Iñaki Gil De San Vicente: «No debemos cometer el error de subestimar el uso revolucionario que puede hacer el proletariado del parlamento»

La Memoria verdadera, no la falsificación mentirosa que quiere imponer la alianza entre centro-derecha y reformismo, es inaceptable porque despierta el fantasma de la lucha de clases y de liberación de las naciones oprimidas.

Por Angelo Nero

Entrevistamos a Iñaki Gil de San Vicente, profesor y pensador vasco marxista, conocido por su activismo y lucha social. Es autor de numerosos artículos en publicaciones como Egin, Gara ya otros medios de comunicación alternativos.

En la transición, la derecha española tenía tres expresiones políticas: Unión de Centro Democrático, Alianza Popular y Fuerza Nueva, que no dejaban de ser tres organizaciones herederas del franquismo. Ahora la derecha vuelve a estar fragmentada en tres bloques, que podrían tener cierta analogía con aquellos. ¿Sigue siendo esta derecha heredera del régimen anterior y por eso es tan beligerante con la Memoria Antifascista?

Antes de seguir, conviene precisar los tres niveles de reflexión que tenemos que simultanear en esta entrevista, sobre todo al analizar la «transición española» desde la experiencia de un pueblo oprimido, porque su interacción nos facilita comprender que existe un nacionalismo español básico que va con diversas intensidades y caretas desde Vox hasta grupúsculos de «izquierda». No sirve de nada intentar definir qué es la derecha y qué expresiones tiene sin hacer referencia a ese españolismo sustancial: el «gobierno más progresista», PSOE-UP, está sopesando ilegalizar ahora mismo o más adelante a Izquierda Castellana con excusas antidemocráticas, cuando en realidad se trata de que todo el nacionalismo español sabe que el castellanismo es uno de sus peores enemigos porque hunde uno de los pilares básicos de la «nación española».  

Por esto es necesario simultanear tres niveles de análisis: 1) en el nivel más superficial y visible, falsamente decisivo pero fetichizado por el centro-derecha y los reformismos, tenemos la Constitución del ’78 o si se quiere la democracia parlamentaria tal cual hoy es magnificada por la propaganda. 2) en el nivel intermedio y cada vez más visible para sectores críticos, existe el poder omnipotente de la monarquía católico-militar esencialmente antidemocrática, poder intocable por, para y desde la Constitución. Y 3) en el nivel profundo, decisivo por cuanto estructural pero invisibilizado, existe la dictadura del capital que teledirige los guiñoles de la monarquía y del parlamento; estos guiñoles tienen diversas autonomías más o menos relativas en determinadas cuestiones secundarias, pero jamás en las vitales para el capital, como iremos viendo.  

Sobre todo en lo relacionado con la extrema derecha y el fascismo, no debemos cometer el error de subestimar el uso revolucionario que puede hacer el proletariado del parlamento, del nivel 1, desechándolo total y ciegamente; pero tampoco debemos caer en el error contrario, el fetichismo parlamentarista, sobreestimando sus muy limitadas atribuciones. La forma más efectiva de no cometer esos dos peligrosos errores de frivolidad, es una pero doble: conocer el materialismo histórico y saber que la acción parlamentaria siempre tiene que estar al servicio de la lucha de clases.  

El «régimen anterior» era la forma de dominación adecuada a las necesidades del capital hasta que empezaron a agudizarse más allá de lo controlable las contradicciones que minan al Estado español desde el siglo el siglo XVI, por poner una fecha. Surgieron diferencias en el bloque de clases dominante en el «régimen anterior», incluida la Iglesia y el Ejército, porque este bloque tenía que enfrentarse a una crisis interna y externa de una magnitud hasta entonces desconocida, de manera que progresivamente y con muchas discusiones y, sobre todo, bajo la presión creciente de la lucha de las clases y naciones oprimidas, se fue imponiendo una facción que necesitaba que el nivel 3, el de la propiedad de las fuerzas productivas y el de la dictadura del capital, siguiera existiendo con cambios formales en el nivel 2, el de la monarquía franquista, y con la creación de un nivel 1, el de la «democracia».  

