Ibrahim al-Hamdi: el oficial asesinado por Riad y la CIA que quiso transformar Yemen

La visión de al-Hamdi era ambiciosa: transformar un Yemen fragmentado por lealtades tribales y dependiente de la ayuda saudí en una nación moderna y autosuficiente.

Por Joan Balfegó | 12/10/2025

En la historia turbulenta de Yemen, pocos nombres evocan tanto esperanza como tragedia como el de Ibrahim al-Hamdi. Este oficial militar yemení, que ascendió al poder en medio de un golpe incruento en 1974, se convirtió en un símbolo de modernización y unidad nacional.

Durante sus tres años al frente de la República Árabe del Yemen (Yemen del Norte), al-Hamdi impulsó una transformación social profunda, desafiando las estructuras tribales arraigadas, la corrupción endémica y la dependencia externa.

Sus esfuerzos por un Yemen soberano e igualitario lo convirtieron en un héroe para muchos, pero también en un objetivo para fuerzas conservadoras como Estados Unidos y potencias regionales como Arabia Saudí. Su asesinato en 1977, organizado y ejecutado por la CIA y Riad, truncó lo que podría haber sido un camino hacia la unificación del país y el progreso.

Ascenso al poder: El golpe correctivo de junio de 1974

Ibrahim al-Hamdi nació el 30 de septiembre de 1943 en una familia de clase media en el Yemen del Norte. Como teniente coronel del ejército, se formó en un contexto de inestabilidad post-revolucionaria: el Yemen del Norte, respaldado por Arabia Saudita y Estados Unidos, lidiaba con conflictos tribales, corrupción y divisiones regionales, mientras que el Sur, de orientación marxista y aliado de la Unión Soviética, representaba una amenaza ideológica para los conservadores. En junio de 1974, al-Hamdi lideró el «Movimiento Correctivo del 13 de Junio», un golpe de Estado sin derramamiento de sangre que derrocó al presidente Abdul Rahman al-Iryani.

Este movimiento, respaldado por nasseristas y baazistas yemeníes, suspendió la constitución, disolvió el Consejo de la República y creó el Consejo de Mando Militar, presidido por al-Hamdi. Su discurso inicial fue claro: «No se derramó una sola gota de sangre, nadie fue encarcelado y la seguridad del país no se vio afectada». Su objetivo era «corregir el camino revolucionario» y erradicar el «legado de decadencia» heredado de regímenes anteriores.

Al-Hamdi, con solo 31 años, encarnaba la juventud y el dinamismo que contrastaba con la élite envejecida y dividida. Rápidamente consolidó su poder como comandante en jefe de las fuerzas armadas, ganando el apoyo de facciones progresistas que veían en él un líder capaz de unir al país.

La transformación social: Un Yemen moderno y equitativo

La visión de al-Hamdi era ambiciosa: transformar un Yemen fragmentado por lealtades tribales y dependiente de la ayuda saudí en una nación moderna y autosuficiente. Su agenda reformista se centró en tres pilares: seguridad interna, desarrollo económico y unidad nacional. Priorizó la calma de las disputas tribales y regionales, que habían paralizado al país durante años, fortaleciendo el control central del Estado sobre áreas periféricas dominadas por jefes tribales.

En el ámbito económico y social, al-Hamdi implementó medidas innovadoras para combatir la corrupción y promover la igualdad. En el ámbito financiero y administrativo puso fin al favoritismo y el soborno en la administración pública, reestructurando bancos estatales y agencias gubernamentales para mayor transparencia. Esto permitió una redistribución más equitativa de recursos, beneficiando a sectores marginados.

En lo relativo a lo militar, modernizó las fuerzas armadas, integrando unidades tribales y reduciendo la influencia de líderes locales corruptos. Introdujo entrenamiento soviético para diversificar alianzas y contrarrestar la dependencia saudí, lo que irritó a Riad.

En el campo fomentó el desarrollo agrícola a través de asociaciones entre el gobierno y cooperativas campesinas, el nivel más alto de colaboración en la historia contemporánea de Yemen. Adoptó un enfoque democrático en el desarrollo, basado en la participación de las comunidades y el emprendimiento local, promoviendo la agricultura y reduciendo la pobreza rural.

En el sector de la educación impulsó la alfabetización y la educación universal, erosionando lealtades tribales en favor de una identidad nacional. Políticas de equidad de género y acceso a servicios básicos sentaron bases para un sistema más igualitario.

Estas medidas generaron un boom de orgullo nacional. Yemeníes expatriados regresaron, y al-Hamdi mejoró relaciones con el Yemen del Sur, planeando una visita a Adén en octubre de 1977 para negociar la unificación. Su rechazo a la injerencia saudí y su exploración petrolera, junto con reclamos territoriales sobre Jizan, Asir y Najran, lo posicionaron como un líder independiente.

Sin embargo, estas reformas amenazaron intereses establecidos. Tribus conservadoras, respaldadas por Arabia Saudita, vieron erosionado su poder, y su agenda unificadora alarmó a Riad y a Washington, que temían un Yemen unido y pro-soviético controlando el Mar Rojo.

El asesinato

El 11 de octubre de 1977, apenas dos días antes de su viaje a Adén, al-Hamdi fue invitado a almorzar en la casa de su comandante del ejército, Ahmad al-Ghashmi, en Saná. Al llegar, fue conducido a una habitación donde encontró el cadáver de su hermano, Abdullah al-Hamdi, también alto oficial militar. Segundos después, al-Hamdi fue acribillado a tiros.

El asesinato, ejecutado con precisión militar, involucró a figuras clave: al-Ghashmi (quien lo sucedió brevemente), el jefe de seguridad Mohammed al-Khamis y, según múltiples fuentes, Ali Abdullah Saleh, entonces comandante de la brigada de Taiz y futuro presidente por 33 años.

La autoría intelectual apunta a una coalición de tribus opositoras, como la de Sheikh Abdullah Hussein al-Ahmar, Arabia Saudita y la CIA. Documentos desclasificados y reportes indican que reyes saudíes como Khalid y Fahd bin Abdulaziz, junto con el príncipe Sultan, orquestaron el complot a través de agentes en Saná, temiendo la unificación yemení y la influencia soviética.

Saleh, quien facilitó el acceso de los asesinos, fue señalado como ejecutor directo por testigos. Ningún responsable fue juzgado, y el asesinato allanó el camino para Saleh, quien revirtió las reformas de al-Hamdi.

El asesinato de al-Hamdi no solo frustró la unificación yemení, sino que profundizó divisiones que persisten en la guerra civil actual. Sin embargo, su memoria perdura como emblema de progreso truncado. En 2011, durante las protestas contra Saleh, multitudes portaban su retrato, exigiendo justicia por el «presidente reformista». Yemeníes lo ven como el líder que pudo haber evitado décadas de caos, un modernizador cuya visión de igualdad y soberanía sigue inspirando.

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