Historia | Las ideas políticas de Bismarck en política exterior

Por Eduardo Montagut

El sistema internacional de la Restauración y de la Santa Alianza, diseñado por el político austriaco Metternich, entró claramente en crisis con los coletazos de la Revolución de 1848, la consiguiente caída del político austriaco, la guerra de Crimea, las intervenciones exteriores de Napoleón III, especialmente en el proceso de unificación italiana y, sobre todo, la aceleración de la unificación alemana bajo la tutela prusiana. Bismarck construiría el nuevo sistema internacional vigente a partir de 1870 hasta la última década del siglo XIX.

Bismarck se basó en una serie de ideas que fue plasmando en un conjunto de memorándums, fuente fundamental para la historiografía. A partir de la Guerra de Crimea el político prusiano comenzó a pensar, y así lo expresó, que el sistema de equilibrio del político austriaco ya no servía. Metternich había considerado que el mapa de Europa debía diseñarse como una máquina en la que cada pieza debía cumplir una misión y todo debía marchar como un reloj; de ahí los estados-tapones para evitar el expansionismo francés o el ruso, y de ahí también la necesidad de intervenir, por parte de las grandes potencias cuando una pieza se desencajaba al estallar una revolución o pretendía trastocar el mapa. Todo este mapa, además, se basaba en la legitimidad, en que en cada estado debía reinar el soberano o el sistema legítimo antes del estallido de la Revolución francesa. Pero el ciclo revolucionario y la realidad económica industrializadora habían trastocado todo, y Bismarck consideró que había que basarse en la flexibilidad y abandonar la rigidez que suponía el principio de la legitimidad que se convirtió en algo relativo. Había que construir sistemas nuevos, que debían actualizarse ante las nuevas situaciones. Eso es lo que hizo cuando puso en marcha los sistemas que llevan su nombre, y que, a medida que comenzaban a alterarse porque alguna pieza generaba problemas, él planteaba una nueva solución o alternativa, reflejadas en un nuevo sistema, empleando todos los medios posibles de la diplomacia abierta o secreta, sin olvidar que se sustentaba en un evidente poder militar. Si había una cláusula de un tratado o pacto firmado en el pasado que suponía una cortapisa o un freno a un objetivo en política exterior no dudaba ni un instante en soslayarlo.

La política, para Bismarck era el arte de lo posible, en línea con lo que hemos expresado. La política exterior, fundamental para un Estado, debía realizarse después de un análisis pausado de los factores en juego, del cálculo de las fuerzas propias y ajenas, sin guiarse por sentimientos ni vaivenes por ejercicios cambiantes de la voluntad. Había que conseguir objetivos, hacer lo posible real. En este sentido, es clara su distancia de la política exterior que realizó, por ejemplo, la Francia de Napoleón III, de intervencionismo permanente, búsqueda de prestigio a cualquier precio, y a merced de la frágil voluntad de su protagonista.

En fin, Bismarck practicó un claro oportunismo en política exterior. Lo practicó claramente con Austria.

El II Reich debía convertirse en la potencia hegemónica, y para ello había que manejar a Austria, vigilar a Rusia, intentando aunar los intereses complejos y hasta enfrentados de las tres potencias y, sobre todo aislar a la Francia derrotada, considerada la potencia enemiga por principio de Alemania, dejando al Reino Unido en su aventura imperialista.

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