Los cambios introducidos a la monarquía franquista, nivel 2 arriba visto, consistieron en llamarla «monarquía constitucional» en vez de franquista, pero que en realidad siguió siendo católico-militar, capitalista y española, inconciliable con la democracia en cuanto «poder del pueblo» y tan corrupta como siempre. Para que esta trampa tuviera éxito había que crear de la nada el nivel 1, el más superficial, la Constitución del ’78, e imponerla con mentiras, promesas, corrupciones, represiones y miedo. Los sectores más reaccionarios se opusieron tenazmente incluso recurriendo al terrorismo y gracias a la genuflexión centrista y reformista lograron una cuádruple victoria cualitativa: que no se depurara la estructura franquista del Estado; que siguiera la monarquía católico-militar oficialmente llamada «constitucional»; que se aniquilara toda remota posibilidad de republicanismo; y que se reforzara la dictadura del capital y la «unidad española» bajo la forma de una «democracia parlamentaria» muy amputada y auto vigilada por ella misma, porque ella misma se declara defensora del capital y de la intocable monarquía católico-militar.  

Las tres derechas de entonces eran «herederas del franquismo», es cierto, pero es una verdad secundaria porque atañe sólo a la forma de la dominación del capital, ya que lo decisivo, la verdad primaria, era y sigue siendo que la inmensa mayoría de fuerzas sociopolíticas eran y son pilares del capital, como veremos. Las derechas franquistas sabían desde antes de 1978 que si cambiaban algunas cosas su poder básico no estaría en peligro, aunque sí tuvieran que ceder algunas de sus prebendas.   Solamente una muy enana parte de ella, la más fanática representada por Fuerza Nueva y grupúsculos afines, quería retroceder al franquismo puro y duro. UCD y AP, representantes mayoritario y minoritario de la burguesía más españolista, aceptaban las reformas constitucionales y el maquillaje de la monarquía a cambio del fortalecimiento del poder del capital.  

La virtualidad de utilizar la dialéctica entre los tres niveles –superficial, medio y raizal– vuelve a demostrarse en la desunión-unión de la actual derecha: está desunida en el nivel superficial, tiene diferencias en el mediano y está unida en lo esencial, en la raíz de la defensa a muerte de la propiedad privada. La desunión se muestra a diario y sobre todo en los momentos electorales cuando se despedazan ferozmente para comerse unas los votos de las otras; las diferencias en el nivel mediano, se muestran en sus acuerdos secretos o públicos para copar sillones siempre bajo la protección de la monarquía; y la unión incondicional se muestra en su defensa a muerte del capital y de la unidad española, que es lo mismo, e incluso en algunas insinuaciones indirectas de que atarían más en corto a la monarquía católico-militar para salvarse ellas.  

Por tanto, la fragmentación en tres bloques de la derecha actual es cierta, pero es relativa en función de la gravedad menor o mayor de los peligros que afronta en su conjunto o en sus fragmentos. Tanto en su unidad como en sus diferencias, siguen siendo abierta o solapadamente más que «herederas del franquismo»: son reservas de varias intensidades de franquismo sociológico y hasta político que pueden ser activadas por el grueso del bloque de clases dominante cuando la crisis del Estado sea irresoluble por el centrismo, el reformismo y las burguesías regionalistas y autonomistas.  

Debemos tener en cuenta que el franquismo se creó oficialmente en 1937 con el Decreto de Unificación de corrientes españolistas que de un modo u otro tenían una larga data, y que adquirieron más solidez con en el Manifiesto del Bloque Nacional de 1934, mucho más coherente que la demagogia de una Falange recién creada. Ello le dotó al franquismo de caretas varias que podía cambiar según sus necesidades, lo que unido al incondicional apoyo imperialista y del Vaticano, explica por qué apenas tuvo dificultades para transitar por varias fases en las que además de mostrar caretas varias también aplicó economías diferentes. No tenemos aquí espacio para exponerlas, pero el franquismo abiertamente nazi de grupúsculos de Vox es diferente a los llamados pro-yanquis, «desarrollistas», «aperturistas», etc. La derecha puede recurrir según sus necesidades a cada uno de estos «franquismos», pero nunca puede renunciar a él.  

