Con los tigrayanos sometidos a un sufrimiento inimaginable a manos del gobierno federal, las fuerzas de Amhara y los soldados eritreos, el vínculo entre el pueblo tigrayano y el régimen de Abiy, y con la propia Etiopía, se ha roto.
La instalación de estos grupos vinculados a al-Qaeda y al Daesh en Burkina Faso, fue la llave para que accediera a países como Benín, Ghana, Costa de Marfil y Togo, donde la actividad de los wahabitas se va incrementando.
Nacionalizó tierras y recursos naturales, expulsando a las grandes empresas y redistribuyendo las tierras entre los campesinos para promover la autosuficiencia alimentaria.
Muchas de las víctimas fueron ejecutadas por tiradores dispuestos estratégicamente frente a las tres puertas con que cuenta la iglesia, cuando los fieles intentaban escapar del caos provocado en el interior.
La violencia se ha expandido a Burkina Fasso y amenaza consistentemente a los vecinos Níger, Benín y Togo. Pese a ello, Mauritania permanece hasta la fecha cómo un oasis de estabilidad inmutable, debido en gran medida al acuerdo tácito entre estado e islamistas.
El control del gobierno federal etíope sobre algunas regiones es inestable. Además de Tigray, Amhara se está alejando de Addis Abeba, y la reciente represión del gobierno contra los activistas de Amhara y los combatientes de Fano está ampliando la brecha.
Las crisis de hambre hacen que el resto de problemas a los que se enfrenta la región, como el yihadismo o crimen organizado, se agudicen y resulte más complicada su erradicación.