La 32º gala de los Goya, pese a tener algunas de las mejores películas de los últimos años (Como Handia o Estiu 1993), no ha tenido ni el gancho ni la relevancia de entregas anteriores, por mucho que nos pesase la aparición de Dani Rovira en tacones.
Los premios de la Academia del Cine han seguido este año una pauta muy neutral, limitándose política o narrativamente a los comentarios de estilismo en la alfombra roja, leer nominados y premiados y los discursos de agradecimiento, al contrario de lo que nos tenían acostumbrados en años anteriores. Aunque en todo esto hay que hacer una excepción muy importante, que fue el discurso de agradecimiento de Carla Simón (directora de Esitu 1993) y su dedicatoria a todas las personas que padecen el VIH y la estigmatización social que sufren, ya que esta situación es parte de su película y sus padres biológicos fueron víctimas de la enfermedad.
Fue la mencionada neutralidad la que explicaba que en el ya famoso tirón de orejas de los directores de la Academia al Gobierno por el IVA cultural al 21%, estos mencionasen muy levemente que pese a el compromiso de que se bajara, la Administración no ha movido un dedo en la práctica.
Esta gala se presentaba con una carga muy significante, que era la reivindicación de las mujeres siguiendo el estilo de Hollywood, un discurso que se hizo trizas de tanto banalizarlo y que sólo parecía funcionar como un mensaje vacío que tenía sentido en esas cuatro paredes, puesto que no se hizo gala de un discurso feminista general, ni de clase, tan sólo “queremos más mujeres directoras”. Como ya pasara con el celebérrimo discurso de Meryl Streep hace unos años en los Oscars, no mencionaron nada sobre la precaridad en los empleos relacionados con el cine, como los escasos salarios que pueden recibir operarios de cámara o de iluminación, que muchas veces, y más para las mujeres, no les da para llegar a fin de mes.
En el humor, la gala también fue bastante indiferente, ya que pese a tener como presentadores a Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes, estos parecían estar sujetos a un guión en el que ninguna broma pudiera sentar mal a nadie y no se metiesen en ninguna polémica, un guión que nunca le ha sentado bien a la comedia.
Fuera de la gala se levantó el tufillo de siempre: Arturo Vals hizo un “no nos metamos en eso” al decir en la alfombra roja que los Goya no son para reivindicaciones, sino para hablar de cine, no habilitaron un buen lugar para Pablo Echenique y él e Iglesias tuvieron que ver la gala desde el fondo (y unas horas después los diarios no tardaron en hacer gala de amarillismo sin saber si quiera la razón del sitio de Iglesias), algún comentario fuera de lugar para Úrsula Corberó y Penélope Cruz, etc.
El cine está politizado, nadie deba dudar de esto, dado que el silencio después de estos años de enfrentamiento sólo supone que ahora se cobijan otras ideas por comodidad, por el miedo a que no te llamen, por conseguir con la paz del muerto que se aplique una exigencia justa que llevan años pidiendo. Pero esto al fin y al cabo es otro producto de mercado y las personalidades del cine han decidido cambiar la postura para ver si, superponiendo la comercialización al mensaje, duermen mejor.
Y si aún quedan dudas sobre el giro hacia lo insípido aquí se adjunta un vídeo resúmen de los Goya de 2003 y el tan famoso “No a la guerra” que el mundo del cine popularizó en las calles y llegó a la mayoría de la opinión pública:
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