Y por esto mismo el peligro mortal para el franquismo en su contenido esencial, además de en sus continentes formales, es precisamente el del antifascismo, el de la Memoria Histórica. Aquí la unidad de clase imperialista española y monárquica se impone sin compasión sobre las nimiedades egoístas que se auto fagocitan por sillones y votos que faciliten corrupciones múltiples. La Memoria verdadera, no la falsificación mentirosa que quiere imponer la alianza entre centro-derecha y reformismo, es inaceptable porque despierta el fantasma de la lucha de clases y de liberación de las naciones oprimidas no sólo desde de la I República de 1873, sino ahora mismo, cuando la derecha y el centro-reformismo legitiman a criminales fascistas como Millán-Astray, Melitón Manzanas,  Rosón en Lugo, etc., o a la Legión, paradigma del terror… o cuando justifican o no combaten la impunidad neonazi.  

Es comprensible la beligerancia de la derecha contra la Memoria y el antifascismo porque reabren las llagas supurantes de su largo régimen de terror público, porque descubren cómo el franquismo destruyó toda libertad e impuso una larga noche de dolor y miedo. Por esto mismo el antifascismo y la Memoria topan con el permanente boicoteo silencioso de la Iglesia, sin la cual jamás se hubiera derramado tanta sangre ni se  hubiera tardado tanto tiempo en empezar a recuperar huesos y trocitos de piel humana, bastante de ella de mujeres e infancia violada, torturada y fusilada: estamos ante uno de tantos crímenes de la historia cristiana, que llegaron al extremos de la compra y trata de recién nacidos de «familias rojas» para «educarlos en el amor a Dios y a España».  

Pero también hay que decir que, sin profundizar ahora en las pocas diferencias –que no oposiciones y menos aún contradicciones– entre antifascismo y Memoria, hay que decir que ambos sacan a la luz la naturaleza explotadora y opresora de la Constitución y de la monarquía católico-militar por lo que tampoco son impulsados por el centro-reformismo. Desde la Constitución sólo puede impulsarse una «memoria» parcial y abstracta, que refuerza la dominación del bloque de clases dominante, necesitado en ocultar que esa Constitución fue y es la tapadera de estructuras franquistas nunca depuradas. Con la Memoria, otro tanto, con la gravedad de que  el PSOE y el PCE abandonaron en el olvido oprobioso el genocidio fascista para no importunar a la derecha

La cuestión territorial ha servido de unión entre todo el espectro de la derecha, entendiendo esta desde Vox hasta una parte significativa del PSOE. ¿Sigue siendo la unidad de España el mantra que repite la derecha para ocultar las terribles desigualdades sociales que se dan en el estado?

La unidad del Estado español es un axioma y un apotegma para las fuerzas sociopolíticas y sindicales estatalistas porque su entera visión psicopolitica está determinada por el nacionalismo español, a excepción de una pequeña, honrosa y hasta heroica izquierda internacionalista. Podemos recurrir al símil del tronco españolista: las ramas más imperialistas de la derecha; las ramas constitucionalistas, autonomistas y hasta defensoras de un federalismo de papel estrujado, sin hablar de esa entelequia de «nación de naciones» formada por una «nación política integradora» y «naciones culturales periféricas»; y una ramita de «izquierda» que niega la existencia de naciones oprimidas y su derecho a la autodeterminación e independencia.  

El tronco nacionalista español se levanta sobre las raíces de la explotación de mujeres trabajadoras, clases explotadas y naciones oprimidas, sobre el exterminio y saqueo colonial e imperialista, sobre el nacional-catolicismo de la Iglesia y el poder intocable de la monarquía militar. Conforme se reforzaba la dictadura del capital –nivel 3– iban surgiendo ramas diversas de ese nacionalismo raizal funcionales a las necesidades de la facción dominante del bloque de clases dominante en cada fase. Otras facciones burguesas españolas y «periféricas» elaboraban sus nacionalismos o regionalismos fuertes en la medida de lo posible. El franquismo fracasó en el intento de imponer su imperialismo al resto, y la solución fue crear en la mitad de los ’70 los niveles 2 y 1, con lo que el bloque de clases dominante lograba ampliar la oferta de matices nacionalistas españoles, autonomistas y regionalistas en el mercado de la manipulación inconsciente de la estructura psíquica de masas alienadas. El marketing político-empresarial ducho en  ampliar la oferta de mercancías ideológicas ha cosechado un reciente éxito con la devaluación de independentismos de izquierda en soberanismos interclasistas.  

