Para evitar futuras invasiones y sus devastadores efectos es crucial actuar sobre sus puntos de inicio y minimizar la llegada de nuevas especies introducidas.
Miguel Clavero Pineda – The Conversation
Llevamos siglos moviendo especies de acá para allá, introduciéndolas en lugares que no habrían podido alcanzar por sí mismas. Algunas sobreviven, se reproducen, se hacen muy abundantes, se expanden y terminan siendo dominantes en muchos ecosistemas. A estas las llamamos “especies invasoras”.
Las especies invasoras generan impactos diversos, desde declives de las nativas hasta alteraciones en el funcionamiento de los ecosistemas. También pueden tener importantes implicaciones socioeconómicas. Algunas tienen un enorme poder de transformación de los ecosistemas y generan impactos a todos los niveles. La llegada de estas “superinvasoras” marca un antes y un después en los ecosistemas invadidos.
Un conocido ejemplo es el caso del cangrejo rojo (Procambarus clarkii), introducido en la península ibérica en la década de los 70 y que la ha invadido por completo. Ha causado efectos devastadores para la biodiversidad nativa y se ha convertido en una especie clave.
Algo similar parece estar pasando en los hábitats costeros por la invasión de la jaiba azul (Callinectes sapidus).
La jaiba azul es un cangrejo nativo del Atlántico occidental, desde Canadá a Uruguay. A menudo la llamamos “cangrejo azul”, traducción del inglés blue crab, a pesar de que es una especie cuya área nativa abarca numerosos territorios hispanohablantes, con un nombre castellano que ya existe.
La jaiba azul se encontró por primera vez en Europa en la costa atlántica francesa en 1901, y a lo largo de los siguientes cien años fue apareciendo en nuevas localidades (en el Mediterráneo lo hizo en 1949), sin que se la considerara preocupante. Sin embargo, en las últimas décadas se ha expandido de forma explosiva por las costas europeas y del norte de África.
Al tratarse de un cangrejo de gran tamaño y un eficiente depredador (y agresivo, como muestra esta canción), era previsible que la jaiba tuviese impactos importantes en los ecosistemas invadidos. De hecho, es una especie clave en gran parte de su área nativa. Sin embargo, resultaba sorprendente que apenas existiesen evidencias sólidas de estos impactos en la literatura científica.
En un reciente artículo hemos analizado los efectos de la invasión de la jaiba azul en el delta del Ebro, confirmando los peores augurios.
La jaiba azul en el delta del Ebro
Para estudiar la expansión de la jaiba azul recopilamos datos sobre la presencia de la especie, tanto por capturas directas como recogiendo el conocimiento de numerosos pescadores.
La especie apareció en 2012 en la Tancada, una de las grandes lagunas del delta del Ebro. En los siguientes años apenas se registró la especie allí, aunque los pescadores empezaban a detectarla en el mar. En torno a 2017, la jaiba inició una rápida expansión hasta ocupar todos los sistemas acuáticos del delta del Ebro, sus dos bahías (Alfacs y Fangar), las aguas marinas circundantes y el curso del río Ebro hasta el Azud de Xerta, unos 30 kilómetros aguas arriba del delta.
También analizamos series de datos sobre abundancia de la jaiba azul y otras especies durante al menos una década, gracias a programas de seguimiento de fauna del Parc Natural del Delta de l’Ebre, registros de las pesquerías tradicionales de las lagunas del delta y desembarcos en lonjas. Los datos muestran un incremento exponencial de la abundancia de la jaiba desde 2017, coincidiendo con la rápida expansión de la especie.
La irrupción de la jaiba ha llevado aparejada importantes declives de numerosas especies nativas, incluyendo algunas en peligro de extinción a nivel global.
Este es el caso del fartet (Aphanius iberus), un endemismo del Mediterráneo español que ya había sufrido declives históricos por especies invasoras y que cuenta en el Delta del Ebro con uno de sus principales bastiones.
El fartet ha ido mermando a la vez que aumentaba la jaiba, hasta llegar en 2020 a valores mínimos de toda la serie de datos. En mínimos históricos se encuentra también la anguila (Anguilla anguilla), otra especie que arrastra un fuerte declive histórico.
El fúndulo (Fundulus heteroclitus), otra invasora, resultó ser la única especie cuya abundancia ha aumentado en consonancia con la de la jaiba, quizás favorecido por el hecho de que las dos especies comparten área nativa.
