos, el último que hemos conocido es de un festival de Marsella, que será en diciembre de 2022. Como responsable de la idea original con Ariadna Vázquez, es el trabajo que hemos hecho desde Clack del cual estamos más orgullosos, sin lugar a dudas.
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