Identidad y cultura minera, más que una profesión

Las relaciones obrero-patronales conflictivas y la cultura de movilización de estos obreros los ha colocado a la vanguardia del movimiento obrero en España durante el siglo XX.

Por Alejandro Martínez

Hoy, 4 de diciembre, se celebra Santa Bárbara en un contexto en el que la patrona de los mineros no tiene a quien guardar, por lo menos en la minería del carbón español, con la única excepción del Pozo Nicolasa en Mieres.

La historia reciente de El Bierzo, Laciana, la montaña leonesa y palentina, Asturias o Teruel está indisolublemente ligada a la de la minería del carbón. Y, aunque resulte obvio decirlo, a sus mineros. Esos hombres y mujeres, que han extraído el mineral desde el fondo de la tierra, lo han lavado y han preparado las condiciones para que el complejo industrial funcione en todas sus variables. Alrededor de la mina se creó un complejo sistema de relaciones sociales y culturales que fueron configurando lo que definimos cómo identidad y cultura minera, tan marcada en los pueblos de estas comarcas.

Las relaciones obrero-patronales conflictivas y la cultura de movilización de estos obreros los ha colocado a la vanguardia del movimiento obrero en España durante el siglo XX. La minería generó unas relaciones de amor-odio hacia la profesión que  condiciona las solidaridades de clase y crea una identidad minera que traspasa lo laboral, identificando a toda la comunidad. El monocultivo del carbón y la dependencia del mineral reforzaron este vínculo.

En las cuencas mineras el movimiento obrero y sindical ha sobrepasado lo laboral. Las luchas, huelgas y movilizaciones han creando una cultura obrera, un imaginario en el que conciencia de clase e identidad laboral se van entrelazando.

Las relaciones sociales, desde el ocio y la fiesta, a la organización y la solidaridad, son vividas de forma intensa, como expresión del contacto cercano con la muerte.

El peso de la historia y la tradición de lucha jugarán un papel que llegará hasta los acontecimientos más recientes. Así, en la huelga minera de 2012 pudimos ver a mineros de El Bierzo y Laciana con camisetas y pegatinas que reivindicaban futuro para el sector con la imagen del dinamitero de la revolución de octubre de 1934 o justificar determinados comportamientos en favor de la misma en los esfuerzos de padres y abuelos. También en Asturias se defendían barricadas con escudos pintados con las siglas UHP, Uníos Hermanos Proletarios.

Saliéndose de la esfera laboral, la minería lo impregna todo, llegando al turismo, la cultura, el urbanismo, el deporte o la hostelería.

En los pueblos mineros de El Bierzo y Laciana, desde donde escribimos, podemos encontrar peñas, cofradías, asociaciones; concursos de pintura, de relatos, de entibadores o de maquetas escolares; escudos de fútbol o de ayuntamientos; nombres de grupos de rock o de gaitas; eventos deportivos cómo carreras de bicicletas, marchas, scape rooms, rutas o torneos de futbol; teatros, exposiciones, libros, poemas, canciones populares, documentales, fiestas, museos, murales; nombres de calles, monumentos, poblados o edificios; cervezas, pinchos o “Jornadas de Tapas”; promociones y proyectos turísticos de minas en vivo, museos, Bienes de Interés Cultural, fundaciones, trenes reales o maquetas infantiles y belenes. Un sinfín de elementos culturales y sociales con el epíteto, imágenes o temática minera que, por otro lado, se reproduce en todas las cuencas mineras españolas. Un repertorio inabarcable en ámbitos tan diversos que irían desde congresos de estudio a pegatinas para los coches.

Incluso tras el fin de la minería se ha vivido cierta efervescencia en la recuperación o adaptación de estos símbolos colectivos. Diversos pueblos han impulsado o recuperado los festejos de Santa Bárbara en los últimos años. Un ejercicio de autoafirmación como comunidad en el que el elemento religioso queda diluido en una demostración de orgullo profesional y reivindicación colectiva ante un presente y un futuro inciertos.

No existe sector laboral en España que haya impregnado tanto el mundo de la música, la literatura, la pintura o el cine. Artes que han tratado de representar el sector de la minería con mayor o menor acierto.

La cultura e identidad minera como desbordamiento hacia el pueblo, de la profesión a la comunidad, es especialmente visible y reconocible en el caso de la música. Las canciones de mina son denuncias sociales o cantos al conflicto social. Apelan a la familia (madres o esposas) que sufren, a la dureza del trabajo, a las herramientas, a las luchas y huelgas, a los accidentes o enfermedades laborales y en general son canciones de oficio. Contribuyendo así a crear un orgullo profesional, que se reproducen en una cultura minera con la que se sienten fácilmente identificados los y las habitantes de las mismas o incluso de reconocimiento de trabajadores de otras zonas. Nuevamente esto surge y refuerza la subjetividad y la interrelación entre identidad, conciencia de clase y orgullo de profesión, que refuerzan el sentimiento de pertenecía a esa “familia minera”.

Una familia que llora y pide a su patrona, que añora tiempos mejores, pero que aun sin minas, sigue sintiéndose minera, pues es nuestra forma de estar en el mundo.

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