Jessica Belda: “La pretensión de Homenaje a Billy el Niño era hacerle un homenaje a los que pusieron su piel para luchar por nuestros derechos”

Es hora de que se reconozca que hubo tortura, que hubo una persecución a un grupo de la población por motivos ideológicos y que constituía la disidencia

Por Angelo Nero

El inolvidable Chato Galante decía: “Billy el Niño es un torturador compulsivo, probablemente es el retrato de lo que fue la represión de la dictadura”. Otra de sus víctimas, nuestra querida Rosa García Alcón, señalaba: “Billy el Niño me recibió en los calabozos de la DGS a puñetazos. A golpes. Me decía puta, guarra. Era muy despectivo con las mujeres, muy machista. Y disfrutaba imponiendo el terror. Se le veía en los ojos.” Han sido varias las aproximaciones a este personaje siniestro, desde el cine, como el documental “Billy” que dirigió Max Lemcke, en varios libros también se ha tratado, a través de él, la represión franquista, cuya sombra se extendió a la Transición y más allá, y ahora también llega a los escenarios, de la mano de una obra dirigida por Eva Redondo, “Homenaje a Billy el Niño”, un retrato satírico de uno de los torturadores más famosos de nuestra historia contemporánea. El texto de la obra teatral fue escrito por Ruth Sánchez y Jessica Belda, que también es interprete de la pieza, con esta última hablamos en NR.

Soy una intrusa del dolor, calzo una piel que no me pertenece, tengo una piel sin magulladuras, sin cicatrices evidentes, a mi no me han golpeado contra un radiador, no me han desnudado en una sala fría, no han apagado cigarrillos sobre mi piel, nunca he sentido que me iban a tirar por un balcón, con mi sangre no se consumó eso que llaman Transición. Soy una intrusa del dolor, mi piel no constata cicatrices evidentes. Quizá una grieta debiera cercenarme el estómago, para recordar de quién soy hija. Me siento una intrusa del dolor, porque la memoria es frágil sin la piel, y el olvido se va adaptando a los nuevos tiempos.”

Este es un fragmento de un texto que escribiste para explicar los procesos de escritura e interpretación de “Homenaje a Billy el Niño”. A pesar de sentirte como una intrusa del dolor, ¿es inevitable no sentir en tu piel ese dolor de las víctimas de Antonio González Pacheco, después de conocer sus testimonios?

Ese texto sobre Billy lo escribí para presentación del libro, un momento en el que iba a estar junto a compañeras que habían sido torturadas y que iban a estar presentes, efectivamente, me sentí una intrusa, ¿quién era yo para hablar nada sobre la tortura? No me sentía legitimada para hablarles sobre algo vivido en primera persona y ellas sí, pero entendí que las consecuencias de la misma aún, hoy en día, seguían operando sobre nuestras vidas y que, por tanto, cómo no serme legítimo poder hablar de ello. Entendí que no acabamos de interiorizar que de aquellos barros estos lodos y que los cimientos de nuestra democracia siguen anclados a aquellas prácticas brutales. Es necesario entender que «Después de Franco, las instituciones» ha operado a la perfección en la herencia de las estructuras convenientes y que la violencia sigue existiendo en nuestras instituciones, ejerciéndose abusos de poder legitimados por unas prácticas que quedaron impunes. Cuando se entiende con la piel, cuando hablas con ellos y con ellas sobre lo que vivieron, cuando sigues viendo a los compañeros y las compañeras de la Comuna de presxs luchando incansablemente por nuestra memoria, por la verdad y por la reparación, te das cuenta de que su piel es también nuestra piel, y que si su dolor fue solo suyo, y esto es algo incuestionable, el daño a la memoria y a nuestro presente, es de todas y que, por tanto, todas deberíamos estar ahí y ojalá hablar más para reparar la desmemoria.

En la obra, además de escuchar las voces de Chato, de Rosa, de Felisa, de las que sufrieron la humillación y un daño irreparable por parte del Billy el Niño, también escuchamos a sus valedores, como Martín Villa, y a los que siguieron apuntalando la impunidad con la que se creo la Transición, Felipe González, Aznar, hasta los lideres sindicales que acabaron firmando una carta de apoyo al ministro franquista. ¿Es importante poner en escena a todos estos personajes, para hacernos un paisaje completo de esa Transición que mantuvo intactas las estructuras represivas de la dictadura?

