Idiocracia

Por Daniel Seijo

“La cultura de la modernidad líquida ya no tiene un populacho que ilustrar y ennoblecer, sino clientes que seducir.”

Colas en McAuto, Zara, colas también el metro, para trabajar como jóvenes y modernos esclavos hechos a sí mismos o para seguir consumiendo, con sumo gusto, con escasa conciencia social. Todo, mientras los muertos descansan en paz y las víctimas continúan llegando en un incesante y macabro cómputo a las manos de unos sanitarios que se muestran ya incapaces de asimilar el dolor y el miedo, al tiempo que en primera línea hospitalaria sufren en sus cuerpos los efectos de una guerra que ahora son conscientes de enfrentar solos, pese al cinismo de los aplausos en los balcones como ritual de lavado de imagen social en redes y las falsas apariencia que esconden las verdaderas motivaciones de esta sociedad de consumo.

Esa es nuestra sociedad, nuestra realidad. Un enorme Bar Jota, en el que los parroquianos momentáneamente se escandalizan por las imágenes de un paciente desconocido siendo entubado en el salón de su casa o por la prolongada línea de féretros sobre la morgue habilitada en el Palacio de Hielo de Hortaleza, pero en la que en seguida una caña, las bravas y las noticias de Marca nos hacen pensar en otra cosa, ¿acaso esos muertos se diferencian en gran medida de lo de Siria, el Mediterráneo o la última de Hollywood? ¿Acaso no es cierto que en junio comienza la Liga?

Y si eso es así, será que las cosas no están tan mal. Será que Pepe, Paco, Juan o mi vecino del segundo en algo se habrán equivocado para estar con el agua al cuello y si los desahucian, si tienen que cerrar su negocio o si en el informativo de las cinco todo el barrio los ve en la cola para el banco de alimentos… Eso son cosas que se solucionan en casa de uno. Y yo ya decía que no era de recibo cambiar el coche, comprar ese ordenador nuevo a su hijo o irse de vacaciones a Mallorca. Joder, que no estamos para esas cosas, no está el cuento para «lujos» y por mucho que nos vendiesen que teníamos que buscar a Curro, por mucho Plan Renove o por mucha era de la información que valga, un currela es un currela. Y en realidad no sabemos muy bien que coño significa eso, pero hace tiempo que el silbido de las fábricas o el astillero dejo de sonar y en los pactos con la patronal, en las calles sin barricadas y en la institucionalización sindical perdimos algo más que nuestros empleos y nuestro coraje. Quizás, perdimos también la capacidad de pertenecer a algo, nuestra clase social, nuestra confianza en que si uno cae, nunca faltará la mano del compañero que pronto lo levante. Aunque los golpes arrecien, aunque la victoria nunca parezca cercana. Pero eso ya se ha ido, nos lo robaron. Quizás, también lo entregamos.

¿Puede ser que el virus estuviese ya ahí entonces? 

Hoy el individuo es el eje de nuestras vidas. El deseo individual, nuestra capacidad de reinventarnos continuamente hasta perder la noción de nuestra propia identidad, nuestra pertenencia. Pero por muchas que sean las opciones, siempre terminamos siendo copias de un modelo fracasado, víctimas de un sistema. Salimos ahí fuera prestos  a consumir, a reinventarnos, casi como si nos fuese la vida en ello… Jugándonos realmente la vida en ello. Realmente, no os puedo culpar por vuestros egoístas comportamientos, no puedo señalarlos sin sentir pena y lástima. Lástima por un mundo enfermo, por una sociedad enferma. En muchos casos, por un proletariado enfermo, incapaz de ver en sus actos los claros síntomas de quienes tras dos meses de confinamiento, añoran en mayor medida el frío tacto del metal o el plástico al cambiar de manos que la sensación de sentirse realmente libres, dueños de su propio destino.

No os equivoquéis, con ello no exonero vuestros actos. No puedo hacerlo cuando con vuestro egoísta e irresponsable comportamiento pone en riesgo la vida de muchos inocentes. No puedo compadecerme de un mundo y una sociedad enferma de puro egoísmo, no puedo, ni debo. No pienso sucumbir a la verdadera policía de balcón, esa que en redes o en sus apariciones públicas, simula ser un ser racional, un ciudadano, un compañero, pero que en su día a día, no es sino otro falso hipócrita de mierda, un consumidor egoísta, un irresponsable, una rata capaz de poner en riesgo su vida y la de los suyos por una cerveza en el bar, un rayo de sol en con el que mejorar su moreno o una hora de cardio sin respetar las distancias. Con todo ello, con cada gesto de consumo desmedido de mercancías, ocio o ego desmedido, están ustedes poniendo en riesgo vidas. Puede que estén ustedes condenando a muerte a individuos que nada tienen que ver con vuestra enfermedad incurable… Pero en una cosa tienen ustedes razón, ¿acaso eso no lo han sabido siempre?

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