Irene Montero: amistades peligrosas

Por Daniel Seixo

“A los gays había que respetarnos no porque ese fuese un derecho legítimo, sino porque éramos un lucrativo negocio. A los gays no había que respetarnos, sino explotarnos, venía a decir el concepto gaypitalista.“

Shangay Lily

Sin comunidad no hay liberación, sólo el más vulnerable y temporal armisticio entre un individio y su opresión.

Audre Lorde

La presencia de Irene Montero, ministra de Igualdad del Gobierno de España, en el acto de entrega de los Premios Triángulo por parte de la Cogam, ha vuelto a poner de manifiesto que la ministra y Unidas Podemos han decidido centrar su particular participación durante esta legislatura en los sectores sociales demoscopicamente seleccionados que le puedan otorgar cierto rédito electoral cuando llegue en el momento de volver a preparar su carrera a las urnas. En tiempos en los que gran parte del panorama parlamentario se empeña en erradicar de cara al público cualquier tipo de ideología, los partidos políticos han terminado convertidos únicamente en enormes máquinas electorales diseñadas para ocupar escaños y de este modo lograr la supervivencia económica. Lejos quedan ya los tiempos en los que la política era una herramienta diseñada para la transformación real del conjunto de la sociedad, hoy simplemente nos vemos tristemente de nuevo abocados a los arrabales representativos.

“Resulta sumamente curioso” que una ministra que llegó a su mandato bajo la premisa de asaltar los cielos, se relacione sin embargo actualmente en su tarea política con la flor y nata del entorno cercano a los gayempresarios, aquellos miembros de la nueva burguesía selecta que en su momento se empeñaron en erradicar a las asociaciones y activistas más reivindicativas del colectivo LGTB, para diseñar con movimiento propio un orgullo mercantilizado, envasado y expuesto sin moral rebelde alguna ante las diversas marcas como un espacio en el que vender un estilo de vida a la comunidad gay. Sin consulta, ni debate, esto se llevó a cabo por una minoría en el «poder mediático» del colectivo LGTB, aún siendo conscientes de lo nocivo e inaccesible que este modelo llegaría a ser para gran parte de los trabajadores pertenecientes al colectivo. Marcas como Cogam y la FELGTB se empeñaron durante años en transformar un día reivindicativo en una feria de variedades en la que las corporaciones, las presentaciones en sociedad de los partidos políticos y los saraos de todo tipo primaban y solapaban claramente cualquier tipo de reivindicación o lucha por los derechos LGTB. Si tenías el contante en efectivo suficiente, podías participar como cabeza de cartel en un evento publicitario denominado Marcha del Orgullo, eso era todo. Poco importaba si el resto del año la homofobia de tu discurso insultaba directamente a la inteligencia del colectivo LGTB.

El todo por la pasta primaba de manera obvia ante la lucha colectiva y mientras COGAM y los gayempresarios hacían y deshacían a su gusto la representación del colectivo en su día más representativo, poco a poco en la comunidad gay se instaló en sentido festivo, el negocio y el modelo capitalista que se instaló bajo la etiqueta gay-friendly para sumarse a la explotación de la homosexualidad con el desembarco en esta “nueva tendencia comercial” de marcas e instituciones de todo tipo. La “marca gay” en España se construyó poniendo en el mercado a la propia comunidad LGTB de nuestro país. Pronto sus miembros pasaron a tener que cumplir una serie de características para ser admitidos como buenos miembros de esa secta comercial, los gays se depilan, se musculan, están morenos todo el año, los gays viajan, consumen ropa de marca y acuden a los garitos de moda. La comunidad gay pasó a ser la protagonista de cruceros, saunas, gimnasios, poco a poco y sin apenas protestas, el capitalismo logró encerrarlos en sus propios guetos de lujo únicamente accesibles bajo un imparable flujo de consumo desmedido. La discriminación tomaba el cariz del consumo para marcar distancias de nuevo entre lo gay y la sociedad en su conjunto, la discriminación era obvia de nuevo, el armario se pintaba positivo y esta vez lo hacía totalmente respaldado por unas organizaciones que vieron en ese insulto un negocio muy lucrativo. Los escasos militantes como Shangay Lily que sí se atrevieron a denunciar estas prácticas, fueron perseguidos y acosados por organizaciones como a Fundación Triángulo. La disidencia del modelo capitalista siempre ha salido cara a sus protagonistas, por diversas que sean las caras en las que uno se enfrente al mismo.