No solo es importante sino determinante. Las estructuras represivas, los «usos y costumbres» creados durante la Dictadura, no solo continuaron durante la Transición, sino que extienden sus tentáculos hasta nuestros días. Durante el proceso de escritura de la obra, mi compañera Ruth Sánchez y yo, vimos necesario visibilizar esa parte estructural, ese apoyo de las instituciones a todo ese sistema represivo, y es por eso que aparece Martín Villa (excepcionalmente interpretado por Jesús Barranco), como símbolo de todo el apoyo institucional, estructural, que la tortura tuvo durante la transición y más allá, la tortura como una herramienta más del poder, la tortura justificada aún hoy en día, el uso de la fuerza desmedida y brutal porque en aquellos tiempos «ya se sabe», porque Pamplona y Vitoria y nadie tiene la culpa de que se tuviera que recurrir a la carga policial y «murieran» personas. Martín Villa, aún aceptando que pueda ser el responsable político e incluso penal, sigue negando que fuera un ataque generalizado o sistemático contra un grupo de la población (disidente) y es por ello que no se le aplica, como debiera, la Lesa Humanidad.

Aquella carta infame que firmaron Jose María Aznar, Mariano Rajoy, Felipe González, Jose Luis Rodríguez Zapatero, José María Fidalgo, Antonio Gutiérrez, Cándido Méndez, Nicolás Redondo (hijo), Herrero y Rodríguez de Miñón , apoyando a Martín Villa, y justificando el medio por el fin, es una muestra más del triste consenso institucional que parece haber en torno a la barbarie, la brutalidad, la desmemoria y lo poco necesario que parece hacer justicia y reparar un dolor que aunque ya es irreparable, sigue sin ser reconocido, y por tanto, sin justicia.

Antonio Gómez, el actor que interpreta a Billy el Niño, también se ha tenido que meter en la piel del torturador, pero a través, también, de lo que cuentan sus víctimas, ¿quizás esto motivó que el dibujo del personaje se acercara al esperpento, añadiendo pinceladas de humor, no se si con intención de ridiculizar a este oscuro personaje o de rebajar la gravedad de la historia, para hacerla digerible?

Antonio Gómez ha hecho un trabajo excepcional construyendo el personaje. Y Eva Redondo en la dirección ha sabido mantenerlo en todo momento en una fina y delicada línea entre lo verosímil y lo esperpéntico. Entre lo trágico y esas pinceladas de humor que, como dices, van apareciendo y que emanan no sólo de la necesidad consciente en el propio proceso de escritura de buscar momentos de distensión, sino en el placer de estirar las motivaciones del personaje para evidenciar lo ridículo y patético del mismo.

Queremos saber también cómo se gestó esta obra, y como fue el proceso de documentación para escribirla, si os apoyasteis más en los testimonios directos, o fue más un trabajo de hemeroteca y de archivo, y si en este trabajo encontrasteis algún obstáculo, alguna traba para acceder documentos o testigos. La obra tiene mucho de teatro documental, apoyado en testimonios reales, pero a la vez también ficcionais algunas escenas, ¿cómo calibrasteis el peso de ambas, de la ficción, de como imagináis lo que sucedió, con las voces que dicen lo que realmente pasó?

Partimos de testimonios directos de compañeros y compañeras de la Comuna de Presxs por el Franquismo. Felisa Echegoyen es una compañera de trayecto que ha estado acompañándonos en todo momento y aclarándonos cualquier duda que nos ha surgido, más agradecidas no podemos estar, y Chato Galante estuvo aportándonos toda la información que fuimos necesitando y se nos quedó pendiente una parte en la que él iba a participar en la obra de forma directa, con su mirada desde el presente, de su lucha continua, ahí nos pilló la pandemia, nos fuimos con deberes a casa y eso, por desgracia, nunca pudo llegar a ser.

Sus testimonios son respetados como parte de ese teatro documento al que nos adherimos pero, en efecto, en otras escenas recurrimos a la ficción, en este caso nos hemos permitido imaginar ese homenaje de condecoración al mérito policial de 1977 y ahí es donde entra el humor, donde nos permitimos sondear en las motivaciones, aspiraciones, deseos, frustraciones de los personajes así como ficcionalizar los diálogos e imaginar la relación existente entre Martín Villa y Billy el niño.