El cangrejo verde (Carcinus aestuarii) era abundante muchos ambientes del delta hasta la llegada de la jaiba azul, pero prácticamente ha desaparecido tras ella, un derrumbe que coincide con observaciones hechas en la costa griega. Resulta llamativo que las abundancias del cangrejo verde comenzasen a disminuir cuando las de la jaiba azul justo empezaban a aumentar.
La jaiba azul ha generado declives diversos, rápidos y severos en el delta del Ebro. Es muy probable que se estén dando impactos similares en especies que no son objeto de seguimiento a largo plazo, además de extenderse a especies con interés comercial como berberechos, mejillones, ostras y almejas. Curiosamente, la irrupción de la jaiba podría suponer una limitación para otras especies invasoras, como la almeja asiática (Corbicula flumminea) o el caracol manzana (Pomacea canaliculata).
Un problema en expansión
Dada la rápida expansión de la jaiba azul por sistemas costeros ibéricos es probable que se reproduzcan impactos de un calibre similar a los observados en el delta del Ebro. Por ejemplo, resulta preocupante la importante disminución en las capturas de langostino (Melicertus kerathurus) en la desembocadura del Guadalquivir, coincidiendo con aumentos de la abundancia de jaiba azul equivalentes a los que se detectaron en el delta del Ebro desde 2017.
Actualmente no existe ninguna opción de gestión de la jaiba azul que permita limitar su expansión y reducir su abundancia en los lugares ya ocupados. Ante esta pobreza de alternativas, surge la cuestión de si es conveniente explotar económicamente una especie invasora. En el Mediterráneo central y oriental la especie se explota desde hace décadas. En España, Cataluña fue pionera en regular sus desembarcos en lonja, en septiembre de 2016. Las capturas comerciales pasaron de las 15,8 toneladas de 2017 hasta las más de 450 toneladas de 2019, una cifra que se mantiene desde entonces, suponiendo unos ingresos de en torno a 1,5 millones de euros anuales.
Como discutimos en un artículo reciente, en la situación actual la prohibición de la pesca comercial de la jaiba azul supondría un grave e innecesario conflicto social, sobre todo porque los principales afectados de esa hipotética prohibición serían los pescadores de bajura, precisamente el colectivo más perjudicado por la invasión. No solo se dan declives de otras especies comerciales, sino que la jaiba azul produce daños en los peces y moluscos capturados (reduciendo su valor) y en los aparejos de pesca.
Sin embargo, la pesca comercial no debe equipararse a una actividad de “control” de la invasión. Por un lado, no está demostrada la posibilidad de controlar la jaiba con la pesca, y, por otro, la generación de una actividad económica alrededor de la especie dificultaría la implementación de actuaciones de control eficientes, si estas llegasen a desarrollarse.
Aunque la jaiba azul pueda explotarse comercialmente, es importante que no se gestione como un recurso pesquero más, sino como la especie invasora que es, manteniendo siempre los objetivos de control, disminución y, si fuese viable, erradicación.
Esos objetivos implicarían que la actividad pesquera no se guiase únicamente por maximizar el beneficio económico, si no que concentrase esfuerzos en las zonas y épocas que tuviesen un mayor impacto sobre las poblaciones de jaiba azul.
Esta pesca dirigida requeriría una fluida colaboración entre centros de investigación, administraciones y pescadores y de la disponibilidad de recursos económicos. En este sentido, en Cataluña se ha establecido un comité de cogestión de la jaiba azul con participación de todos los sectores afectados que puede servir de modelo a otras zonas.
La jaiba azul se está convirtiendo con gran rapidez en una especie clave de las aguas costeras europeas y del norte de África. Es probable que cuando pase esta ola azul, muchos sistemas acuáticos costeros no vuelvan a ser como los conocíamos.
La invasión tiene un enorme poder transformador, como lo tuvo, y aun conserva, la expansión del cangrejo rojo. Lamentablemente, es muy probable que no sea la última transformación, ya que el número de especies introducidas no hace más que aumentar. Valen como ejemplo las impactantes consecuencias del establecimiento del alga asiática Rugulopteryx okamurae y la esperable llegada a nuestras costas del pez escorpión desde el Mediterráneo oriental.
Para evitar futuras invasiones y sus devastadores efectos es crucial actuar sobre sus puntos de inicio y minimizar la llegada de nuevas especies introducidas.
En este artículo han colaborado Nati Franch (Parc Natural del Delta de l’Ebre), Verónica López (Institut d’Estudis Professionals Aqüícoles i Ambientals de Catalunya) y Francisco J. Oficialdegui (Universidad de Murcia)
Miguel Clavero Pineda – The Conversation
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