Ha sido necesaria esta explicación previa para saber que no sólo la derecha recurre al mantra de la unidad española para justificar los ataques a las clases trabajadoras, también lo hace la alianza gubernativa entre centro-derecha y reformismo: ahora, el «gobierno más progresista» mantiene desde verano de 2018 las duras medidas anti obreras de Zapatero y Rajoy, se niega a subir los salarios, mantiene la ley Mordaza, no persigue los desahucios, tolera los abusos empresariales, etc., con la excusa de que lo primero es recuperar la «economía nacional». En pos de lo cual hay que mantener la monarquía católico- militar, contemporizar con la Gran Banca y con esa enorme transnacional que es el Vaticano, sacrificar al Pueblo Saharaui, armar a dictaduras atroces como la saudí y ayudar a «democracias» criminales como la de Colombia, buscar el hundimiento de Venezuela y Cuba, plegarse a las crecientes exigencias político-militares de los EEUU, etc.  

Lo que diferencia en este asunto a la derecha del centro-reformista en el gobierno es que la primera lo dice con brutal sinceridad y lo impone allí donde tiene fuerza, mientras que la segunda lo hace con cinismo brutal para justificar que lo impone, sabiendo que cuenta con el apoyo de la burocracia sindical, del autonomismo burgués, del soberanismo interclasista y de la socialdemocracia internacional. Pero lo que debemos asumir es que tanto la derecha como el centro-reformista defienden lo que les exige la dictadura del capital con el consejo de la monarquía, escenificando «ásperos debates» en los parlamentos de turno y en el de Madrid.  

Vox es ahora la cara más visible de ese franquismo sociológico que, casi cincuenta años después de la muerte del dictador, sigue anclado en la política española, pero ¿no sigue también el franquismo infectando muchos estamentos de nuestro poder judicial, del ejército, de los medios de comunicación?

Vox es ahora la cara más visible del franquismo sociológico más estricto tal cual puede expresarlo esta corriente en la actual coyuntura. Es más estricto desde luego que el franquismo poliédrico del PP en las pasadas elecciones de Madrid, lo que le ha permitido canibalizar mucho voto de Vox y Cs., pero también algunos del nacionalismo españolista más puro del PSOE y hasta de franjas obreras. Si se habla «microfascismos», de las «múltiples caras del fascismo», etc., hay que hacer lo mismo con el franquismo. El franquismo sociológico no sólo «infecta» estamentos de la judicatura, ejército, prensa, etc., del bloque de clases dominante –que en absoluto son «nuestros» y menos aún de las naciones oprimidas–, sino que vertebraba la cosmovisión de estos aparatos del capital antes de que los administraran las y los jueces, militares, periodistas, etc., actuales.  

El franquismo, en cuanto sincretismo de las corrientes españolistas anteriores al Decreto de Unificación oficializado en Salamanca en 1937, creó el cemento ideológico que cohesionaba la estructura del Estado al servicio del capital, ideología expresada en el lema de «por el Imperio hacia Dios», que integraba en un único delirio imperial-católico los sueños de grandeza de la burguesía de un país en declive imparable. El funcionariado, los militares, y los fieles periodistas, etc., activos hasta casi finales del siglo XX se formaron desde la infancia en esas fantasías, excepto minorías admirables. Muchos de ellos esperaban ansiosos al menos un «golpe de timón» que asegurara si no la vuelta del franquismo al menos un orden autoritario que impidiera la «revancha roja». La victoria cuádruple obtenida al imponer la Constitución del ’78 les tranquilizó un poco, y a pesar del fracaso del Tejerazo suspiraron aliviados con el exquisito trato que el PSOE les daba, en comparación a los ataques antiobreros y a las represiones de los derechos de las naciones oprimidas.  

