Por Pedro Santander
En más de una columna publicada en estas páginas, hemos mencionado un sinnúmero de indicios que dan cuenta de que Chile vive el fin de un ciclo político. Y si esa hipótesis podía merecer ciertas dudas, esta semana ni lo más escépticos apostarían en su contra.
Y el botón de muestra, el síntoma del fin, fue nada menos que el ex presidente Ricardo Lagos (2000-2006), el primer presidente socialista en asumir la jefatura de Estado tras el golpe contra Salvador Allende en 1973.
Ocurre que Chile elige presidente en noviembre de este año, y Lagos quería volver a liderar la coalición de gobierno, la llamada Nueva Mayoría (NM). Y lo hizo a la antigua usanza: imponiendo su nombre por sobre las voluntades colectivas, confiando más en los poderes fácticos que en las adhesiones populares, leyendo El Mercurio, antes que la realidad social. En sus ocho meses de campaña no entusiasmó a muchos, salvo a los grupos económicos que, al igual que Felipe González, Andrés Pérez, Gerhardt Schroeder o François Hollande, también aman a Lagos. Pero, ni en las encuestas, ni en la calle, y ni siquiera en su partido, se puede decir lo mismo.
Es así como en el último Comité Central del Partido Socialista (PS), celebrado a principios de esta semana, el PS no eligió como su candidato presidencial a Ricardo Lagos, militante de sus filas y rostro de su logo partidario, sino al senador independiente, Alejandro Guillier, quien lidera todas las encuestas, y quien es apoyado por el partido menos relevante de la coalición, el Partido Radical. Y los socialistas lo hicieron por abrumadora mayoría: 67 votos por Guillier, 36 para Lagos, 4 abstenciones. Tras el resultado, Lagos anunció el retiro de su postulación.
Lagos, considerado por la oficialidad un hombre de Estado, el estadista de la transición, el presidente con mayor estatura y peso internacional, ha sido la víctima más visible, evidente y patética de los nuevos tiempos que corren en Chile. Como dijo Daniel Matamala, un conocido periodista político, “en Chile acabamos de presenciar un «momento Coyote». Después de ocho meses de una desesperada campaña contra la realidad (contra la falta de apoyo ciudadano, contra las encuestas cada vez más adversas y contra la indiferencia de las cúpulas políticas), el ex presidente Ricardo Lagos se ha enterado de que bajo sus pies hay sólo vacío, y su candidatura a La Moneda se ha precipitado por el acantilado”.
Es este, por lejos, el peor momento del oficialismo desde que en 1990 comenzara a liderar el proceso de transición postdictatorial. Proceso que implicó la desmovilización popular, la despolitización de la ciudadanía, el arrinconamiento de la izquierda, así como la negociación permanente con la derecha, todo en pos de la construcción del país más neoliberal del mundo. Veinticinco años después, vemos nítidamente cómo dinámicas, fuerzas y tensiones acumuladas en ese proceso de construcción de la locura neoliberal que es Chile hoy, se desatan y producen una vorágine que los mismos que la crearon, no logran controlar en absoluto.
Luego de la fallida candidatura de Lagos, y la consolidación de Guillier – quien se sitúa en ala más progresista de la NM- quedan dos candidatos de la NM para disputar la presidencial: el propio Guillier y Carolina Goic, senadora democratacristiana y presidenta de su partido. Pero la Democracia Cristiana (DC) enfrenta asimismo una disyuntiva crucial: si concurrir o no a las primarias legales previstas para julio y competir en esa instancia. La DC está hoy entre la espada y la pared, lo que se decida en las próximas dos semanas tendrá un efecto radical en la continuidad de la Nueva Mayoría, pues debe definir –en su Junta Nacional del 29 de abril– si participa en las primarias del 2 de julio o compite con su abanderada en la primera vuelta de noviembre.
