Historia | Producción de la Historia y nacionalismos

Por Eloy Bermejo

Con la llegada al poder de la burguesía tras las revoluciones del siglo XIX, la historia de nuestras ciudades comenzó a reinventarse a través de un interés por el pasado y por el patrimonio edificado que iba ligado a la construcción de la identidad nacional. Los diferentes hitos arquitectónicos y monumentales se fueron institucionalizando, erigiéndose como símbolos colectivos con los que el resto de la sociedad debía identificarse.

La fabricación de los monumentos históricos en su forma y en su función social se inició ante la necesidad de buscar signos de identificación colectiva para explicar y mostrar la propia historia de la nueva clase dirigente burguesa. La transformación de los hechos del pasado a través de la recreación monumental ha sido posible gracias a la distorsión del conocimiento que tenemos sobre ellos. Teniendo en cuenta que el conocimiento es una construcción humana, es posible afirmar que su producción está ligada, tal y como expusieron Marx o Benjamin, a la existencia de determinadas condiciones y relaciones sociales. Por desarrollar un poco más esta idea, la historia, y su celebración en monumentos, no existe como tal en la naturaleza, sino que es una expresión consciente y dirigida a seleccionar del pasado determinados hechos, acontecimientos, personajes o momentos concretos que son llevados a la actualidad por una motivación interesada, relegando del contexto aquello que no confirma la posición dominante.

No obstante, la producción de conocimiento, aunque sea selectiva, siempre se presenta como una verdad objetiva, amparada por el método científico. Una de las deficiencias que presenta ese objetivismo, es que se configura de manera idealista y, por tanto, estrecha el conocimiento a una mera descripción y al objeto construido como una realidad formada fuera de la historia. Por el contrario, la historia siempre necesita de un sujeto, ya que el conocimiento para ser producido debe hacerlo en función de un punto de vista. Si la construcción de un acontecimiento objetivo y su veracidad se limitan a un único relato, el resto de versiones sobre el pasado solamente pueden ser comprensibles dependiendo de la interpretación y el uso de la historia que se hace en el presente. Obviamente, la historia va cambiando constantemente, sobre todo porque, tal y como asegura Koselleck, el punto de vista se encuentra históricamente condicionado. Para los historiadores, la tarea debe centrarse en averiguar cuáles fueron los intereses que han motivado la selección de determinados hechos históricos, y, ante todo, quiénes fueron los encargados de generar dicho interés y cuál es el rendimiento político que han provocado.

La invención de la tradición que expresaba Hobsbawm, no es más que una práctica social expresada a través de símbolos, que se genera en una época reciente pero que promulga un origen legendario que abarca desde su nacimiento hasta la actualidad. La sociedad contemporánea se sirve de ese halo de antigüedad de las sociedades tradicionales para legitimarse. Con la llegada al poder de la burguesía, su legitimidad como clase social se ha generado a través de la demostración de la existencia y la importancia de su pasado remoto y de la permanencia del mismo hasta el presente. La imposibilidad para el ser humano de retrotraerse a un tiempo inmemorial y desconocido que, además, le es presentado como una realidad conformada fuera de cualquier tiempo histórico, llega a percibirse como un acontecimiento objetivo y natural que no puede modificarse.

La burguesía conformó su historia presentándose no como clase social, sino como la voluntad general de un pueblo que a partir de ese momento recibiría el nombre de nación. La construcción del denominado Estado moderno se realizó a través de estados nacionales, o como dice Anderson, nuevas comunidades imaginadas que van más allá de las tradicionales comunidades rurales. La nación, para que pasase a ser asumida como una construcción compartida, necesitaba de identificaciones colectivas tales como una cultura común (símbolos, banderas, himnos, monumentos, lengua única…) que cubriese cada uno de los objetos del pasado seleccionado. Esta invención de la tradición se basa en una manipulación consciente de estos productos culturales que ayuden a la clase dominante a mantener la cohesión social.

Tanto el nacionalismo español, como el catalán, han utilizado la recuperación del patrimonio como si hubiese existido una continuidad estilística desde su creación hasta el presente, sin embargo, tal y como muestra Hobsbawm, cuando existe una referencia concreta a un determinado pasado histórico es característico de las tradiciones inventadas el hecho de que la continuidad sea en gran medida ficticia.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.