La «democracia» no depuró la estructura franquista con lo que, por endogamia, esta se reprodujo en su misma salsa autoritaria, disimulando su franquismo con el barniz constitucional. Otra vez hay que admirar los pequeños grupos democráticos que resistieron y resisten en la trituradora judicial y en otras burocracias, que fueron expulsados del ejército o arrinconados en los sótanos, que fueron rechazados por prensa, etc. Pero, sobre todo, fue y es la lógica de poder y de obediencia egoísta inserta en el sistema educativo, en el Estado, en la industria, en la educación y en la sociedad la que selecciona a su personal, aceptándolo o expulsándolo. Esta lógica fue reforzada por los gobiernos de derechas, y nunca cambiada radicalmente por los del centro-reformista. Ninguno, por ejemplo, ha hecho un esfuerzo sostenido para modernizar la burocracia judicial, que es una de las más atrasadas de la Unión Europea.  

Es así como se entiende la situación de pre colapso del aparato judicial y su servidumbre, la pobreza intelectual del sistema educativo público y privado, la impronta franquista del ejército, el poder político del periodismo, etc. No se trata por tanto de una «infección» desde el exterior, sino de que, por un lado y como veremos más extensamente luego, desde antes del Manifiesto de 1934 y de la Unificación de 1937, el imperialista español ya cimentaba el Estado como se demostró en la destrucción  atroz de la  II República, etc., basta leer la prensa española del último tercio del siglo XIX. Y por otro lado, en que ese franquismo sociológico y sus múltiples expresiones visibles e invisibles forman parte del interior de esas estructuras de poder estatal, para y extra-estatal, porque todas ellas están sujetas a la lógica ciega del capital y a las necesidades de mantener a cualquier precio su marco geoestratégico de producción/reproducción llamado “España”, o sea, al nivel 3, el decisivo, aunque en algunos problemas puedan sorprendernos con una apariencia de «democracia» en el nivel 1, importante en lo coyuntural pero de importancia menor a escala histórica.  

Hay varios libros, como el de Miguel Urbán, “La emergencia de Vox”, en el que se analiza la irrupción de la ultraderecha en nuestro panorama político, pero, aunque el diagnostico sea certero, nos ofrece pocas herramientas para combatirlo. ¿Qué armas tenemos para enfrentar un fenómeno como este, avalado por las élites económicas, por la prensa y por los jueces?

Lo primero que tenemos que hacer es superar el doble error de creer por un lado que la implantación del franquismo en los aparatos del Estado es sólo una «infección» exterior; y por otro lado reducir el franquismo a mera «realidad sociológica», lo cual es cierto en su forma abstracta por lo que es necesario concretarla en su realidad material. Por dos caminos diferentes, ambas interpretaciones nos llevan a una derrota estratégica porque no atacamos el problema en su raíz: el franquismo como expresión de la histórica crisis estructural del Estado español en cuanto verdadera «nación fallida» según los cánones euro burgueses.  

Una crisis mucho más grave y permanente que la que en los ’20 y ’30 sufrieron Alemania e Italia, por lo que no podemos limitarnos a copiar las lecciones antifascistas en estos y otros Estados por valiosas que sean, sino que debemos adaptarlas a las expresiones concretas que adquiere el franquismo tanto en su unidad estatal española como en las naciones que oprime dentro de él.  

Dicho muy brevemente, lo que ahora denominamos nacional-catolicismo es, como venimos insistiendo, una constante necesaria en la formación del capitalismo español, que se fue creando con las opresiones nacionales desde al menos el siglo XIII en la península antes y después de invadir otros continentes. Desde finales del siglo XV la Inquisición ayudó a fusionar la religión, la nación y la política con la identidad del Estado, proceso que no se dio así en ningún otro Estado europeo al menos con la fuerza y persistencia que tiene en el español, ni siquiera en Portugal e Italia y mucho menos en Alemania, por citar tres países que sufrieron el fascismo genérico.  

