Por Domingo Sanz
Circula con éxito un vídeo muy recomendable que cita a las inventoras Moller, Cochrane, Henry, Burr, Anderson, Munford y Belle, mujeres que han sido decisivas para mejorar la vida de nuestra especie.
Seguro que se ha percatado usted de, al menos, dos ausencias, las de Sklodowska, la inventora del radio y el polonio y difícil de reconocer si no la nombramos con el apellido de su marido, y la de Lamarr, quien supo inventar el primer orgasmo fingido en la historia del cine, dicen, y, también, y esto lo aseguran, la primera versión del espectro ensanchado que hoy llamamos Wi-Fi, con lo que sí que nos hacemos una idea de su importancia para nuestras vidas.
Caigo desde alturas solo soñadas hasta el nivel del suelo y me place ser incorrecto para hablar de personas normales, salvo excepciones.
Si existiera una sede central, que sin duda existe, del Banco de Santander, porque prefiero llamarlo como antes, seguro que dispone de un ascensor, exclusivo o no, para subir hasta la planta noble donde estará el despacho de Botín. También puede ocurrir que en ese ascensor haya un ascensorista que sea un hombre, aunque solo recuerdo ese puesto de trabajo en películas de hace muchos años. Y también es probable, estadísticamente hablando, que la persona a la que le toque limpiar el ascensor en esa sede sea una mujer.
Coincidencias de ascensor, no me cabe la menor duda que el responsable de tocar los botones para subir y bajar miraría de manera distinta a Botín y a Botín, la segunda sería la que limpia porque, aunque esto solo sea un relato, ni están prohibidas las coincidencias de los apellidos ni que en todo lo demás las distancias que les puedan separar sean siderales.
Y seguro que usted y yo estamos pensando lo mismo sobre el porqué de esas miradas diferentes de un hombre a dos mujeres iguales porque son personas. Y más diferentes serán aún los tonos de su voz si él se atreviera a decirles algo a la una y a la otra, o si cualquiera de ellas dijera algo que necesitara la respuesta de él.
Recapitulando, el video de las inventoras me ha llevado a subir al ascensor de un gran banco dirigido por una mujer y, entre un sube y un baja, no he podido evitar pensar en las alcaldías del Reino de España.
Únicamente el 21,77% de las más de 8.000 localidades españolas que eligen consistorios en las elecciones municipales están dirigidas por mujeres, un porcentaje muy inferior, por ejemplo, al de los escaños también femeninos en el Congreso, que es del 43,1% desde el 10N de 2019, aunque tras las urnas del 28A, las que fracasaron, eran el 47,4%.
De este retroceso feminista contrario a la historia son responsables los neofranquistas que menos lo disimulan, pues solo el 30% de sus escaños están ocupados por mujeres. Este hecho nos ha permitido deducir dos cosas.
La primera, que más mujeres en los escaños del 28A no sirvieron para que Sánchez e Iglesias le vieran las orejas al neo franquismo que venía, como le pasó a Pedro con el lobo en la fábula que cuando éramos niños nos contaban.
Y la segunda, que los escaños ocupados por mujeres del partido también más machista superan en más de 8 puntos el porcentaje de las alcaldías ocupadas por mujeres de partidos de todo el espectro político.
Seas hombre o mujer, es evidente que el poder que representas ayuda mucho a conseguir el respeto de quienes te rodean, sean lo que sean. Igual que con lo del ascensor de Botín, sin duda hay muchas personas, incluso de ambos sexos, que no le hablarían con el mismo tono a una alcaldesa que a una concejala. Y si quien tiene que hablar con una primera edil, o edila que también sirve, es un hombre, se moderará más de como habitualmente lo hace. Y las prácticas buenas siempre ayudan a corregir las costumbres malas.
No tengo pruebas, pero sí derecho a pensar que si a la mayoría de los hombres de una localidad cualquiera no les queda más remedio que pensar que quien manda es una mujer, solo con imaginarlo ya están mejorando.
Los distintos porcentajes de hombres y mujeres en los puestos de mayor categoría de los dos niveles extremos de la política, el muy elitista del Congreso y el muy básico de los ayuntamientos, demuestran que al movimiento feminista le falta “ampliar y consolidar la base” en las instituciones políticas más extensas y cercanas a la sociedad.
Es evidente que sin movilizaciones de los grupos sociales discriminados no hay avance hacia la igualdad y la justicia. Pero por sí solas no bastan, pues el sistema tiene capacidad para contar cuentos y neutralizar sus efectos. Hay que infiltrarse en el poder establecido hasta conquistarlo.
“Inventar” inventoras no hay ley ni movilización que lo pueda conseguir a corto plazo, aunque pueden ayudar si aciertan y la vida no rema en sentido contrario.
En cambio, propiciar grandes cambios a favor de las mujeres en general dependería únicamente de una decisión política inteligente y atrevida, la que podrían adoptar unas organizaciones feministas cada vez más fuertes y que osaran romper, pacíficamente por supuesto, uno de los eslabones más débiles del machismo, el de unos partidos políticos que no pueden permitirse conflictos transversales en sus filas
Resulta que en todo el mundo se celebran elecciones municipales. También en todo el mundo hay organizaciones feministas a cuyas demandas los partidos políticos no pueden hacer oídos sordos.
Todas las organizaciones feministas deberían reclamar a todos los partidos políticos que concurren a las elecciones municipales que sus candidaturas estén encabezadas siempre por mujeres, lo que colocaría a cientos de miles de alcaldesas en otros tantos liderazgos institucionales para demostrar que se puede gobernar de otra manera.
Pero una consecuencia aún más importante de esas alcaldías gobernadas por ellas es saber que se multiplicaría la velocidad a la que los hombres, sin sufrir casi, aprobarían las dos asignaturas que tienen pendientes: la de respetar a las mujeres y la de considerarlas iguales.
Ya advertí que hoy, 8 de marzo, estaría soñador y poco correcto. Ahora recuerdo que este año no se ha convocado ninguna huelga feminista, una acción que habría ayudado a reducir los contagios, salvo el de la pobreza.
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