Cómo hombre blanco mira tierra negra | La verdad incómoda

Por Carmen Sereno @SpiceKarmelus


Hace un tiempo leí en una página cualquiera de un medio cualquiera, que un grupo de autoridades de diferentes nacionalidades había tenido la genial idea de darse un banquete con comida caducada en Kenia, en el marco de alguna cumbre institucional que no viene al caso, como forma de protesta por las toneladas de alimentos que se desperdician a diario en el Primer Mundo mientras el Tercero se muere de hambre. La reivindicación me pareció cuanto menos ridí­cula, por no decir hipócrita y hasta inmoral. Teniendo en cuenta que más del 20% de la población keniata se encuentra en condiciones de malnutrición severa, si alguien quería dar una lección a Occidente, por una vez, los grandes adeptos del protocolo y la corbata podrí­an haber dejado la foto para luego y haberse puesto a dar de comer a los más de 3 millones de personas que -solamente en Kenia- no ingieren ni una cuarta parte de las kilocalorías diarias recomendadas por la OMS. Aunque fuese con comida caducada.

Y es que, en lo que concierne al color de la piel, el Primer Mundo ha demostrado históricamente una mezquindad intolerable. Y el germen de la crueldad suele provenir de la ignorancia. En Occidente somos muy ignorantes. Somos tan ignorantes que seguimos refiriéndonos a la africanidad como un todo, menospreciando por completo la diversidad del continente más pobre y rico del mundo a la vez. Como si a todos los pueblos de África fuera posible reducirlos a una única idiosincrasia. Si dejáramos de hablar de africanos para hablar de ugandeses, somalíes, o keniatas, al menos sería el comienzo de algo. Significarí­a que hemos entendido de una vez que África no es una porción extensa de tierra habitada por hombres negros, sino un continente conformado por paí­ses de diversas nacionalidades que a su vez se subdividen en diversos pueblos con rasgos y carácter propios. Como Europa. Como Asia. Como América. ¿Por qué narices cuesta tanto entenderlo? Porque son pobres. Y porque son negros. Nos referimos a las gentes de los pueblos africanos en términos que van in crescendo desde la pena hasta el rechazo e incluso el asco. Y a pesar de que la moral cristiana, apostólica, romana, ortodoxa u heterodoxa nos invoque de vez en cuando para que seamos caritativos con los que menos tienen, ¿nos hemos preguntado alguna vez si en realidad África es pobre?

La respuesta es no; África no es pobre. ¿De dónde creemos que salen todos esos minerales que sirven para que la latitud norte viva tan cómodamente? En efecto; de la latitud sur. Y retomando la pregunta que formulé anteriormente, insisto: África no es pobre; al contrario, es muy rica en recursos. Tan rica que medio Occidente se disputa el control de los mismos, avalando guerras civiles internas cuyo mayor daño colateral es el empobrecimiento de la población local. Cuando no una profusión de muertes cruentas que no interesan a nadie. Porque África no es más que una extensa porción de tierra habitado por negros que además son pobres.

No obstante, y sin pretender que esto suene a demagogia, vale la pena preguntarse por la dicotomía rico/pobre. ¿Quién es más rico? ¿Aquél que tiene mayor poder adquisitivo pero que a su vez vive esclavo del constante bombardeo de necesidades ficticias? ¿Es más rico el que puede comer en abundancia, y, sin embargo, ha hecho de la comida una prisión? Estar gordo; estar delgado, pastillas para depurar el organismo; laxantes; drenajes linfáticos; dietas milagro; báscula; crema anticelulítica. Decidme, ¿tiene todo ese engranaje perverso algo que ver con la riqueza? Pero desde nuestra soberbia occidental, hemos creído que sí, que el necesitar y el poseer nos hace más ricos. E incluso nos permitimos el lujo de ser caritativos. Unas pocas imágenes en la tele de niños con las barrigas hinchadas y los ojos llenos de moscas sirven para que enviemos ese mensaje que suavizará nuestras conciencias.

Tal vez deberí­amos ir abandonando ya el papel de mero telespectador atrincherado en su sofá de IKEA que se limita a acallar las voces internas compadeciéndose en voz alta. Que se felicita por el esfuerzo de haber enviado un sms de ayuda a precio de oro a la ONG de turno. Tal vez deberíamos entonar también nosotros el Mea Culpa, el mismo que le exigimos a las autoridades. Porque somos unos ignorantes que contribuimos a que el Tercer Mundo siga existiendo gracias al Primero. Y tal vez deberíamos comenzar a sentirnos un poco menos superiores, porque el Primer Mundo hace mucho que dejó de ser un paraíso.

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