El mal estado de los servicios públicos, evidenciado por la privatización del 112 y la alarmante escasez de personal, refleja un desprecio por la vida humana en favor de la lógica capitalista.
Por Isabel Ginés | 6/11/2024
Cronología de la riada en Valencia
06:42 a.m.
La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) emite un aviso naranja por fuertes lluvias en varias zonas de la provincia de Valencia. Aproximadamente una hora después, a las 07:37, el aviso sube a nivel rojo en el interior norte de la provincia, donde la DANA ya descargaba con fuerza.
09:48 a.m.
Se emite un aviso rojo para todo el litoral de Valencia. Doce minutos más tarde, Emergencias de la Generalitat lanza otra alerta de nivel rojo.
11:30 a.m.
El barranco de Chiva se desborda, y sus aguas se mezclan con otras ramblas y barrancos en el barranco del Poyo, también conocido como el barranco de Torrent.
12:20 p.m.
El Centro de Coordinación de Emergencias emite una alerta hidrológica para todos los municipios del barranco del Poyo, en base a la información de la Confederación Hidrográfica del Júcar. Se recomienda a los residentes mantenerse alejados del agua.
1:00 p.m.
El presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, informa que lo peor ha pasado y que la intensidad de la DANA disminuirá en las próximas horas. Sin embargo, los efectos de las precipitaciones en las zonas altas de los cauces aún estaban por manifestarse.
6:30 p.m.
El barranco del Poyo se desborda e inunda los municipios de Torrent, Picanya, Paiporta, Benetússer, Sedaví, Massanassa y Catarroja, causando la mayoría de las víctimas y dañando puentes y otras infraestructuras.
8:12 p.m.
Miles de personas se encuentran con el agua al cuello cuando la Generalitat emite una alerta masiva por SMS pidiendo a la población de la provincia de Valencia que evite salir de sus casas y que no se desplace.
El evento ocurre tras días sin lluvias en localidades como Valencia y Torrent, lo que había dificultado prever el impacto de las precipitaciones en áreas como Chiva. La intensidad del fenómeno, atribuida al cambio climático, junto con el estado seco y sucio del barranco, hizo que el agua descendiera rápidamente cargada de sedimentos y restos, agravando el riesgo de desbordamiento y los daños posteriores.
El pueblo de Albal
Ayer tomé el autobús hacia la Rambleta y, desde allí, caminé por la CV-30 hasta el pueblo de Albal. Necesitaba estar cerca y poder abrazar a mi amiga Rosa. La casa de Rosa fue una de las muchas afectadas: el barro cubrió toda la planta baja. Sus recuerdos, sus muebles, una vida entera quedó atrapada en el lodo. Afortunadamente, ella, su madre y su tía están bien; se refugiaron en el segundo piso, desde donde veían cómo el agua subía rápidamente, rezando para que no alcanzara los pisos superiores.
La situación en Albal es devastadora. El pueblo sufrió daños importantes y, con recursos limitados, la comunidad ha tenido que organizarse para limpiar sus casas y calles. Los vecinos han estado trabajando juntos, sacando materiales destruidos de los negocios y hogares. Las aceras y calzadas están llenas de muebles, ropa y pertenencias arruinadas por el agua y el fango.
Las escenas son desgarradoras: vecinos con palas, escobas y fregonas luchan contra el barro que se acumula en cada rincón. Algunas calles están anegadas de fango y bajos atrapados por las aguas. La biblioteca, un centro de cultura y encuentro en Albal, también ha sufrido daños graves. La gente trabaja sacando libros empapados y, en su mayoría, inservibles. Todo se ha perdido.
Las colas para conseguir agua potable y alimentos son largas. Muchos coches están destrozados, y las calles, cubiertas de fango, son difíciles de transitar. Los garajes permanecen inundados y todavía queda mucho por limpiar y reparar.
Ver la magnitud de esta destrucción encoge el corazón.
Catarroja
A solo 15 minutos caminando desde Albal, llegar a Catarroja es enfrentar una mezcla de dolor, impotencia y rabia que inunda a todos los que van a ayudar. Es imposible no pensar en cómo esta tragedia podría haberse evitado, cómo la destrucción que ahora lo cubre todo tal vez pudo ser distinta.
Catarroja está ahogada en fango y agua. Vecinos y voluntarios trabajan sin descanso, pero es evidente que se necesitan manos profesionales y maquinaria pesada para despejar las calles. Caminar es casi imposible; cada esquina está repleta de muebles inservibles y pertenencias que hasta hace poco formaban parte de hogares y negocios. Es la vida de toda una comunidad, destrozada. Muchos han perdido todo o casi todo; negocios levantados con esfuerzo han sido arrasados, y algunas familias lloran la pérdida de seres queridos. La rabia es palpable.