Otra parte de ficción de esta obra es la voz que le damos a los objetos, pues preguntando vimos la relevancia que en la memoria de los torturados y torturadas adquirían. La presencia constante, la recurrencia con la que luego aparecen en el recuerdo, el radiador, el casco, la metralleta con la que se asesinó a los abogados de Atocha… Todos ellos nos cuentan su relato, su punto de vista y nos permiten reflejar diferentes formas de posicionarse ante los hechos como testigos de la brutalidad, desde la indiferencia incómoda, a la envidia aspiracional, pasando por la cotidianización e instrumentalización de la barbarie.

Parece increíble que, después de tanto tiempo, las heridas de la memoria sigan abiertas, y que un sector de la sociedad siga instalado en el olvido, cuando no en la negación y en el no reconocimiento de las víctimas. ¿Pretende esta obra poner su granito de arena para hacer un poco de pedagogía con aquellos que dicen que no hay que abrir esas heridas?

La verdadera pretensión de la obra era hacerle un homenaje a todos y todas aquellas que pusieron literalmente su piel para luchar por nuestros derechos. Creo que la obra ha conseguido su objetivo en ese sentido que es dar las gracias y recordar todo lo que queda por hacer. Es por otra parte el juicio que nunca tuvo Antonio González Pacheco y la condena que no se ejecutó sobre Martín Villa y las estructuras que no solo encubrieron sino que sostuvieron y justificaron la sangre.

La tortura quizás fue la cara más oculta de la represión en el franquismo y en la Transición, porque, además, es uno de los máximos exponentes de la impunidad, ya que no solo es que fuera tolerada, sino que estaba amparada por el estado. Poco a poco, se ha conseguido que el estado reconozca, aunque no a todos, a aquellos que murieron por la violencia policial, pero no ha pasado así con la tortura. De hecho Billy el Niño se fue de este mundo sin pagar por sus muchos crímenes. ¿No es hora de que el estado reconozca también como víctimas a aquellos que sufrieron la lacra de la tortura, a manos de sus funcionarios?

Es hora de que se reconozca que hubo tortura, que hubo una persecución a un grupo de la población por motivos ideológicos y que constituía la disidencia, que se deje de normalizar y cotidianizar la represión, que se reconozca y se depure la herencia de esa represión en nuestras comisarías, en nuestras instituciones, en nuestro lenguaje, en nuestros lemas, que se recuerde a las que fueron víctimas pero también heroínas porque lucharon por todas, que la impunidad no sea la norma y que se ponga atención en todas esas estructuras tan asumidas que implican abusos cada día.

Junto con la co-autora del texto, Ruth Sánchez, has publicado tres libros: “La sección. Mujeres en el fascismo español”, “Españolas, Franco ha muerto”, y el “Homenaje a Billy el Niño”, en el que se fundamenta la obra de teatro. Deteniéndome en los dos primeros textos me asalta una duda, ¿ha sido silenciada la memoria de las mujeres en el franquismo, tanto de las que se opusieron a él, como la de las que lo apoyaron, o las que simplemente lo sufrieron?

Tanto «La Sección» como «Españolas, Franco ha muerto» son dos obras que responden a la necesidad de visibilizar la historia de las mujeres (que es la de todos) durante el franquismo y la transición. En ambos casos se trata también de un homenaje, en el caso de «La sección» a las mujeres represaliadas durante la Dictadura, pero explorándola desde el punto de vista de las vencedoras (aún siendo vencedoras, con su historia silenciada) , de modo que Pilar Primo de Rivera, Mercedes Sanz Bachiller y Carmen Polo nos sirvieron como eje vehícular para analizar la lógica de la represión de la mujer durante el Régimen. En el caso de «Españolas, Franco ha muerto», es necesario decir que la búsqueda documental fue muy difícil y que la absoluta ausencia de documentos nos hizo acudir a la fuente directamente, entrevistamos a muchísimas mujeres que nos contaron todos los aspectos relativos a los derechos que se fueron consiguiendo (y no consiguiendo) durante la transición, todo lo claudicado y todo lo que nos queda por hacer. «Españolas, Franco ha muerto» es un homenaje a todas esas voces de mujeres que partiendo desde el asociacionismo y desde el colectivo, saltaron el gran abismo que había desde la dictadura hasta nuestros días y nos recuerdan que se consiguió mucho para lo que había pero que aún es insuficiente.

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