Las tensiones entre facciones de las clases dominantes empezaron a mostrar a comienzos del siglo XVI los límites insuperables que ya amenazaban al Estado español, y una facción, la vencedora a la larga, optó por apoyarse en una potencia extranjera, abriendo así la vía de buscar ayuda en el exterior para solucionar siquiera transitoriamente el verdadero problema: el «problema español». A raíz del quinto centenario del aplastamiento de la Revolución Comunera, un historiador nos ha recordado que desde entonces ninguna monarquía ha sido de directo origen ‘español’. Monarquías ‘extranjeras’; catolicismo universalista supeditado al Imperio; centralismo austracista; ultracentralismo borbónico; nacionalismo español en la Constitución de Cádiz de 1812; poder omnívoro de los capitales franceses, belgas, británicos, etc.; fugaz Casa de Saboya-Aosta; derrocamiento de la I República… 

Se fue creando así esa intransigencia de Cánovas que pese a ello, por ejemplo, después de invadir el territorio vasco y destruir el histórico Derecho Foral, tuvo que reconocer la necesidad de un acuerdo en 1878 con su burguesía porque la simple ocupación militar y la represión lingüístico-cultural no bastaban para «pacificar» a las y los vascos: los Conciertos Económicos. Tuvo que hacerlo porque el Estado no daba más de sí perdiendo los restos del Imperio y, como se vería al tiempo, siendo vergonzosamente humillado en Annual por las cabilas rifeñas en 1921. Mientras tanto la lucha de clases y las reivindicaciones de las naciones oprimidas añadían presión desde dentro al nacionalismo estatal.  

Es mucha la importancia de esta «cesión» táctica de Cánovas y el conjunto de crisis que se sincronizan desde ese momento,  para definir la lucha actual contra el franquismo porque, sin saberlo, Cánovas reactivaba el núcleo del problema histórico irresoluble: ni el centralismo austracista ni el hipercentralismo borbónico, ni el interregno saboyano, ni el autonomismo limitado de la II República, ni la dictadura franquista apoyada por el nazifascismo y luego el imperialismo occidental, ni el Estado de las Autonomías vigilado por la Casa Real, nada de esto ha podido construir la «nación española» según el canon euro burgués de Estado-nación. Al contrario, ha ido pudriendo el problema en la medida en que las contradicciones del capitalismo mundial agudizaban los abismos que hacen del Estado una «nación fallida».  

Aquí, en este fracaso permanente, radica la razón de la ferocidad de la rama franquista del tronco del nacionalismo español, también de la dureza contrainsurgente de la rama constitucionalista como se ha visto en la guerra sucia y el terror de Estado contra el independentismo vasco, o en las represiones contra otras naciones, o el racismo, o el ataque al castellanismo, etc. Hay que partir de esta realidad para poder elaborar primero la estrategia anfifascista y antifranquista, y después la lucha contra el nacionalismo centro-reformista porque las tres, a pesar de sus diferencias, sostienen a su modo los niveles 2 y 3, la monarquía católico-militar y la dictadura del capital, aunque el extremo franquista quiere acabar con el nivel 1, el del parlamentarismo.  

Partiendo de aquí podemos ya avanzar algunas ideas elementales sobre el antifranquismo tanto en las naciones oprimidas como en el Estado español y Europa.  

4.1.- La primera y fundamental es conocer nuestra historia como pueblo oprimido; su composición de clases, sus luchas y la influencia que en ellas ha tenido la alianza entre la burguesía autóctona y el Estado ocupante; la existencia de un franquismo autóctono y qué facciones y grados de fanatismo proestatalista tiene;  qué relaciones tiene con el estatal, cuál es su ideología, y qué relaciones de unidad de clase tiene con la burguesía autonomista o regionalista, es decir, qué intereses de clase les unen en la defensa de la dictadura del capital, aunque puedan tener discrepancias en los otros dos niveles. Además, debemos estudiar qué otras ramas del tronco nacionalista español existen y qué fuerza tienen, cómo justifican la represión de nuestros derechos nacionales y cómo se oponen directa o indirectamente a nuestra lengua y cultura, etc.  