Al fin llegué a ver a Natalia, mi amiga, y el abrazo nos dio un poco de paz en medio del caos. Verla bien fue un alivio, pero verla sacando agua, luchando y resistiendo me impactó. Natalia, una de las personas más fuertes y queridas que he conocido, se niega a dejarse vencer. Su pueblo está herido, pero ella sigue de pie, ayudando, limpiando el fango y sin perder la esperanza. Su fortaleza es una lección y su pueblo el ejemplo de cooperación y trabajo duro. Ha sido tan duro lo que han pasado y aquí nadie se hace responsable.
A pesar de todo, sigue habiendo esperanza. Muchas calles ya empiezan a limpiarse y pueden ser transitadas, aunque otras permanecen sumidas en el barro. Esa dualidad –ver partes del pueblo que empiezan a recuperarse y otras que siguen en ruinas– deja un sabor agridulce.
El dolor en Catarroja permanecerá por años. Calles aún intransitables, vecinos exhaustos, voluntarios y profesionales ayudando en lo que pueden, edificios agrietados, locales destrozados, muebles amontonados y vidas rotas en las aceras. Coches destrozados, palmeras arrancadas, contenedores reventados, señales caídas… todo es caos.
La reconstrucción será larga y difícil, pero estar al lado de quienes han perdido tanto es lo único que ahora importa.
Historias en Catarroja: Conchi y Lola
Durante el tiempo que pasé en Catarroja, conocí a Conchi y a Lola, dos vecinas que enfrentan con fortaleza, porque no queda otra, la tragedia que ha marcado su pueblo. Conchi, viuda y sola, nos pidió ayuda para limpiar el barro de su patio, tarea que para ella sola era complicado. La inundación había cubierto su patio de fango.
Conchi ya había vivido la anterior riada en la región, y nos explicó con calma pero con pesar que esta vez fue distinta. “Hay varios fallos,” decía, “no se avisó a tiempo, la gente hacía vida normal cuando debieron advertirnos.” Recordó que en la riada pasada el agua no llegó a subir tanto ni parecía tan destructiva. “No tenía tanta malicia, no tenía tanta fuerza,” afirmó, señalando cómo esta vez el agua arrasó con todo a su paso. Nos señala la señal hasta donde llegaba el agua, a mi me cubriría porque la marca me pasa dos palmos, imaginar la gente que estaba haciendo vida normal…
Pese a sus pérdidas y al caos, Conchi no dudó en proteger a quienes pudo. En medio de la crecida, abrió su casa a tres jóvenes, los ubicó con ella en el piso de arriba y les salvó la vida. Cuando se le agradeció, quitó importancia a su gesto: “Es mi deber”, dijo con humildad. No solo eso; también, al ver a otro joven atrapado en el techo de su coche por la subida del agua, le gritó para que saltara y se refugiara con ellos. Al principio, él dudó, temiendo por su coche, pero pronto entendió la gravedad de la situación. Cuando el agua alcanzó el balcón de Conchi, el joven logró saltar y ponerse a salvo en su casa. Minutos después, su coche fue arrastrado por la corriente.
Por su parte, Lola vivió otro tipo de angustia. Nos contó que vio a dos jóvenes en un contenedor que fue arrastrado por la fuerza del agua, y que hasta hoy no sabe qué fue de ellos. “Nos avisaron tarde, muy tarde,” recuerda. “Cuando llegó el aviso, el agua ya medía casi dos metros, cubriendo a mucha gente hasta el cuello. Y en nada ya cubría a la gente entera”. El agua llegó de forma violenta, inundando cada rincón del pueblo y dejando pocos lugares intactos.
La comunidad ha sido golpeada profundamente. “Si no fuera por vosotros, los voluntarios, no tendríamos ni cómo limpiar ni cómo conseguir comida,” expresó Lola. Las pérdidas materiales son incalculables, pero el espíritu de solidaridad entre vecinos y voluntarios les permite sobrellevar esta situación “horrible,” como lo describe Lola, y seguir adelante.
Massanassa: un pueblo desbordado y con mínima ayuda
Más tarde llegué a Massanassa, y la situación allí me impactó otra vez, es ir de pueblo en pueblo y desolador, es tan doloroso. Los vecinos salvándose unos al otro, fuerza y cooperación. Son un ejemplo. Los han dejado vendidos. En comparación con otras zonas afectadas, aquí la ayuda profesional y los efectivos son prácticamente inexistentes. Son los propios vecinos y voluntarios quienes, en su mayoría, enfrentan el trabajo duro de limpiar y recuperar lo que pueden. Hay tractores y maquinaria traída por la gente del pueblo y localidades cercanas, e incluso la policía local colabora. Sin embargo, no es suficiente.