Ya por aquel entonces cualquier disidencia era rebatida con el tan manido “le estás haciendo el juego a la derecha”. Solo eso bastaba para silenciar las críticas, mientras la masa a cada paso más alienada cerraba filas en torno a organizaciones endogámicas que en su comportamiento y en sus relaciones comerciales eran de facto la viva imagen de la propia derecha. El clasismo y la manada se activaban en redes sociales, el único espacio en el que estas organizaciones lanzaban sus campañas y el único lugar en el que su poder fantasioso tenía cierta presencia más allá de los despachos del centro y las entidades bancarias. Twitter, Facebook, Instagram, allí los oligarcas gaycapitalistas empezaron a incrustar su defensa de la explotación sexual, la explotación reproductiva o la doctrina queer, ese dogma surgido de las academias y el elitismo activista sin conexión real alguna con la militancia de calle y que ha terminado protagonizando charlas con el Banco Santander o desfilando su misoginia cool con Gucci. El activismo burgués saltando a la escena pública de la mano de políticas como Irene Montero y con un ligero aire de lo periférico, únicamente destinado a camuflar el olor a naftalina del clasismo y el desprecio del que siempre han hecho gala ciertes pseudointelectuales hacia el resto de la humanidad. Cuando uno se acerca a sus mundos de individualismo extremo y teorías disparatadas totalmente desconectadas de la realidad, claramente puede observar como lo único que se esconde tras el discurso de lo queer es la misma táctica del gaycapitalismo elevada a una nueva dimensión. Hoy ese modelo de explotación de la falsa diversidad y sumisión a los roles de género, se atreve impúdicamente a atacar de forma abierta y directa al feminismo. Empresarios y activistas a sueldo de topo tipo han cimentado toda una nueva gama de productos comercializables bajo la opresión del género con los que decirle al pueblo como deben de consumir y comportarse para adecuarse a lo que es ser hombre o mujer. El insulto a la ciencia resulta sin duda obvio, pero regresamos al todo vale por la pasta. Regresamos a una realidad en la que la política simplemente es un juego de poder, juego en el que personajes como Beatriz Gimeno, Boti o Carla Antonelli siempre se han sabido manejar muy bien para no perder el tren de la oportunidad y en el que en la actualidad parecen estar transmitiendo perfectamente sus conocimientos a esa generación que llamada a asaltar el cielo, ha terminado únicamente asentándose en el corral de la peor versión de la política.

Pues esa es la realidad en la que ayer se divertía y aplaudía los juicios inqueersitoriales la ministra de Igualdad del Gobierno de España. Esa es la verdadera cara de la gala en la que se compartía espacio con un personaje cómico construido bajo la facha de un “activista trans”, pero con los claros cimientos de un misógino empedernido. Esa gala en la que también se sacó tiempo para señalar como objetivo de la hoguera de la irracionalidad a Lucía Etxebarria por discrepar abiertamente con las políticas que su ministerio pretende aprobar. No sé a ustedes, pero personalmente estas tácticas y estos comportamientos me recuerdan poco a la nueva política y mucho al caciquismo de siempre, ese en el que los políticos únicamente se relacionan con aquellos que aplauden sus iniciativas, en el que los sectores críticos son señalados públicamente para el escarnio y en el que los negocios siempre se mueven bajo aparentemente desenfadados apretones de manos que legitiman discursos. Mientras las risas, las presentaciones y los focos se repetían en esa gala aparentemente inocentemente, muchas y muchos no podíamos evitar recordar al instante el manifiesto que Cogam firmó para defender sin ruborizarse la explotación reproductiva, lo que a día de hoy supone un delito en nuestro país. Su clasismo, su ideología destinada a encerrar a la mujer en un papel de sumisión y dependencia económica, incluso hasta el punto de tener que renunciar a su propio cuerpo, sea para otorgar placer o el privilegio de la descendencia a otros, esa visión de la mujer que la izquierda y el feminismo llevan décadas combatiendo, ayer fue defendida y apoyada por la ministra de Igualdad del Gobierno de España en una gala para el olvido. Si Irene Montero quiere saber cómo pasará a la historia, solo tiene que observar su reflejo en los ojos de tan peligrosas amistades.

Recomendamos profundizar en este artículo con el libro de Shangay Lily «Adiós, Chueca»

8 Comments

  1. Totalmente de acuerdo. Qué gran decepción, el cargo de Ministra le ha quedado enorme. Qué hace en este acto dónde La Cagam ridiculiza y banaliza el feminismo, defendiendo además la explotación reproductiva de mujeres. No está ella en contra de los vientres de alquiler? Cómo puede asistir a un acto de una asociación que incluso creó una Plataforma? Impresentable.

  2. El tiempo pondrá las cosas en su sitio y quien se dedicó a hacer campaña contra los derechos de las minorías quedará retratado como lo que es. Tiempo al tiempo.

    Por cierto, seixo, pintas al colectivo Gay como elitista y adinerado y sabes que como somos parte de la sociedad somos cualquiera, rico, pobre, empresario u obrero. Se te llena la boca diciendo que eres la izquierda mientras que persigues los derechos de una minoría. En ese sentido eres bastante fachilla

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