4.2.- Esta es la base para, sobre ella, avanzar en una política de frente único antifascista que tenga al menos dos niveles: el decisivo y rector, buscar la unidad antifascista y de liberación nacional de clase de todas las capas sociales que componen el pueblo trabajador y su centralidad proletaria; y el segundo y secundario, supeditado al primero, cuando sea necesario buscar acuerdos tácticos antifascistas con otras fuerzas democráticas y progresistas. La estrategia hacia la independencia socialista debe dirigir la práctica del frente único en el nivel decisivo de la defensa de los derechos y necesidades elementales, de la Memoria y de la cultura y lengua propia, etc., incluida la urgencia de un Estado obrero propio; mientras que en el nivel de los acuerdos tácticos con fuerzas reformistas estas reivindicaciones deben ser presentadas de una forma más general.  

4.3. A la hora de combatir al franquismo debemos explicar con ejemplos la interacción de los tres niveles con los que hemos empezado, en las convocatorias de masas, en las charlas y debates, etc., porque un peligro invisible pero efectivo de la demagogia franquista «blanda» y en menor medida de la «dura» es que en la mayoría de las situaciones pretende disimular o hasta negar su ideología fascista. Muchos sectores reformistas tienden a creer que lo que llamamos franquismo «blando» es simple «derecha democrática», lo mismo que cree que el actual gobierno PSOE-UP es el «más progresista de la historia». De este modo, lo decisivo, la dictadura del capital queda impune, y apenas se denuncia el papel contrarrevolucionario de la monarquía católico-militar. Como efecto de ello, se mantienen las negras y tormentosas nubes ideológicas del españolismo.  

4.4.- Dado que una de las lecciones históricas más repetidas confirma que la mejor forma de derrotar al fascismo en general antes de que coja más fuerza, es la movilización de masas en base a un frente único que mantenga la ofensiva estratégica. Y dado que estas mismas lecciones muestran cómo el reformismo es contrario a esta lucha conjunta, se hace imprescindible avanzar en la unidad de base antifascista en todos los lugares en donde las bases de los partidos reformistas están molestas por la pasividad de su dirección. La experiencia muestra que las bases de los partidos reformistas tienden a desbordar a sus direcciones en la lucha antifascista, pero tienen dificultades psicopolíticas para romper con ellas si no existe una izquierda revolucionaria fuerte y decidida, y una flexible, amplia y radical unidad de masas antifascista. Por tanto, hay que crear las dos condiciones.  

4.5.- Es prioritario anular la contaminación ideológica pequeño burguesa y de clases medias arruinadas en el proletariado, porque no sólo son incapaces de elaborar una estrategia antifascista sino porque oscilan hacia el fascismo cuando ven la pasividad reformista, la debilidad revolucionaria y el desconcierto obrero y popular. Esta lección histórica confirma la necesidad del combate teórico y sociopolítico con la ideología pequeño-burguesa, realizado siempre con la pedagogía del ejemplo práctico y con la claridad de la concepción estratégica, que siempre debe estar presente.  

4.6.- Las fuerzas más eficaces contra el fascismo genérico son el proletariado en cuanto tal y el migrante en concreto, las naciones obreras oprimidas, las mujeres trabajadoras, la juventud trabajadora y estudiantil, las organizaciones y sindicatos, la intelectualidad y el profesorado crítico incluido los trabajadores de la ciencia, la prensa democrática y un parlamento progresista decidido a parar el avance fascista… Tanto el frente único con su fuerza de masas proletarias como con su secundaria capacidad de acuerdos tácticos con el reformismo han de militar sistemáticamente dentro de estos colectivos, en el interior de su vida colectiva, ayudando a organizar movilizaciones antifascistas que además prefiguren en el presente conquistas socialistas futuras.  

4.7.- Por no extendernos, un decisivo universo de lucha antifascista es el relacionado con las libertades y derechos concretos, las sexo-afectivas, los derechos sexuales, el anti patriarcado, la ética marxista o simplemente libertaria, la lucha contra el fetichismo en cualquiera de sus expresiones, etc. También la divulgación del ateísmo comunista, la denuncia de la irracionalidad, la necesidad de movilizarse contra el poder del Estado Vaticano, aliado básico del español, al que ayuda en la dominación de las naciones que oprime. La izquierda revolucionaria y el antifascismo en general sufren aquí una de sus grandes debilidades que no hace sino reforzar la irracionalidad, el miedo y el autoritarismo inherente a la estructura psíquica alienada.  

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