Las calles están inundadas y el barro dificulta cada paso. Caminar aquí es un reto el doble de arduo; el fango cubre todo, haciendo que moverse sea casi imposible. Los negocios están completamente destruidos, y el agua sucia recorre las calles, impregnándolo todo. Al ver este panorama, era imposible no sentir una mezcla de tristeza e impotencia, pensando en el dolor de quienes ven cómo su pueblo ha sido arrasado y se encuentran prácticamente abandonados.
Los pocos tractores que han llegado provienen de Sueca, conducidos por personas que, aunque no tienen equipos profesionales, han venido a ayudar con lo que tienen. Estas personas, con recursos limitados, se niegan a dejar tirados a los suyos, y su apoyo es vital en este momento crítico. Sin embargo, el esfuerzo de estos voluntarios apenas cubre la magnitud del desastre.
Massanassa necesita urgentemente más ayuda. Las calles son intransitables, llenas de muebles, recuerdos y pertenencias que no pudieron salvarse. Hay socavones en el asfalto, coches destruidos, el mobiliario urbano roto o desaparecido… El paisaje es desolador.
Esta tragedia ha dejado a Massanassa con una profunda herida, y su recuperación requerirá mucho más que lo que tienen actualmente. La comunidad ha demostrado una fuerza y solidaridad inmensas, pero la realidad es que necesitan ayuda, y la necesitan ya.
Alfafar: una ciudad arrasada por la tragedia
De todas las localidades afectadas por la inundación, Alfafar es la más devastada que he visto. La ciudad parece rota, con daños a cada paso. Aquí trabajan policías, bomberos, militares y equipos de emergencia de varias partes, incluyendo la Ertzaintza y brigadas forestales de Cuenca, junto con voluntarios incansables. A pesar del esfuerzo y de la presencia de estos equipos, la cantidad de trabajo que queda es inmensa.
Pasar por los edificios es doloroso. Muchos bajos habitados por familias han quedado completamente destruidos: las ventanas y puertas se las llevó el agua y el interior está vacío. Cuando digo vacío, es literal. No han podido salvar nada; toda su vida está en la calle, en montones de pertenencias destrozadas que nadie ha recogido aún. En una ciudad donde muchos también han perdido sus coches y negocios, el nivel de destrucción es abrumador.
Conocí a Vicente, uno de los vecinos que ha perdido prácticamente todo. “Mi coche está encima de otro, reventado; mi casa solo tiene fango. No hemos salvado nada de nada y nos refugiamos en la casa del vecino de arriba… si no…,” me cuenta, sin poder seguir, entre lágrimas. La tragedia es absoluta para quienes, como Vicente, han perdido tanto.
Hay personas que aún no han podido salir de sus casas. Están atrapadas por coches apilados en los portales, por el agua, o porque tienen movilidad reducida y no han podido ser evacuadas a tiempo. Imaginar lo que estas personas han pasado es sobrecogedor.
En las calles me cruzo con más equipos de ayuda: militares sacando muebles de las casas, forestales y bomberos de diferentes localidades que hacen lo que pueden en una ciudad visiblemente rota. En un aparcamiento, veo coches en condiciones inimaginables: ni uno se ha salvado. Están destrozados, apilados unos sobre otros, estampados contra árboles o paredes, cubiertos de barro y lodo.
Los comercios no han quedado en mejor estado. Pasamos frente a locales con puertas arrancadas y material totalmente perdido. Un bar está cubierto de fango; sus puertas de madera fueron arrancadas por la fuerza del agua, y el interior es irreconocible. Así se ve toda Alfafar: un paisaje de destrozos y pérdidas, donde cada calle y cada esquina narran una tragedia.
Aquí, la gente necesita todo el apoyo posible para poder levantarse nuevamente.
Benetússer: otro pueblo devastado y sumido en el caos
Finalmente, llegamos a Benetússer, y la imagen era tristemente similar a las demás localidades afectadas. Las calles están llenas de coches destrozados, apilados unos sobre otros, y de señales de tráfico, contenedores, árboles y bancos arrancados por la fuerza del agua. Por todas partes hay agua sucia y barro que dificulta cada paso.