Asistimos a un proceso de repolitización de una sociedad que había sido vaciada de deliberación plural por una compleja red de intereses que quiso hacer creer que las diferencias ideológicas se habían acabado
El riesgo de enfrentar divididos a la derecha en las urnas, tanto a nivel presidencial como parlamentario, augura una derrota en ambos frentes. Si la DC corre por su cuenta hasta noviembre, será inviable poder competir en una lista parlamentaria única de la coalición y eso significaría una pérdida significativa de la representación parlamentaria.
Todo indica que, no obstante, la DC no irá a primarias y que concurrirá con candidata propia a la primera vuelta electoral en noviembre. Eso significaría, lisa y llanamente, el fin de la Nueva Mayoría. Es decir, el fin de la coalición de gobierno que viene liderando el bloque neoliberal desde 1990. Una coalición que tiene serias dificultades para encontrar modos de generar legitimidad, algo fundamental en política. El clivaje democracia-dictadura al que acudieron por décadas para lograr apoyo popular, ya no cohesiona ni convence, menos después de veinticinco años en que tras ese discurso se erigió como resultado el hecho de que nuestro país se convirtiera en uno de los más desiguales del mundo.
Hoy, en este nuevo ciclo, la contradicción fundamental ya no es dictadura vs. democracia, es mercado vs. derechos sociales. Y frente a ese antagonismo, los viejos liderazgos de la transición política tienen poco que decir. Porque, además, y a su pesar, asistimos a un proceso de repolitización de una sociedad que había sido vaciada de deliberación plural por una compleja red de intereses que quiso hacer creer que las diferencias ideológicas se habían acabado y que la técnica podría reemplazar a la política.
En ese contexto, y luego décadas de esfuerzo, se ha logrado levantar una tercera alternativa política, rompiendo el bi-coalicionismo, forma tan propia de los regímenes neoliberales. El denominado Frente Amplio (FA), opción anti neoliberal, le salió por izquierda a la Nueva Mayoría. Por primera vez, desde 1990, cuando se recupera la democracia, se levanta una tercera fuerza y Chile comienza a estructurar su campo político en tres tercios.
Seguramente pensó también en el FA el ex presidente Lagos cuando, al anunciar su bajada, advirtió acerca del peligro de una dispersión estratégica. “No todos compartimos el mismo sentido de urgencia ante la amenaza de una dispersión estratégica de las fuerzas progresistas y una ola de restauración mercantilista y conservadora que puede durar muchos años”, dijo.
El FA cuenta actualmente con más entusiasmo y vigor juvenil que densidad política. Se encuentra en un proceso de incipiente acumulación de fuerza. Cuenta en este momento con dos diputados (aspira a sacar al menos 15 en noviembre), el alcalde de la segunda ciudad del país (Valparaíso), con la simpatía de los más importantes movimientos sociales que en marzo y abril han sacado a cientos de miles a las calles y con una pre-candidata presidencial, la periodista Beatriz Sánchez, que rápidamente comenzó a marcar en las encuestas, superando en pocas semanas a Ricardo Lagos.
Pero, como señalábamos, la densidad política del FA está en construcción, al igual que su debut electoral. Eso explica, tal vez, que Beatriz Sánchez, presionada por los medios, señalara que Cuba es una dictadura y apoyara públicamente una moción parlamentaria contra Nicolás Maduro.
Ante este cuadro, el candidato de la derecha, el multimillonario y ex presidente, Sebastián Piñera, mantiene a su sector ordenado y alineado. Nada le ha hecho mella, ni siquiera haber reconocido hace pocos días que, mientras fue presidente, mantuvo cuentas bancarias en paraísos fiscales. Este Piñera del 2017 no es el de hace siete años, uno que apuntaba al centro, hoy hace claros guiños al ala más pinochetista y depredadora de la derecha, y representa una pulsión restauradora y profundizadora de un modelo neoliberal radical. Eso mismo hace que, aunque lidere las encuestas, no crezca electoralmente.
Como podemos ver, este año 2017 estará lleno de acontecimientos, imprevistos muchos de ellos, que definirán ya no el cierre de una etapa, sino el modo en que se abrirá el nuevo ciclo político chileno, si por derecha o por izquierda.
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