Vecinos, voluntarios y equipos profesionales se esfuerzan incansablemente en las labores de limpieza y rescate. Muchos están achicando agua de los garajes, mientras otros se ven obligados a tirar pertenencias llenas de barro. En cada esquina, se ven fragmentos de vida cotidiana destrozada: negocios con puertas y ventanas rotas, cristales por el suelo, y artículos que antes formaban parte de la vida de los vecinos—fotocopiadoras, ropa, y frutas esparcidas en la calle.
Las zonas más alejadas del centro aún tienen grandes acumulaciones de agua y accesos complicados, lo que hace que la ayuda no llegue con la rapidez necesaria. La magnitud de los daños, sumada a la dificultad de acceso, refleja un panorama caótico. Benetússer, al igual que sus pueblos vecinos, es un lugar herido que enfrenta un largo camino hacia la recuperación.
Conclusión
La catástrofe de la DANA ha revelado de manera descarnada las profundas carencias en la gestión de emergencias y la desconexión entre las autoridades locales y la realidad de los ciudadanos. A pesar de que la AEMET emitió alertas casi una semana antes sobre la llegada de fuertes lluvias, los avisos a la población llegaron de manera tardía, justo antes de que comenzara el desastre. Las alertas sobre el riesgo de inundaciones en las zonas más vulnerables se hicieron esperar, y la primera notificación sobre riadas no se produjo hasta el mismo día de la tormenta, cuando muchas personas ya estaban en peligro. Les llego cuando el agua les llegaba por el cuello, el agua les arrastraba a o luchaban por ponerse a salvo ellos y los suyos.
Este retraso en la comunicación dejó a la población desinformada y desprotegida, llevando a muchos a enfrentar situaciones críticas sin la debida advertencia.
La imagen del presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, llegando tarde a la reunión de emergencia y el hecho de que eligió a un experto en festejos taurinos como director de emergencias el mismo día de la DANA son símbolos claros de un liderazgo fallido. Esta elección, junto con la desmantelación de la Unidad Valenciana de Emergencias (UVE), que había sido creada por el anterior gobierno para garantizar una respuesta rápida y eficaz ante situaciones críticas, pone en evidencia una grave falta de compromiso con la seguridad de la ciudadanía.
Y todo por el responsable: Mazón. Si Mazón posee un mínimo de decencia y dignidad, debe presentar su renuncia. No puede seguir aferrándose a su sillón y a un poder que ya no le pertenece, mientras la gente a la que ha abandonado clama por justicia. Debe ser humano y dar un paso al costado. Cada vida perdida será una carga perpetua en su conciencia, una sombra que lo acompañará en su camino. La historia lo juzgará por su incapacidad de actuar con responsabilidad y compasión.
El mal estado de los servicios públicos, evidenciado por la privatización del 112 y la alarmante escasez de personal —solo 20 trabajadores para atender emergencias en un momento de crisis—, refleja un desprecio por la vida humana en favor de la lógica capitalista. Los intereses económicos parecen haber primado sobre la necesidad de proteger a la población, y esta tragedia no es más que un resultado de esa negligencia institucional.
Las consecuencias han sido devastadoras. Las muertes y desapariciones son un doloroso recordatorio de la fragilidad de nuestras vidas ante un sistema que falla en su deber de cuidar a los ciudadanos. La rabia y el sufrimiento que sentimos son innegables, y muchos aún buscan a sus seres queridos, sumidos en una angustia que no cesa. Este desastre no solo ha dejado huellas en el paisaje físico, sino que ha creado una herida profunda en el tejido social.
En este contexto, es imperativo recordar que la tragedia de la DANA no es un evento aislado, sino un símbolo de un problema más amplio: la falta de preparación y compromiso con la realidad del cambio climático y sus consecuencias. La necesidad de un cambio es urgente; la respuesta de las autoridades debe ir más allá de la política y convertirse en un compromiso real con la protección de la vida humana.
El dolor y la rabia que nos inundan deben transformarse en una llamada a la acción. Las víctimas de la DANA son un recordatorio de que nuestras instituciones deben ser reestructuradas para priorizar la seguridad y el bienestar de la población. La gente necesita ayuda, y no podemos permitir que el desinterés y la ineficacia continúen marcando el rumbo de nuestra sociedad. Debemos unirnos, exigir responsabilidad y garantizar que nunca más se repita una tragedia como esta. Es un momento para la solidaridad, para la acción colectiva y para la búsqueda de un futuro donde cada vida cuente y cada ciudadano sea protegido. La tragedia de la DANA debe ser un punto de inflexión en nuestra lucha por un sistema más justo y humano.
Realista. No hay palabras para narrar lo ocurrido e Isabel ha encontrado la manera de hacerlo.